Las
ideas políticas que uno defiende tienden a la universalidad. Esto quiere decir
que se considera que todos deberían tener estas mismas ideas y, si no, estarían
equivocados. No pasa así con la cuestión de los gustos, desde el color a la
comida, o con el equipo de fútbol: nadie, al menos en sus cabales, considera
que todos deberían ser del mismo equipo que uno pues eso acabaría con el juego.
Sin embargo en la política sí se piensa que las ideas que se defienden son
mejores y que todo el mundo debería tenerlas. Se les dota así de un contenido
de verdad universal. Y, por consiguiente, al que no es de nuestras ideas se le
tacha de equivocado. Y esto, por supuesto, no es antidemocrático. Uno puede
pensar que sus ideas son las correctas y añadir que, sin embargo, la gente
tiene derecho a tener otras: la democracia no implica necesariamente el relativismo,
pero siempre niega el fanatismo y las creencias dogmáticas.
Este
contenido de verdad de las ideas políticas hace que, como ya hemos señalado,
estas escapen al gusto o a la personalidad y se sitúen en un punto cualitativamente
superior de la discusión, al menos aparentemente. Parece que política es algo
más –realmente es algo muy importante- y se debería situar en un discusión
racional y argumentada. Es decir, deberíamos poder dar razones objetivas de
nuestro ideal. De esta forma, la pregunta clave no sería ¿de qué opción
política soy? sino ¿por qué soy de tal opción política?
¿Por
qué soy de izquierdas? Esta parece una pregunta adecuada en nuestro caso. Pero,
si nos remontamos al primer párrafo aun nos parece incompleta ¿Por qué se debe
ser izquierdas? O ¿por qué todos deberían ser de izquierdas? resulta todavía
mejor en aras de la petición de esa universalidad. Efectivamente, no se trata
tanto de por qué uno es de esa opción sino de aquello que debería llevar a
todos a serlo.
¿Por
qué se debe ser de izquierdas? Cuando a alguien se le pregunta esto, en una
mayoría de ocasiones surge un discurso sobre la desigualdad y la pobreza. Se
trata de un discurso moral donde lo fundamental son los elemento descriptivos
de esa misma situación: porque hay desigualdad y pobreza. Efectivamente, lo importante aquí es que
existe la pobreza y desigualdad y ese es el argumento para defender la
necesidad de pertenecer a la corriente política de la izquierda. Soy de
izquierdas, se dice, porque existe la desigualdad y la pobreza. Es loable. Pero,
curiosamente, aquí empiezan los problemas. Y aquí, también curiosamente, se
deja de ser de izquierdas.
Efectivamente,
defender que se debe ser de izquierdas porque existe la desigualdad implica una
serie de consecuencias peligrosas.
En
primer lugar, del mero hecho de la existencia de la desigualdad o de la pobreza
no se puede sacar como consecuencia que esta sea mala. Efectivamente que un
hecho exista no implica su maldad o bondad pues cuando señalamos que algo está
mal, como bien sabía Hume, no hacemos una mera descripción de la realidad sino
un juicio sobre la misma. El juicio moral -ya sea está mal o está bien- no
describe la realidad sino que la juzga. El mero hecho de la existencia de la
desigualdad entonces no puede hacer a uno decantarse por nada sino que, como
mucho, podrá hacerle reconocer esa existencia pero poco más. Pues sí, hay
desigualdad, ¿y?
Pero
esto se entiende mejor con un simple argumento histórico. Si la existencia de
la desigualdad fuera la causa de la existencia de la izquierda entonces sería fácil
presuponer que la izquierda debería haber existido desde siempre o, al menos,
desde que existe la civilización allá por el Paleolítico. Sin embargo y no
curiosamente, la izquierda política tiene una fecha reciente de creación y,
además, en una civilización determinada en un momento concreto de la historia. Efectivamente,
la izquierda política comienza en el siglo XVIII, en occidente y con la
Ilustración. Antes había desigualdad y pobreza pero, no curiosamente, izquierda
política. Y resultaría algo extraño pensar que todos eran malos hasta que
llegamos nosotros –o, ustedes por si no me quieren incluir-.
En
segundo lugar, y unido a lo anterior, está el problema moral. Una vez que se ha
tomado como razón de ser de la conciencia izquierdista la mera existencia de
los hechos de desigualdad y pobreza, surge
como consecuencia lógica la idea de la superioridad moral de la izquierda.
Efectivamente, si el mero hecho de la existencia de algo conduce, en esta
concepción de la izquierda, al juicio moral en su contra es lógico pensar que
quien no lo vea así es por falta de moral pues se trata de un hecho intuitivo
al alcance de todos los que miren. Solo, por tanto, desde la maldad se puede
aceptar esa situación injusta sin protestar contra ella. Así, no ser de izquierdas
solo puede concebirse desde la existencia de un interés retorcido porque solo
hay que mirar con ojos puros y desinteresados para ser de izquierdas. El que no
es de izquierdas, en definitiva, es un inmoral. Y el que es de izquierdas es el
bueno. Así, el juicio personal está claro.
La
tercera consecuencia de esta teoría es la, paradójica, necesidad intelectual
que tiene esta izquierda de que existan las condiciones más extremas y los hechos
sociales más depauperados. Así surge una iconografía característica: obreros
haciendo de obreros y pobres pobres –obsérvese el ingenio: no me repito por más
que el capitalista Word me lo diga-. Esto es así porque el discurso debe destacar los hechos de
pobreza y desigualdad pues son el fundamento de la propia teoría y, por tanto,
a mayor pobreza aparentemente más contenido de verdad. Pero así, la izquierda pierde
la capacidad de reflexionar con sutileza y matices frente a la realidad. La
brocha gorda es el método de pintura frente al pincel: ahí me pones un pobre,
ahí me pintas a un obrero, ahí a un empresario malvado. Es seguir la línea de
puntos.
En
cuarto lugar, y relacionado con esto, surge una necesidad para simplificar el juicio.
Si toda la izquierda puede reducirse a un juicio moral, entonces es necesario poner
cara a los actores sobre los que se realiza este juicio moral. Efectivamente,
la existencia de buenos y malos en el discurso implica la reducción del
capitalismo a la actuación de los malvados capitalistas. Así, el sistema económico pierde toda sustantividad
y queda reducido a una especie de junta de accionistas del mal absoluto.
Capitalismo y empresarios se identifican sin más. Y los empresarios siempre son
malas personas.
En
cuarto lugar, aparece una consecuencia
política inmediata. Como la pobreza sin más es el leivmotiv de la teoría,
todo aquel que, en apariencia o en realidad, se enfrente a ella será considerado
de izquierdas. Pero hay ahí –fíjense en el dominio ortográfico- una excepción
forzada por el punto anterior. Como el Capitalismo es en realidad el conjunto
de capitalistas para esta teoría y los capitalistas son intrínsecamente malos,
entonces se pone otra condición: hay que declararse además, anticapitalista. De
esta forma, todo aquel que se declare tal y además diga que lucha contra la desigualdad será convertido en personaje de izquierdas: dará igual que haya
convertido su país en una inmensa cárcel como era el bloque soviético o la actual
Cuba. Así, convertida la teoría en lema todo el que suspire el mantra en la
posición adecuada, lo llamaremos la flor rebelde, será de izquierdas.
Y,
con esto último, se genera otra consecuencia que es la doble vara de medir
histórica. Efectivamente hay una vara de medir adaptada al interés en un doble
sentido. Por un lado, la desaparición de la pobreza no cuenta para el
Capitalismo, a pesar de se evidente éxito en estas lídes. Por otro, el apoyo a
las dictaduras se dará sin tapujos siempre y cuando se cumplan las condiciones
arriba expuestas. Franco malo, Fidel bueno.
Así,
la fijación de la izquierda por la igualdad como base del discurso, que no como
consecuencia de la acción izquierdista, conduce a una moral de rebaño: el lema
como balido y el grupo como protección. En realidad no es más que un cristianismo
sin teología, es decir: sin lo que lo hace intelectualmente interesante. Este
concepto de la izquierda acaba así en una teoría política intelectualmente
irrisoria.
Pero,
entonces, si no hay que ser de izquierdas porque existe la desigualdad, ¿por qué
hay que ser de izquierdas?
Yo ahora me voy a dormir. Pero eso sí, con ademán izquierdista y rebelde.
5 comentarios:
Pensaba advertirle a través de Twitter pero me falta espacio.
En el párrafo donde muestra su dominio ortográfico comete el lapsus de convertir en personaje de izquierdas al que lucha contra la igualdad. Que pudiera ser, pero no creo.
Un saludo
Tiene usted razón, una vez más. la emoción me lleva a a veces. Solucionado y gracias.
Un acto fallido, sin duda sr. Mesa.
Hace pocos días, el Papa Francisco decía: “Nunca he sido de derechas”
Si alguna institución representa a la derecha, a la mas a la derecha de la derecha, esa es la Iglesia.
Tan paradójico como lo que dijo el Papa, hubiera sido escuchar a Stalin diciendo que el nunca había sido comunista, o a Hitler diciendo que el nunca fue nazi.
Quizá lo que pretendía decir el Papa, es que el, siempre, actuó como un cristiano ha de hacerlo. Aun siendo un cargo destacado de la institución más a la derecha de la derecha.
El diagnosticar y denunciar los problemas sociales, no es patrimonio sólo de la izquierda. Pero si es patrimonio de ella, en exclusiva, el utilizar los problemas sociales para auparse a poder. Y la historia constata, tozudamente, que una vez en el poder la izquierda, lejos de solucionar los problemas que denuncian, los agravan.
Hace años, en un programa de Dragó, presentaban un libro de Don Gustavo Bueno y tenían a Don Santiago Carrillo de contertulio. En un momento de la interesante charla Don Gustavo aseveró, tan rotundamente como acostumbra, que “el PP es un partido de izquierda”.
Y si, estoy de acuerdo con Don Gustavo. Y por los mismos motivos que Ud. expone en su comentario. Sólo que al ser de derechas, el PP, además de diagnosticar los problemas sociales, se proponen solucionarlos en vez de agravarlos para perpetuarse.
Creo que habría que matizar entre “pobreza” y “miseria”.
Si la izquierda nace en la Revolución Francesa (no se si es así) no es como consecuencia de la pobreza ni de la Ilustración, sino de la “miseria”, el hambre, la falta de pan.
También la Ilustración tuvo efectos destacables en Prusia, en su rey Federico II, (otra institución más a la derecha), que supo diagnosticar y solucionar los problemas sociales. sin necesidad de izquierdas y revoluciones.
Y parafraseando a Kant, ¿que es la igualdad?
¿Que un senegalés la tenga como yo? o ¿que yo la tenga como un senegalés?
Un Oyente de Federico
Me gustaria recordarle a "Un oyente de Federico" una palabras que el actual ministro de Hacienda, Cristobal Montoro, dijo durante el gobierno socialista. "Que caiga España que ya la levantaremos nosotros". No me parece esa la actitud de un partido que, segun sus palabras, "se propone solucionar los problemas sociales en vez de agravarlos para perpetuarse"
Un saludo
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