Dos
reciente informes, uno
de la ONU –más centrado en los países en desarrollo- y otro de lntermon
–más relacionado con los países desarrollados y más interesante por sus datos-,
analizan cómo la desigualdad ha crecido en los últimos años hasta llegar a ser
la mayor existente desde la II Guerra Mundial. A pesar de la soflama de ciertos
actores económicos cercanos al neoliberalismo -que confunden juicios de valor
con descripciones y mezclan ilícitamente
desigualdad y pobreza- podemos llegar sin duda a la idea de que realmente esto
ocurre así y está aumentando la desigualdad. Precisamente este artículo
pretende desarrollar esto y explicar, o mejor dicho volver a recordar, la causa
de este aumento y analizarla.
En
primer lugar, conviene distinguir desigualdad y pobreza. La pobreza
–nota: a partir de aquí vamos a simplificar pues este no el tema principal del
artículo- es una medida económica individualizada sobre un sujeto que hace
referencia a sus ingresos. Cuando estos son de menos de dos dólares diarios se
suele hablar de pobreza y cuando es de menos de uno de pobreza extrema ¿Pero
entonces por qué se habla de pobreza en España? Lógicamente no se puede creer
que en España haya numerosas personas en pobreza absoluta. Por tanto, cuando aquí
hablamos de pobreza nos referimos a una escala relativa al nivel medio de
ingresos y se será pobre cuando no se llegue a un determinado porcentaje de
dicho nivel. Esto es lo que se conoce como escala Oxford o de la OCDE –nota: aquí un repaso a
la medición de la pobreza-.
Sin
embargo, cuando hablamos de desigualdad lo hacemos sobre la distribución
desigual de la renta –entendiendo ésta en un sentido amplio- . Y aquí
obsérvense dos cosas: la primera, que no hemos puesto el adjetivo injusta, pues
la desigualdad puede ser realmente injusta pero, también, puede ser justa; la
segunda, que puede ocurrir que haya una desigualdad extrema y, al tiempo, no
existir la pobreza.
Expliquemos
con un ejemplo. Imaginemos que la renta per cápita está en 100 –imaginemos
ahora que ese 100 implica a una mayoría- y todos los habitantes del país viven
cómodamente: no hay pobreza y la renta de la oligarquía es 1000. Imaginemos que
aumenta el Producto Interior Bruto y la renta media sigue en 100 pero esa oligarquía
aumenta su renta a 1500 mientras la mayoría de la población la mantiene, ni
siquiera la pierde. La pobreza no ha aumentado, pues no se cumple ninguna
condición de pobreza, pero la desigualdad sí. Es decir: puede aumentar la desigualdad
y no la pobreza. Por eso, lo que los dos informes anteriormente citados
defienden es que la desigualdad, que se puede medir con el coeficiente de Gini,
ha aumentado en los últimos años y sigue aumentando en la actualidad. Es decir,
las sociedades actuales son las más desiguales, y especialmente en los países
desarrollados, desde el final de la II Guerra Mundial.
Pero,
¿cómo es posible o qué está ocurriendo para que aumente la desigualdad y no la
pobreza? Vamos por partes y empieza la polémica –qué va, si nadie me lee-.
En
primer lugar, en el Capitalismo no puede aumentar la pobreza. Esto, que acabará
llamándose la ley Mesa de la pobreza y si no al tiempo, conviene explicarlo.
Cuando hablamos de pobreza nos referimos a los conceptos expresados en este
artículo. De hecho, desde el final de II Guerra Mundial, y en los países donde
existe el Capitalismo, la pobreza no ha hecho sino remitir y aún hoy lo sigue
haciendo.
Este
hecho de que el Capitalismo sea incompatible con la pobreza no hay que verlo,
sin embargo, como una bondad del sistema sino como una necesidad de la
explotación capitalista. Efectivamente, como el sistema ya no explota solo en el
trabajo sino también en el consumo -nota: a partir de ahora un resumen de lo
que se explica determinante en la serie Capitalismo
y explotación (uno,
dos y tres)-
es necesario que para desarrollar dicho consumo la población tenga recursos
suficiente para consumir. Así, la pobreza queda descartada en el sistema no por
bondad o justicia sino por necesidad de explotación.
Pero,
por supuesto, alguien podría señalar que en muchos países sigue existiendo la
pobreza y, por supuesto, sería cierto. Pero habría que precisar cuántos de esos
países tienen una estructura capitalista. Es decir, decimos de forma realmente radical:
en esos países hay pobreza porque no hay explotacion capitalista. O dicho de
otro modo: yo escribo este artículo con una Samsung
Note II porque estoy más explotado que una persona que muere de hambre en
África. Y lo estoy porque mi vida, toda ella, es producción de mercancía y, con ella, explotación.
En
segundo lugar, está el tema de la desigualdad. La desigualdad en el Capitalismo
es posible, pero no necesaria. Volvamos a ir por partes. Ya hemos visto que el
Capitalismo actual es una explotación absoluta, no solo en el trabajo sino
también en el consumo, de la vida humana. Ya hemos visto que por este motivo es necesario, por tanto, un nivel de renta
mínimo que haga posible esta explotación. Ahora se añaden otros dos factores:
por un lado, la necesidad de un volumen de consumo mínimo, relativo a la
producción, para mantener el sistema; por otro, la forma de llegar a dicho consumo
mínimo.
Efectivamente
el Capitalismo necesita un volumen de demanda mínimo para no colapsar. Esto se
debe a la producción incesante de mercancías que necesitan entrar en el juego
del mercado y ser consumidas para dejar su paso a otras. Hasta los años 80, más
o menos, este problema se solucionó con la impresionante subida del nivel de renta
en occidente que era además el sujeto principal de la producción capitalista.
Sin embargo, a partir los 90 entraron en escenas nuevos sujetos en el
Capitalismo como los países liberados del totalitarismo comunista y los países
llamados emergentes (primero el sudeste asiático y luego los BRIC). Con esto,
lógicamente, se incrementa la producción capitalista en sentido doble: primero,
en cuanto a producción de bienes producidos; segundo, en cuanto a capacidad de consumo
y número de consumidores. Y ahí se abre la posibilidad del aumento de la
desigualdad.
Efectivamente,
el aumento del número consumidores inmediato en el mercado capitalista dispara
la producción por el consumo. Y, como alguien lo estará pensando, responderemos
que no se trata de que todos los habitantes de estos países emergentes se
conviertan en consumidores absolutos sino que basta con un escaso 20% para que
el mercado sume de inmediato unas mil millones de nuevas mercancías -Traduzco:
consumidores-. Y con ello, la condición de posibilidad del aumento de la
desigualdad en los países capitalistas.
Efectivamente,
si el Capitalismo consigue beneficio de la producción laboral y de la
producción por el consumo, solo al lograr aumentar la segunda logrará transformar
la redistribución de la riqueza hacia una mayor desigualdad. La oligarquía, por
la explosión del consumo que implica la globalización, puede ahora aumentar su
propio beneficio económico precarizando a la clase media que ya no es necesaria
–ni como necesidad de producción ni como necesidad ideológica por la caída del bloque
soviético-. Al aumentar el consumo por
otro lugar, la oligarquía occidental puede rebajar el consumo de sus propias zonas
de control –cambiar un consumo por otro- y con ello iniciar un proceso de
precarización en el nivel de vida de los habitantes de occidente. A su vez, la
oligarquía de los países emergentes cederá cierto nivel de renta por su llegada
al capitalismo haciendo desaparecer la pobreza en su área de influencia, pero ya
no necesita que su población llegue al nivel a la que llegó la occidental para
garantizar el consumo y evitar el colapso. De esta forma, efectivamente se
reduce la pobreza y, al tiempo, aumenta la
desigualdad, especialmente en los países desarrollados donde ya no es necesario
un nivel de vida tan alto.
Y
aquí, como en los chistes hay dos noticias: una buena y una mala.
La
buena es que el aumento de la desigualdad no es una necesidad del capitalismo
sino un interés particular impuesto por la oligarquía. Por tanto, su superación
es posible de manera meramente
reformista pues no se trata de algo estructural.
Pero,
ahora la mala. Y la mala es la pésima gestión que de esto lleva la izquierda. Esta
parece no comprender que el conflicto inmediata es la desigualdad creciente
porque esta implica, y aquí sí necesariamente, que la oligarquía aumente su
poder no solo de renta sino también socioeconómico y político. Y parece no
entender que la solución solo es posible desde una perspectiva internacional y no
con salidas tribales.
Como
en los chistes. Y el chiste es bueno. En una galera romana llega el capitán e
informa a los galeotes
- Hay
dos noticias, una buena y una mala. Os diré primero la buena: ¡viene Julio
César!
- Bieeeeeeeeeen
– gritan los galeotes.
- Y
ahora la mala –añade el capitán- Que viene a hacer esquí acuático.
Y
los galeotes reman cada vez más deprisa mientras discuten el inalienable
derecho a decidir la bandera que ondeará en el mástil.