lunes, octubre 29, 2007

lunes, octubre 22, 2007

YO LO SIENTO (USTEDES IGUAL LO CELEBRAN)

La cosa empieza a adquirir tintes de absurdo. Ya he resuelto, momentáneamente al menos, mis problemas con el ordenador -gracias D. Pocholo, gracias D. Anónimo, ya tengo una versión de Ubuntu- y ahora vienen problemas con la conexión a internet. Resulta que hay páginas webs -y no sólo las pornográficas, no crean- a las que no puedo acceder y hay direcciones a las que no puedo mandar correos. O sea, que me explico, que yo entro en internet y visito lo que quiero pero de pronto una pagina en concreto me sale error (y está disponible como puedo demostrar). Que mando coreos amenzantes, ustedes me conocen, pero si quiero escribir a una dirección de yahoo, pues va a ser que no. Ya me pasó con la página de D. Ricardo hará una semana pero, por motivos evidentes, no le di importancia. Sin embargo, ahora ya me pasa con otras páginas y con correos y el misterio es grande.
¿Cómo, dónde, por qué?
En fin, que a ver si puedo centrarme. pero, por ahora, difícl alumbrar algo. Y mira que les debo cosas.
Por cierto, que hoy lo comentaba en clase y reconocía mi ignorancia: ¿las anémonas mueren de viejas? Es que he leído que no, que sólo morirían por muerte violenta y si no no lo harían y la cosa me resulta extraña. Y, por cierto, la clase era de Ética de 4º de ESO: en vez de pintar palomas de la paz...

viernes, octubre 19, 2007

SEÑAS DE IDENTIDAD

Cuenta Aristóteles que la Filosofía surgió de la admiración. Quien se admira, reflexiona el pensador griego, se pregunta y para la existencia de la Filosofía resulta fundamental ese cuestionamiento. Pero quien se admira, también y ahora reflexionamos nosotros, es porque mira desde fuera. Efectivamente, solo es posible admirarse cuando se está fuera de la realidad ante la cual uno se admira pues quien se identifica con ella, quien vive acostumbrado a la misma, podrá mirarla pero no desde luego admirarla. La identificación, como ante ese cielo siempre azul desde pequeños y aplacada así la sorpresa por la costumbre, lleva a no preguntarse algo fundamental: ¿por qué es azul?

Durante la semana anterior han pasado muchas cosas, pero, curiosamente y frente a lo que podía pensarse en un principio, unidas por un punto determinado. La memoria (selectiva) histórica, la loa a la bandera –túeresrojatúeresgualda- de Rajoy, el aniversario de la muerte del totalitario Che, la existencia de Público, la persistencia, cada vez más exarcebada, del nacionalismo… Aparentemente todas esas realidades corresponderían a una realidad diferente, merecerían un análisis distinto. Eso es cierto. Pero también lo es que formalmente, en cuanto a la estructura de la forma de pensar que delatan, podrían estudiarse conjuntamente. Pongamos un ejemplo: podemos estudiar cada animal como una especie distinta y sería cierto, pero, al tiempo, podemos fijarnos en alguna realidad estructural para ver sus características comunes: por ejemplo, la existencia de una columna vertebral. Del mismo modo, todos estos hechos son distintos pero podríamos buscar algo que les una: el proceso de pensamiento identitario, de mito.

¿Qué es un pensamiento identitario? Un pensamiento que no argumenta racionalmente sino que se remite, en identificación, a una realidad (la izquierda, la derecha, la nación,…) prefijada. Es un pensamiento cuyo peso argumentativo ya no se basa en una cadena de razonamientos sino en un prejuicio: esto es de izquierdas, esto es de derechas, esto de buenos españoles, esto de buenos vascos,… La identificación es el mecanismo de pensamiento más simple: se trata de un elemental proceso de mimesis, de imitación, con una estructura dominante. La identificación funciona por un mecanismo simple: yo me diluyo en un nosotros previo, mis ideas se adaptan a los prejuicios existentes y, así, no necesito explicarlas ni desarrollarlas: lo pienso porque sí, porque es evidente -¿evidente?-. Así, la definición, que resulta necesaria para iniciar con corrección el pensamiento pero no como su proceso último, se transforma en el fin del proceso identitario: la pertenencia a un grupo como finalidad siendo de derechas, de izquierdas, español o catalán. Desaparece la admiración pues ella es fruto de la extrañeza, de lo que no puede ser reducido al colectivo. La aceptación a priori del discurso, incluso antes de haberlo escuchado pues nunca se analizará, resulta así el resultado último y aparece el slogan y el símbolo. Ambos son el resultado último de la identificación pura, cuando el argumento intelectual ya sobra y la simpleza del análisis se impone: “orgullosos de ser españoles” acaba siendo lo mismo que “pueblo con 7000 años de historia”; “somos progresistas, somos de izquierdas” se asemeja a “somos iglesia”. Y ahí está el punto de unión entre unas cosas y otras.

Efectivamente, todos los elementos arriba citados tienen en común su categoría de símbolos, de pretender unir sin discusión posible a través de una cierta perspectiva de la realidad que resulta a priori incuestionable y quien lo haga será arrojado a las tinieblas exteriores. Así, la unión entre Rajoy abrazado a la bandera -como los borrachos que cantan el Asturias patria querida- y la autoproclamada izquierda abrazada a su historia de luchadores por la libertad –y la camiseta fuck Bush de la publicidad de Público- es en realidad el mismo proceso identitario: la comunión feliz de los elegidos por el prejuicio. La discusión y la argumentación queda postergada ante los hechos. Del mismo modo en que en las sociedades primitivas se venera el tótem, el pensamiento identitatrio moderno, basado en definiciones publicitarias que nunca se explicitan y por eso mismo funcionan, se reproduce en el prejuicioso “somos”: somos de izquierda, somos españoles,… Las palabras sustituyen a los conceptos y las consignas a los argumentos. Así, se pueden repetir argumentos que antes se han criticado para ahora usarlos a favor o viceversa: recientemente Mayor Oreja legitimaba la dictadura franquista, qué raro en alguien del PP, porque muchos españoles estuvieron con ella, pero anteriormente criticaba el argumento de que ilegalizar a Batasuna no era lícito pues implicaba ilegalizar una opción con muchos votos. Y viceversa: quienes utilizaban el segundo argumento antes ahora se llevan escandalizados las manos a la cabeza porque el número se considere juicio moral.

El pensamiento derrotado deja paso al lema :
fuck Bush en la camiseta
bandera de España en el balcón
siete mil años de pueblo vasco,
entre las sonrisas de complicidad de los llamados a la nueva eucaristía.

Lovecraft nunca tuvo el aliento poético de Poe, seamos sinceros. Jamás fue capaz de generar ese aire trágico que recoge los mejores cuentos del segundo: esa tristeza, ese destino que se ve en El gato negro, El corazón delator, La caída de la casa Usher, El hombre de la multitud y tantos otros. Sin embargo, en algo Lovecraft supera a Poe: en la presentación del horror. Y junto a obras muy interesantes que llenaron nuestra juventud de miedo escribió otra que releemos aún horrorizados por algo que no vamos a explicar, tan evidente. El extraño trata de algo terrorífico: un personaje que no pertenece ni a los vivos ni a los muertos, que no se puede identificar con nadie. Y por eso, sólo por eso, es extraño.

jueves, octubre 11, 2007

USTEDES ME PERDONARAN (y un homenaje a los viejos telegramas)

Serios problemas con mi ordenador STOP
Se reinicia constantemente STOP
Es que no puedo escribir STOP
Pero veran este fin de semana STOP
Espero haberlo arreglado STOP
Y escribiré sobre lo unidos que están Rajoy, Zapatero, IU, la (autoproclamada) izquierda y los nacionalistas... STOP
Esto asusta si no fuera porque es lo normal STOP

(Y en un telegrama de los antiguos hubiera salido carísimo. En internet, a través del correo electrónico, es gratis, todavía. Esta parte final es el homenaje a los tecnófobos: puros reaccionarios).

martes, octubre 02, 2007

NATURALEZA, ECOLOGISMO Y PENSAMIENTO TOTALITARIO

La naturaleza más que madre es madrastra. A ella -y hablamos de ella en cuanto constructo mental o sistema biológico no como, evidentemente, sujeto real y sin darle nunca una finalidad racional ni nada parecido- poco le importan los individuos y ni tan siquiera las especies. La única ley de la naturaleza es la selección natural: los más aptos, aquellos que por condiciones azarosas muestran una mejor adaptación al medio, sobreviven. La naturaleza, en cuanto sistema total de la vida, sobrevive así a costa de la muerte y del sufrimiento de los seres que la pueblan. Los nichos biológicos son crueles lugares donde sólo impera la ley de comer o ser comido, la ley del más fuerte. Por eso, vivir en armonía con la naturaleza es un absurdo. O, aún peor, una locura con ribetes totalitarios.

La idea de vivir en armonía con la naturaleza es siniestra. La naturaleza, aplicada a las sociedades humanas, no sería sino la eugenesia: la aplicación de la selección natural a la especie humana. La selección natural propuesta estaría bastante clara: primero caerían los enfermos, los niños deficientes, los débiles,... eso sería vivir en vivir armonía con la naturaleza. La supervivencia de la vida en la naturaleza necesita de la muerte de aquellos que amenazan a la supervivencia de las especie. El todo es prioritario sobre los individuos. Por eso, todos los regímenes totalitarios, y las religiones, han exaltado la idea de ser ellos mismos resultados naturales, de ser algo que procede o bien de una naturaleza general tomada como si fuera una madre o bien de una específica naturaleza humana propia de la especie en cuanto tal. El totalitarismo político, y su forma religiosa que es la mística, parten del supuesto de sistema –de la totalidad- como clave principal de su ideario y, con ello, y al igual que ocurre en el mundo natural, de la insignificancia de los individuos. Lo que importa es la supervivencia del todo –el estado, la nación, el sistema económico- como algo real del mismo modo que la ideología presenta a la selección natural permitiendo la supervivencia de la especie con la eliminación de los débiles. Además, en estos idearios y en la propia naturaleza, el sistema se pone por encima de los distintos individuos que sólo son perpetuadores de la situación y cuya finalidad última es integrarse en ese absoluto: reproducirse y luego morir. La imitación de la naturaleza, el seguir sus reglas, deja a los individuos desarmados ante la totalidad que los reproduce únicamente como medio de su propia perpetuación y no como fines en sí mismos.

Incluso el capitalismo y su ideología liberal repiten el juego de la naturaleza. Por un lado, el sistema de libre competencia emula la lucha por la supervivencia de los distintos individuos en el mundo natural; por otro, al igual que ocurre con los sistemas totalitarios -porque el propio capitalismo lo es- lo que importa no es tanto la supervivencia de los distintos individuos, su vida personal, sino, precisamente, la del propio sistema como estructura. En realidad, y lejos de lo cree el bien intencionado, y por ello mismo errado, ecologista el problema consiste en que la armonía con la naturaleza en el capitalismo desarrollado está perfectamente integrada. Se podría decir, incluso, que el capitalismo actual es naturaleza realizada tanto en el sentido de estructura totalitaria -donde lo que debe prevalecer es la supervivencia de la misma estructura- como, en segundo lugar, en su conexión con las raíces biológicas de la especie humana y con ello con su naturaleza de primate. Alguien podría argumentar que, sin embargo, el desarrollo industrial está destrozando la naturaleza lo que demostraría que no es natural, pero es que ese alguien lo que no entiende es que para el desarrollo natural del capitalismo la única naturaleza es él, es decir: lo que hace el capitalismo no es sino aplicar a la naturaleza las propias leyes que la naturaleza ha creado: la selección del más apto (indudablemente, en una forma metafórica de hablar pues conocemos que la naturaleza, como tal, ni tan siquiera existe).

Así, el pensamiento emancipatorio, si lo desea ser realmente, no puede desarrollar sus tesis en la naturaleza o desde la naturaleza, sino sólo emancipándose, en todos los aspectos, de ella. Por eso, el ecologismo que pretende no ya el respeto al mundo circundante, indispensable como desarrollaremos a continuación, sino la vivencia en armonía con la naturaleza olvida que dicha armonía se basa precisamente en el sufrimiento de los individuos y su insignificancia. Precisamente, las sociedades conformadas de acuerdo a un pensamiento totalitario –y entre ellas están las orientales o las denominadas ahora, y tan valoradas por una izquierda analfabeta, indígenas- siempre han admitido esta armonía que, en términos de desvelamiento ideológico, no significa sino el dominio de unos sobre otros en un reino de necesidad.

Pero ello no quiere decir que el hombre deba destruir lo natural. El respeto al medioambiente es algo necesario. Y no lo es sólo a niveles egoístas, porque si acaso no se hace acabaremos todos, más tarde o más temprano, mal, sino por algo más profundo: por humanidad. El hecho de infringir el mínimo de sufrimiento posible, e incluso de no infringir ninguno, es una conquista del pensamiento humano emancipado, precisamente, de lo natural. Intentar evitar el sufrimiento y sólo permitir el necesario, y aún con idea de culpa cuando por ejemplo criamos animales para comerlos o los sacrificamos en experimentos, no es estar en armonía con la naturaleza sino al contrario: emancipado de ella. La naturaleza es sufrimiento, en ella el sufrimiento es una constante de la vida de los seres vivos. Y allí, en el mundo natural, a nadie le importa. La razón, ciertamente, es una realidad biológica, en cuanto a la evolución del sistema nervioso y del hombre, pero ella misma busca emanciparse de esa naturaleza que la hizo. Sólo la emancipación de lo natural -que incluye la propia liberación y superación del desarrollo capitalista que ha llegado a ser pura naturaleza en cuanto a que forma parte de toda la realidad, incluida la personal, y da razón a la naturaleza biológica humana- puede conducir a una emancipación de la humanidad y, por tanto, de los individuos en cuanto tales. Y se trata de una emancipación, con el desarrollo científico y técnico, real, material, y del pensamiento. Para decirlo con otras palabras: se trata, en definitiva, de pasar de la prehistoria de la humanidad a la historia de los humanos.