viernes, enero 29, 2010

APRENDIENDO UNA LECCIÓN

Hace poco hice yo un comentario sobre la última -¿última?- sandez de Chávez, presidente de Venezuela. Sin duda, la sandez es mayúscula. Pero lo que importa ahora es otra cosa. D. Pocholo, que es un contertulio muy valioso en este blog, se quejó del comentario y al responderle señalé que Chávez es un dictador.

Suelo hacer un ingenioso comentario en clase cuando al tomar una decisión, por ejemplo regañar a alguien porque pinta en la mesa y obligarle a borrarlo, me autocalifico de fascista. La idea de la afirmación es demostrar mi ingenio pero al tiempo, ya de paso, hacer ver a los alumnos que las palabras que se emplean sin sentido resultan al final sin significado. Fascista sea tal vez el ejemplo paradigmático de ello: hoy en día cualquiera es un fascista. Y así uno ha llegado a oír catalogar a cualquiera, desde el PP al pobre Santo Tomás de Aquino, de fascista.

Lo peligroso de perder el rigor en las palabras se encierra en algo importante: las palabras no son solo estados de ánimo sino que tienen una objetividad, en cuanto a su significado, que escapa a nuestra particular visión. Así, el mal empleo generalizado de una palabra implica un componente ideológico terrible: las palabras acaban significando aquello que los grupos de presión deciden. Y así, el lenguaje se convierte en prisionero ya no de una tradición que tarda años en imponerse -con lo cual hay más tiempo para luchar contra esos grupos de presión, nadie es ingenuo- sino de una inmediatez que se impone desde los medios de comunicación. Y curiosamente, aunque tal vez no, el lenguaje va perdiendo fuerza en su descripción hasta quedar convertido en algo ya sin sentido. El empleo cotidiano de la palabrota, por ejemplo y que es otra cruzada que tengo en la escuela para hablar bien y sin tacos, ya no permite saber quien se cabreó(sic) y quien simplemente se sintió molesto por algo: para cualquier estúpido comentarista deportivo –nota: hacer un análisis de cómo la prensa deportiva se ha convertido en el modelo periodístico a imitar- es lo mismo.

Pero, también a veces conviene no irse por las ramas porque la sutileza puede esconder la indefinición. Cuando utilicé la palabra dictador, D. Pocholo volvió a escribir -y les aseguro que por lo que sé de su vida, D. Pocholo no disfruta de mi placentera existencia laboral sino la normal en la explotación del trabajo cual aún me provoca mayor admiración en su seguimiento- para quejarse de que atribuyera tal calificativo a Chávez. Y tiene razón porque resulta curioso que yo había caído en aquello que suelo criticar: usar las palabras sin sentido. Chávez no es un dictador, al menos en el sentido exacto del término. Y por tanto, si quería catalogarle así debería haber dado una explicación posterior. Porque si no la doy, y no fue así, lo que estoy pidiendo a la gente que lee es la complicidad a priori con mis ideas antes de la argumentación sobre las mismas: pido fieles, tal vez militantes, y no lectores. Y eso, desde luego y perdonen la pedantería, no es ilustrado.

D. Pocholo nos ha dado una lección. Nunca es tarde para aprender, bueno y ya tampoco para seguir trabajando hasta los 67 aunque eso es otra triste historia. Por ello, gracias.

miércoles, enero 27, 2010

EDUCACIÓN Y SISTEMA PRODUCTIVO

La tasa de fracaso escolar es del 30%, en los cálculos más optimistas. Esto quiere decir que uno de cada tres alumnos de la Educación Secundaria Obligatoria la abandonan sin conseguir el título mínimo. El título de la ESO podría parecer así que resulta difícil, pero cualquiera podría darse cuenta de que es un título tan barato pedagógicamente hablando que un alumno en condiciones normales debería sacárselo sin problemas. Y ante esto cabe una pregunta: ¿cómo es posible que haya tanto alumnado que no lo consigue?

Pero también quiere decir algo más. Porque hay veces que las preguntas se contestan con la respuesta a otro pregunta. Es más, hay veces que una pregunta que se limita a un campo concreto debe ampliarse para, al menos, encontrar una respuesta satisfactoria. Y la pregunta sobre el fracaso escolar tiene otro lado y lo mismo su respuesta. Reformulemos la pregunta: ¿cómo es posible que una economía pueda permitirse un 30% de fracaso escolar?

Se entra aquí en un campo nuevo que, nos parece, no ha sido muy trillado. Efectivamente, cuando se habla de educación se suele explicar todo de acuerdo a causas endógenas, las estrictamente educativas al referirse a la propia labor docente o leyes educativas, y, como mucho, alguna exógena como la familia y, si acaso, el modelo social televisivo. Así, lo que por supuesto tiene su parte de razón indudable, la causa de los malos resultados educativos está en hechos limitados socialmente, en lo que acontece en la escuela y en casa, o directamente subjetivos, el mayor o menor esfuerzo del alumnado o la pericia docente de sus profesores. Y, repetimos, mucha verdad hay esto. Sin embargo, no toda la verdad. Porque efectivamente ha habido una serie de factores externos a la educacion que también han abocado a esas cifras de fracaso escolar. Y si esas cifras se llevan produciendo años, gobierne quien gobierne, y nadie ha puesto remedio cabe pensar que es porque quizás, aquí se plantea la hipótesis principal, un 30% de fracaso escolar hasta ahora no haya sido malo para el sistema productivo del país.

Nuestro sistema productivo, o sea el de España, es un sistema que en su anterior formación de empleo tenía como motores a la construcción y los servicios y ha estado basado en la baja cualificación profesional y en el contrato temporal. Ello ha permitido, por ejemplo, una afluencia extraordinaria de inmigrantes, o sea tráfico humano, asumidos en poco tiempo como mano de obra barata por esos mismos sectores económicos. Pero, era imposible cubrir esta demanda productiva con solo la inmigración, sino que se necesitaba, y aquí hay cierto patriotismo sin duda, también generar una cantera propia. Efectivamente, el diseño productivo español, con la preeminencia de la construcción y del turismo como los principales sectores emergentes hasta la crisis, no ha necesitado una cualificación para su mano de obra. Y con ello no ha tenido la necesidad de generar un sistema educativo que la ofreciera. Es más, hubiera sido contraproducente para ese mismo sistema productivo.

Tenemos aquí dos hipótesis. La primera es que el sistema educativo español no tenía, ni tiene, calidad alguna y esto era permitido porque al sistema productivo le era indiferente la cualificación de un amplio espectro de su juventud pues los puestos laborales a ocupar no la requerían. La segunda, es que además no solo le era indiferente sino que era beneficioso para ese mismo sistema productiva la baja calidad educativa.

Empecemos por la primera que, a grandes rasgos, ya ha sido explicada. Un sistema productivo que emplea a un contingente importante en construcción, o sea: poner ladrillos, y servicios, o sea: servir en un chiringuito o limpiar el polvo, no necesita una alta cualificación de sus empleados. Efectivamente, cualquiera puede hacerlo. No quiere esto decir que no haya en esos sectores trabajos específicos que sí requieran dicha cualificación alta, sino que el grueso del trabajo se puede realizar sin ninguna preparación profesional exhaustiva. Así, la escuela obligatoria podía generar un fracaso escolar regulado, en cuanto a estar siempre en torno al 30%, porque ese contingente de personas iban a ser asumidos, como así fue, por el propio mercado laboral. Y al hacerlo iban, además, a entrar en la otra faceta productiva del actual capitalismo como es el consumo. Al tener un sueldo, y no estar gastando dinero público en estudiar, dinamizaban a su vez la economía. Y esto, por supuesto, no tiene que ver como un maquiavelismo de la autoridad pública, sino con una inercia de un modelo productivo concreto, en cuanto a estar centrado en construcción y servicios, y del desarrollo del capitalismo, en sí, como modelo productivo que ha convertido el consumo en producción.

Así, al sistema educativo no le importaba el fracaso escolar y esto se ve en que las grandes polémicas sobre el mismo no ha sido tratado esto sino motivos menores: que si la superstición en forma religiosa en las aulas, o la ñoña educación para la ciuudadanía o, el último invento de la derecha, los colegios bilingües. Nada que tuviera que ver con que un 30% de la población no supiera ni leer ni escribir correctamente sino que se peleaba -¿se peleaba?- sobre el espíritu solidario o la salvación, eterna eso sí, de su alma en inglés.

Pero vayamos ahora a la segunda hipótesis. No sólo había indiferencia, sino que también era beneficioso para el sistema productivo este fracaso escolar. ¿Por qué? En primer lugar porque ahorraba al estado el pago de estudios a un número prescindible productivamente. Si hubieran seguido estudiando su gasto social hubiera sido más elevado pues en primer lugar hubieran generado un gasto educativo, con su expulsión se ahorra esto, y en segundo lugar su realidad económica como consumidores, al tener un suledo, se hubiera visto mermada. Así, el fracaso escolar era un ahorro al menos a corto plazo. Pero, en segundo lugar había otra característica propia del sistema español: el despido libre y gratuito encubierto bajo contratación temporal. Resulta curioso, y solo resaltamos lo de curioso porque si bien hay una correlación indudable no es sin embargo tan exacta, que coincidan las cifras entre el índice de fracaso escolar y de contratos temporales en torno al 30%. Efectivamente, una clase trabajadora privada de sus mínimos derechos, y en eso ha consistido la proliferación del contrato temporal, debía ser a su vez una clase obrera escasamente cualificada para su recambio automático. No es que todo contrato temporal implicara un empleado de baja cualificación sino que los sectores productivos fundamentales, construcción y servicios, utilizaban esa táctica de forma arrolladora. Y como sus empleos eran pocos cualificados, su recambio no exigía nada. Y hay aún un tercer punto. Una clase trabajadora poco cualificada o con bajo nivel cultural es menos conflictiva. Y lo es no tanto por una pretendida ausencia de conciencia social desinteresada sino porque entiende, con razón, que su sustitución es más fácil y por lo tanto traga más. Así, el fracaso escolar no importaba porque incluso resultaba beneficioso para la producción en España. Y España aquí, desengañense, no somos todos.

Pero la crisis vino. Y de pronto ese modelo productivo resultó, oh sorpresa, erróneo. Y de pronto nuestros políticos, e incluso esos contertulios capaces de hablar de todo sin rubor, decidieron que el fracaso escolar era insufrible. Pero lo es ahora porque el modelo productivo anterior ya, tal cual era, no es viable. Y se han puesto a hacer un pacto educativo. Y aquí me lanzo a la adivinación. Todo el pacto educativo tan cacareado se va a reducir a facilitar el acceso a la Formación Profesional, de un modo u otro, para formar obreros más cualificados. Pero no, eso no, ciudadanos más cultos. Porque el sistema producitivo manda. Y eso, por supuesto, no quiere decir que no haya una culpa individual en cada alumno que no aprovecha la oportunidad de la educación sino que objetivamente ese porcentaje de fracaso escolar fue asumible y recomendable productivamente. Y por eso nadie lo paró.

Los bonobos son unos primates parecidos a los chimpaces, pero con una característica específica: se pasan el santo día practicando sexo. Y en muchas variantes. El otro día explicaba esto en clase, por un tema relativo a la evolución, y más de un alumno soñaba con semejante vida: comer y copular. Añádanle producir beneficio y tendrán un buen ciudadano. La educación como adquisición cultural, sin duda, sobra. Excepto para producir beneficio como adiestramiento. Porque el resto es fácil: abrirse de piernas o empujar.

martes, enero 26, 2010

BORREGUISMO

El cristianismo, al menos y es justo reconocérselo, siempre lo tuvo claro: eran un rebaño con pastores. Algo más tardó la autoproclamada izquierda en descubrirlo: le llamaron centralismo democrático. Ya, apenas queda gente que añore a la extinta dictadura soviética. Hoy, más turísticos, gustan de zonas exóticas. Venezuela es una: apoyo al movimiento bolivariano. Y todo el desarrollo intelectual de esa izquierda queda demostrado ante cosas como esta: ¿quién fue el culpable del terremoto de Haiti? Pues quien habría de ser: el imperialismo americano y sus nuevas armas.

Y pum, pum,
Abreeeeeeeeeeeeeeeeeeee la muralla.
Y cierra, eso claro, el corral.

miércoles, enero 20, 2010

HIP, HIP, HURRA

Uno se imagina la escena. Reunión de los empresarios: la CEOE. Contándose el fin de semana.

Yo leí a Kant (y lo he entendido)
Yo oí a Schoenberg (cómo me gusta)
Yo vi Avaricia (aunque no conseguí ponerle el audio).
Jo, son tan distintos de la chusma…
Osssea

Y de pronto se pone a hablar Díaz Ferrán. Emoción contenida.

Gerardo, permítanme que le llame Gerardo, estuvo sin pagar a los trabajadores de su empresa.
Gerardo, permítanme que le llame Gerardo, les ha dejado sin trabajo.
Gerardo, permítanme que le llame Gerardo, ha estafado a un montón de viajeros.

Gerardo, osssea, habla. Allí, ante la cúpula de los empresarios españoles que no pueden dormir ante el paro, ante la crisis, ante la situación económica. En fin, ante el sufrimiento. Llorando por Haití. Buena gente.
Osssea, otra vez.

Y cuando Gerardo acaba no hay duda -¿o sí pero escondida no vaya a ser que pierda mi mercedes?-: ovación de gala.

En este país hay más de cuatro millones de parados, según las ultimas estadísticas.
Hay menos gentuza, sin duda también. Lo que pasa es que suelen reunirse en clubs privados y así destacan.

martes, enero 19, 2010

HAITÍ PASANDO POR TORREJÓN

Hay gente sensible y cargada de emociones. Yo, no. Y, a qué decirlo, estoy aburridísimo de Haití. Otro día explicaremos esto. Pero, espero, que nadie vea una especie de esnobismo sino, precisamente, lo contrario. No estoy harto de Haití porque me sienta por encima, sino porque me siento por debajo: es un hartazgo desde, me gusta pensar esto aunque quizás no sea cierto, una especie de indignación moral. Pero, la indignación moral siempre resulta peligrosa porque en el fondo excluye la argumentación al hacer que el indignado tenga razón, incluso antes de razonar, por el mero hecho de su emoción. Y las emociones puras son la antesala del totalitarismo.

Resulta que el otro día en Torrejón de Ardoz, provincia de Madrid, se han guardado tres minutos de silencio -¿tres minutos?, demasiado tiempo y seguro que fueron algo menos- por los muertos en el terremoto de Haití. Al fin y al cabo, como todo el mundo sabe, el ayuntamiento de dicha ciudad siempre ha tenido una gran preocupación por lo que pasa en Haití -esto es injusto: la misma que yo y que todos-. Pero leyendo más la noticia, se llega al punto: en especial por el matrimonio que era originario de esta urbe. Eso está mejor. La boina, nacionalista al fin, debe perpetuarse -y más ahora que es tan de izquierdas-. Y duele más emocionalmente que muera un vecino que alguien desconocido. Lo que no sé es si eso está bien.

Hace poco tiempo murió Vicente Ferrer, el misionero español que trabajaba en la India. Y los periodicos se llenaron de titulares sobre él. Todo emotivo. Hace poco tiempo alguien, muy inteligente y culto por cierto, me dijo que la ética de Kant, basada en el deber y rechazando las emociones inmediatas, era inhumana. Y yo pensé justo lo contrario: hay más humanidad en Kant que en todas las emociones inmediatas de Vicente Ferrer, que era sin duda una buena persona, o la colectiva de Torrejón, mucho más sospechosa.

Pero ahora no puedo explicarlo.

domingo, enero 17, 2010

¿SIN PUBLICIDAD?

Tampoco es justo mitificar los programas. Y además, la memoria engaña mucho. Sin embargo, hubo un tiempo en que Días de cine fue un buen, sin más exageraciones, programa. Era interesante y útil.

Este año, según parece, la televisión pública nacional no tiene publicidad. Fíjense en el logotipo ese del lado superior derecho.

También hubo un tiempo, creo recordar, en que publicidad e información eran dos cosas distintas. Es más, hubo un tiempo en que antes de empezar Días de cine hubiera habido anuncios.
Ya no hace falta.

Días de cine, emisión del 14-01-2010

jueves, enero 14, 2010

PAPÁ ESTADO (no me deja fumar)

Proximamente se va, al parecer, a aprobar una nueva ley antitabaco. El asunto, más allá del tema puntual de ser fumador o no -yo fumo poco y si acaso un puro después de comer en restaurante y en el fútbol-, implica el límite del estado en su relación con la vida personal pues en la futura ley el estado se arroga un derecho sobre el mantenimiento de la salud individual en un doble sentido: por un lado, impidiendo que alguien realice una acción consciente, y esto es importante, que perjudica, al hacerlo en ciertas dosis, su salud; segundo, porque implica además a quien tiene un local de ocio al prohibirle por ley que en dicho establecimiento se consuma una sustancia cuyo comercio es, paradójicamente, legal. Así, y en definitiva, la pregunta que surge es si el estado debe intervenir en la vida de la gente y cuál, si lo hubiera, sería el límite de esa intervención.

En primer lugar, ¿puede el estado intervenir en las relaciones entre individuos? La respuesta liberal auténtica sería que no. Bueno con una curiosa -¿curiosa?- excepción: sí puede hacerlo para defender la propiedad privada. El liberalismo clásico así solo quiere una función estatal: la policía, evitando cualquier otro elemento. Es un estado mínimo que sirve a sus intereses. Sin embargo, nosotros creemos que la función de un estado democrático es la defensa de los derechos de los ciudadanos. El estado, así, no ocupa una pequeña parcela de la existencia sino una central. Pero es al servicio de los ciudadanos y sus derechos y no imponiéndose sobre ellos: el estado garantiza el cumplimiento de esos derechos porque así se respeta la autonomía personal. De esta forma, el estado debe intervenir, ya sea en la vida pública o en la privada, cuando las relaciones interpersonales son relaciones de dominio en la cuales una de la partes pierde su capacidad de obrar libremente porque el factor determinante es el mayor poder de un elemento sobre el otro a priori. Así, el estado tiene el deber y el derecho a intervenir cuando una parte intenta imponer condiciones a la otra por su mayor poder –ya sea social, económico, físico o de cualquier otra índole- y con ello niega la igualdad de derechos como algo fundamental. Por ejemplo, el estado tiene derecho, y esta es una diferencia fundamental con el liberalismo, a prescribir las formas de contratación laboral pues en ellas ambos elementos –empresarios y trabajadores con su fea costumbre de comer todos los días- no parten de una igualdad. El estado, pues, como garante de los derechos interviene para evitar las situaciones de dominio o, cuando menos y si acaso son inevitables en cierta medida, regularlas. De esta forma, el estado sí puede intervenir en la vida de los ciudadanos, pero lo hace no desde el cariño o desde la visión del padre sino como un artilugio artificial y cultural –para otro día: ¿hay algo mejor que ser cultural y artificial en una naturaleza que se rige por la supervivencia del más apto?- que busca defender el derecho de cada ciudadano. El estado así debe garantizar mi libertad, no coartarla.

Pero, surge ahora una segunda cuestión: ¿hasta dónde llega este derecho del estado y puede llegar hasta la vida privada? Pues puede y debe siempre que en dicha actividad privada se conculque el derecho de un ciudadano. Por eso, el estado puede regir ciertas conductas como delictivas pues en ellas se conculca un derecho ciudadano. Poniendo un ejemplo brusco pero que creo esclarecedor: el estado debe perseguir a los violadores pero no a las personas que mantienen relaciones sadomasoquistas consensuadas. Y ello es así porque en el primer caso se conculca un derecho mientras que en el segundo se ejerce: uno puede disfrutar siendo atado, amordazado y dominado si, a priori o previamente, lo ha acordado así. Ello, por supuesto, no quiere decir que todo lo permitido en la ley sea bueno moralmente. Pero sí quiere decir que el estado no es quién para decidir qué es moral o no -lo que no quiere decir que la moral sea subjetiva o que sea cierto el relativismo-: el estado solo debe prohibir aquello que impida el libre ejercicio de un derecho y permitir aquello que garantice su disfrute. Así, el estado hace bien en permitir las bodas homosexuales pues es garantizar un derecho del ser humano, formar una familia social e institucionalmente reconocida, a un colectivo al que hasta ahora se le negaba. Y por ello cuando la derecha o las instituciones cristianas defendían que no se podían casar lo que defendían era precisamente un estado totalitario en el cual el estado regía la moral sobre los individuos. El estado era mi papá –tal vez aquí mejor sin acento-

Así, el estado no interviene en lo moral sino en una fase primaria pues solo puede ocuparse de defender los derechos de los ciudadanos. El estado es el garante no de la moralidad pública sino de que las relaciones de dominio no se den y si acaso tienen que darse por necesidad social -por ejemplo en la jerarquía de un trabajo o entre guardia civil de tráfico y conductores o profesores y alumnos- sean regladas de forma tal que se garantice el derecho de cada parte. Y por supuesto ello no significa que toda relación en la cual no haya dominio sea moralmente buena –para otro día: tal vez acostarse con alguien sin que haya una relación sentimental sea moralmente malo- sino que no es el estado quien tiene legitimidad para juzgarla.

Pero, ¿y lo de fumar? Parece claro que fumar, en determinadas dosis que por otra parte son las habituales, perjudica la salud. Eso es indiscutible. Y lo es también que el estado no tiene la obligación de cuidar a aquel que ha decidido conscientemente no cuidarse a través de un sistema solidario como es la seguridad social. Pero la solución a eso es sencilla: subir el precio de la cajetilla hasta que su venta cubra el gasto que el tabaco hace a la sanidad pública, obligando así al individuo a costearse su acción y sus futuras consecuencias. Esto por tanto, una vez que el tabaco es de venta legal, no puede aducirse como hecho para impedir fumar. ¿Pero y los fumadores pasivos? Efectivamente, aquí el estado hace bien en prohibir lugar en determinados lugares donde los sujetos no están por su voluntad expresa en el ocio, como por ejemplo el transporte o el centro de trabajo, pues sería dominación obligar a alguien a tragar el humo de otro cuando su presencia allí no es estrictamente voluntaria. Sin embargo, el problema surge cuando el estado decide, como lo ha hecho en la mayoría de los países, prohibir fumar en aquellos locales donde uno está estrictamente en tiempo de ocio, pues su presencia allí sí es voluntaria –ahora analizamos a los trabajadores del local-. Quien sí podrá impedirlo será el propio dueño del local pues forma parte de sus derechos, como abrir un restaurante exclusivamente vegetariano o un bar donde no se sirva alcohol, pero el estado no debería hacerlo pues es una acción entre adultos en la cual nadie impone nada a nadie. Uno puede ir a un local donde se fuma, donde no exista humo o donde el dueño, en aras de su negocio, haya hecho dos zonas. En realidad, el único colectivo dominado aquí serían los trabajadores del local. Y para ellos se aplicaría esa medida extraordinaria que es la reglamentación: el estado debería garantizar, ahí sí, que estos trabajadores tuvieran un régimen especial, como lo tienen aquellos que trabajan en lugares de riesgo, de acuerdo al perjuicio que sin duda tienen. Es decir, se trataría de que el único colectivo que sufre ahí la dominación, pues ni dueño ni clientes escapan a una acción libre, vea compensada su situación.

El estado no es un padre. Sin embargo, cada vez más, se le exige actuar como tal: desde que prohíba fumar hasta que prohíba programas de televisión o dar opiniones de cierto contenido en debates históricos. Quienes desean un estado así, sin embargo, olvidan que es la autonomía individual lo que debe regir una sociedad democrática y que el estado no debe cuidar a los adultos. Debería ser el ciudadano el elemento fundamental de la democracia y no el estado. El estado democrático debe estar al servicio del pleno desarrollo de la autonomía personal y no de colectividades –ya sea pueblo, patria u otras zarandajas- míticas. Porque puede llegar a ocurrir que de padre pase a patrón, peligroso parecido en las palabras, y de patrón a cacique.

miércoles, enero 13, 2010

POLÍTICA Y DESARROLLO DE CAPITALISMO

La FUNCAS ( la Fundación de las Cajas de Ahorros) ha sacado un estudio sobre la situación económica de España. Y en él señala que únicamente se volverá al 8% de paro anterior a la crisis dentro de diez años. Pero lo interesante es que no pone condición alguna sobre partido gobernante para ello, sino que lo da como un hecho de predicción cierta: como que la tierra, independiente a la voluntad de sus habitantes, se mueve. Pues eso, en 2020, más o menos, un 8% de paro.

Y ahora la pregunta: ¿y qué se vota entonces? Y que conste que esto no pretende ser el típico argumento de que no importa nada sino todo lo contrario. Es todo tan importante que esto asombra e interesa.

¿Me explico?

domingo, enero 10, 2010

VIDA INTERIOR/40: MÁS NIEVE

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz.



al oír caer la nieve leve sobre el universo y caer leve la nieve, como el descenso de su último ocaso, sobre todos los vivos y sobre los muertos
James Joyce, Los muertos

jueves, enero 07, 2010

VIDA INTERIOR/39: VIEJO

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz.

Uno se levanta. Sube la persiana y ve nevar. Y piensa:¡encima nevando! Y entonces se da cuenta de que es viejo.
Y.
Luego debería ponerse triste añorando su infancia perdida. Y uno no lo hace. Crecer es ser humano. Ser humano es ser adulto.

CAPITALISMO, LIBERALISMO Y METAFÍSICA

Hay un misterio que presentábamos el otro día: el mismo país que lidera el mayor número de parados en Europa es, a la vez, quien más gana en la bolsa –rectificación: el país no gana, ganan los que juegan a la bolsa-. La pregunta sería simple: ¿cómo es posible esto? Y la respuesta simple sería al contestar que porque la economía es algo muy complejo. Sim embargo, las respuestas simples suelen ser más simples que respuestas.

En teoría política el liberarlismo es un clásico. Según él, el capitalismo vendría conformado por los intereses individuales en pugna que generarían el máximo beneficio al mayor número de personas a través del mercado. Así, en este ideal, los agentes externos al mercado, como los estados, al intervenir son los causantes del desastre económico pues impiden el libre flujo de ese propio mercado: el cálculo racional que es en realidad el mercado no puede cumplir su misión. Por eso, la permanente petición liberal en España es la reforma del mercado laboral pues implicaría, en la mágica idea del cálculo racional, que al eliminar un elemento distorsionador y ajeno al propio mercado al final la cosa iría sin duda mejor al unificarse los intereses egoístas en algo de común beneficio. Pero lo más falso del liberalismo no es, sin embargo, eso.

El liberalismo tiene un componente metafísico y no en vano necesitó el apoyo intelectual de todo el movimiento filosófico empirista británico de los siglos XVII y XVIII. Así, el liberalismo, situó como fundamento último de lo real a los individuos y sus acciones pues parece lo más sensato y real. Lo empírico, las personas, es lo real era su base metafísica. Pero, precisamente por eso, el paradigma liberal se equivoca al juzgar el capitalismo. Porque lo interesante del capitalismo es que lo empírico no es lo real.

¿No?
No, que va. En el capitalismo lo empírico no es lo real. Lo real en el capitalismo, es decir: su fundamento en cuanto a la célula básica que lo conforma, no son los individuos. Si así fuera, un país con 4 millones de parados, el 20% de la población activa, no podría ganar en bolsa. Pero es más, si así fuera un mundo donde mueren, según las últimas estadísticas, de hambre al día unos 13.000 niños sería la prueba palpable del fracaso capitalista. Y sin embargo el capitalismo gana por doquier y los liberales sonríen. Y ganan por goleada. Ciertamente, resulta ridículo pues seguirse empeñando, y solo se entiende por prejuicio, en que el capitalismo debe estudiarse contando con su fundamento en los individuos pues entonces el capitalismo sería un fracaso. Así, en la realidad, los individuos no son reales en el capitalismo sino meros accesorios. Y tanto los ricos como los pobres, aunque unos sobrevivan(mos) y otros mueran. Por eso, toda teoría, por más revolucionaria que quiera parecer como aquella donde todo se explica por malvados capitalistas personales, que persista en el error de pretender convertir a los individuos concretos en culpables o inocentes se equivoca. El capitalismo no somos usted y yo en cuanto a suma.

Y en su cartera, si tiene suerte y lee este artículo antes del día 25 de cualquier mes, pongamos por caso, está la respuesta. Haga el siguiente experimento –es un clásico-. Coja a un niño pequeño y ofrézcale un billete y una moneda. Y verá asombrado como el niño prefiere la moneda porque es más empírica sin duda que el billete: más sólida. Sin embargo, su trozo de papel tiene, usted y yo lo sabemos que para algo tenemos estudios, más valor. ¿Pero dónde está su valor? No en el objeto en sí, en lo empírico, sino en la relación que dicho objeto tiene con lo real. Así, la ingenuidad liberal es que lo empíricamente inmediato en lo social, los individuos, es la base fundamental de la realidad. Los liberales tienen la ingenuidad del niño, no exenta incluso de su creencia en los reyes magos que es la autoregulación del mercado, pero siendo ya maduros. Eso es infantilismo.

¿Qué es entonces lo real del capitalismo? Lo real del capitalismo es la mercancía: lo real es lo abstracto. Pero no piensen futilidades extrañas, es más simple: lo empírico, lo particular, sólo cuenta en tanto se relaciona de forma determinada con lo real del mismo modo que un trozo de papel del mismo tamaño que un billete no es un billete porque este mantiene una relacion de valor con la realidad que el mero papel no. Así, ya lo hemos dicho, la gente que muere de hambre en África no son reales para el capitalismo y por eso mueren de hambre: son papeles en blanco. Es decir, si hubieran podido integrarse en el capitalismo no morirían de hambre, como no mueren los 4 millones de parados en España no porque sean individuos sino porque son mercancías y las mercancías deben ser protegidas. Así, el hambre el mundo no es por el capitalismo sino, paradójicamente, por su ausencia. De esta forma, lo sorprendente de esto es que el sistema económico supera su estrecho margen de ser mera producción, como lo fueron los anteriores donde lo humano solo era fuerza de trabajo en cuanto a realidad económica, para pasar a ser la única forma de vida: producción de capital y ya no de trabajo. No se trata ya de que exista clase obrera y malvados capitalistas, como aún cree la izquierda ñoña, sino que solo hay mercancias porque la totalidad social hace tiempo se independizó de los elementos particulares, los individuos y sus intenciones. Si la célula básica es la mercancía, los individuos como tales no importan porque solo importan como mercancías. Yo nunca me agacharía para recoger un papel en blanco del tamaño de un billete de 500 euros, pero sin duda perseguiría ansioso -falta de vida interior sin duda- uno, ahora sí le llamaremos así, real.

¿Por qué puede haber ganancia en la bolsa cuando hay 4 millones de parados? Sencillo, por el valor de la mercancía. Y lo que distingue a la mercancía no es su contenido concreto, seres humanos o minerales, sino solo su valor: puede haber 4 millones de parados, pero puede haber ganancias. Así, los negocios pueden ir bien con parados o sin ellos aunque, curiosamente, siempre irán mejor sin paro pues los individuos serán así mercancía con más valor. Esto es una apuesta: algún día, y ponemos de máximo un plazo de unos 50 años, habrá un mundo sin hambre y con unas condiciones de vida como nunca las ha habido. Ya ha empezado en China, la India o Brasil. Seguirá. Y ello no será porque el capitalismo se haya humanizado sino porque ha profundizado aún más en su fundamento. Y su fundamento es la negación de lo humano.

Fue Aristóteles el primero, solo le faltó darle nombre, que comprendió la necesidad explícita de la metafísica. Su importancia, y ahí está la clave de la propia filosofía, estribaba en que al descubrir el fundamento de lo real se descubría porqué el mundo es como es y no es de otra manera: se desencantaba, en cuanto se le quitaba su aspecto mágico y, tal vez también, se le ponía su auténtica cara triste a la realidad. La metafísica así era lo contrario de la fe ciega. Hacer metafísica del capitalismo es la tarea de la filosofía hoy. Y es una tarea concreta. Una vez me invitaron a hablar desde mi presunta condición de filósofo sobre lo que era el lujo para mí. Y yo comencé, tal vez ingenuamente, a hacer desde mi presunta condición de filósofo metafísica: hablé de la producción en serie, de la clase ociosa, del trabajo explotado,… Y harto, mi anfitrión me cortó de forma ingenua. Imagino que esperaba que mi espíritu fluyera. Pero yo intentaba hacer metafísica, o sea: ir al fundamento, y no mala literatura. Al fin y al cabo soy mercancía.