Vean ustedes una película soviética -no vale el cine tipo soviético para pijos que fue
Novecento- de los años 20 y un film clásico americano. Habrá, en lo general, tres diferencias esenciales. Primero, el protagonista soviético es un colectivo, el estadounidense un individuo. Segundo, el montaje soviético busca adoctrinar, el americano es narrativo. Tercero, la perspectiva de la cámara.
Existe una relación indudable, pero al tiempo y curiosamente no evidente,entre las ideas y la estética propia del grupo que las representa. Así, todo movimiento social, ideológico o religioso tiene una presencia estética como tal grupo que representa sus creencias. Pero a veces, también, existe en estos movimientos una diferencia entre lo que ellos mismos dicen ser y aquello que realmente son. Hay así una ideología explícita, que es consciente, que consiste en lo que el movimiento dice de sí mismo, y una ideología implícita, que no se presenta voluntariamente, y que sin embargo también nos habla del movimiento y sus ideas. Y esta ideología implícita se puede ver muy bien representada en el uso de un lenguaje concreto y, también, en una estética determinada. Es decir: a veces para descubrir qué dice realmente un grupo es mejor analizar su estética -desde la forma de vestir hasta los carteles- o su lenguaje que escucharles.
Por ello, el análisis de la estética de los movimientos sociales es algo de extraordinario interés -y nada nuevo, por cierto, pues no pretendemos aquí haber descubierto nada-. Y lo es porque en ocasiones nos puede dar una idea más certera del movimiento que aquello que el movimiento cree de sí mismo y dice representar.
Veamos los movimientos autoproclamados progresistas y como se observa en ellos una tendente uniformidad de la estética. Efectivamente, hay sin duda una forma estética oficial, llamémosle así, en los movimientos progresistas que consiste, por ejemplo y no de forma baladí, en una determinada forma de vestir. Esta forma estética pretende para el propio movimiento tener un significado doble: por un lado, se basa en el rechazo a la forma tradicional de vestir considerada como conservadora -es siempre más ilustrado un tatuaje y un aro colgando de la nariz que el traje y corbata, por ejemplo-; por otro, se presenta a sí misma como libre. Así, la ideología emancipadora y rebelde se refleja en la vestimenta rebelde y emancipadora. Todo es sencillo y elemental, todo tiene una correspondencia evidente. Todo es como un lema.
Los lemas son peligrosos. La idea expresada en un lema tiene necesariamente que ver con una simplificación de la teoría -si no es así, es ya más grave-. Por eso, pueden ser útiles sin duda en determinadas circunstancias, pero a su vez pueden convertirse en problemáticos cuando acaban sustituyendo al discurso. Pero los movimientos necesitan el lema como modelo de cohesión. Unas pocas ideas básicas repetidas son el pegamento acrítico del grupo. Así, un movimiento político basado en lemas acaba enterrando la reflexión: el mantra niega la filosofía. Por eso, es tan fácil con el mantra vaciar la conciencia.
El grupo. La sociología como ciencia nos enseña algo: la unidad básica social no el individuo sino el grupo. Esto, por lo pronto, no es ni bueno ni malo, es descriptivo. El problema surge cuando la unidad básica social pasa a ser la unidad básica política. Es decir, cuando una organización política reniega de la individualidad de sus integrantes para convertirse en una -y aquí la palabra una es la clave- colectividad. A partir de ahí, surge un canon general que también incluye una estética concreta y determinada. Es un academicismo pero -presuntamente- revolucionario. Y se convierte en identificación del grupo. Por supuesto, los grupos pueden llegar a un común acuerdo en tener un elemento significativo que les haga visible (la camiseta verde en la protesta de enseñanza) y eso no da permiso para desvariar sobre el proceso de asimilación. Pero la estética que hablamos aquí va mucho más lejos. En ella lo que prima es la disolución individual en el colectivo, es el paso del elemento acordado al uniforme.
Así, en toda estética colectiva se presenta la uniformidad como el ideal perfecto. Y a mayor grado de control totalitario la estética va imponiendo mayor control vital. El desacuerdo ya es cortado desde la propia raíz de la presencia social en el grupo. El uniforme acaba hasta con la expectativa de la diferencia. Y por ello quien no lleva uniforme no es de los nuestros. La estética, que incluye la forma de vestir, pasa de la expresión de la individualidad de su creador a la identificación con el colectivo y, con ella, acaba en la pérdida de lo personal. Los grupos sociales progresistas se uniforman de acuerdo a la estética progresista: es otro uniforme. Y, por supuesto, el ñoño lenguaje inclusivo.
Yo voy a trabajar con traje y corbata desde el principio. Un día de septiembre antes de ir al instituto pasé por un encierro que llevaban a cabo unos sindicalistas de educación. Había varias personas allí y al acercarme para pedir información una alta dirigente sindical de CC.OO. me señaló y me espetó que a mí no me informaba. Razón: era, sin duda, policía secreta porue llevaba corbata. Pasó un mes y comía en el VIPS. Me encontré con otro afamado sindicalista que me inquirió cómo era posible que siendo del sindicato yo llevara traje y corbata. ¿No crees, me pregunto sabiendo ya su respuesta y no esperando la mía, que hay una contradicción? Y luego él también comió comió en el VIPS.
A veces, llevar corbata es duro. Pero ahora ensayo
el baile del 15M para poder, por fin, integrarme como uno más.