martes, noviembre 29, 2022

LA PALABRA IGUALDAD Y EL FIN DE LA IZQUIERDA MODERNA/y 3

Nota: este artículo se ha publicado completo en la revista Argumentos Progresista nº48, noviembre diciembre 2022
Este artículo es una serie de tres.
Aquí el primero
Este es el segundo.
Y ahora viene el tercero.

Ya acabamos.
En el primer artículo explicábamos el origen de la izquierda clásica y moderna.
En el segundo, analízabamos como la izquierda posmoderna había entrado en escena y, con ello, comenzaba un cambio en el significado de las palabras que nosotros ejemplificábamos en la palabra solidaridad, que había sustituido a la justicia social. Y ahora, seguimos.

Es precisamente este mismo modelo el que se ha dado con la palabra igualdad y es una repetición del esquema anteriormente descrito, pero con un matiz importante. Aquí ni tan siquiera ha hecho falta ya cambiar la propia palabra en sí misma, permanece idéntica, sino que al ser adoptada con tal fuerza en su nueva conceptualización, se ha esfumado por sí mismo su significado anterior de raíz socioeconómica, quedando desterrado para siempre. Cuando hoy en día se habla de igualdad, se habla ya definitivamente de luchas de contenido feminista y, por lo tanto, la palabra ha dejado de tener el significado político y social que tuvo en la izquierda moderna. No se trata de que el discurso feminista no sea socialmente importante, por supuesto que lo es, sino que se trata de la eliminación sistemática de todo contenido socioeconómico en el discurso de la izquierda actual.  Así, el Ministerio de Igualdad, y esto es clave, ya no explica su igualdad como universal ni estructural sino como puramente subjetiva: hay que ir hacia nuevas masculinidades y todas esas cosas.

De esta forma, el discurso de izquierdas, como ya vimos en la palabra solidaridad y acabamos de analizar en la de igualdad, va adquiriendo una nueva esquematización formal alejada a la que tuvo la izquierda moderna.  

Los discursos actuales de la izquierda posmoderna se construyen sobre bases puramente ideales, que no guardan relación con ninguna estructura material, y que por ello tienen cómo solución no el cambio estructural del modelo social determinado sino el cambio de comportamiento y mentalidad de los individuos. Y este cambio de comportamiento consigue así, ideológicamente, transformar la sociedad desde una desigualdad creciente a una igualdad absoluta cuando en el Consejo General del Banco de Santander haya el mismo número de mujeres que de hombres. Ese será el nuevo triunfo de la igualdad establecida. 

En segundo lugar, se percibe un acercamiento al esquema formal ya explicado de la derecha, en el cual brilla la idea de que es el comportamiento individual es el que conforma la realidad social. Esto se ve muy bien en la extensión cada vez mayor de la solución política en la llamada responsabilidad individual, engendro ideológico que consiste en la conversión de un poder político sumiso a las condiciones socioeconómicas impuestas y que solo actúa hacia el cambio del comportamiento de los individuos, sin pretender solucionar las causas estructurales.

En tercer lugar, es la desaparición de los discursos argumentativos y con pretensión de objetividad por aquellos otros cargados de elementos emotivos y afectivos. La sustitución de las palabras inició el proceso, aquí lo hemos visto en la solidaridad. Luego, llegó la siguiente etapa con la sustitución de los significados, como igualdad. Por fin, ya viene la última vuelta de tuerca con la eliminación del discurso argumentativo y racional por el discurso emotivo y sentimental. El cada vez más ñoño discurso de la izquierda posmoderna cuajado de términos y concepciones afectivas (desde la empatía a los cuidados) elimina toda posibilidad de verdad enmarcándose en los testimonios del sentimentalismo más ñoño, hasta el punto de poder decir frases del calado de “En la cosa pública, no se puede hacer nada sin ternura”, como dijo una representante de la nueva izquierda, y no de las peores, presentando su nueva plataforma electoral. El discurso que un día pretendió convertir la tierra en un paraíso parece que hoy se limita a convertirla en un resort para ser felices. La transformación de todo el discurso político en conversiones de conciencia y en estados de ánimo lleva al final a la indiferenciación básica entre los discursos de izquierda y derecha eliminando todo contenido socioeconómico entre ambos. El discurso político, en un ejemplo clave, ya no procede de un argumentario, un conjunto de ideas estructuradas lógicamente, sino de un relato.

Hay una frase célebre de Isabel Díaz Ayuso que señala que libertad es irse de cañas. Probablemente, Díaz Ayuso, junto a Irene Montero, sea la mejor política posmoderna que hay ahora mismo en España. Ha comprendido de forma absoluta y total, e incluso es posible que crea en ello, que es la conciencia de los individuos la que genera la realidad social y, por lo tanto, la libertad ya no se discute es una estructura objetiva sobre qué es o qué no es, sino que se discute sobre la megaestructura ideológica de la conciencia de los propios individuos que al sentirse libres inmediatamente se transforman en seres libres. La libertad es irse de cañas es el mismo eslogan de la derecha que para la izquierda posmoderna es, por ejemplo, la autodeterminación de sexo. Todas las condiciones objetivas desaparecen para situar la existencia en un mero estado de conciencia subjetiva mientras que esa conciencia subjetiva es determinada por la propia realidad del Capitalismo. Es un nuevo mundo donde los ministerios llevan bonitas palabras como aquel hermoso Ministerio del Amor que tanto hizo para que, en 1984, Winston Smith amara al Gran Hermano.


jueves, noviembre 24, 2022

Y AHORA EN RADIOSOFÍA/78: EL MUNDIAL DE QATAR Y LA BANALIDAD DEL MAL

Ha vuelto #RadioSofía. 
Así, a lo grande. 
La incertidumbre termina: les volvemos a explicar las cosas. 
Pero eso sí, como decimos siempre, no nos crean, piénselo.
Tema: ¿Debemos ver el #MundialQatar2022? ¿Es moral hacerlo? ¿Y la #BanalidadDelMal?


domingo, noviembre 20, 2022

LA PALABRA IGUALDAD Y EL FIN DE LA IZQUIERDA MODERNA/2

Nota: este artículo se ha publicado completo en la revista Argumentos Progresista nº48, noviembre diciembre 2022
Este artículo es una serie de tres.
Aquí el primero
Este es el segundo.
Y este el tercero.

En el artículo anterior, y primera parte de este artículo, habíamos explicado el origen de la izquierda moderna.  Ahora, vamos a desarrollar su fin y el surgimiento de la izquierda posmoderna para seguir explicando por qué es tan significativo el empleo de la palabra igualdad en un solo sentido..

En España hay en la actualidad un Ministerio de Igualdad. No es algo baladí tener todo un ministerio dedicado a tan peliagudo tema. Es más, el gobierno español se autoproclama como de izquierdas y progresista. Por lo tanto, cabría esperar que la propiedad estuviera preocupada al menos. Sin embargo, cuando el progresismo despertó, la propiedad todavía estaba allí. Y si el Ministerio de Igualdad no lucha por un reparto de la propiedad y que ésta deje de ser fuente de privilegios, ¿por qué lucha? Mejor aún, ¿por qué se llama exactamente Ministerio de Igualdad?

La llamada filosofía posmoderna inicia lo que un autor como Rorty ha calificado, creemos que con gran acierto, como un giro del lenguaje. Mientras que la filosofía moderna era un giro hacia el sujeto y su capacidad de transformación de la realidad, la filosofía posmoderna, sin embargo, es un giro hacia el lenguaje y la forma de expresar la realidad como la clave de su desarrollo y análisis. De ahí que todas las teorías de origen posmoderno pongan tanta importancia en el lenguaje frente a los presuntos hechos objetivos de la Modernidad. No hay hechos, sólo interpretaciones es una sentencia de Nietzsche que esconde toda la raíz del discurso posmoderno. 

Tampoco cabe duda de que las palabras son fundamentales en las teorías políticas. Pero no lo son las palabras en sí misma sino el significado que se le otorga a dichas palabras: lo que sería su concepto. A partir de Rousseau, como ya hemos visto, la idea de igualdad en la izquierda moderna tenía imbricados dos significados: su causa era por el desigual reparto de la propiedad y su solución, como consecuencia, implicaba reformar esa propiedad de alguna manera. 

Sin embargo, el Ministerio de Igualdad no trata este tema. Se trata específicamente de un ministerio creado, seguramente entre otros motivos, para tratar el problema de la igualdad efectiva entre los hombres y las mujeres desde una perspectiva feminista. No se trata aquí de discutir ese problema, que es real, sino que lo interesante es analizar cómo la palabra igualdad ha dejado de significar una condición socioeconómica relacionada con la propiedad para pasar a ser una condición de exclusivo contenido de la teoría feminista. O dicho de otra manera, sobre lo que tratamos aquí de reflexionar es como la palabra igualdad ha perdido un significado que fue fundamental para la izquierda y ha ganado otro significado distinto. Y qué repercusión tiene esto dentro del discurso político de esa misma izquierda que otrora se presentará como transformadora de la realidad socioeconómica y, con ello, de la distribución de la propiedad. 

¿Por qué es tan importante esta sustitución del significado de las palabras? 

En el discurso político existen palabras concretas que son fundamentales porque permiten distinguir entre un discurso y otro. Tanto es así, por ejemplo, que cuando la izquierda moderna o la derecha moderna utilizaban la palabra libertad o la palabra igualdad o la palabra propiedad no estaban dando el mismo significado a la palabra y por lo tanto con esas palabras estaban marcando sus diferencias ideológicas. 

Estas palabras además, especialmente por parte de la izquierda moderna, estaban cargados de un significado socioeconómico y no de cualquier otro significado, como pudiera ser uno cultural, sobre las costumbres o antropológico. La izquierda  moderna así se definía por su discurso marcadamente socioeconómico, tanto porque las causas fundamentales y primeras de todo el entramado social eran causas económicas como porque la solución a dicho problema social era también tomar medidas concretas socioeconómicas y, en concreto, actuar sobre la desigual distribución de la propiedad de los medios de producción. Desde la utópica comuna anarquista hasta el Estado totalitario soviético pasando por las críticas de la Escuela de Frankfurt o las actuaciones socialdemócratas, la izquierda se unía en este esquema conceptual básico.

A partir de los años ochenta del pasado siglo surgió un hecho muy interesante en el discurso de la izquierda y fue la paulatina eliminación del término justicia social y su sustitución por el término solidaridad. De pronto, los partidos de izquierdas ya no pedían justicia social sino que pedían solidaridad. Este hecho, que ha concluido en la eliminación del término justicia social y el triunfo definitivo de esa palabra que es solidaridad, era el inicio de algo mucho más importante que una mera batalla terminológica. Era toda una batalla conceptual que iba a ganar la nueva izquierda o lo que vamos a llamar izquierda posmoderna. Efectivamente, justicia social implica, en sus mismos términos y necesariamente, un análisis objetivo de una determinada estructura donde se precisa señalar cuál es la distribución injusta que se produce de una forma estructural. Así, justicia social implicaba dos cosas fundamentales.

La primera, el término se derivaba de un hecho que se daba realmente en la sociedad y que era la existencia de una injusticia y que dicho hecho dado era indiferente que se sintiera no como tal, pues se pretendía hablar desde la objetividad y no desde la subjetividad. 

Segundo, y consecuencia de lo anterior, que esta injusticia pertenecía a algo objetivo y estructural propio de la sociedad analizada y no guardaba relación necesariamente con el sentimiento de los individuos. Estos podían sentirse tratados justamente y sin embargo seguir existiendo esa injusticia social y, por lo tanto, la llamada a la justicia social iba más allá de la mera creación de una conciencia y afectaba necesariamente a la transformación social objetiva.

Sin embargo, la palabra solidaridad lo que pedía era una intervención emocional por parte de los sujetos que debían sentirse llevados a realizar las acciones necesarias para adherirse a la situación de los otros. Esto, implicaba la desaparición del concepto objetivo, la injusticia lo era independientemente a la adhesión o no a la causa, y su sustitución por un criterio de subjetividad. La solidaridad lo que generaba era en el fondo convertir en laico el discurso de la compasión y caridad cristiano y situarlo en un concepto puramente emotivo social que sirviera para poder exigir a los individuos ciertos comportamientos, pero siempre de carácter individual. De esta forma, al admitir la eliminación del término justicia social, la izquierda abandonaba la concepción de que los términos y conceptos derivaban de la realidad objetiva y empezó a situarlos en la confianza y responsabilidad individual de las distintas personas.

¿Y todo esto qué tiene que ver con la Igualdad? Pues en el siguiente, acabamos.

jueves, noviembre 17, 2022

EN EL DÍA MUNDIAL DE LA FILOSOFÍA

Recordar algunas cosas en #DiaMundialDeLaFilosofia.
Y recordar sobre todo que la Filosofía sigue en lucha, que siempre ha estado en lucha. 

Recordar en el #DíaMundialDeLaFilosofía que la #Filosofía es el mayor esfuerzo intelectual para comprender el mundo.

Recordar que la #Filosofía es el mayor esfuerzo humano para hacer y convertir en racional el mundo.

Recordar que la #Filosofía es el mayor esfuerzo intelectual para hacer al ser humano auténticamente humano: autónomo, racional, crítico y libre.

Recordar que la #Filosofía es la negación de la nueva sociedad de dominio donde las personas serán ya absolutas competencias: adaptables al Mercado Laboral y al Mercado del Consumo.

Recordar que los alumnos españoles no cursarán ninguna materia obligatoria de Filosofía en la ESO con la #LomLoe. Que el gobierno del PSOE-UP ha incumplido el acuerdo unánime de la Comisión de Educación del Congreso.

Recordar, en el #DíaMundialDeLaFilosofía, que en el Real Decreto de la ESO, del autoproclamado gobierno más progresista de la historia, la palabra “Filosofía” aparece cero veces. La palabra “Emprendimiento”, 23.

Recordar también que quieren acabar con la #Filosofía y convertirla en #Autoayuda, suave, pequeña, simpática, toda de algodón: en algo idiota.

Recordar además que #Filosofía es aquello que niega la verdad a la realidad que busca dominar sobre los seres humanos. 

Y recordar, en definitiva, que el #DíaMundialDeLaFilosofía es cada día en la lucha contra la barbarie que se busca imponer.
#FilosofíaOBarbarie


lunes, noviembre 07, 2022

UNA CITA EN MADRID

No se emocionen, que yo sé que levanto pasiones.

El próximo domingo 13 de noviembre tenemos una cita.

 Frente a la destrucción de los servicios públicos. Y en defensa de la sociedad como un lugar para todos y en defensa del gobierno como aquel que gestiona para el bien común. 




jueves, noviembre 03, 2022

LA PALABRA IGUALDAD Y EL FIN DE LA IZQUIERDA MODERNA/1

 Nota: este artículo se ha publicado completo en la revista Argumentos Progresista nº48, noviembre diciembre 2022
Este artículo es una serie de tres.
Aquí el primero
Este es el segundo.
Y ahora viene el tercero.

En 1754, Rousseau escribe su Discurso sobre el origen y los fundamentos de la desigualdad entre los hombres. Con él, podemos decir, se inaugura la izquierda política moderna, puesto que la posmoderna, como vamos a ver luego, es otra cosa.

En esta obra, Rousseau argumenta que existe una relación entre la propiedad, en su época fundamentalmente la tierra, y el establecimiento por parte de los grandes propietarios de una serie de leyes que lo que buscan es mantener y aumentar esa diferencia de propiedad, creando así una legislación que perpetúe la desigualdad establecida y sostenga el privilegio social. Es decir, que el autor establece una relación estructural entre la desigualdad económica y la desigualdad sociopolítica, situando a la primera desigualdad, la económica, como clave de la segunda, la desigualdad en los derechos. Como consecuencia de este análisis, la palabra igualdad adquiría un concepto absolutamente novedoso en el panorama de la teoría política por varias razones.

En primer lugar, se vinculaba un contenido legislativo con una realidad socioeconómica como era la posesión de la propiedad. Las leyes que garantizaban los privilegios, y por lo tanto el propio poder político, no tenían su fundamento en el mérito de los privilegiados, un poder sobrenatural o la costumbre sino que exclusivamente dependían de un criterio cuantitativo: quien tenía más y mejor propiedad obtenía como consecuencia mayor  poder político y una legislación a su favor.

En segundo lugar, mostraba una relación causa y efecto entre la estructura socioeconómica de una sociedad y la estructura política de la misma: en Rousseau, al menos, era imposible explicar la desigualdad de la sociedad constituida sin hablar de quién o quiénes poseían la tierra y quiénes no tenían riqueza alguna.

Y, en tercer lugar, esta teoría tenía un claro matiz emancipatorio. La solución al problema social de la desigualdad ya no podía venir en una clave individual o en una clave estrictamente moral, que los oprimidos cambiaran su forma de ser o adquiriesen un determinado nivel de conocimiento o ascendiesen en la estratificación social, sino de una clave en la cual la reforma social incluía la creación de un nuevo marco estructural de relaciones, el contrato social, que incluyera a la igualdad legal como elemento fundamental y por encima de las decisiones o posibilidades individuales y peculiares de cada persona y su riqueza.

De esta forma, podemos decir que Rousseau se posiciona como el abuelo, digámoslo así en términos cariñosos, de toda la izquierda moderna, pues ésta siempre tendrá este esquema formal que relacione propiedad y marco político como fundamental en su teoría, construyéndola a su vez sobre este esquema. Así, toda la izquierda moderna seguirá el esquema roussoniano en al menos tres elementos claves.

Primero, que el problema de la desigualdad social tiene que ver con una condición económica y social estructural, y no con el mérito, la costumbre o una fuerza sobrenatural, relacionada necesariamente con la propiedad de los medios de producción.

Segundo, que, por lo tanto, construir la igualdad implica necesariamente al menos una reforma social, cuando no una revolución, para actuar sobre ese problema de la propiedad. La desigualdad, como consecuencia, no precisa solo acciones de compensación individual o de caridad pública, sino medidas estructurales que reformen o eliminen, cada izquierda aquí dirá una cosa, la propiedad.

Tercero, que, de acuerdo a esta lógica y en vista de los anterior, el discurso de izquierdas será necesariamente económico y no solamente político: la economía será política también. Y dentro de este discurso económico se buscarán medidas estructurales para lograr superar esa desigualdad cuya causa no es subjetiva y personal, como va a defender la derecha, sino objetiva y social.

Así, la palabra igualdad tendrá desde entonces en el discurso de la izquierda moderna un contenido necesariamente socioeconómico y su superación hará referencia a la necesidad de actuar sobre la desigualdad en la propiedad para alcanzar la igualdad en los derechos y deberes políticos. Por lo tanto, la izquierda admitirá, creemos que con acierto, que la transformación política solo se puede llevar a cabo desde la transformación de las relaciones económicas que tienen que ver necesariamente con la propiedad. Y desde ese momento, siglo XVIII, podemos decir que surge realmente el pensamiento de izquierdas y su vinculación con la propiedad como elemento fundamental de desigualdad. Y esta va a ser la diferencia fundamental y radical, es decir: de raíz, en el pensamiento moderno entre izquierdas y derechas.

La derecha, fundada un siglo antes por Locke y el liberalismo, defenderá que la propiedad es un derecho natural y, por lo tanto, que la propiedad es la base fundamental, o una de ellas, de la sociedad y la libertad. La izquierda, inaugurada con Rousseau, defenderá justo lo contrario: la propiedad es la clave del antagonismo social y es causa de la sociedad no sea racional ni libre. Y por eso, cuando la derecha hable de igualdad lo hará desde la perspectiva del statu quo ya vigente, representándolo en la carrera falsamente meritocrática, o a lo sumo en derechos formales. Sin embargo, la izquierda al hablar de igualdad lo hará desde una perspectiva socioeconómica evidente y una perspectiva estructural: la desigualdad no procede del mérito personal sino de la desigual distribución, previa y estructural, de la propiedad de los medios productivos.

De esta forma, la izquierda podrá estar en permanente discusión entre sus diversas facciones, y fusilándose con alegría unos a otros en muchas ocasiones, pero siempre tendrán todos un poso común que procede de sus orígenes roussonianos: para transformar la sociedad es necesaria la transformación de la propiedad. O dicho de otro modo: la igualdad es un término socioeconómico. Y solo se logrará la igualdad real cuando las relaciones de propiedad sean justas. Y, como conclusión, hay que intervenir para reformar o suprimir, ya saben que cada izquierda dirá una cosa, esas formas de propiedad.

Y ya seguimos luego, que lo dejado en lo más emocionante.