Una finalidad fundamental de la política es conseguir
el poder pues si no se llega a ello no se puede realizar el programa defendido.
En política, por consiguiente, el poder no es algo accesorio sino una condición
necesaria: si no hay poder uno -a pesar de lo solidario, rebelde y guay que
sea- no podrá realizar su proyecto social. Un programa de izquierdas, por
tanto, busca llegar al poder,
ser gobierno.
A su vez, este
poder político se puede alcanzar o de la forma tradicional o de la nueva forma
democrática. La forma tradicional, como es fácil de suponer, ha sido la
adquisición violenta y posterior control a la fuerza del mismo. La nueva forma
democrática, vigente solo a partir de poco tiempo en la historia de la
humanidad y en determinados y afortunados lugares, implica ganar unas
elecciones. Y nosotros queremos ganar unas elecciones porque hay, también, una cuestión moral sobre la forma de
llegar al poder.
Surge así, y
como consecuencia de lo anterior, una pregunta: ¿cómo un programa de izquierdas
puede ganar ahora unas elecciones
y llegar al poder? Pero
antes comentemos una curiosidad.
Si usted ha
llegado hasta aquí ya está sospechando algo: como un programa de auténtica
izquierda es imposible que gane unas elecciones, se nos va a acabar pidiendo
que rebajemos su contenido traicionando nuestros altísimos ideales: ¡eso
nunca!, grita el puro. Cierto, hay una especie de conciencia social de
izquierdas que no solo no cree que se puedan ganar unas elecciones sino que,
incluso, considera un agravio pensar en ello, una ofensa a su pureza cuando en realidad lo es a la inutilidad de su acción política. Y lo
que late detrás de eso es una corriente de elitismo.
¿Elitismo
entre la izquierda? ¿Elitista
un tío comprometido como yo? ¿Estás hablando conmigo –obsérvese el homenaje-? Efectivamente, quien así piensa lo hace considerando que sus ideas son tan extremas,
racionalmente superiores y generosas que solo él, ser especial, y tal vez algún
otro, pero siempre pocos, puede defenderlas porque escapan a todo interés: son
puras. Sin embargo, olvida algo: las élites
responden también a lo social. Quienes así piensan, realmente no
escapan a la comodidad social e intelectual características de los grupos
dominantes. Ese mesianismo, precisamente, esconde la conformidad de un grupo autosatisfecho
socialmente que considera la acción política real una traición permanente pero,
al tiempo y no contradictoriamente, sitúa toda especulación teórica como algo de quienes habitan en la torre de marfil. Desprecian la auténtica acción política y
odian la filosofía. Así, sin efectividad real alguna y sin desarrollo intelectual, su acción es la algarada callejera en la
práctica y los lemas, en
twitter fundamentalmente con
su limitación de caracteres, en la teoría. Pero la autosatisfacción de mantener
el discurso verdadero, como en las sectas, hace no solo que el grupo se
mantenga sino que prospere
por simpatía: ¡son tan idealistas!, piensa la señora antes de ir a misa de una. La autenticidad, siempre tan sobrevalorada,
gana adeptos pues no hay que olvidar que nada hay más auténtico, en su simpleza natural, que un borrego.
Nosotros,
frente a este argumento de élites, defendemos lo contrario: queremos un proyecto que tenga hegemonía social a través del apoyo de
una amplía mayoría de la población
y que así consiga el poder.
Y para ello, este movimiento político tiene que ser también, aunque no solo, una respuesta a los
intereses y expectativas de esa mayoría
social. Así, si
la izquierda quiere ser políticamente efectiva necesita un discurso hegemónico. Y este discurso debe contener una respuesta a los problemas de la mayoría de
la población. Y esa mayoría de la población es lo que se llama clase media.
¿Clase media? Pero,
¿qué es la clase media? Es importante antes de nada definir términos. Normalmente, la izquierda siempre ha hablado de los trabajadores: era un discurso correcto
para el anterior capitalismo. Sin
embargo, el cuello azul ya no es socialmente relevante. Y un día todos nos
despertamos pensando en nuestras vacaciones en Benidorm; alguno, más fino,
incluso en Denia o, el colmo de la intelectualidad, en Baleares. Por ello, la
base social de un nuevo movimiento de masas tiene que ser este grupo social, la
clase media, si se desea ser efectivo.
Pero seamos más
estrictos en nuestra definición. Definimos
como clase media española
aquellas familias que
ingresan entre 30.000, la renta per cápita española más o menos,
y 60.000 euros anuales en su hogar unitario
–obsérvese la precisión tan políticamente correcta-. Esto nos lleva,
aproximadamente, al 50% de la población. Si
bien podríamos citar elementos ideológicos para definirla, consideramos que la mejor definición es la económica al ser la que aglutina los problemas sociales de este colectivo, independientemente de la visión
subjetiva que cada uno de sus miembros tenga sobre la realidad: lo
que importa no es lo que uno se sienta, sino lo que efectivamente es. La
izquierda necesita a ese 50%. Y, como vamos a ver, la clase media necesita a la
izquierda.
Sin embargo,
y al comprender que necesitamos a la clase media, podría ocurrir que acabáramos realmente adaptando nuestro discurso para triunfar, perdiendo su
ideal de progreso al buscar satisfacer el interés de esa misma
clase media. Pero, esta preocupación es diferente al
sentimiento anteriormente citado de la élite izquierdista. Esta, llevada por el
dogmatismo, niega la relación con la clase media a priori huyendo del impuro;
nosotros, sin embargo, pretendemos reflexionar sobre el discurso de izquierdas
para ver su compatibilidad o no con la clase media. Por ello, hay analizar si los
objetivos básicos de un programa de izquierdas son o no compatibles con los
intereses sociales de la clase media. Porque, el programa es lo primero -y esto tampoco es lo mismo que decía
Anguita-.
Un discurso
político responde a la actualidad y no a la historia; no vive en el pasado sino para el porvenir. La actualidad europea, como
ya hemos analizado aquí, pasa
por un proyecto de
precarización social.
Esto choca con los
intereses de la clase media y la lleva objetivamente a necesitar una política
de izquierdas. ¿Por qué?
El objetivo
básico de la clase media es medrar socialmente. Esto no debe entenderse como
algo peyorativo, sino al contrario: la clase media quiere que sus hijos sean
más que ellos. Es algo, lo decimos sin ironía, que demuestra un anhelo de
humanidad: por eso mi padre, y seguramente el suyo, me mandó a la universidad
mientras él se desvivía en dos trabajos. Pero los deseos individuales más
hermosos se transforman en lo social y es ahí donde deben analizarse. Así, el
deseo de medrar de la clase media le lleva a actuar de distinto modo según la
coyuntura económica. En bonanza económica, el interés objetivo de la
clase media como grupo social es mantener a las clases sociales con menor
status en su sitio, reduciendo la presencia estatal que podría compensar la
estructura social y convertir a estos grupos en competencia. Sin embargo, en
crisis o en situaciones de precarización como la actual, esa misma clase media
es la primera que necesita el efecto paliativo del estado y su intervención para
evitar una aún mayor depauperación social. Además, en esta circunstancia de
crisis busca que la brecha con las clases altas no aumente más y mantener, así,
la posibilidad de su asalto social, imposible si la distancia se incrementa,
hecho para el que necesita igualmente apoyar una política socialmente
redistributiva. De esta forma, la clase media en época de crisis como la actual
se hace objetivamente de izquierdas.
Efectivamente,
es la
clase media la que más tiene que temer con
la pérdida del
estado social y ante el cumplimiento del proyecto de
precarización europea porque
será ella quien más perjudicada
salga. ¿Por
qué? Porque la clase baja va a seguir recibiendo ayudas públicas
y, curiosamente, será la que menos note el cambio pues los servicios sociales, escasos y priorizados de acuerdo a la renta y entendidos ya como mera asistencia social y
no como derechos, no los
abandonaran a ellos sino a las clases medias. Por eso,
esta depauperación de las
clases medias se hará así general: perderán nivel económico y social porque todas
las reformas y recortes, tanto laborales como en lo relativo a los servicios
públicos, les afectarán más que al resto.
De
esta forma, el interés objetivo de la clase media actual es, como mínimo,
mantener el actual estado social pues es la única forma de mantener su status e
impedir su precarización. O diciéndolo con cinismo: la única manera de que sus
hijos no acaben yendo a una escuela pública subsidiaria o a una seguridad
social convertida en servicios caritativos y ambas plagadas de inmigrantes. La clase media es, en Europa la clase de la
izquierda. Y lo es, por supuesto, por
interés y egoísmo propio. Seguramente, por cierto, como usted o como yo.
El discurso
social de la izquierdas no es de
solidaridad sino de justicia social. No pretende estar basado en la bondad de
los sentimientos individuales sino en el
interés de los colectivos sociales más desfavorecidos para, a partir de ellos,
generar una sociedad habitable: está plagado de interés. Objetivamente, como
hemos visto, la clase media necesita ahora políticas de izquierdas. Y si la
izquierda quiere tener un discurso hegemónico, y no meramente una opinión guay
en las redes sociales, necesita a la clase media.
Platón era puro:
rico de nacimiento. Un día la democracia ateniense, por cierto: tan asamblearia
ella, mató a Sócrates. Y Platón decidió hacer filosofía para que aquello no
volviera ocurrir. Dejó de ser puro y comenzó en la filosofía.