Resulta interesante y un reto escribir sobre Obama. Resulta interesante porque no cabe dudar de la distancia ideológica que nos separa de sus ideas y resulta un reto porque, desde esa perspectiva ideológica pedante que nos caracteriza, cualquier lector pensará que voy a despotricar sobre el presidente de EEUU y que si no lo hago seré contradictorio con mis propias convicciones.
Lo concreto no es, necesariamente, lo más real. El pensamiento positivista cree que la realidad es aquello que se nos presenta y que debemos hablar sólo de lo concreto, lo particular. Es un error. Pero lo es no porque haya una especie de dimensión espiritual, cosa que no existe, sino porque la realidad solo puede explicarse desde la pura abstracción, como muy bien sabe la ciencia. Efectivamente, las ciencias han triunfado en la explicación y control de la realidad no a través de lo concreto sino a través de leyes y fórmulas abstractas. La abstracción es más real, así, que lo real. Sin embargo, una cosa es que lo particular no sea lo real, en cuanto su fundamento no está en sí mismo, y otra bien distinta es que no exista. Obama no puede ser explicado sin atender al desarrollo de sus condiciones socioeconómicas -que son en última instancia las condiciones del capitalismo avanzado- y en eso se parece a Zapatero. Sin embargo, y como fenómeno particular, tiene cosas específicas que le hacen, como a cualquier otro particular, único. No se trata, pues, de generar una especie de teoría holista que explique los hechos particulares como indistintos entre sí al estar subsumidos al sistema, sino precisamente de una acción contraria. La clave consiste en comprender que efectivamente, y en primer lugar, es cierto que la totalidad no puede explicarse por la reducción a los elementos de los que consta, pero que estos elementos, sin embargo, sí pueden, y deben, ser analizados como si, y subrayemos esta expresión, fueran independientes para darles sentido -aunque, claramente, su significado último debe remitir a la propia totalidad-. Y ello por dos motivos: uno, porque metodológicamente esto es lo correcto pues la forma de dominación capitalista es la subsunción de lo particular pero no su desaparición; dos, porque hay una lucha por las condiciones de existencia, que no de vida, que pertenece sin duda a lo reformista y que sería suicida abandonar. Y es precisamente desde esa perspectiva desde la cual señalamos el otro día nuestra alegría por la victoria de Obama.
Y ahora toca explicarla.
En primer lugar, resulta interesante ya no la victoria de Obama sino su propia candidatura, al igual que la de McCain. Eso sería impensable, tanto la candidatura como el propio proceso llevado a cabo, en España donde el mayor mérito posible de cualquier político es la servidumbre al partido y la pertenencia al denominado aparato. Así, la figura de gente mínimamente independiente, como son Obama o McCain, resulta imposible por el control del partidismo. Sin embargo, en EEUU, que por supuesto no está exento de estas servidumbres, la aparición de figuras independientes al aparato es más sencilla pues su elección, al menos en parte, por las bases permitiría que alguien que no contara con la aprobación de la elite del partido sin embargo sí contara con las de sus bases. Pero, claro, para ello estas figuras independientes deben tener dos cosas: preparación y dotes. ¿Qué currículo pueden presentar la mayoría de nuestros políticos? Únicamente el servicio al aparato del partido y, si acaso, haberse sacado una oposición. Así, el prestigio varía aquí y en EEUU. Mientras que el prestigio del candidato presidencial estadounidense debe ser preferentemente público, el prestigio del político español sólo debe ser interno y para la organización -y esto se ve muy bien en el caso Palin donde un prestigio partidista, al fin y al cabo la señora no es muy inteligente, no se ha correspondido con uno público y se ha perdido la votación-. El borreguismo en la política española está así servido en un doble sentido: porque, primero, sólo llega el que no se ha significado por sus conflictos con la dirección; segundo, porque el único oficio de la mayoría de nuestros congresistas y senadores es la política y no pueden abandonarla, so pena de bajar drásticamente sus ingresos, y por tanto se convierte en prisioneros de su propia situación: el sistema partidista genera la mediocridad como mérito.
Además, a esta independencia se añaden dos elementos interesantes: el sistema de elección y la no perseverancia en la candidatura. Como ya hemos advertido el candidato no es seleccionado por un aparato, aunque algo de ello también hay como esperó Hillary Clinton, sino por sufragio con lo que un candidato preparado y ajeno al aparato puede triunfar. Pero si no triunfa, además, pierde. Esto sonará extraño -no se puede olvidar que en España no hay noche electoral en que no ganen todos y todos se mantengan, y si alguien esiá pensando en Llamazares que no olvide que no renuncia a su jugoso sueldo de diputado-, sin embargo, y ahí están la elegancia de Gore o de McCain, en EEUU se pierde. Y no vuelves salvo raras excepciones. De esta forma, la posibilidad de que en la candidatura surja alguien brillante es mayor en EEUU que en España y la posibilidad de que aparezca un idiota de acuerdo al establishment es la misma: Bush no es, ni ha sido, el único presidente idiota. NI EEUU es el único país donde gobierna un inútil.
Pero la posibilidad no implica, como sabemos por repetida experiencia, la necesidad. Hora es, pues de que veamos si Obama es o no un buen candidato.
En primer lugar conviene señalar que Obama sólo puede ser juzgado, por ahora, de acuerdo a su candidatura y no como presidente. Como candidato Obama ha logrado generar una ilusión no tanto en el aparato del partido, que tenía a Clinton como su candidato, como entre la gente ajena al aparato. Si algo sorprende en estas elecciones ha sido que ambos candidatos se han presentado como buscadores de un cambio frente a la estructura política más tradicional. Y ello solo es posible por lo que hemos explicitado más arriba y la idea de que dicho cambio sería también posible. La independencia de Obama y McCain les otorgan, al menos, el benefecio de la duda y así, siendo distintos, es sencillo que la gente le reciba con ilusión, harta como está de una estructura política cuyo único fundamento real son los propios intereses de las élites que la conforman. Incluso una de las primeras medidas tomadas por Obama, que tiene mucho significado en la política de Washington, en referencia a limitar el
poder de los lobbys marca bien claro una esperanza para la clase media americana harta de unos políticos alejados de lo real.
Pero además, Obama tiene discurso. No es solo que sea un gran orador, lo cual es de agradecer en estos tiempos, sino que sus discursos tienen ideas que, gusten o no, se pueden al menos discutir. Obama tiene un proyecto de país, con el que evidentemente no estamos de acuerdo, pero al menos tiene contenido -y eso le diferencia radicalmente de Zapatero- en cuanto a que la esperanza que ha despertado en EEUU no es vacía –aunque en Europa pueda parecerlo por desconocimiento de la estructura ideal del sueño americano-. Incluso, dentro de esta esperanza Obama ha jugado muy bien la baza racial, que podía haber sido un handicap, presentandose a sí mismo no como un negro, lo cual por cierto hubiera hecho el juego al racismo blanco, sino como un ciudadano americano, lo que ha sido más progresista. Y así
ha criticado, y con razón, a la propia comunidad negra y su victimismo, lo que le ha generado la rèpulsa de ciertos líderes negros, no dejándose llevar por esa fácil respuesta de echarle la culpa de todo al hombre blanco. Así Obama, astutamente, lejos de mostrar un mundo en blanco y negro, el chiste era casi una exigencia, lo ha presentado gris lo que siempre denota cierto pensamiento intelectual complejo –muy lejos de Zapatero y su memoria histórica, por ejemplo-.
Pero además esta extensión programática se da a su vez en la política exterior. Obama ya ha señalado dos cosas fundamentales: la necesidad de la cooperación internacional y, por otra parte, la diferencia entre la guerra de Irak y la de Afganistán. Esto le separa radicalmente de Bush quien situó a su país en el unilateralismo y en el criminal error de Irak. Así, el hecho de que el sector
más fanatizado de Israel haya mostrado su preocupación por su elección, y hablamos de la opinión pública israelí porque es la única libre de la zona, demuestra que Obama anda independiente de ciertas ataduras incluso en Oriente Medio. E incluso la necesidad del cierre de Guantánamo, algo que
ha prometido realizar, demuestra una visión de la política exterior alejada del desastre del anterior gobierno y una preocupación, al menos mínima, por los derechos humanos.
Pero además, Obama anda lejos del fundamentalismo cristiano y paleto de Bush en una materia, que olvidada por nuestros políticos analfabetos, es sin embargo fundamental: el apoyo al desarrollo científico que si bien no necesariamente es el apoyo a lo ilustrado si es condición necesaria del mismo. Resultaría extraño, y mucho, ver que entre las prioridades de un político español estuviera algo que oliera a ciencia, aunque se puedan
gastar el dinero en cúpulas extrañas y, digamoslo, ridículas. Sin embargo, y ante ello ya han clamado las
oscurantistas organizaciones de rigor, una de las prioridades posibles, pues aún no se ha especificado del todo, de Obama guarda relación con la ciencia y con ella con el progreso: reabrir el estudio de las células madres en organismos públicos. Así, en unos momentos en que no en la investigación puntera pero sí en la opinión pública la ciencia, y con ella repetimos el ideal de la ilustración, en EEUU corre peligro, parece que Obama se ha lanzado a otra campaña: defenderla.
Y hay un último motivo sencillo y directo para alegrarse del triunfo de Obama. Es imposible que sea peor que Bush ni más inútil ni más criminal.
¿Hubiera votado por Obama? Está claro que no. Las diferencias ideológicas entre ambos son profundas. Pero, al menos, hay que reconocer que Obama merece un respeto, por ahora y lo puede perder, como político: al menos, dará gusto discutir, observen que no digo hablar, con él. Algo que resulta muy dificil señalar de alguno de nuestros políticos: tan insignificantes intelectualmente, tan ridículos políticamente y tan pobres culturalmente.