La reciente sentencia, bastante lógica por otra parte, exigiendo la retirada de los crucifijos de una escuela pública ha provocado en la jerarquía eclesiástica y la derecha -ya saben: sin autoproclamada aquí- una especie de revuelo. Rápidamente, han saltado a la palestra para señalar una campaña de anticlericalismo mientras reciben generosas subvenciones- por cierto, si hay sindicalistas liberados, ¿no están liberados todos los clérigos de este país?-, de ignorancia cultural e incluso de persecución religiosa. Lo importante aquí es analizar los argumentos presentados en contra de la retirada de los crucifijos y que, a nuestro juicio, se podrían resumir en los siguientes: primero, hay cosas más importantes que hacer en la escuela o daría lo mismo el hecho de que hubiera crucifijos o no; segundo, se trata de anticlericalismo rancio típico de una izquierda perdida; tercero, se trata, el crucifijo, de un símbolo cultural que va más allá de su significado religioso y que representa significativamente a la cultura occidental; y cuarto, forma parte de una campaña laicista y antirreligiosa que busca el exterminio de la religión y su sustitución por valores hedonistas –sobre esto: ¿alguien sabe realmente lo que decían los pobres hedonistas?-.
Empecemos poco a poco.
El argumento de la irrelevancia de la presencia de crucifijos en las aulas resulta cuando menos ridículo. Y lo es porque se le puede dar la vuelta. Admitamos que no es importante que haya crucifijos o no en el aula. Si, efectivamente no lo es, ¿por qué se arma este escándalo al quitarlos? Si daba igual que estuvieran o no, debería dar igual que no estuvieran. Sin embargo, los mismos que señalan que hay problemas más importantes en la educación para dedicarse que este muestran lo contrario a lo que explicitan cuando se escandalizan porque se retiran. El argumento falaz es viejo: debe dar lo mismo que se dé lo que yo quiero –es decir: lo que a mí no me da lo mismo- y si el resto no lo acepta es que es dogmático. Los demás deben ceder siempre, uno nunca. Al fin y al cabo es lo bueno de hablar desde posiciones tan racionales como la fe.
Pero vayamos al segundo al segundo argumento. Se trata, aseguran, de anticlericalismo rancio. Hay aquí dos cosas muy interesantes. En primer lugar que si el anticlericalismo es rancio más rancio debe ser el clericalismo, aunque sólo sea por una mera cuestión cronológica; en segundo, que cualquier visión objetiva a la historia de España debe dar como mínimo resultado una sospecha sobre el papel que la Iglesia Católica ha tenido en este país: y papel nada bueno. Cualquier persona informada sabe que la Iglesia Católica ha tenido una responsabilidad histórica fundamental en las páginas más negras de la historia de Espña y, claro está, no hablamos sino a partir del siglo XIX cuando de acuerdo al contexto histórico algo podía haber cambiado e incluso integrantes de esa misma organización ya se mostraban críticos. Pero, cabe añadir algo más. Lo único que se ha pedido es que una empresa privada o asociación o asamblea, no sé muy bien cuál será su figura legal, no pueda introducir símbolos propios en un recinto público estatal. Y es algo que parece lógico y se lo explico con un ejemplo personal. Durante la invasión de Iraq, contra la que yo estaba, defendí que los profesores no podían acudir a las aulas con pegatinas o similares del no a la guerra, y lógicamente tampoco de apoyo a la misma, pues allí eran funcionarios públicos y no individuos privados. Del mismo modo, yo mismo, que soy marxista declarado, jamás he defendido en clase posturas personales más allá de la constitución pues considero que los alumnos no vienen a escucharme a mí personalmete sino a seguir enseñanzas de un sistema reglado: no adoctrino en el marxismo desde luego y la foto de Marx que hay en mi aula va acompañada de otra de S. Agustín o de Santo Tomás –por cierto, un genio-. Por ello, lógicamente, tampoco hay motivo para que estos mimso alumnos tengan que tener sobre sus cabezas el símbolo de una religión determinada. Es pura lógica democrática que la educación no debe ser neutral, no es lo mismo ser racista o no serlo o ser geocéntrico o heliocéntrico, pero que eso no quiere decir que los alumnos deban estar expuestos al adoctrinamiento venga de quien venga. Me daría igual que apareciera la imagen de Kant o de Jesús, y a mí el primero me parece más importante intelectualmente sin duda alguna, pues lo importante es que se educa para ilustrar y no para adoctrinar. Y pedir por tanto las retirada de los crucifijos en mi caso, y yo pertenezco a ese extraño grupo que solo habla por sí, es sencillamente un ejercicio de sana democracia.
Pero en tercer lugar se nos presenta el crucifijo como un símbolo que va más allá del sentido religioso y que representa la cultura occidental. Bueno, por supuesto sería de necios negar que el cristianismo fue determinante en el devenir occidental: como el derecho romano y, más aún que los dos anteriores, la filosofía griega. Pero el problema radica en que los símbolos son siempre peligrosos en la escuela precisamente por su carácter de consigna elemental. A la escuela no se debe ir a reafirmarse borregamente en la socialización sino, precisamente y eso es cultura occidental, a plantearse la propia cultura. Efectivamente, no hay mayor símbolo de la cultura occidental que que no haya símbolo universal de la misma. Mientras que culturas superadas por la historias aún pueden mostrarse simbólicas, e ir desde la barbas del profeta hasta el buda feliz del restaurante chino, la occidental,
única esperanza de esa misma historia, no pertenece ya a esa categoría: y por eso, desde un lado y otro, es vilipendiada. El cristianismo es sin duda historia de occidente pero del mismo modo que si hoy en día alguien me dijera que él es aristotélico yo lo único que pensaría es que es ímbécil no cabe ya ninguna posibilidad real de ser cristiano excepto en un campo: el de la fe. Y por eso debe abandonar el aula, pues esta no es lugar para presuntas uniones con Dios ni con su familia. Y de hecho el único lema que sí debería haber en toda aula, y que hay en la mía, sería el
sapere aude (atrévete a valerte de tu propio entendimiento) kantiano precisamente por su ausencia de lema y exigencia de autonomía. Es decir: cuestiona y no reafirma.
Y ya por último está la idea de la superioridad moral de la religión sobre el hedonismo que nos invade. La cosa tiene, cuando menos, gracia. En primer lugar destaca que esa religión que regentó occidente durante mil quinientos años permitió la injusticia como norma. Pero, en segundo lugar y que es más interesante, resalta el propio carácter hedonista de esta, y cualquier otra, religión. Efectivamente, característico del hedonismo fue el cálculo de su regla de oro según la cual un sufrimiento que diera un placer posterior debería aceptarse pues en la comparación meditada merecía la pena. Y precisamente el cristianismo es eso. La vida terrena, de sufrimiento, es mínima y por eso merece la pena ser cristiano pues la recompensa es eterna: puro cálculo egoista. No ha habido, ni lo habrá, mayor crítica a la ética egoísta cristiana que la de Kant quien ya supo ver todo este enrevesado juego de intereses que se escondía detrás de la, presunta, religión del amor. Por supuesto seríamos injusto, repetimos, si no destacáramos que esa misma religión, y fundamentalmente gracias a la figura que la tradición ha personificado en San Pablo y no tanto por el mismo Jesús, fue un
progreso humano extraordinario en su tiempo, como por otra parte lo fue Mahoma en su contexto, pero a su vez mentiríamos si dijéramos que su discurso es imperecedero. Así, la religión en el fondo, y la cristiana en particular, no supera el hedonismo porque sus proias condiciones de gestación histórica lo imposibilitaban. Y esto se ve muy bien en que el propio Juan Pablo II o el mismo papa actual, que de tontos no tienen un pelo, cuando quieren fundamentar la crítica no entran en la sociedad actual sino que cargan contra la misma Modernidad y la Ilustración pues conocen, al fin y al cabo son cultos e inteligentes, a su auténtico enemigo.
¿Se deben retirar los crucifijos de las escuelas? Sin duda, como cualquier otro lema o consigna. Y es un deber que quienes opinamos que no queremos pancartas en clase contra la guerra, más de una quité, o de que el hecho de tener una alumna con velo es un fracaso social y educativo y no una muestra de diversidad cultural, pues no vemos ahí cultura en ninguna parte, opinemos a su vez que los crucifijos no deben estar en el aula. Y por la misma razón: educamos para la autonomía y no para la servidumbre a creencias arcaicas. O diciéndolo más filosóficamente, educamos para el sapere aude o, cuando menos, lo intentamos.