Las recientes actuaciones policiales sobre ciertas clínicas donde se realizan abortos ha destapado un problema siempre presente. No tratamos aquí del problema legal sino otro algo más extraño. Nos vamos a hacer una pregunta sencilla: ¿es moral el aborto?
Analicemos primero la cuestión para no hacer trampas. Cuando nos preguntamos por la moralidad de algo nos preguntamos por dos cosas: primero, si es posible ejercitar un juicio moral sobre ese hecho, es decir calificarlo moralmente de bueno o malo –por ejemplo, no es un asunto moral tener los ojos azules o marrones pero sí lo es matar ancianas aunque a veces todos hayamos tenido ganas de hacerlo-; segundo, y al hilo de lo anterior, nos preguntaremos, una vez que admitiéramos que el tema del aborto sí es un problema moral, si es moralmente aceptable, esto es: si es un acto bueno o malo moralmente.
Ya sabemos lo que alguno podría estar pensando: este tío es un reaccionario. Pero antes de juzgar es mejor siempre esperar a los argumentos.
¿Es el aborto un tema moral? Si analizamos el acto en sí mismo abortar significa cortar un proceso que acabaría, excepto en caso de accidente, en una vida humana. No pretendemos aquí prejuzgar ya el hecho, decir si está bien o mal, sino sólo plantear si ante esto podemos dotar al problema de categoría moral, de situarlo en un valor de bueno o malo por su importancia en relación a los seres humanos. Bien, parece que viendo la importancia de lo que trata, un hecho relacionado con la existencia misma humana, podemos calificarlo de problema moral. Y por eso mismo resulta absurda la pretensión de que el aborto es un asunto femenino como simplificaba aquel ridículo lema de
nosotras parimos, nosotras decidimos. Daba cierta vergüenza ajena, aunque los políticos profesionales seguramente sean ya incapaces de sentirla, ver el otro día en el congreso debatir sobre el aborto sólo a mujeres e imaginamos que si algún día se trata algo sobre racismo tendrán que salir negros (o, como en cabalgata de reyes, algún prócer de la patria disfrazado de Baltasar) y si sobre derechos de los animales, tal vez, castores u ornitorrincos – aunque en el congreso quizás sería mejor un
tunicado. Si el aborto es un problema moral, algo que vaya más allá de arrancarse las espinillas, el aborto es un tema universal e implica igual a hombres y mujeres pues es problema humano y un problema de primer orden.
Así, pues, ahora la pregunta, y es una gran pregunta, es si el aborto en sí mismo, otra cosa sería cada caso y cada mujer que abortase donde siempre habría ciertos condicionantes, es bueno o malo moralmente. Es decir: el aborto como problemática moral. Y se trata de un problema moral no reducible a una cuestión técnica sobre cuándo empieza la vida humana sino a algo de mayor calado: responder a la pregunta de qué es un ser humano. Quienes defienden el aborto como un derecho universal, dejado a la voluntad de la madre y no limitado a ciertos casos, señalan que el feto no es un ser humano. Así, se describe al ser humano como una entidad positivista: ser un ser humano es cumplir una serie de características concretas en un tiempo presente y actual. El problema de este sentido es enfrentarlo a ciertas enfermedades, como el alzheimer o los estados de coma, donde los característicos del ser humano, por ejemplo la autoconciencia y la idea del yo, desaparecen. Así, de seguir con rigor y coherencia estas ideas nos enfrentaríamos a una especie de eugenesia en la que aquellos sujetos que no cumplieran ciertas condiciones del sistema nervioso propias de la especie humana en el momento actual, e incluso con más razón cuando su pérdida es irreversible, no cumplirían precisamente ese ser humanos centrados en la visión positivista. Por ello, la vieja idea, y de carácter acientífico, que pretende a través de la comparación entre un adulto ideal, e inexistente, y un feto determinar su humanidad o no debe quedar desterrada. Un ser humano no puede medirse solo por su actualidad, por su presente.
Pero, igualmente, se debe rechazar la teoría reaccionaria de la adquisición de la humanidad por una entidad espiritual ajena al cuerpo físico. Admitirla sería precisamente negar la dignidad humana que se basa en la capacidad de ser sujeto, es decir: de actuar de forma autónoma. Al admitir el alma y que la persona lo es por poseerla, se sitúa al humano ante una realidad de esas que se denominan trascendentes y que significan que en verdad su ser procede de otro: el buen, es un decir, Dios. El ser humano es en esta visión humano por otro ser superior a él, al cual, en coherencia, debe rendir culto y sumisión: la dignidad humana se convierte en subsidaria de otro ser que concede o no las cosas a capricho y a quien en última instancia la propia vida individual le pertenece. Además, cuando se critica el aborto con razones espirituales relativas a la persona como ser con alma debería surgir la sonrisa ante el primitivo mito: ¿alma?, demuéstrelo. Porque una superstición que se repite incansable no por ello deja de serlo.
Pero, ¿qué es entonces un ser humano? Eliminemos la teoría supersticiosa definitivamente y volvamos un momento a la positivista: ¿es un feto de tres meses, o de dos, un ser humano? No, claro que no. Aún no lo es, pero lo sería. Es precisamente en la admisión de lo temporal donde el conflicto se vence. El tiempo, la temporalidad tal vez mejor dicho, es la clave del ser humano. Este se describe precisamente por esa característica: del mismo modo que el enfermo de Alzheimer es humano porque podría ser, hipotéticamente aún pero seguramente cierto en un futuro, curado y vuelto a su temporalidad, el feto es humano porque de dejarle ser llegaría a ser humano. La clave pues no está en sustancia espiritual alguna ni en la madre que decide sobre el hijo, pues eso sería tomar al sujeto como un medio para la biografía de ella y su propiedad privada, sino en que ese ser es humano porque podría serlo en el tiempo. Y esa es una diferencia muy grande con, por ejemplo, los embriones congelados utilizados en la experimentación de células madres, pues al ser algo que se iba a destruir implicaba que su finalidad era, ya antes de descubrirse la capacidad de estudio, su muerte. Y precisamente al utilizarles en el estudio de las células madres es la humanidad la tomada como fin y no como medio en el ideal de investigación.
¿Es moral el aborto? No, no lo es. Lógicamente, en ciertos casos, y los supuestos de violación, malformación y riesgo para la madre lo son, sería perfectamente asumible moralmente pero no puede serlo nunca el supuesto del aborto libre, como si la vida humana que es el feto fuera propiedad de la madre en la exacerbación de la propiedad privada. El feto es humano y por tanto es un fin en sí mismo no sujeto a la decisión de la madre. Y es humano porque su temporalidad es serlo, a diferencia de cualquier otro ser que exista en la naturaleza.
Estamos pues en contra del aborto libre porque es inmoral al tomar a un ser humano como un medio para conseguir un fin: el bienestar de la madre. Y lo estamos no porque creamos en la santidad, qué palabra, de la persona humana ni en su trascendencia sino por precisamente lo contrario: porque frente a quienes sitúan la dignidad en la eternidad o en lo actual nosotros la presentamos en lo temporal, en, en una palabra, el deber ser. Y esos fetos deberían ser niños.