Se conoce como Presocráticos a los primeros filósofos griegos. Es una lista algo larga
y llena de nombres raros, pues ninguno se llamaba García, Garaicoetxea o
Bassols –nombres normales- sino Parménides, Anaximandro o Tales. Sin embargo, y
aunque no pertenezcan a los diversos pueblos del estado español, e incluso no
sean de aquí, son figuras esenciales en el desarrollo de la Filosofía y por
ello merecen ser considerados. Y es esta la razón de este artículo.
Hay
dos cosas fundamentales que se deben analizar de los Presocráticos. Primero,
qué hizo que su respuesta fuera considerada por primera vez como Filosofía;
segundo, cuál ha sido su legado para la Filosofía posterior. Y como la Filosofía
es un saber complejo, y si no pues se la retuerce para parecer más profundos, empezaremos
por la primera cuestión.
Todos
los Presocráticos tienen algo en común: se llama la pregunta por el Arché -o Arjé, como mejor les parezca pues lo verán
de ambas maneras indistintamente y nosotros tampoco sabemos cuál es más
correcta-. Esta pregunta tiene un doble significado: por un lado, es
cuestionarse qué había al principio y de lo que surgió todo lo que hoy en día
existe. Por otro, es plantear qué elemento o elementos deben tener todos los
seres para formar parte de la propia naturaleza. Así, hay dos cuestiones fundamentales
detrás de la pregunta pero, antes de tratarla específicamente y explicar su respuesta
en los diferentes autores, es necesario ver la importancia del propio
cuestionamiento en concreto y su significado filosófico.
El
mito es también fruto del preguntarse sobre las cosas, de eso no cabe duda.
Quien responde con los poderes sobrenaturales de los dioses se ha interrogado
sobre por qué ocurre el hecho que así explica –y sí, ya sé que esto lo decía
también Aristóteles y tenía razón pues coincide conmigo-. Entonces la diferencia
entre el mito y la pregunta por el Arjé -ya les dije- no puede ser el mero
preguntarse ante la realidad porque los dos se cuestionan. Y esto es muy importante de entender para
liberar de una nefasta creencia a la Filosofía.
En
efecto, cuestionarse el porqué de las cosas es algo que podemos señalar como
intrínsecamente humano. De hecho todas las culturas lo han hecho, y lo siguen
haciendo, y la griega ya había respondido a los fenómenos naturales con el mito
–por cierto, alguno bellísimo-. Sin embargo hasta los Presocráticos no surgió
la Filosofía. Por tanto, la pregunta presocrática, y con ello la filosófica, se
fundamenta en algo diferente a cuestionarse
sobre la realidad como algo intrínsecamente humano. Y en esa diferencia
está la Filosofía: su pasado y su futuro. Es decir, la Filosofía no es solo
cuestionarse sino hacerla de cierta manera. Y la Filosofía, por consiguiente, no
es algo necesario y natural sino algo más hermoso: una conquista del
pensamiento humana.
Pero,
¿cuál es la diferencia entre un interrogante y el otro? La diferencia entre una
pregunta y otra está en la forma que se busca en la respuesta: la exigencia o
no de verdad. La respuesta mítica no usa la argumentación sino la narración. Y
a través de ella busca la tranquilidad de una respuesta concreta, sea cual
fuere, pues es necesaria la contestación que tranquilice al pensamiento y a su
vez evite una nueva pregunta. Es como esos niños que a mitad de la noche se ponen a hablar en el dormitorio porque
están asustados y buscan en la contestación la voz familiar que los reconforte.
Sin embargo, para contestar al Arché, con la respuesta que va a desarrollar la
propia Filosofía, no vale cualquier solución pues exige un respuesta fidedigna
a la coherencia de la argumentación: exige la verdad y no solo el consuelo ante
lo desconocido. En el cuarto oscuro
debemos saber si en verdad hay monstruos.
Efectivamente,
la pregunta por el Arjé ya no utiliza la narración sino una nueva forma de
explicación: la argumentación racional. La Filosofía así conquista un nuevo
frente: el terreno, baldío aún, de la razón. Y por eso, con la pregunta por el
Arjé se genera una nueva realidad que es el surgimiento de la idea de Verdad.
En el mito, la verdad es irrelevante y de ahí que sea posible la convivencia de
diversos mitos e incluso de un mismo mito modificado en varias versiones
locales -e incluso de nacionalidades históricas-. Sin embargo, en la respuesta
a la pregunta por el Arché la solución no cabe como múltiple y subjetiva:
distintas teorías no pueden sobrevivir simultáneamente. La Filosofía, como lo
será su hija la Ciencia, no es solo una lucha por el conocimiento, eso ya es
también el mito, sino que es algo más: una lucha por la verdad.
De
esta forma, la pregunta por el principio, por el Arché, que se formuló en
Grecia a partir del siglo VI a.C. ya no será la misma a la que respondió el
mito. No es solo que no se dé la misma respuesta sino que la propia cuestión es
diferente porque quien la hizo ya no aceptaba la respuesta mítica y la había
desechado por insuficiente. Y lo insuficiente era que solo pretendía el
consuelo y no la verdad.
Pero,
¿cuál era el ideal en concreto de esta pregunta? Como ya hemos señalado esta
pregunta era doble.
La
primera parte de la pregunta hace
referencia al elemento o elementos
que deben tener en común todos
los individuos para formar parte del conjunto
de los seres naturales y, con ello, de la naturaleza. Esto se llama técnicamente
sustrato último -y aprendan bien esta
palabra porque ustedes ven una tía que esté buena y le hablan sobre el sustrato último y la tía cae fijo (nota:
se ruega que si alguien lo prueba con un hombre informe del resultado en aras
de la ciencia)- La idea griega es así
genial y racional. Su argumento es el siguiente: si todos los seres naturales
forman parte de un conjunto, en este caso la naturaleza, todos ellos deben
tener al menos una o alguna característica o elemento en común. Si yo
formo parte del conjunto socios del Real Madrid, podré tener innumerables rasgos diferentes con los otros socios,
especialmente con el sector mouriñista, pero tendrá que haber al menos un hecho
en comun que compartamos para formar parte de dicho conjunto. Así ocurrirá también
con los seres naturales que deberán compartir al menos un elemento para pertenecer al conjunto de la
naturaleza. Y ese elemento que todos deben tener en común será el Arché como
sustrato último.
Pero,
¿por qué llamarlo sustrato último? Porque para descubrir qué es debo ir
eliminando aquellos elementos que no son eso que busco. Pongamos otro ejemplo.
Cojamos al grupo de los vertebrados y veamos su elemento común o sustrato último.
Podría ser el pelo, pero resulta que hay vertebrados sin pelo. Podría ser que
ponen huevos, pero hay vertebrados que no lo hacen. Así, iríamos eliminando
elementos y con ello reduciendo características comunes hasta llegar a aquello
que al final todos los componentes del grupo tendrán necesariamente en común: la
columna. Ese común sería el sustrato último pues podrá haber vertebrados con
pelo o sin él. Los podrá haber ovíparos o no. Pero, no sin columna.
En
su segunda parte, algo más polémica, el Arjé significa lo originario. Esto se
refiere al primer elemento que existió y a partir del cual surgieron los demás.
Es decir, si fuéramos atrás en el tiempo al llegar al principio del mismo
encontraríamos el Arché. Sin embargo, y como ya hemos dicho, esta segunda parte
es más polémica. Y lo es porque el concepto griego de tiempo, al menos el
popular, no se corresponde con nuestro transcurrir lineal donde hay un principio
claro. Así al hablar del Arché en este punto debemos imaginarlo más como el
elemento o elementos que nunca ha faltado en la naturaleza pero sin descartar,
en ciertos autores que posteriormente veremos, esa idea del elemento primero en
lo temporal.
Con
todo esto, la pregunta por el Arjé se diferencia de la pregunta a la que respondía
el mito por su misma exigencia de verdad. El mito busca la confortación
mientras la filosofía conquista la verdad. Pero, y después de esta hermosa
frase para tuitear, como nos hemos
vuelto a enrollar, llevados sin duda por el necesario desarrollo del concepto,
la respuesta concreta a esa pregunta, y con ella su legado, debe esperar al próximo
capítulo. Y también sus protagonistas.