Las infraestructuras en Cataluña han demostrado su ineficacia. Rápidamente, los grupos políticos han corrido a echarle la culpa a otro sobre el tema y exculparse a sí mismos, tal y como hacen los niños pillados en falta, y enseguida, de forma casi automática, ha surgido la sempiterna cuestión del agravio comparativo, tal y como hacen los hijos de los ricos a la hora de repartirse la herencia. No es la finalidad de este artículo analizar las infraestructuras en Cataluña, imaginamos que más mimadas por cualquier gobierno que en Andalucía o en Castilla o en Extremadura, por ejemplo, y ni tan siquiera la bochornosa actuación del ejecutivo corriendo a decir que era el que más había invertido en Cataluña –como cuando mami te dice que en realidad tú eres su favorito-. Escribimos hoy con otro objetivo distinto: demostrar con un dato empírico –para aquellos que siempre acusan de que todos los análisis teóricos son algo de la nubes y no guardan relación con la realidad- algo que dijimos hace tiempo: la finalidad última de los partidos políticos en cuanto a entidades socialmente objetivas, de forma independiente a los deseos voluntariosos, morales o inmorales, de sus miembros, es la búsqueda del poder y la distribución del mismo entre sus integrantes. Y lo es exactamente igual, en el fondo mas no en la forma lógicamente, que la última finalidad de una fábrica de salchichas es la de vender salchichas y no conformar un servicio público de distribución de alimentos para los necesitados, por ejemplo.
Analicemos someramente los hechos. Según los partidos políticos catalanes ha habido al menos en los últimos seis años -si no más, quién sabe si desde el siglo XVIII o quizás desde la Baja Edad Media cuando Cataluña ya era una nación y el pueblo catalán se unía en alegre festividad cantando sardanas y construyendo catedrales- una insuficiente dotación en infraestructuras. Admitamos la realidad de la hipótesis para nuestro análisis. Es decir: partamos del supuesto de que efectivamente ha sido real la insuficiencia de las inversiones estatales en Cataluña durante, pongamos, los últimos seis años (o más, ya saben). A su vez, admitimos, sin duda, la importancia fundamental, subrayemos fundamental, que las infraestructuras tienen para la vida cotidiana de los ciudadanos. Ahora, saquemos conclusiones: si en Cataluña había un déficit de infraestructuras conocido, tal y como aseguran ahora los partidos políticos, y las infraestructuras son un tema fundamental y básico, tal y como aseguran ahora los partidos -y van dos- lo normal es que hubiera sido un tema fundamental y básico del debate político en los últimos seis años -si no, al menos y ya saben, desde la Alta Edad Media-. Y si los partidos políticos están al servicio de la ciudadanía y son instrumentos que objetivamente buscan mejorar la vida de los ciudadanos –bueno, todos menos el PP si es usted un acendrado y autoproclamado izquierdista- viene a cuento que un tema fundamental de gobierno catalán, de la oposición y hasta de los intelectuales que escriben en catalán -el resto son menos catalanes, ya se sabe- hubiera sido el estado de las infraestructuras en Cataluña durante los últimos seis años (tal vez incluso desde la misma Baja Edad Media). En definitiva, los partidos políticos se deberían haber volcado con este problema.
Ahora, repasemos la historia empírica. Analicemos, por poner un ejemplo, la anterior legislatura del parlamento catalán con su gobierno autoproclamado izquierdista y, esto sin duda, catalanista -o sea: paletos con barretina-. ¿Cuál fue la razón fundamental de toda la actuación del gobierno catalán y del Parlamento catalán y de los políticos catalanes? El Estatuto. Es decir, algo que no afectaba directamente a la situación crítica de las infraestructuras -ya saben, desde los últimos seis años e incluso más allá-. Entonces cabe la pregunta, ¿por qué fue el estatuto y no el problema de las infraestructuras la clave de toda la política catalana? Pues la respuesta es doble: por un lado, porque era la única forma de que la autoproclamada izquierda se calara hasta las cejas la barretina y se refugiara en un discurso entre patriótico y patético, como todo discurso nacionalista es, buscando eliminar el monopolio del catalanismo que hasta entonces habían tenido los partidos nacionalistas; por otro, porque la eliminación del estado central en Cataluña, fin último del estatuto, permitiría el acceso a un mayor poder a la clase política catalana que sabe, a ciencia cierta, que su techo profesional es provincial y regional. Así, la búsqueda del estatuto, como ya hemos señalado más veces, no respondía al interés ciudadano sino al exclusivo interés de una clase profesional que deseaba mayor cuota de poder y para ello no dudó en gastar toda una legislatura mientras dejaba, por ejemplo, que las infraestructuras catalanas, siguiendo la hipótesis aceptada, se deterioran cada vez más.
Pero alguien, con buen corazón, podría decir: precisamente el estatuto se hizo buscando mejorar, entre otras cosas, eso. Pero, la buena intención no funciona necesariamente para la respuesta a las hipótesis. Porque si enfrentamos a Madrid con Cataluña veremos como la comunidad madrileña se ha volcado, y no por cierto por motivos sociales o de servicio público, con las infraestructuras sin necesidad de modificar un estatuto. ¿No lo pudo hacer el parlamento catalán? Sí, pero si no lo hizo fue porque mientras un político de Madrid sabe que su techo es el estado y Madrid es el trampolín, un político catalán sospecha que el suyo es, a lo máximo, la región. Y el poder es la clave de una clase política. No se trata, por tanto, de que los políticos madrileños sean mejores o sí esten al servicio de sus votantes mientras que los catalanes no, sino que el desigual techo profesional, el reparto de poder, conlleva unas acciones u otras. Así, objetivamente el partido es un centro de poder social y sus integrantes, independientemente de lo que ellos crean que hacen, buscan el poder. Para entendernos, y que nadie lo tome a mal, es como objetivamente la escuela pública está montada para defender el privilegio del funcionariado independientemente, incluso, de la voluntad de estos. Así, y de la misma forma, todo el problema del estatuto catalán no era más que un proceso de afianzar la carrera profesional de un colectivo social, el político profesional, que buscaba una mejora de sus ya manifiestamente buenas condiciones.
Cuenta Freud, aunque yo no creo mucho en Freud, que ningún hecho de la actividad humana puede entenderse como casual –aunque, a veces, un puro sea solo un puro-. Así, hasta la más ridícula broma implica unas connotaciones para el sujeto que la realiza. Recientemente, en una de esas estúpidas entrevistas de verano, ¿por qué en verano el periódico se hace gracioso?, apareció Labordeta diciendo que Zapatero era de izquierdas. Pero, no nos referimos ahora a eso, sino a algo más, aún, brillante.
Pregunta. Su imagen ha sido la de un diputado auténtico que cantaba las verdades con lenguaje de la calle. Mandó "a la mierda" al PP y aquello, en lugar de ponerle contra las cuerdas, le generó simpatías.
Respuesta. Hasta mi partido se espantó, pero llegaron las elecciones y sacamos 80.000 votos.
Y de salchichas, ¿cuántas vendieron?
1 comentario:
Un homenaje al Che (chancho).
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