La
convocatoria de la huelga autodenominada feminista del próximo día 8 merece ser
analizada -nota: lo sé, soy un líder de opinión-. Evidentemente, las mujeres
están en desventaja social con los hombres partiendo de las mismas condiciones.
Por ello, sin duda, este es un problema que hay que resolver y solo podemos
mostrar nuestro apoyo a esa lucha. Pero, la huelga feminista tiene algo más y
mucho más.
En primer
lugar hay que analizar la propia forma de la protesta. Una huelga es una forma
de protestar determinada. Por ello, no se hace huelga por cualquier
reivindicación, por más justa que sea, sino que solo se hace huelga cuando así
se puede resolver el conflicto. Además, la huelga tiene un factor muy concreto
que es su relación con lo laboral. El problema en este sentido de la huelga autodenominada
feminista es que no se conoce ninguna reivindicación concreta sobre la misma,
pues si uno lee su manifiesto se encuentra que transita entre la lucha
contra la violencia de género hasta la crítica al Capitalismo o el apoyo a la soberanía
alimentaria de los pueblos -nota: qué es verdad, lean, lean-. Así, la huelga
del día 8 es tan general que resulta imposible que, como tal huelga, sea
efectiva pues para conseguir el éxito tendría que ocurrir prácticamente la
segunda venida de nuestro señor Jesucristo a la tierra instaurando un mundo de
paz, concordia y cosas chachis y guais. Pero, como veremos al final, ese
manifiesto tan generalista tiene un sentido.
Sin
embargo, este aspecto no es el más relevante. Existe de hecho algo mucho más
interesante, y peligroso, como es que se
nos haya pedido a los hombres que no hagamos la huelga. Y esto es realmente el
auténtico drama que subyace a todo el movimiento feminista de estas
características y a la disolución actual de la propia izquierda como política general:
la izquierda se ha transformado en una política
de identidades.
De lo que
se trata con esta nueva política identitaria
es de la creación de una serie de identidades cerradas sobre sí misma -que
pueden ser los homosexuales, las minorías raciales, las minorías étnicas o las
propias mujeres, por ejemplo- que sin constituirse con ninguna característica
socioeconómica concreta, pues habrá mujeres u homosexuales de clase alta o baja,
no busca ya la universalización del discurso de la igualdad sino precisamente servir
a un colectivo clausurado que pretende conquistar sus pretensiones, legítimas o
no, particulares. Se trata, en realidad, de que determinados grupos sociales,
que pueden ser muy amplios pero cuya definición está precisamente en su
identidad cerrada pues solo se puede pertenecer a ella por categorías
existenciales, toman el protagonismo político de la izquierda general fagocitando
su discurso y pasándolo de universal a local. Así, la izquierda se va
progresivamente haciendo particularista en sus reclamaciones, lo que sin duda debe
ser una parte de la política pero no toda. La izquierda se convierte así en lobby
de determinados grupos y una consecuencia es que pierda a la clase trabajadora que
se traslada a la extrema derecha que mantiene aún un discurso general (para
saber más aquí uno
y dos).
Y esto
ocurre igual en la huelga autodenominada feminista. Los hombres no hemos sido
invitados a participar en ella por nuestra condición de hombres, de la que no
nos podemos librar salvo accidente grave -nota: y que quede claro que los que
somos tíos muy hombres, viriles y machos alfa tampoco queremos-, con lo cual la
idea que subyace es que existe una diferencia radical e insuperable entre
hombres y mujeres. Así, la identidad del colectivo se convierte en frontera: tú
no eres de los nuestros. Y el antagonismo y la identidad, y no la
universalidad, se convierten en el modelo político, siendo muy interesante al compararlo
con la vieja idea de igualdad política izquierdista. Durante doscientos años se
luchó por la universalidad de derechos para toda la humanidad: el género humano es la Internacional,
decía la copla. Pero frente a esta universalidad, la huelga autodenominada feminista
no pretende la liberación universal sino la de las mujeres por considerarlas
víctimas exclusivas del patriarcado que beneficia a todos los hombres.
Y ya salió
el patriarcado, que es otro error pues sitúa la causa del problema que sufren
las mujeres en un mito histórico no real.
Sí bien ya
hemos hablado extensamente del patriarcado como mito (uno,
dos
y tres),
debemos hacer un pequeño resumen. Nuestra idea es que el patriarcado no es la
causa de la situación histórica de
desigualdad general de la mujer sino una consecuencia. La causa es que todos
los sistemas anteriores al Nuevo Capitalismo se basaban en la explotación del
trabajo y, por ello, la diferencia física en su desarrollo entre hombres y
mujeres fue clave para la postergación femenina: se explotaba más a los hombres
y por ello eran más relevantes socialmente. De hecho, tal y como señalábamos en
nuestra serie reseñada, si el patriarcado hubiera sido la causa última de la
explotación no hubiera habido mujeres por encima en ningún caso de los hombres,
cosa que ha ocurrido en la historia y que sigue ocurriendo, demostrando que la
estratificación social es prioritaria sobre la sexual.
Pero, no
acaba aquí todo y, en cuarto lugar, llevando esta errónea interpretación del
patriarcado hasta extremos ridículos, pero satisfactorios para sus intereses,
el manifiesto nos desvela que la huelga autodenominada feminista del día 8, en
realidad no es tanto feminista como anticapitalista -nota: con lo que se infiere que como no nos
dejan participar a los hombres ser capitalista debe ser cuestión de pene-.
Otro error.
Resulta evidente, y se puede demostrar con todo tipo de datos, que nunca ha habido
mayor igualdad entre hombres y mujeres que con el desarrollo del Capitalismo.
Y, por supuesto, hay que explicar que esta igualación no se produce porque el Capitalismo
sea un sistema que busque la igualdad social, sino porque el Nuevo Capitalismo,
explicamos en los artículos referenciados, al negar que toda la producción sea
exclusivamente trabajo, y situarla también en el consumo, convierte a los
individuos en mercancías abstractas. Así, el trabajo productivo físico ha sido
relegado en su mayoría a las máquinas igualando como mercancías a hombres y
mujeres y logrando una equivalencia en la explotación de ambos y, por ello, una
igualación social.
Pero, esto
que acabamos de contar como teoría tiene una matización. Pues si bien el Capitalismo
permite desarrollar una equiparación en la explotación hombre y mujer, sin
embargo esta no se traslada socialmente por el problema de la conciliación de
la vida familiar con la vida laboral.
Efectivamente,
el problema que se está planteando en la actualidad, y qué es un problema que
viven más las clases bajas que las altas, con lo cual su causa fundamental no
es solo ser hombre o mujer sino social, es la conciliación de la vida familiar
con el desarrollo de la vida laboral y profesional. Lo que hay en realidad no
es una brecha salarial sino laboral pues esta imposibilidad de conciliación
familiar, ya que las mujeres asumen socialmente al cuidar de hijos y ancianos,
hace que las mujeres no puedan acceder a los puestos cualificados en igualdad
de condiciones con los hombres.
Pero,
resulta muy interesante que en todo el manifiesto feminista, sin embargo, no
aparezca una palabra que nos imaginamos es clave para muchas mujeres como maternidad -nota: ni madre-, sino que se sustituya por un eufemismo
cuando menos ridículo: las que reproducen
la vida -nota: cursi y que indica el escaso conocimiento biológico de las
autoras y los autoros-. El auténtico drama de las mujeres en la sociedad
capitalista actual, y en concreto en España, es precisamente, junto con el
cuidado familiar a los ancianos y dependientes, pretender ser madre, es decir
desarrollar libremente una cualidad determinada de ser mujer, y que por cierto
no es tampoco obligatoria, y al tiempo desarrollar una carrera profesional sin
ningún tipo de traba. Y el problema es también que este hecho no es solo un conflicto
femenino, sino que es un problema de igualdad social y político para toda la
sociedad y por lo tanto universal.
De esta
forma, la huelga bien podría haberse realizado con la presentación de una ley
de conciliación laboral y profesional auténticamente progresista e invitarnos a
todos, hombres y mujeres, a apoyarla. Pero se ha preferido un manifiesto
absolutamente genérico y que trata temas de todo pelo por algún motivo y es la
última parte que vamos a desarrollar en este artículo.
¿Por qué no
se ha hecho la huelga sobre la base de un manifiesto y un texto legislativo
concretos? ¿Por qué sobre un manifiesto generalista y pseudorevolucionario?
Se está
desarrollando una clara lucha de poder en la oligarquía que sí tiene un
contenido claramente sexual. Esta lucha de poder en la oligarquía, por lo que
se pone tanto énfasis por ejemplo en la brecha
salarial y no en la brecha laboral, o en el techo de cristal y no en el derecho a la maternidad, es el intento
de repartirse la condición oligarca al 50% entre los hombres y las mujeres de
ese grupo social. La oligarquía está en plena batalla del reparto de poder por
la globalización y está surgiendo con ello una serie de movimientos sociales
que en realidad sólo son una consecuencia ideológica de dicho conflicto. Entre
estos está, por supuesto, el propio feminismo que nosotros hemos llamado de
élite, que no es todo el feminismo pero sí el más visible socialmente. Se trata
de un feminismo que olvida todas las reivindicaciones de las clases baja y
media para centrarse en la de sectores minoritarios y con fuerte poder social,
situándolos falsamente como modelos de lucha femenina universal. Es la
conquista de la identidad de un pequeño colectivo que lucha por su privilegio
social y presenta dicha lucha como de la
mujer. Un colectivo que cuando habla de la
visualización de la mujer quiere decir su propia presencia mediática
buscando aumentar su cuota de poder social.
En
definitiva, la huelga del día 8 no es más que una exaltación de este colectivo
que busca un nuevo reparto del control social. Por eso, los problemas reales de las mujeres
que forman la mayoría social, que son fundamentalmente la cualificación laboral
y poder conciliar vida profesional y familiar, no ocupan un lugar relevante en
el manifiesto.
Por
supuesto, sería ingenuo y profundamente equivocado creer que en una misma
situación social un niño y una niña nacen con igualdad de condiciones
actualmente.
Por
supuesto, sería muy erróneo pensar que las mujeres no sufren una discriminación
que afecta al desarrollo libre, todo lo libre que se pueda ser en el
Capitalismo, de su vida.
Por
supuesto, sería profundamente erróneo creer que esta lucha sólo pertenece a las
mujeres.
Pero
también sería especialmente ingenuo creer que el secuestro por parte de una determinada
oligarquía de los movimientos de igualdad social y el proceso de identidades
cerradas que se está generando en la política autodenominada progresista puede
llevar adelante una lucha realmente efectiva por una sociedad con más derechos.
Y un último colofón. En un
instituto la profesora rebelde se levantó y dijo con voz orgullosa: yo no
pienso hacer que los alumnos lean un texto de Aristóteles porque era un
machista. Y se volvió a sentar para demostrar que los alumnos
y el instituto
y el país
y el mundo
sólo deben leer lo que ELLA quiera:
política de identidad liberadora, sin duda.
2 comentarios:
Dentro de mi entendimiento, Don Enrique, su texto me parece impecable, incuestionable, además de valiente, dadas las circunstancias, pues se atreve a mentar el derecho a la maternidad, con la que está cayendo.
Sólo aportaré una opinió sobre lo que entiendo como una leninista-goebeliana mentira, mil veces repetida, como es la “brecha salarial”.
Que hay brecha, es incuestinable, pero no salarial. Es ilegal. Un maestro tiene un salario independientemente si es hombre o mujer. Como en todas las profesiones.
Es la perversión de los datos estadísticos y a sabiendas de que se está mintiendo al desdescontextualizar el dato, lo que justifica ante un publico dispuesto a tragarse cualquier mensaje antisistema sin masticar y sin dedicarle un segundo de pensamiento crítico.
Hay un dato, estadístico también, que no se mienta y aporta la prueba del 9 de la falsedad de la “brecha salarial”. Los accidentes laborales con resultado de muerte, anualmente, suponen entre 500 y 600 víctimas de las cuales sólo el 10% de las víctimas son mujeres.
Este dato se podía tergiversar interesadamente y afirmar que: los hombres mueren en el trabajo un 1000% más que las mujeres. Como hacen con ese 14% que supuestamente ganan menos las mujeres y justifica el término “becha salarial”
Cuando lo que dice la estadística, y no otra cosa, es que las profesiones de riesgo están mejor pagadas y mayoritariamente desempeñadas por hombres.
¿Hay alguna ley o impedimento para que una mujer desempeñe un trabajo como, por ejemplo, soldador submarino? ¿Le pagarían menos a una mujer soldadora submarina que a un hombre?
La verdadera “brecha” define Ud. estupendamente: “Por eso, los problemas reales de las mujeres que forman la mayoría social, que son fundamentalmente la cualificación laboral y poder conciliar vida profesional y familiar...”.
Lo maquiabélico de difundír esta mentira y hacerla asumir, ¡incluso por el gobierno!, es que como es algo falso es también, a la vez, resoluble e irresoluble, según se quiera. Por tanto, el próximo gobierno, con toda seguridad, de izquierdas, ya tiene una victoria propagandística antes de gobernar, habrá acabado con la “brecha salarial”.
Un Oyente de Federico
http://www.elmundo.es/espana/2018/03/13/5aa80abbca4741e14f8b4595.html
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