viernes, octubre 29, 2010

MARCELINO CAMACHO

Informan que ha muerto Marcelino Camacho. Ante la muerte de una persona hay que obrar con respeto. Pero en este caso también hay que obrar con respeto, algo muy distinto, al hablar de su vida. No voy a hacer aquí un panegírico, una loa, de la vida del Sr. Camacho. Seguramente, fuera una vida llena de claroscuros: fue comunista cuando el comunismo, vamos a empezar a decirlo, no era sino la defensa de un régimen totalitario y no nada relacionado con la libertad. Tampoco voy a hablar aquí grandilocuentemente de su coherencia porque la coherencia no es necesariamente una virtud moral: no conozco a nadie más coherente que Ben Laden, que pudiendo vivir majestuosamente en Arabia sin embargo idea y apoya matar gente y negar la libertad desde condiciones míseras. Por último, tampoco le ensalzaré hipócritamente por su idealismo: no conozco a nadie tan idealista como Hitler. Y vaya, por supuesto, que el pobre Sr. Camacho no es comparable con semejantes miserables.

Sin embargo, y como le pasaría a otro personaje claroscuro como es D. Adolfo Suárez, a D. Marcelino Camacho todos los españoles le debemos un agradecimiento. Hubiera sido muy sencillo oponerse a la transición, no firmar los Pactos de la Moncloa y haber quedado, sobre todo hoy en que tanto niñato cómodamente instalando habla de traición, bien consigo y su conciencia. Su conciencia: esa es la clave. D. Marcelino Camacho en un momento dado, como Suárez, decidió que su conciencia no era toda la realidad. Y alcontrario de lo que algunos puedan pensar ese fue, como en Suárez, su inconformismo y su rebeldía: la conciencia no autosatisfecha llevó a una conciencia progresista. En un mundo en que la gente ve la realidad de acuerdo a lo que quiere ver en ella, seleccionando el canal con el mando a distancia y eliminando las noticias contrarias, D. Marcelino Camacho situó la realidad como el objeto de pensamiento y sus ideas como sujetas a permanente revisión: hizo los pactos de la Moncloa y protagonizó la huelga general del 14-D. No traicionó su conciencia porque comprendió que el solipsismo de la coherencia y del idealismo lleva a Ben Laden o a Hitler. Se enfangó del lodo de la realidad para limpiar Y limpió buscando, ahora sí, más libertad.

Por ello, solo nos queda decir una cosa a D. Marcelino Camacho en la hora de su muerte: gracias, señor.

miércoles, octubre 27, 2010

COHERENCIA, POLÍTICA (¿)y un cargo(?)

Resulta que el 29 de septiembre, Valeriano Gómez apoya la huelga general contra la Reforma Laboral del gobierno de Zapatero.
Resulta que la Reforma Laboral sigue.
Resulta que Valeriano Gómez es nombrado ministro de Trabajo para llevar adelante la Reforma Laboral.
Resulta que Valeriano Gómez, acepta.
Y resulta que yo, que soy un simple sin duda, no entiendo a Valeriano Gómez. ¿Alguien me lo explica?

domingo, octubre 24, 2010

EL FRACASO DEL ARTE MODERNO/2

En el artículo anterior sobre este tema presentábamos el ideal del arte moderno. Decíamos que buscaba la universalidad ya que, al contrario del arte anterior cuya base formal era la escena dibujada, el moderno pretendía tener como base formal la luz, el color y la forma estética pensando con ello evitar la mediación cultural que implicaba, necesariamente, el conocimiento cultural de la escena presentada y con ello la posición social del espectador que le permitiría, o no, llegar a ese conocimiento. Luz, color y forma se presentarían, así, como algo perceptible inmediatamente para cualquier ser humano independientemente de su nivel cultural. Y con ello, el ansia de universalidad del arte moderno sería a su vez una crítica al mundo alienado por la sociedad capitalista donde lo humano se reducía a la propia condición social: lo universal era el arte y lo discriminador el entorno social capitalista. El arte moderno pretendía de esta manera ser popular y revolucionario.

Sin embargo, el fracaso fue rotundo y el arte que pretendía ser universal acabó confinado en la galería de arte y en una élite. ¿Por qué? En esta segunda parte –pero no la última: esto es como los folletines que se extiende sin límite- pretendemos criticar la idea propia del arte moderno desde una perspectiva estética y sociológica. Y en una tercera parte analizar cómo este fracaso llevó al arte moderno a la galería de arte como su lugar natural. Pero antes, y que debido a nuestra torpeza seguramente no hayamos sabido expresar, queremos decir que por supuesto el valor concreto de las obras del arte moderno, las hay buenísimas y malísimas, no guarda relación con esta reflexión general. Aquí se analiza no un criterio estético academicista sino una reflexión sociológica y política sobre la función del arte moderno.

En primer lugar, el arte moderno fue como idea un fracaso antropológico basado en una concepción feliz e ingenua de la naturaleza humana, casi de tintes rusonianos. El arte moderno partía de una idea pura del ser humano que sin embargo, como en Rousseau, era una falsedad. Efectivamente, esta idea pretendía una naturaleza bondadosa y casi espiritual enfrentada a una sociedad corrupta y que por tanto exigía, como utopía, volver a esa realidad. Se trataba de recuperar, y no crear, lo humano: también el arte moderno vivió la falsa utopía de unas sociedades primitivas felices –como se ve en el aprecio al arte africano- enfrentadas al mundo actual, ahí sí de forma verdadera, desdichado. Sin embargo, y frente a esto, el arte no era natural sino que ya era el resultado de una mediación social -y aún más lo sería el arte moderno caracterizado por sus vanguardias-. Efectivamente, el arte no era algo genuinamente humano sino algo producido, en cuanto a condición necesaria, por la división social del trabajo. Podía ser cierto que la dimensión estética perteneciera a la naturaleza humana, creo que sí pero se podría discutir, pero el arte era algo más que esa actitud estética y por ello tenía un componente social indispensable. Así, el arte nació haciendo ya una clara distinción en su publico: no estaba pensado para las masas, cuya única función social era mantener el status quo al que también pertenecía el propio creador artístico, sino para las élites que eran mantenidas económicamente por esas mismas masas. Y sus códigos de producción e interpretación, por tanto, eran los propios de las élites. Y eso mismo se reconoce cuando se denominó arte popular, y no arte a secas, a las expresiones estéticas que generó esa masa: algo, y es verdad, alejado de la profundidad intelectual y formal del arte minoritario. Así el arte desde sus orígenes resultó alejado de la gran masa social e incluso llegó a ser autoconsciente de ello como se ve cuando a partir del Renacimiento buscó la separación de los artesanos. El arte como tal, en cuanto a expresión y disfrute, no era un uso popular sino de las élites. Lejos de ser lo genuinamente humano era una prueba máxima de la mediación social y su injusticia pues solo se podía disfrutar plenamente a partir de cierta posición social. El arte, como la misma Filosofía, pertenecía a un mundo ajeno a la necesidad, donde vivía la mayoría de la población, y existían en la cultura, cuya existencia solo compartían con las élites económicas y sociales. El arte, en definitiva, debía su existencia no al alma bella sino a la explotación social.

Pero había aún algo más peligroso como pecado original: la figura del propio artista. Fue el Romanticismo -nota: un movimiento imprescindible y un movimiento terrorífico- quien creó el mito del artista como la presencia de lo universal: era lo genuinamente humano. Así, el artista romántico, y es la idea que se extendió y se extiende a partir de entonces, era la representación de lo más humano frente a la sociedad y por eso se presentaba, lo que llevaría a la ñoñería de bohemias y malditismos, como enfrentado a ellas. El artista tenía una doble perspectiva: por un lado, era la privilegiada singularidad del genio; por otro, era por ello mismo la visión genuina de lo humano que alcanzaba el universal. Sin embargo, el genio era, a su vez, un producto social. Y su socialización, e incluso su aparatoso rechazo, no eran sino procedentes de una realidad social determinada.

El arte moderno así partió de un doble pecado original en su concepción filosófica. Nada en el arte era, afortunadamente, propio de la naturaleza de un primate. Todo era pura mediación social en la que el propio arte había tenido como condición de necesidad en su surgimiento la propia e injusta división social del trabajo. Sin embargo, y al tiempo, el arte era una reclamación de lo humano en su misma existencia, como la Filosofía de nuevo, porque pretendía precisamente convertirse en un lenguaje universal. La dialéctica del arte, como fruto de la injusticia pero al tiempo como presencia de lo más humano por ser lo culturalmente más sofisticado, no era así atendida.

Y, por último, había surgido también un problema formal: la fotografía. Hasta el siglo XIX, más o menos, la tarea de las artes visuales, de las que aquí estamos fundamentalmente hablando, había sido el intento de copiar la percepción humana. La pintura especialmente había progresado como forma buscando ser fiel al ojo en su captación de la realidad. Por ello, el dibujo mismo y la perspectiva habían reinado dejando a la luz y el color a su servicio. Las meninas serían así el exponente máximo de ese arte donde la ilusión de la tridimensionalidad era perfecta. Sin embargo, la aparición de la fotografía había herido de muerte esta perspectiva. La pintura ya no podía competir con la mera plasmación de la representación del ojo humano que era captado fielmente, al menos a simple vista y valga el dicho, por la nueva realidad tecnológica. Por eso, también, la pintura, y con ella la escultura, se lanzó a explorar nuevas realidades. Y por ello llegó a plantear el problema formal de la inmediatez de los humano que la fotografía, para la que era necesaria un hecho tecnológico, no podía plantear. Así, al querer separarse la pintura de la tradición formal del ojo humano no solo buscaba una forma técnica nueva sino también un discurso teórico –lo que, por cierto, tampoco era nuevo-. Y esta necesidad de un nuevo discurso sobre el arte implicaba una formulación conceptual que incluía lo aquí criticado y, luego, elementos concretos en cada movimiento. Surgía así un análisis intelectual cada vez más sofisticado que el gran público desconocía. Así, los manifiestos, cada movimiento con el suyo, mostraban el esfuerzo conceptual del arte moderno como paradoja de su presunta búsqueda de la inmediatez. Y así, el arte moderno se negaba, otra paradoja fue que lo hiciera con razón, a sí mismo.

De esta manera, el arte moderno no logró ni su inmediatez ni su popularidad. Pero no hay nada peor en un análisis pretendidamente histórico que hablar desde grandes conceptos que se pueden amoldar a todo. Por ello, en el próximo, y de verdad espero que último artículo para motivar al heroico lector que haya llegado hasta aquí, entraremos ya en concreto en la historia del arte moderno desde el Impresionismo hasta ahora. Y cómo su fracaso se expone cada año, o cada dos, en su mercado.

viernes, octubre 22, 2010

VIDA INTERIOR/ 70: COMO EN LAS NOVELAS DE GALDÓS

¿Quién de nosotros no tiene una vida interior muy grande? ¿Y qué poeta no nos la cuenta una y otra vez? En esta sección mi alma se desnudará. Incluso he comprado una nueva para tenerla más grande. Porque, en el fondo, yo también quiero ser feliz

Yo era joven y era pedante. No podía concebir que alguien de eso que se llamaba Realismo, ya fueran Galdós o Dickens, puideran escribir buenas novelas. Yo era partidario de la novela moderna sin puntos ni comas. Rarita. Me leí Tiempo de silencio y dije que era buenísima. Pero era mentira porque me aburrí leyéndola –luego la volví a leer y comprendí que sí era buenísima-. Dejé en las primeras páginas Volverás a Región pero también señalé su excelencia –luego la acabé, en una acto heróico, y me pareció la redacción escolar de un joven pedante-. Me leí Ulises y orgulloso comenté que era buénisimo –lo era y lo es-. Me leí Manhattam Transfer y flipé -nota: luego leí la trilogía sobre América de Dos Passos y seguí alucinado: un autor injustamente olvidado-. Pero nunca leí a Galdós, ¿para qué? El Realismo era basura. Sin necesidad de leer a Galdós.


Pero, cosas del destino, me gustaba Jack London -nota: aún me gusta y su obra Martin Eden, me la volví en leer en verano, me parece una joya de la literatura-. Y no era literatura tan moderna. y había aún un vínculo. Pasó el tiempo y llevado por la obligación cultural leí Fortunata y Jacinta. Ya no era tan joven: no estaba mal. Además reconocía algo: la maravilla de sus últimas cincuenta páginas. Leí ese mismo año Doctor Fausto y, extraño, reconocí algo: ¿y esta pedantería?


Volvió a pasar el tiempo, a veces es lo único que pasa, y me hice, afortunadamente, mayor. Y por esas cosas de la carrera volví a Galdós: El amigo Manso. Me resultó increíble: Yo no existo, empezaba. ¿Hay alguna novela que haya empezado mejor? Y recuerdo, aún recuerdo, que siendo joven pensé que si pudiera haría sobre ella una película. Todavía tengo su final pensado. Aunque ya no haré película alguna.


Y poco después leí algo asombroso. Se llamaba, así solo, Miau: el maullido de un gato. Pero el maullido acababa siendo la vida humana. Y comprendí -¿se puede acabar mejor una novela?- que Galdós era un magnífico escritor. Y que lo moderno no residía en los signos ortográficos o de puntuación sino en algo más profundo. Como descubrí también a Dickens de Historia de dos ciudades.


Miau. El cesante Villaamil.


El otro día me acerqué a mi antiguo centro el IES Federica Montseny. De allí me echaron en un claustro, defendiendo sin duda la educación pública, la junta directiva y los compañeros profesores -tampoco todos, aunque es verdad que luego tampoco dijeron nada-. Fui ahora para echarme a mí mismo –como diría Homer Simpson: señor Burns, sé echarme solo-. He pedido el cese voluntario de allí y ya no soy de ningún sitio. Cesante.


Empezaba diciendo todo esto que yo era joven y pedante. He dejado, sin duda, de ser joven.


miércoles, octubre 20, 2010

UN RAYO DE ESPERANZA (o la desesperación)

Una vez entré cantando en la sala de profesores del instituto y alguien me dijo: qué feliz se te ve. Me giré y contesté: no es felicidad, es desesperación.

Zapatero ha cambiado su gobierno. Es una esperanza de algo mejor: peor que el anterior no puede ser.

lunes, octubre 18, 2010

TODO UN HOMBRE

Un minero de los atrapados en Chile, D. Franklin Lobos, ha dicho: La gente nos dice que somos héroes y no, no somos héroes, somos víctimas. Nosotros luchamos por nuestra vida no más, porque tenemos familias. Somos víctimas de los empresarios que no invierten en seguridad.

Este es, nada menos, que todo un hombre y no los que gritaban Chile, Chile o exponían ofrendas a un dios. Porque a lo que debe aspirar un ser humano no es a una corral llamado patria o a un consuelo denominado religión, sino a su propia racionalidad.

Algo siempre muy difícil. Algo, por eso, verdaderamente humano.

viernes, octubre 15, 2010

EL PROTOCOLO Y LA DEFENSA

Uno creía que el ministro de Defensa era un cargo que se refería al país y no al gobierno. Uno sin duda se equivocaba. Ya Trillo demostró que no era así, en un caso sin duda más grave que el actual, y ahora Chacón vuelve a hacerlo.

Ante los maleducados, en un minuto de silencio eso no se hace, abucheos y consignas del 12 de octubre, un protocolo para el desfile militar que los impida: está muy bien pensando. Y se me ocurre que debería incluir entre sus normas levantarse ante el paso de las banderas de otros países.

Que hay, siempre, que ser bien educados.


miércoles, octubre 13, 2010

RADIOGRAFÍA DE UN FRACASO/ y 3: ¿POR QUÉ NO TRIUNFÓ LA HUELGA?

En un artículo anterior presentábamos el fracaso, anunciado, de la huelga general. Sin embargo, se trataba de un artículo más metodológico que otra cosa -¿ven?, cuando me pongo sé ser profundo y pedante- y no entraba en mayores sobre las causas de dichos fracaso excepto señalar un aspecto estructural del mercado de trabajo. Este artículo, por tanto, pretenderá complementar al anterior y explicar el tema.
¿Qué causas están detrás del fracaso de la huelga general?

En primer lugar una clara: la desafección que la gente siente ante el papel de los sindicatos. Pero, no tan evidente. Porque está desafección tiene un componente estructural y otro ideológico e individual. Frente a lo que se suele decir, la tasa de afiliación española al sindicalismo no es demasiada baja en comparación con Europa -un 25% de media en Europa y un 19% en España- y por tanto no cabe ahí la causa de dicho fracaso. Es más, la tasa española ha subido en los últimos años, es decir: se ha afiliado más gente que en el pasado- lo que quiere decir que cuando las anteriores huelgas generales triunfaron había menos gente afiliada a los sindicatos que sin embargo sí estaba dispuesta a hacer huelga. Por tanto, la desafección al sindicato no se da en su afiliación donde se le ve como un hecho útil –y por eso la gente se afilia-. E incluso sería interesante analizar cuánto afiliado, por cierto: en su derecho, no ha hecho huelga.

También es incierto que la sociedad, tal y como clama una izquierda acomodaticia, se haya derechizado –excepto claro está esa misma izquierda acomodaticia-. Si uno mira las encuestas del CIS -aquí aparecen desde enero de 1996 situándose en una escala del 1, extrema izquierda, al 10, extrema derecha- se verá como la gente se considera fundamentalmente de izquierdas o centro izquierda. Y es una tendencia que se mantiene. O diciéndolo más claro, la gente se percibe y autoproclama más de izquierdas que de derechas. O sea, la gente de golpe no se ha hecho neoliberal -nota: un día hay que escribir un artículo más pedagógico que otra cosa explicando qué es realmente ser neoliberal y que no se puede ser neoliberal y apoyar al Fondo Monetario Internacional o al Banco Mundial-. Por tanto, y llevándolo a nuestro campo, no es que la sociedad se haya derechizado pues la tasa de izquierdas, repetimos: en cuanto a la autoafirmación, permanece relativamente estable.

Entonces, ¿qué? Ya hemos analizado en el artículo anterior causas estructurales del mercado de trabajo que impiden la huelga, desde el aumento de la temporalización hasta el temor al paro. Sin embargo, no creemos que esas sean las causas fundamentales. Curiosamente, el desarrollo del capitalismo ha logrado que las causas objetivas, en cuanto a ajenas a la conciencia subjetiva e individual, no sean solo las primordiales a la hora de analizar un fenómeno, sino que haya que prestar un interés fundamental hacia las ideas de la gente, su conciencia. Y ahí está, en este aspecto, la clave.

Pero, acabamos de decir que al prestar atención a la conciencia subjetiva nos encontramos con una sociedad mayoritariamente de izquierdas. Resulta así una casi paradoja: un amplio espectro social se considera de izquierdas o centroizquierdas pero sin embargo una huelga tan justa como esta fracasa. Pero ampliemos el espectro: el PSOE se desploma en intención de voto pero IU no recoge ese desplome. El fracaso de la huelga se enmarca así en algo más amplio que incluso se da en Europa: los partidos conservadores triunfan, incluyendo el ejemplo de la socialdemocracia que fue Suecia. De esta forma, el fracaso de la huelga se enmarca en el fracaso de la izquierda. La gente se siente de izquierdas pero carece de un discurso que le haga actuar de acuerdo a su conciencia en la realidad social. Ocurre, curiosamente, igual que con la religión católica: una mayoría se declara católico pero sólo el 14% asiste a misa. Así, la conciencia existe como realidad subjetiva sin carácter social. Las ideas políticas se subjetivizan hasta formar una vida personal alejada de la acción social. El discurso desaparece y se vive la emoción de ser de izquierdas. Pero, ¿por qué?

La superación por parte del propio Capitalismo de su fase de explotación de clase ha dejado a la izquierda sin discurso. Pero que nadie crea que es, como canta la derecha, porque ya no haya explotación -en realidad esta se ha acrecentado al explotarse la propia vida en su totalidad y no solo las horas de trabajo- sino porque la forma de esta ha cambiado. Y es esto lo que la izquierda aún no ha entendido viviendo en el capitalismo de la producción industrial de la primera mitad del siglo XX. Pero este vivir en ese capitalismo produce un resultado determinado que es vivir en una ilusión y no en la realidad. Y así se ve, ejemplificando, en los dos grandes proyectos izquierdistas de la izquierda más chachi española: la memoria histórica, sobre el pasado, y la república, sobre un futuro idealizado. Nada social, nada económico. La izquierda no vive el presente sino en su propia mitología. Y por eso la izquierda política tiene su problema no tanto en la respuesta a dar sino en la pregunta a hacer. Y de esta manera lo tienen los sindicatos y especialmente los denominados de clase. Su función ha quedado clara en el pasado pero nadie la comprende en el presente. Salvo una buena opción de compra de viviendas o un viaje a Cuba.

Y es ahí donde volvemos a lo concreto. Como la izquierda no tiene discurso presente hizo lo que en fútbol se llama resultadismo: si Zapatero gana su discurso es bueno. Y así el personaje pasó a ser la ideología. Y al convertirse en esta unió su destino al del discurso izquierdista mientras durara. De esta forma, la izquierda fue Zapatero. Y este, como buen peronista, agradeció, salvando del descalabro económico a UGT y financiando espléndidamente tanto a esta organización como a CCOO. Pero no estaba ahí lo fundamental, como quiere hacer pensar la prensa de derechas, sino precisamente en que la ausencia de un discurso de izquierdas coherente condujo a presentar al oportunista como líder. Y la cosa hubiera funcionado -entre Educación para la Ciudadanía, Memoria Histórica, leyes de igualdad, guiños a ETA y arrumacos con la oligarquía regional- si la realidad en forma de crisis económica no hubiera irrumpido. Al fin y al cabo, durante muchos años, pero fundamentalmente seis, la izquierda española no fue más que la corte milagrosa del presidente del gobierno. Y quede claro que la culpa no fue del presidente que nunca obligó a ello.

Por eso, cuando la realidad llegó nadie era capaz de analizarla. Desde el ridículo del fin del capitalismo hasta la crisis definitiva, la izquierda solo pudo echar mano de sus clichés para el análisis: todos eran falsos. Y la conciencia de izquierdas se fue subjetivando por su propia ausencia de discurso-aparte de por el propio desarrollo del proceso capitalista en lo referente a la personalidad- hasta convertirse en una característica personal pero no social. Cuando se quiso hacer una huelga, por parte de los mismos que estaban en el cargo antes y rieron las gracias, la gente actuó con la coherencia de la izquierda creada: la realidad no existe, la huelga no se hace.

Cuando la burguesía llegó al poder definitivamente cambió la imagen de D. Quijote y la convirtió en un romántico soñador –luego incluso sacaría su quijote de bolsillo con Cyrano-. Curiosamente, en el original D. Quijote solo es un pobre imbécil enfrentado a una realidad que le puede permanentemente. Y la grandeza de la obra no está en su romanticismo lírico sino, contrariamente, en su realismo: la realidad vence destrozando lo humano.

lunes, octubre 11, 2010

TONTO DEL VERANO 2010

Por fin tenemos Tonto del Verano 2010. Y el premio ha corrspondido a D. Manuel Pastrana, famoso sindicalista que señaló que el día de la huelga general los abuelos no deberían cuidar a sus nietos. Es sin duda un premio merecido, pero tal y como van las cosas tal vez habría que dar un garladón diario.


viernes, octubre 08, 2010

DOS ACIERTOS

Es raro el día en que uno puede alegrarse por dos cosas.

Como no he leído a Vargas Llosas lo suficiente para juzgar o no la justicia de su nobel –nunca llegaré a tertuliano de la radio o de la televisión- ahí me callo.

Sin embargo, sí he leído el libro de Cercas sobre Suárez titulado Anatomía de un instante. Y puedo catalogarlo. Moralmente insuperable, en lo político absolutamente acertado, históricamente real y literariamente impresionante. Uno cree que el arte comprometido, aquella vieja idea, tiene pocos ejemplos reales. Sin duda, su máximo exponente, y una de las obras maestras ya no solo del cine sino del arte en general, sea la película de John Ford El hombre que mató a Liberty Valance -con estas cosas no se llegará nunca a tertuliano de la radio o la televisión-. Sin duda también, Anatomía de un instante es una obra maestra del arte comprometido español. Y por ello es justo, absolutamente, que haya recibido el Premio Nacional de Narrativa.

Y hay un segundo elemento de alegría. El Premio Nobel de la Paz parece que últimamente acierta bastante y este año se lo han concedido a Liu Xiabo. Este es el momento en que yo debería declarar que he seguido de cerca su trayectoria, pero sería mentira –no llegaré a tertuliano de la televisión o la radio nunca-. Sabía cosas vagas sobre él pero si alguien me hubiera dicho su nombre nunca le hubiera identificado. Tampoco había leído la carta 08. Pero hoy la he leído. Liu Xiabo es públicamente el máximo responsable de dicho documento. Y por ello el gobierno chino le encarceló. La carta 08 es un documento ilustrado en la China dictatorial del partido comunista. Y tiene absoluta vigencia –porque todo documento ilustrado hasta que no se cumpla lo sigue teniendo-. Y además, no solo es valiente sino profundamente progresista en un aspecto que a mí personalmente me sorprendió: su alejamiento de la tradición oriental, totalitaria, y su acercamiento a la ilustrada, emancipatoria. Por ello, me alegra su premio Nobel. Y me alegra que el gobierno español, en una nota a escondidas que acaba de publicar y no diciéndolo a la cara, pida su libertad. Pero me entristece que este gobierno de izquierdas -¿se acuerdan de aquellos tiempos en que al criticarlo éramos esbirros de la derecha? ¿Dónde están ahora los que rieron las gracias del peronista Zapatero?- no sea capaz de universalizar el derecho –algo tan ilustrado- y pedir la libertad de todo el pueblo chino. Aunque sean tantos. Y con su sufrimiento paguen la deuda del estado español.

La idea de Tertuliano sobre el papel de la Filosofía suele resumirse en una frase: philosophia ancilla theologiae (la filosofía es sierva de la teología). Igual, así visto, tampoco es tan malo no llegar a tertuliano. Aunque sea nunca y nunca sea mucho tiempo.

miércoles, octubre 06, 2010

CIENCIA Y RELIGIÓN/1: UN PREMIO NOBEL (y justo)

Recientemente Hawking provocó una de esas polémicas en la prensa que, una vez empezada la liga de fútbol, ya no tiene gancho. Asegura al parecer en su último libro, que no he leído y por tanto no puedo decir que lo asegure con toda certeza, que Dios resulta innecesario para explicar el surgimiento del universo. En realidad, es algo que en ciencia ya hace mucho que se defiende. No en vano, y permítanme que luzca mis conocimientos fruto de una ausencia de vida interior, ya Laplace, astrónomo frances de finales del XVIII y principios del XIX, contestó a Napoleón cuando este le requirió a propósito de la ausencia de Dios en su sistema cosmológico con un irónico, y genial: señor, no me ha hecho falta contemplar esa hipótesis. Por tanto, que ahora Hawking haga lo mismo, como lo hicieron cientos antes, solo puede escandalizar a un político tal vez de Valencia, dicho sea sin ánimo peyorativo para el resto de habitantes de esta región, o bien a alguien ignorante en ciencia.

Ignacio Carrasco de Paula trabaja en la Iglesia Católica con el cargo de obispo y como presidente de la Pontificia Academia para la Vida. No es, por consiguiente y hay que descartar esa hipótesis, político valenciano. Y ha criticado con contundentes argumentos, al menos los que yo conozco, que se le conceda el premio Nobel a Robert G. Edwards, conocido mundialmente por ser el investigador principal en el denominado bebé probeta y alguien que ha permitido que personas que no podían tener hijos ahora puedan tenerlos. Pero este científico ha conseguido algo más: vencer la naturaleza. En el concepto del obispo –nota: ¿si fuera un iman mahometano no estaríamos todos indignados?- ha vencido a la creación divina: no debe ser bueno, piensa por tanto el señor Carrasco.

Cuando Hawking dijo eso de Dios, algunos artículos hablaron sobre la vieja polémica entre la religión y la ciencia. Y muchos defendieron que no había incompatibilidad. Sin embargo, se equivocan. Porque hay una clara incompatibilidad entre una y otra. O diciéndolo de modo simple –nota: a veces la verdad es simple, pero no siempre, en realidad casi nunca y tampoco ahora-: o se está con la ciencia o se está con la religión – y otra nota: antes de criticar mi intransigencia esperen: primero, déjenme escribir el artículo; segundo, lean Lc 11,23 y veran que sigo una tradición-.

Pero todo esto otro día. Y después de acabar lo de la huelga y lo del arte. Era solo aprovechar la coyuntura de los fundamentalistas -pues sus ideas carecen de argumentos racionales-. Y de todas formas reconocer que el tema, la compatibilidad entre ciencia y religión, es fundamental –nota: eso también espero desarrollarlo en el artículo-.

lunes, octubre 04, 2010

RADIOGRAFÍA DE UN FRACASO/2: ¿POR QUÉ NO TRIUNFÓ LA HUELGA?

Se puede hacer un análisis del seguimiento de la huelga desde distintas perspectivas. El nuestro va a ser, como nosotros, simple. Vamos a partir de una tesis, la llamamos así porque la consideramos ya demostrada: la huelga fue absolutamente justa y necesaria –como en la vieja oración-. Por tanto, no podremos achacar su fracaso a la injusticia de la convocatoria. Es más, el ambiente es, aunque el ambiente puede engañar, que la mayoría de la población estaba en contra de la reforma pero sin embargo no hizo huelga. Eliminamos así una variable, la gente no la hizo por estar de acuerdo con la reforma, y buscamos plantear el problema de la forma más correcta posible. ¿Por qué estando contra la reforma la gente no hizo huelga? Pero además hay otra pregunta: ¿por qué sí la hicieron quienes la hicieron?

En primer lugar, y no de forma desdeñable, hay que entender la función coactiva del empresariado para evitar la huelga. Mucho se ha hablado, y con razón, de los nefastos piquetes informativos, que por cierto deberían prohibirse. Pero indudablemente existe empresarialmente un piquete más simple y brutal: la idea de no poder arriesgarse a hacer huelga porque habría represalias directas y personales para el trabajador por parte de sus jefes. Por supuesto esto no hace falta explicitarlo en el puesto de trabajo e incluso no tiene por qué ser cierto para el caso concreto, pero basta la conciencia social de que podría ocurrir para que funcione como un factor de inhibición. Así pues, se podría decir que indudablemente y del mismo modo en que hubo gente a la que se le impidió su derecho al trabajo hubo otra a la que se le impidió el suyo a la huelga. Pero, ¿tantos?

Ahora surge un nuevo problema. Si pretendemos objetividad podríamos decir que, puesto que hay gente que no pudo hacer huelga porque se jugaban el trabajo, tenemos una dificultad en su cálculo. Efectivamente, ¿cuánta gente no hizo huelga por ese motivo? ¿Fue esta la causa de la escasa participación? Resulta imposible descubrirlo. Y aquí estaría un problema de las cifras. Pero tal vez a través de un grupo que no tuviera ese problema y que se haya significado anteriormente como un grupo que sí hace huelgas generales podamos resolver el conflicto. Este grupo, como cualquiera habrá pensado, es el grupo de funcionarios. En ellos efectivamente no existe el temor a la pérdida del puesto laboral, ni en los de carrera ni en los trabajadores interinos o contratados, por hacer la huelga y ha sido un sector históricamente participativo. Sin embargo, esta vez, apenas un 20%, en el mejor cálculo posible, ha hecho huelga. Es más, en la huelga convocada por sus problemas específicos, bajada de sueldo, apenas se movilizó a otro 20% -y volvemos a ser optimistas-. Así, los funcionarios, que libremente pueden actuar y son un grupo amplio que cubre todo el espectro social -desde escaso sueldo hasta altos ingresos y desde baja cualificación hasta la más alta posible- resultando además perjudicados directamente, parecen un buen grupo de estudio para medir la huelga. Y no la han secundado. Tampoco.

Por tanto, ahora, debemos preguntarnos por qué la gente no hizo huelga y desechar como causa principal, del mismo modo que lo hacemos para los que sí la hicimos, la coacción de un lado u otro. Porque indudablemente influyó, en ambos lados y más en el del piquete empresarial, pero no de la forma suficientemente significativa para ser la causa de la derrota.

En primer lugar, dentro del análisis, hay una razón estructural de momento económico para el fracaso de la huelga. Las huelgas anteriores se hicieron en una situación de crisis permanente en el empleo pero fundamentalmente en la faceta de creación de puestos de trabajo y no en la de destrucción de los mismos –el paro venía en realidad de la quiebra de la pésima estructura económica del franquismo que no pudo soportar la crisis del petróleo-. Así, la gente no temía tanto perder su empleo como no encontrar uno. La idea, pues, no era de crisis sino que esa era la situación cotidiana del país. Sin embargo, y tras los años de bonanza en la creación de empleo, la crisis actual es de destrucción de puestos de trabajo. Y surge la idea de que cualquier acción extraordinaria, y más un paro, que pudiera generar nuevas pérdidas a la empresa puede conllevar la pérdida del propio puesto. En frase castiza: no está el horno para bollos. No es que el empleado se solidarice con su empresario en aras de la unión social –el viejo sueño del fascismo- sino que busca preservar su puesto de trabajo, cosa muy lógica e inteligente, evitando acciones que le permitan a este alegar pérdidas. Y con ellas el despido. Se trata de un miedo, así, que no había en las anteriores huelgas. Y de un miedo que no responde solo a un estado de ánimo sino a una realidad social.

Una realidad social, y aquí empieza el problema, que comienza a tener que ver con el papel de los sindicatos hasta la fecha: la transformación del mercado laboral. Efectivamente, en 1987 había una tasa de temporalidad del 15% que llegó a un 35% y ahora está situada en torno al 25% -el paro ha funcionado en este aspecto-. Esto quiere decir dos cosas: en primer lugar que hay un sector del mercado laboral que no puede hacer huelga por el temor arriba anunciado, ya sea a represalias ya a pérdidas que impliquen su expulsión del mercado laboral, y que es no solo el de los temporales sino también el de aquellos que por fin han conseguido un puesto fijo hace poco y su despido es barato. Pero en segundo lugar algo importante: es gente que no siente que los sindicatos hayan hecho algo por ellos pues su situación es duradera y no creen que las organizaciones sindicales hayan actuado para paliarla –y tienen razón-. Y es aquí donde una realidad objetiva, la situación del mercado laboral, se transforma en un estado de ánimo social: el rechazo a los sindicatos.

Efectivamente, en España, se mire la encuesta que se mire, aquí una del BBVA y miren ustedes el barómetro del CIS porque la página web está caída ahora –nota: por cierto, ¿no es un escándalo echar a su directora porque al gobierno no le gustan las encuestas y el momento para hacerlas? - la credibilidad de los sindicatos es mínima. Nadie cree que los sindicatos actuales defiendan los derechos de los trabajadores convenientemente. Y curiosamente, donde la huelga sí triunfó, las grandes industrias, fue donde los trabajadores más les deben a los sindicatos porque más han trabajado por ellos. Devolución de favores, y por cierto en una decisión muy inteligente y respetable, y no conciencia de clase obrera.

Así, es cierto que hay una serie de causas estructurales objetivas que han impedido el triunfo de la huelga, y con ello de la retirada de la reforma laboral, pero la causa principal no ha sido esa sino precisamente que la sociedad no considera a los sindicatos como elementos sociales fiables. E incluso que hay un ambiente social contrario a los mismos. Luego entonces, lo que ha fracasado no es tanto la huelga, al fin y al cabo una acción concreta, como el agente que la propuso. O diciéndolo en otras palabras: el problema no era la convocatoria, que era justa, sino quién la convocaba. Y la pregunta que surge, si me pagaran por preguntas sería rico que es en realidad lo que quiero ser, es si la gente tiene razón. Pero contestando en un doble sentido: uno, y concreto, ¿han cumplido los sindicatos actuales el papel que debían en los últimos años?; dos, y en general pero no menos importante pues no es la misma pregunta, ¿debe seguir habiendo sindicatos y cuál debe ser su función?

Otro día.