A vueltas con la memoria histórica y la guerra de los abuelitos, olvidadas ya las guerras de los bisabuelos (África), tatarabuelos (1898), tatatarabuelos (carlistas), tatatatatarabuelos (1808),…. Pero, ¿por qué esa fijación en la guerra de los abuelos? ¿Qué hay detrás de todo este espectáculo, entre ridículo y presuntuoso y de falsificación de la historia, para que se esté tornando un debate nacional?
En algún lugar ya hemos hablado de la república como mito y de la memoria histórica como falsificación. Sin embargo, nos faltaría aún ver la utilidad política inmediata de la propia
Memoria Histórica. Es decir, analizarla como lo que es, campaña publicitaria, y buscar las causas de que un partido político con un pasado cuando menos bastante rico en hechos históricos, que pasarían desde su fundación como movimiento obrero hasta su papel en la transición por ejemplo, sin embargo esté buscando su momento histórico en el periodo comprendido entre 1931 y 1939, un periodo tan cargado de luces y sombras. ¿Cuál es la respuesta?
La respuesta consideramos tiene que ver con el problema de la fundamentación del pensamiento de izquierdas. Que el pensamiento clásico de la izquierda, ya sea el socialdemócrata ya sea el marxista o el anarquista, está en crisis es algo que creo nadie duda. Y que dicha crisis está favoreciendo la aparición de una desaparición ideológica de fondo a favor de un pensamiento débil sin convicciones profundas ni teorías políticas complicadas también resulta, creemos, evidente. Así, el pensamiento de izquierda se va escorando paulatinamente hacia las posiciones conservadoras sociales, algo que ya hizo por cierto la propia socialdemocracia, en su caza del voto del llamado centro. Pero, ¿qué es ese voto de centro? Pues el voto puramente desideologizado. Así, el voto de centro, eso que rimbombantemente se llama el
centro sociológico, no es sino el voto de la gestión: la clase social amplia que busca la satisfacción de sus necesidades fuera de cualquier pregunta más allá de cuánto voy a ganar y cómo lo podré gastar. Pero, al tiempo, el centro sociológico pretende tener tras de sí una ideología reformista suave: un cristianismo secularizado que se corresponde más o menos con el sermón de la montaña y que viene a decir que hay que ayudar a los más necesitados para que alcancen las condiciones de vida propias del capitalismo (un chalet, dos coches y dos hijos). Así, el centro sociológico no pretende grandes empresas ideológicas, que detesta, ni tampoco es partidario de teorías políticas profundas sino de lo denominado como “vertebrar el tejido social”. Y así, con el barniz del reformismo viene, como en las ofertas de los centros comerciales, la idea de democracia: el centro sociológico busca ser demócrata, por supuesto.
Resulta de todo esto una nueva mayoría. El partido que desee gobernar tiene que tomar al menos la medida de desideologizarse de sus contenidos concretos pero, al tiempo, ideologizarse en contenidos genéricos que no afecten a la cuestión de gobierno (gestión) de la realidad. Así, hay que abandonar el marxismo o el fascismo, por poner dos ejemplos, pues implicaría seguirlo una práctica política concreta. Pero, y ahora viene la clave, también la implica la socialdemocracia en cuanto a ser una forma de gestión muy definida, desde luego en la economía, y por ello demasiado concreta. Así, la nueva izquierda no puede comprometerse con una teoría tan limitada, en cuanto a la fijación explícita de sus límites y no otra cosa, y necesita un referente ideológico más laxo: algo a lo que aferrarse en el gran discurso pero que libere la gestión de forma absoluta. Se trataría, en definitiva, y si se quiere conseguir el voto del centro sociológico, de mantener una cobertura ideológica general, una idea de fondo que no implique realizaciones concretas en la economía, pero que, al tiempo, pueda ser utilizada en el discurso como el referente de ser “nosotros”, de autoidentificarnos como grupo. Esto, que en España lo han hecho tan bien los partidos nacionalistas poniendo como único discurso político lo regional y así, por ejemplo, ayer Mas explicaba no sentirse agredido por el eslogan -muestra por cierto de la educación y cultura de los niñatos pijos autoproclamados de izquierdas- de
fóllate a la derecha al no considerarse, oh sorpresa, derecha. Es decir, al señalar, implícitamente, que ya la vieja distinción ideológica no era de su incumbencia pues él sólo atiende a Cataluña.
Y aquí viene lo interesante. Ya el PP con Aznar en el gobierno comenzó un proceso de desideologización amparado en la idea de España. Es decir: dejó de lado aquello que le había caracterizado políticamente, ser un partido de derechas con sus consecuencias sociales, políticas y económicas, y se mostró como el partido, igual que ahora, “que defendía a España”. Así, se libraba de presentar y defender concretamente su política y recurría a una fabulación ideológica que no le impedía hacer realmente nada (desde renegociar el cupo vasco cuando interesaba hasta criticar la insolidaridad regional). Sin embargo, el PSOE seguía sin rumbo fijo. La labor ejercida por Gonzáles de desideologización, hábilmente amparada por un Guerra populista pero sin ideología, no fue seguida por el cúmulo de sus seguidores que, torpes o perseguidos y sin valor, no supieron llevar al partido a la “posmodernidad política”. Sin embargo, apareció, como en los cuentos, Zapatero quien, a remolque en el tema de la guerra de Irak donde aprendió mucho, ya en su discurso de investidura marco la pauta de un discurso hueco y, al tiempo, asumible por las clases satisfechas:
ansia infinita de paz, amor al bien y mejoramiento social de los humildes. El sermón de la montaña ya referido aunque, y ahí su culpa, dos mil años después. Así, ya no se buscaba una teoría compleja de sustento, incluso la socialdemocracia lo era como demuestra Habermas, sino un ideal asumible y que al tiempo no comprometiera a nada. Pero, este discurso aún tenía un fallo: sonaba demasiado a caridad cristiana y el sector más autoproclamado progre (y autoproclamado de izquierdas) no iba a asumirlo. Así que había que buscar algún referente que ejerciera el hechizo de la identificación plena. Fue entonces cuando surgió la genial idea de la República. Genial porque siempre en la izquierda la república ha ejercido como mito, lo que permitía aglutinar a elementos divergentes en un solo ideal que, al tiempo, no obligaba a nada o si acaso a desenterrar a unos cuantos muertos y de vez en cuando ir a un homenaje con cada vez menos homenajeados. Así, el PSOE ha encontrado esa idea que le permite desideologizarse de cualquier contenido concreto, en su acción política y de gobierno, al tiempo que les ideologiza al máximo en el discurso pues quien no está con ellos es, como ya señala Zapatero, la derecha extrema.
Queda así sellado definitivamente el destino de la República como hecho histórico en España. Se convertirá en el santo grial de la izquierda buscado por ardorosos caballeros que, como en el ciclo artúrico, sin embargo no moverán un dedo para acabar con la explotación feudal. Ni, por supuesto, con la capitalista. Y mientras, las damas y juglares, el centro sociológico y los medios afines, cantarán sus aventuras al tiempo que rezan a su dios para que el IBEX, el chalet y el otro coche, su Camelot, sigan refulgiendo en las redondas mesas de sus despachos o en los comedores comprados en IKEA.