Los recientes casos de pederastia en ciertos sectores de la Iglesia Católica y la reacción de la jerarquía oficial han generado un encendido debate. Este artículo, que desengañénse no está escrito desde la indignación moral en absoluto, pretende analizar fríamente el caso y las distintas reacciones ante él. Y especialmente la propia reacción del lobby católico ante lo que consideran un ataque a la Iglesia.
Empecemos por el principio, que parece un buen comienzo. Resulta ridículo, a menos que se tengan datos verificables que yo desconozco, que se quiera hacer creer que entre los empleados de la Iglesia Católica haya más pederastas que entre la gente de cualquier otra empresa. Igualmente, creemos equivocado relacionar el celibato eclesial con el asunto porque introduce un elemento distorsionador que consideramos equívoco: no parece que violar a un niño, hecho que se da en otros contextos sociales, guarde relación causa-efecto con la observancia de un celibato. Defender lo contrario parece, cuando menos, reducir la pederastia a una especie de desahogo, como lo podría ser la masturbación por ejemplo, y no lo es: la pederastia es un deseo sexual no hacia cualquier cosa sino hacia los niños específicamente. Sospecho, empezaba la frase con un no tengo dudas pero aún me falta una demostración, que los gustos sexuales de los individuos no tienen que ver con una libre elección -¿cuándo me pare yo, o usted si es varón y heterosexual, a decidir que me gustaran las mujeres y no los hombres?; ¿cuándo se paro usted, si es varón homosexual, a pensar que le gustaran los hombres y no las mujeres?- sino con un tema de nacimiento. Es decir: se nace heterosexual, se nace homosexual o, y aquí sí hay un problema que no existe en los otros dos casos, se nace pedófilo.
Se nace pedófilo y se siente atracción sexual por los niños. Y aquí empieza el problema porque el pedófilo entonces puede actuar de dos maneras. O bien se aguanta- lo que sin duda le cataloga, y aquí no hay ironía alguna, como buena persona- o bien actúa para cumplir su perversión. Y si actúa es lógico que no se haga por ejemplo militar, la edad de los miembros de un ejército es bastante madura, sino de alguna asociación que tenga contacto con la infancia. Es decir: si hay pederastas en la Iglesia Católica no hay que achacarlo a la doctrina católica, de la que no tenemos ninguna buena opinión por otra parte, sino a que la posibilidad de estar con niños se multiplica. Así, el que siendo pederasta se hace cura es, entre otros motivos, por la cercanía que piensa va a tener con presas fáciles. Es un tema práctico y no teológico.
Pero también hay que achacarlo a algo más. Resulta cuando menos ridículo pensar que histótricamente la pederastia es algo exclusivamente actual. Sin duda, se ha dado a lo largo de toda la historia de la humanidad. Y si usted o yo fuéramos pederastas y quisiéramos violar a un niño nos dirigiríamos a aquella asociación o empresa que nunca denunció voluntariamente, ni creó condiciones para ello, a los criminales. ¿Adivinan dónde nos alistaríamos? Porque la Iglesia persiguió sin duda a fornicadores, homosexuales, científicos, filósofos y luchadores por los derechos civiles. Persiguió incluso a brujas, incluimos a íncubos y súcubos, pero no a pederastas. Violar niños así no era tan importante como ser, por ejemplo, homosexual. De esta forma, un pederasta que deseaba ejercer no solo se haría del clero para poder estar cercano a su presa sino también porque sabía que dicha organización no le iba a perseguir y, ni tan siquiera, a coartar. Le dejaría, como así nos lo confirman los hechos, campar a sus anchas y poder violar a cualquier infante.
Así pues la pederastia en la Iglesia no guarda relación ni con el celibato ni con la doctrina pero, sin duda, sí que la guarda con la actuación ante la misma de la propia organización. Si la Iglesia hubiera perseguido con el mismo celo a los pederastas como persiguió, por ejemplo, a los que defendían que la tierra giraba alrededor del sol, no hubiera sido tan fácil ser clérigo pederasta. Incluso si hubieran puesto el mismo empeño con el que han atacado el legítimo derecho a ser homosexual y ejercer libremente dicha sexualidad, hace tiempo que la pederastia se hubiera acabado en la Iglesia Católica.
Pero lo mejor de todo este problema, es decir: lo peor, es la respuesta del lobby católico. Por tal entendemos por un lado a la junta directiva de la empresa, que comienza con el autodenominado su santidad y sigue con obispos y cardenales; por otro, los medios de comunicación cercanos. Las respuestas a la evidente falta de acción han estado basadas en tres grandes estrategias: el perdón, la proyección de las habas cocidas y la idea de supremacía moral.
La estrategia del perdón se basa en la idea de la vieja caridad cristiana. Es bonita. Es falsa. Y lo es histórica e intelectualmente. Lo es históricamente porque la Iglesia Católica jamás ha actuado de tal forma excepto cuando le ha resultado porvechoso para sus intereses: la historia de la Iglesia es una historia de intolerancia excepto con aquellas situaciones en que ha sacado provecho. Pero intelectualmente es falso también porque la Iglesia exige perdón para quien quiere y así por ejemplo ningún portavoz eclesial ha señalado que los curas pederastas, o sea: que violan niños, estén excolmugados automáticamente mientras que sí lo han dicho, por ejemplo y hace bien poco, de las
mujeres que abortan . Así, el perdón de la Iglesia suena hipócrita: es el perdón con la boca pequeña: se ejecuta discreccionalmente.
La estrategia de la proyección, ese consabido
quien esté libre de pecado que tire la primera piedra, está basada en la historia evangélica de
la adúltera. Pero a su vez resulta falsa al compararla con la acción diaria e histórica de la Iglesia. Si algo ha hecho la Iglesia durante su dominio social no han sido escuelas, curiosamente, sino juicios y tribunales. De hecho, incluso hoy cada declaración eclesial es un juicio de valor, generalmente condenatorio, sobre los comportamientos humanos más diversos. Sin duda, una empresa privada tiene ese derecho, en realidad es lo que yo mismo estoy haciendo sobre ella, pero luego no puede negárselo al resto. La Iglesia Católica juzga permanentemente pero a su vez pide no ser juzgada. Pero, ¿por qué hace esto? Porque la Iglesia Católica lo que en realidad pide es el monopolio de la lapidación. Al fin y al cabo ya lo tuvieron y lo llevaron a cabo.
Por último, está la respuesta desde la supremacía moral. Es algo que se está dando mucho últimamente y es una versión falsa de la historia. Viene a decir dos cosas: la primera, que la acción de la Iglesia ha desarrollado socialmente la libertad y el progreso en Europa; la segunda, que el cristianismo, como tal, ha construido los valores del pensamiento occidental. Las dos son falsas. No cabe duda de que el cristianismo significó
un avance intelectual en su inicio y especialmente con el pensamiento escolástico, pero al tiempo no cabe duda de que la modernidad se construye no sobre el cristianismo sino contra él. La permanente persecución que la doctrina cristiana llevó a cabo contra todo aquello que hoy en día nos parece fundamental en occidente -desde la libertad de pensamiento hasta el desarrollo científico- es un hecho histórico objetivo. Del mismo modo en que hoy se comportan los ignorantes musulmanes se comportó la Iglesia Católica en occidente. Y si hoy en día no se comporta así no es porque no quiera sino porque no puede. La ilustración no se construyó a partir del cristianismo y con su apoyo sino contra el mismo y sus hogueras. Porque, y esto lo desarrollaremos intelectualmente en un artículo próximo de semana santa, modernidad y cristianismo –y cualquier otra religión o supersticiosa espiritualidad- son irreconciliables –aunque no así la posmodernidad-. Basta repasar la historia para darse cuenta de que la Iglesia Católica, en concreto, no ha sido sino una rémora para el progreso social en occidente desde al menos el humanismo renacentista y que en España ser anticlerical es un resultado lógico de leer historia.
De esta forma, la Iglesia resulta culpable de al menos dos cosas: una, haber permitido el abuso sexual a los niños; y, segundo, de no haber sabido reaccionar a tiempo. Si la Iglesia hubiera actuado con contundencia en su momento no habría hoy este problema. Y tal vez, en este tema de la reacción, sí haya, y no antes, una coherencia intelectual. Al fin y al cabo, el sufrimiento de un niño violado no puede parar la economía de salvación y la construcción de la Nueva Jerusalen: es demasiado vulgar. Y esta coherencia intelectual, aquí sí, llevó a la institución a despreciar los abusos e incluso a asombrarse cuando una sociedad materialista les dio tanta importancia: se preocupan de los niños violados, pensó, por su materialismo que santifica el cuerpo y al individuo.
Y tenían, ahora sí, razón.