Mucho se está hablando y escribiendo sobre el papel, para unos bochornoso para otros responsable, de los sindicatos en la actual crisis. Su actual inactividad, y empleamos esta palabra para evitar categorizarlo de pasividad que ya tendría un matiz negativo, se enmarca en una crisis de empleo sin precedentes y resulta llamativo realmente que las organizaciones de trabajadores estén casi desaparecidas de la crítica política. Esta desaparición la explica la derecha desde la perspectiva de unas organizaciones vendidas al gobierno de Zapatero, que las
subvenciona generosamente sin duda, y que solo sirven como fuerza de choque de la izquierda partidista. Sin embargo, este silencio se correspondería, desde la autoproclamada izquierda, con una muestra de responsabilidad. Evidentemente, y como veremos ahora, ambos mienten. Es más: el trio es falso.
Empecemos por el principio teórico. Los sindicatos no son organizaciones políticas sino laborales: su interés es la mejora de las condiciones de trabajo de sus afiliados y por extensión, si son los llamados sindicatos de clase, del resto de los trabajadores. Pero se trata de un interés limitado frente al interés universal, en cuanto a cubrir todo el espectro de la problemática social, que tiene la política. El sindicato como tal organización solo debe ocuparse de asuntos relacionados con lo laboral y no de otra cosa. Además, el sindicato no es un poder representativo de la misma forma en que lo son los partidos con representación parlamentaria pues mientras los segundos tienen afiliados y votantes generales, a los que representan, los primeros solo cuentan con votantes particulares en las elecciones emprsariales, y afiliados que además lo son por una causa egoísta, no en sentido moral sino como sinónimo de particular, pues se afilian, nos afiliamos, para proteger el
status quo social o mejorarlo. Así, los sindicatos no buscan gestionar la sociedad sino que una parte de la misma, los trabajadores a los que representan, mejore su condición. Todo este modelo lleva a que los sindicatos no sean realidades fundamentalmente críticas, ya sea reformista o revolucionaria, sino negociadoras. Uno se afilia a un sindicato para conseguir en breve plazo mejoras en su vida laboral y busca por eso que los sindicatos sean pactistas. O dicho de otro modo lo bueno de un sindicato no es su capacidad de reivindicación sino de negociación. Y no sólo es legítimo esto sino que también es necesario.
Pero, ante la crisis ¿que? ¿que deberían hacer los sindicatos? Sigamos con la teoría. Si analizamos la situación de la crisis veremos que el margen de maniobra sindical no es de acción sino de conservación. En la actual situación todo lo que es el marco legislativo laboral no ha cambiado. La situación de crisis y paro en España no tiene una causa laboral, aunque sí una consecuencia en el paro, sino de política industrial y económica, internacional y sobre todo nacional, y por tanto los sindicatos no deberían actuar a través de movilizaciones. Efectivamente, no hay nada que reivindicar por ahora, si acaso una urgente reforma de la prestación social para mejorarla sin convertirla en un subsidio de sopa boba. No obstante, eso sí es cierto, se echa de menos cierta crítica pública a un gobierno que no sabe qué hacer. Pero una huelga general, el sueño dorado y paradójico de los medios de derecha y de IU -aquí los días impares y los pares en contra- para ganar votos, no sería sino una huelga política. Porque efectivamente, no se puede entender en la actualidad una convocatoria así pues para que tuviera razón debería haber una causa que se solucionara con el triunfo de dicha huelga –como sí ocurrió con las dos huelgas generales anteriores, en 1988 y 2002, al lograr parar las reformas laborales previstas-. Pero, ¿huelga hoy contra qué? ¿Acaso convocar una huelga contra el paro pensando que si tiene éxito todo el mundo encontraría trabajo? Así, si los sindicatos quieren ser minimamente serios deben mantener una actitud doble: por un lado, ser prudentes ante los cantos de sirena radicales de, paradójicamente siempre tan amante del orden público, la derecha; por otro, mantener una actitud crítica, que no la hay ahora, hacia el gobierno y olvidarse del apoyo faldero.
Pero ya Hegel señaló, esta es la parte en que demuestro mis extraordinarios conocimientos, que la realidad puede no llegar al concepto. O sea: que una cosa es la teoría y otra la práctica. Efectivamente, los sindicatos aparentan comportarse correctamente con lo cual se daría el hecho extraordinario de que este blog diera la razón a alguien. Bien, eso no puede ser, así que indaguemos más pues tal vez los sindicatos callan no por deber sino por causas más sucias.
El modelo teórico anteriormente citado como ideal, que consideramos correcto, fue el que funcionó de forma bastante satisfactoria durante la transición y los gobiernos de Felipe González, incluyendo la huelga general de 1988. Pero, el modelo se truncó cuando accedió al poder el PP. Efectivamente, el problema vino cuando tras el triunfo de Aznar el PSOE elaboró una estrategia de derribo social del gobierno al que no podía derrotar electoralmente. La estrategia consistía en la creación de un ambiente social público, aunque no real pues el PP seguía ganando elecciones, de rechazo a la derecha y para ello se usó todo -actores, organizaciones sociales, movimiento ecologista,...- y también al perrito faldero en que se había convertido la UGT después de la quiebra de PSV y la eliminación de Nicolás Redondo. La UGT comenzó una labor de desgaste político de un gobierno que no correspondía realmente con su papel sindical sino que era al servicio del partido socialista. De esta forma, junto a acciones cargadas de razón y plenamente sindicales, como la huelga de 2002 también convocada por CCOO, se generaron huelgas esperpénticas -recordaran aquella huelga de los quince minutos, ¿o eran diez?, en contra de la guerra de Irak- o continuas críticas a CCOO en general y a Julio Fidalgo en particular por buscar llegar a acuerdos con el gobierno popular en vez de ir por la via de la confrontación. Así, a partir de la UGT, el PSOE inició en España una práctica peronista -que ya se usó contra Allende en Chile o que
se ha vuelto a usar recientemente contra el gobierno del PSOE en el País Vasco por parte de los sindicatos nacionalistas y el entorno de ETA- y el sindicalismo perdió su función social, negociar mejoras laborales, y se convirtió en un tentáculo de la toma de poder de un partido. Y se trata, sin duda, de una práctica antidemocrática pues los sindicatos si quieren intervenir en política deben presentarse a las elecciones y hacer público un programa electoral no convirtiéndose en un brazo ejecutor de algo para lo cual ninguno nos hemos afiliado.
Pero, y aquí volvemos al presente, esta táctica peronista ya expuesta sigue utilizándose hoy en día y es lo que niega credibilidad a los sindicatos. Efectivamente, no hay más que venir a la comunidad de Madrid para ver a unos belicosos sindicatos, que salen día sí y día no a la calle para, mientras en el resto de España callan, demostrar en la capital y provincia su firme compromiso con los trabajadores –al menos con los funcionarios-. Y esto puede llegar al esperpento cuando la autoproclamada izquierda
monta el espectáculo en la asamblea regional al preocuparse de una ERE mientras en el resto de España calla e incluso goza de los privilegios del gobierno allí donde más EREs hay . Así, lo que los sindicatos exigen en Madrid se diluye en otras provincias –ah, y tambien en otras naciones, por Dios que se me olvidaba el aire paleto-. ¿Por qué? Tal vez sea por el clima de la meseta, tal vez por la especial sensibilidad del sindicalista madrileño, tal vez por el compromiso del político izquierdista capitalino… Tal vez, quizás, puede, porque aquí gobierna el PP quien, a su vez, aquí no pide la huelga general contra su propio gobierno .
Los de derecha exigen, si les vieran sus padres, la huelga general menos contra la comunidad gobernada por la pésima Aguirre. Los de la autoproclamada izquierda sólo la exigen en Madrid. Los sindicatos actúan de acuerdo a la región en una estrategia que podríamos llamar folclórica –entendiendo
volk, volvemos a sacar nuestro torrente cultural, como pueblo y comunidad pues Dios no asista de reírnos de nadie-. Es, sin duda, una cuestión de ideales profundos y compromiso con la realidad. Ya digo, sin duda. Y Hegel cumplido respira sin comprender que en verdad es la realidad la que acabó siendo concepto. O diciéndolo más fácil: la indecente práctica acabó siendo la teoría.