Lo más interesante del reciente y ridículo editorial que todas las empresas capitalistas –sé que suena mal pero es un recordatorio a esa izquierda nacionalista tan, tan, tan radical- de comunicación escrita catalanas has suscrito unánimemente no es, como cabría suponer a primera vista, su aire de advertencia chulesca sobre que podría pasar si un tribunal se atreve a cumplir la ley.
conviene que se sepa (…) No estamos ante una sociedad débil, postrada y dispuesta a asistir impasible al menoscabo de su dignidad (…) Si es necesario, la solidaridad catalana (sic) volverá a articular la legítima respuesta de una sociedad responsable.
Si bien eso ya sería motivo para que cualquiera con un mínimo de idea de qué es la democracia rechazara el texto, no es, sin embargo, lo más interesante del mismo ni mucho menos. Al fin y al cabo, la oligarquía financiera, recordemos que un editorial es la opinión de una empresa, siempre ha considerado que la ley está a su servicio. Por tanto no sorprende ese aire de ojito dónde os podéis meter.
Qué va. Lo más interesante es sin duda otra cosa de la que poco hemos leído o escuchado en los sin duda sesudos análisis que sobre el texto se han hecho. En primer lugar resulta llamativo el título: La dignidad de Catalunya (sic). En segundo lugar, que va unido a lo anterior pero como causa, resulta aún más llamativo la ola de solidaridad que dicho escrito ha despertado en eso que se llama rimbombantemente sociedad civil: desde el club de fútbol Barcelona hasta un club de excursionistas pirenáicos –tal vez también más que un club-. Todo hasta aquí estaría muy bien. Incluso, si nos dejaramos calar la paleta barretina hasta los ojos, o la boina, podríamos sentir el orgullo de la cohesión social. Pero la cohesión social, al menos eso nos enseñó aquello que en un tiempo se llamaba pensamiento de izquierdas, resulta peligrosa y suele ser una impostura que esconde en realidad los intereses oligarcas.
Retrocedamos un poco en el tiempo. Si ustedes recuerdan los resultados del estatuto en Cataluña (soy simple: a Londres no le llamo London) tal vez venga a su memoria algo interesante: participó menos del 50% de las personas con derecho a voto (es más y me atrevería a decirlo: participaron menos del 50% de los catalanes con derecho a voto). Parecería pues que el tema del estatuto no es una prioridad de la gente que vive en Cataluña. O al menos, no de cierta gente que curiosamente son la mayoría de la población. Pero sin embargo, las dificultades legales del estatuto ha sido el único tema –pues ni tan siquiera el hecho de que más de diez mil niños se mueran de hambre al día o el triplete del Barcelona (tema más catalán sin duda) lo han conseguido- que ha permitido unirse a tanta organización social bajo una misma bandera. Es decir, a la mayoría de la población no parece interesarle mucho el estatuto, pero a eso que se llama sociedad civil catalana, sí. ¿Sociedad civil catalana?
Y es aquí donde comienza el análisis de aquello que antes se llamaba izquierda. Recuperemos la cuestión. Resulta que hay una, aparente, unanimidad entre la llamada sociedad civil catalana en su apoyo al estatuto pero no es así entre la mayoría de la población que ni llegó a votarlo, a favor o en contra, en un 50 %. La cohesión social, ahora que nos enternecía tanta en Catalunya, no parece cierta. ¿Por qué entonces el estatuto sí es (casi) unanimemente apoyado por las instituciones sociales?
La oligarquía como élite con poder tiende a mantenerse a toda costa en cualquier sociedad. Para ello necesita convertir su interés particular -que se limita a su conservación y si es posible su expansión a costa del resto de la población del territorio- ideológicamente en interés general. Hace poco me sorprendí de mañana cuando el locutor de una radio mostraba su enfado porque los intereses españoles en cierto país estuvieran en grave peligro. Casi corro a alistarme, pero hablaba, al final lo dijo, de Repsol y yo, que no soy accionista, respire más tranquilo: debo ser, bueno lo soy, poco español. Del mismo modo, la oligarquía catalana ha convertido Cataluña en su interés, como ya hemos comentado aquí en alguna ocasión. Y así, cuando dicen Cataluña, como cada vez en realidad que se habla de un país, se refieren a su finca.
Si bien eso ya sería motivo para que cualquiera con un mínimo de idea de qué es la democracia rechazara el texto, no es, sin embargo, lo más interesante del mismo ni mucho menos. Al fin y al cabo, la oligarquía financiera, recordemos que un editorial es la opinión de una empresa, siempre ha considerado que la ley está a su servicio. Por tanto no sorprende ese aire de ojito dónde os podéis meter.
Qué va. Lo más interesante es sin duda otra cosa de la que poco hemos leído o escuchado en los sin duda sesudos análisis que sobre el texto se han hecho. En primer lugar resulta llamativo el título: La dignidad de Catalunya (sic). En segundo lugar, que va unido a lo anterior pero como causa, resulta aún más llamativo la ola de solidaridad que dicho escrito ha despertado en eso que se llama rimbombantemente sociedad civil: desde el club de fútbol Barcelona hasta un club de excursionistas pirenáicos –tal vez también más que un club-. Todo hasta aquí estaría muy bien. Incluso, si nos dejaramos calar la paleta barretina hasta los ojos, o la boina, podríamos sentir el orgullo de la cohesión social. Pero la cohesión social, al menos eso nos enseñó aquello que en un tiempo se llamaba pensamiento de izquierdas, resulta peligrosa y suele ser una impostura que esconde en realidad los intereses oligarcas.
Retrocedamos un poco en el tiempo. Si ustedes recuerdan los resultados del estatuto en Cataluña (soy simple: a Londres no le llamo London) tal vez venga a su memoria algo interesante: participó menos del 50% de las personas con derecho a voto (es más y me atrevería a decirlo: participaron menos del 50% de los catalanes con derecho a voto). Parecería pues que el tema del estatuto no es una prioridad de la gente que vive en Cataluña. O al menos, no de cierta gente que curiosamente son la mayoría de la población. Pero sin embargo, las dificultades legales del estatuto ha sido el único tema –pues ni tan siquiera el hecho de que más de diez mil niños se mueran de hambre al día o el triplete del Barcelona (tema más catalán sin duda) lo han conseguido- que ha permitido unirse a tanta organización social bajo una misma bandera. Es decir, a la mayoría de la población no parece interesarle mucho el estatuto, pero a eso que se llama sociedad civil catalana, sí. ¿Sociedad civil catalana?
Y es aquí donde comienza el análisis de aquello que antes se llamaba izquierda. Recuperemos la cuestión. Resulta que hay una, aparente, unanimidad entre la llamada sociedad civil catalana en su apoyo al estatuto pero no es así entre la mayoría de la población que ni llegó a votarlo, a favor o en contra, en un 50 %. La cohesión social, ahora que nos enternecía tanta en Catalunya, no parece cierta. ¿Por qué entonces el estatuto sí es (casi) unanimemente apoyado por las instituciones sociales?
La oligarquía como élite con poder tiende a mantenerse a toda costa en cualquier sociedad. Para ello necesita convertir su interés particular -que se limita a su conservación y si es posible su expansión a costa del resto de la población del territorio- ideológicamente en interés general. Hace poco me sorprendí de mañana cuando el locutor de una radio mostraba su enfado porque los intereses españoles en cierto país estuvieran en grave peligro. Casi corro a alistarme, pero hablaba, al final lo dijo, de Repsol y yo, que no soy accionista, respire más tranquilo: debo ser, bueno lo soy, poco español. Del mismo modo, la oligarquía catalana ha convertido Cataluña en su interés, como ya hemos comentado aquí en alguna ocasión. Y así, cuando dicen Cataluña, como cada vez en realidad que se habla de un país, se refieren a su finca.
Pero, ¿por qué a la oligarquía social catalana –esto es: oligarquía financiera, oligarquía social y oligarquía política (incluyendo tal vez a la oligarquía excursionista pirenaica)- le interesa defender el estatuto? Porque se trata, y esa es su gran finalidad, de un marco privilegiado para seguir manteniendo su posición social. Efectivamente, la oligarquía catalana -que no lo olvidemos es junto a la vasca la más perenne de España en su condición burguesa- necesita, ante los tiempos que corren, un espacio protegido, como ya lo tiene la vasca, para poder mantenerse sin problemas. Así, el cierre de fronteras, a través por un lado del monopolio de una lengua minoritaria y local pero que se busca convertir en imprescindible dentro del territorio y, por otro, de una relación financiera privilegiada con el estado, es la mejor garantía de su control social y su consecuente permanencia en el poder. Lo que la oligarquía busca, pues, no es la mejora de las condiciones de vida de la gente que está fuera de su círculo social elitista sino precisamente de reforzar ese círculo para que sea inaccesible a otras élites foráneas. Es la idea que está detrás del parque nacional como conservación de la naturaleza y es eso precisamente el estatuto catalán: una ley de protección de élites ante el miedo causado por el fenómenos de la globalización. Efectivamente, la élite provinciana sospecha, con razón, que la globalización puede acabar con ella –y no seamos ingenuos: no para traer una emancipación sino para ser sustituida por una élite más adecuada al momento- y entonces genera un sentimiento de identidad, es decir, de inmovilidad temporal en lo esencial de la nación catalana y su dignidad, que hace que su propio dominio sea la quintaesencia de la catalinidad. Al fin y al cabo, Catalunya son ellos y su cuenta en euros.
Y por eso, el editorial, recuperando la primera cuestión planteada, se llama algo tan cursi como La dignidad de Catalunya. La élite siente, y lo siente seguramente de buena fe y no por maquivelismo que ellos son Cataluña y por lo tanto cualquier proceso que pueda cercenar, aunque sea mínimamente, su grado de control social implica un ataque a la propia realidad nacional. Así, se mistifican sus intereses particulares en intereses nacionales, ¿se acuerdan de lo de Repsol?, y a partir de ahí ya da igual lo que la gente haya votado o no: su única función, como catalanes, es el asentimiento. De pronto, todo aquello que va contra el interés particular de la élite es anticatalán y todo aquello que defiende su interés es Cataluña, aún más: Catalunya. Es lo mismo, en realidad, que cuando Franco acababa su discurso gritando viva España para no decir, tal vez por modestia, viva yo.
Hay oligarquías que tienen todo el mundo como lugar de esparcimiento. Otras, un parque nacional donde como especies protegidas moran y se reproducen. A veces, solo se habita una diminuta finca, pero el temor a arrancar la valla es consecuente: afuera hay especies que nos pueden defenestrar de nuestra posición relevante en la cadena alimenticia. Por ello, exigen que todo lo que abarque su vista sea suyo y solo suyo, aunque sea poco porque son bajitos. En una escena terrible de El rey León, como terrible es toda la película, un estúpido mono con ínfulas místicas levanta al cachorro de depredador ante los herbívoros y estos, sus futuras víctimas, agachan la cabeza en señal de pleitesía. Solo les falta gritar: visca Catalunya.