Hay una escena magistral en Casablanca, pero qué escena nos es genial en esa película. En ella, el comisario Renault ordena cerrar el local de RicK (Humprey Bogart) y ante la pregunta de un gendarme sobre bajo qué acusación se hará, Renault, aún con las fichas en la mano de sus ganancias en la ruleta, exclama con tono indignado: ¡Qué escándalo, qué escándalo!, he descubierto que aquí se juega.
De pronto, y ante una bomba, el gobierno y afines han descubierto que ETA está empleando la violencia. Por supuesto, no valía para ello la presencia de la extorsión, el robo de armas, el encañonar a un gendarme francés o secuestrar a una mujer con su coche para huir. Eso, no era violencia para el grueso del Parlamento español. Debían de ser accidentes, aunque en este caso no mortales.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que ETA recurre a la violencia!
De pronto, el gobierno y afines descubren asombrados que el autodenominado proceso de paz no era para ETA más que dos cosas: por un lado, una oportunidad para rearmarse (lo ha hecho); por otro, la búsqueda de una conversación política donde ellos llevarían la voz cantante. Asustado por unas encuestas que no le hacían despegar y ante la proximidad de las elecciones, autonómicas y, especialmente, generales, el gobierno procuró sosegar a los terroristas en dos frentes: el político, dando alas a Batasuna y a la famosa y antidemocrática mesa de partidos; el legal, vía Fiscalía, buscando suavizar las condenas o, directamente, eliminarlas de terroristas y entorno etarra. Todo por vender el proceso (y con el lote, tal vez, algo más). Sin embargo, para los terroristas no era suficiente.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que ETA no quiere democracia!
De pronto el gobierno y afines descubren que lo que ellos, y por cierto la derecha, ¿pero ya hay diferencia?, llaman izquierda abertzale, o sea: cómplices directos de ETA, no condena el atentado. Vaya, vaya, ¿quién lo podría esperar? Y eso que Otegi era, ¿es aún?, un hombre de paz. La izquierda abertzale, o sea: los cómplices de ETA, resulta que no está dispuesta a algo tan elemental como condenar un crimen. Y ellos que hasta se reunieron para mirarles a los ojos e iban a hacer una mesa política de partidos todos en unión.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que Batasuna es como ETA!
De pronto la derecha, y ahí está Acebes como ejemplo, exige al gobierno información clara, continua y fiable. Acebes, corriendo el 11-M para decir que había sido ETA, exige ahora, ahora sí, información fiable. Y lo publica orgullosa Libertad digital. Y añade Acebes que sabe lo que se dice porque él fue ministro. Y ha debido de tener delante un buen motivo para sospechar, malditos espejos.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que el gobierno manipula información!
De pronto, en fin, todos descubren lo poco que queda para las elecciones -increíble portada de El País el pasado 24 de diciembre donde en su titular ponía: “Zapatero exige a sus ministros medidas de impacto para despegarse del PP” (para despegarse, no para nada más)- y todos corren para asegurarse un lugar bajo el sol.
Al fin y al cabo alguno descubrirá tarde o temprano, ¡qué escándalo, qué escándalo!, que aquí también se juega.
De pronto, y ante una bomba, el gobierno y afines han descubierto que ETA está empleando la violencia. Por supuesto, no valía para ello la presencia de la extorsión, el robo de armas, el encañonar a un gendarme francés o secuestrar a una mujer con su coche para huir. Eso, no era violencia para el grueso del Parlamento español. Debían de ser accidentes, aunque en este caso no mortales.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que ETA recurre a la violencia!
De pronto, el gobierno y afines descubren asombrados que el autodenominado proceso de paz no era para ETA más que dos cosas: por un lado, una oportunidad para rearmarse (lo ha hecho); por otro, la búsqueda de una conversación política donde ellos llevarían la voz cantante. Asustado por unas encuestas que no le hacían despegar y ante la proximidad de las elecciones, autonómicas y, especialmente, generales, el gobierno procuró sosegar a los terroristas en dos frentes: el político, dando alas a Batasuna y a la famosa y antidemocrática mesa de partidos; el legal, vía Fiscalía, buscando suavizar las condenas o, directamente, eliminarlas de terroristas y entorno etarra. Todo por vender el proceso (y con el lote, tal vez, algo más). Sin embargo, para los terroristas no era suficiente.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que ETA no quiere democracia!
De pronto el gobierno y afines descubren que lo que ellos, y por cierto la derecha, ¿pero ya hay diferencia?, llaman izquierda abertzale, o sea: cómplices directos de ETA, no condena el atentado. Vaya, vaya, ¿quién lo podría esperar? Y eso que Otegi era, ¿es aún?, un hombre de paz. La izquierda abertzale, o sea: los cómplices de ETA, resulta que no está dispuesta a algo tan elemental como condenar un crimen. Y ellos que hasta se reunieron para mirarles a los ojos e iban a hacer una mesa política de partidos todos en unión.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que Batasuna es como ETA!
De pronto la derecha, y ahí está Acebes como ejemplo, exige al gobierno información clara, continua y fiable. Acebes, corriendo el 11-M para decir que había sido ETA, exige ahora, ahora sí, información fiable. Y lo publica orgullosa Libertad digital. Y añade Acebes que sabe lo que se dice porque él fue ministro. Y ha debido de tener delante un buen motivo para sospechar, malditos espejos.
Pero ahora, ¡qué escándalo, qué escándalo, hemos descubierto que el gobierno manipula información!
De pronto, en fin, todos descubren lo poco que queda para las elecciones -increíble portada de El País el pasado 24 de diciembre donde en su titular ponía: “Zapatero exige a sus ministros medidas de impacto para despegarse del PP” (para despegarse, no para nada más)- y todos corren para asegurarse un lugar bajo el sol.
Al fin y al cabo alguno descubrirá tarde o temprano, ¡qué escándalo, qué escándalo!, que aquí también se juega.