El problema de Cataluña no es en lo
fundamental un problema histórico concreto, sino un ejemplo de cómo determinada
oligarquía regional está respondiendo al fenómeno de la globalización. Lo que
pretendemos en este escrito es precisamente analizar todo el fenómeno independentista
actual catalán como la respuesta oligarca de ciertos sectores sociales de la
región al problema de la globalización económica del moderno Capitalismo.
La oligarquía de cualquier lugar
tiene dos pretensiones básicas. Primero, mantener su poder y su control social
como oligarquía, evitando que las clases inferiores la desalojen y que oligarquías
extrañas o de fuera de su territorio puedan invadir su espacio. En segundo
lugar, y una vez asentado su poder, pretenden acrecentarlo para lo cual pueden
explotar aún más a las clases inferiores, iniciar una acción exterior o bien
disputar entre sí, unos oligarcas contra otros, para eliminarse en una a manera
de guerra civil no necesariamente cruenta. Y lo que se está viviendo en
Cataluña en realidad es esta lucha de una oligarquía regional que busca aumentar
su poder enfrentándose a la oligarquía nacional y para ello utiliza a las que considera
clases inferiores en su batalla.
La oligarquía catalana tiene un
gravísimo problema en relación a la globalización pues sabe que esta es la
eliminación de la oligarquía como fenómeno local. Efectivamente, la
globalización implica que las oligarquías nacionales y regionales pierdan poder,
tanto de decisión política como de capacidad económica, a favor de las nuevas
oligarquías internacionales –nota: explicar algún día cómo el Nuevo Capitalismo
puede generar una estructura oligarca sin necesidad de individuos-. Así, las
regiones ricas de Europa han activado a sus oligarquías como modelos de
referencia nacionalista e independentista para intentar controlar esta
situación de pérdida de poder y presentándose como los adalides de las clases
inferiores en nombre de místicas patrias.
En Cataluña hay tres tipos de oligarquía
fundamental.
La primera es la oligarquía puramente
económica pero de carácter regional. La oligarquía catalana de carácter
nacional con poder suficiente en toda España no pertenece esta oligarquía
regional sino que forma parte de la oligarquía nacional española. Esta
oligarquía regional, en Cataluña estaría formada por la mediana y pequeña
empresa, y siente un temor absoluto hacia todo el proceso de globalización pues
considera, y con razón, qué es el fin de su modelo de existencia que no en vano
data desde como mínimo el siglo XVIII y que, siempre financiado, defendido e impulsado
por el propio estado español, ha sido la clave de su prosperidad. Así, esta
oligarquía regional ve que la globalización implica el fin del fascinante
proteccionismo que defendía y mantenía su mundo provinciano, su calle mayor, y
su respuesta es la resistencia ante esto y consecuentemente ante el estado
nacional que ya ha dejado de ejercer sus labores proteccionistas y se han
enmarcado en una pérdida de soberanía económica fruto de la globalización. Así,
surge como necesidad ideológica la creación de un nuevo estado proteccionista y
propio que permitirá, además, que la oligarquía regional pase a ser ahora
nacional y con ello verá incrementado su poder llegando a negociar de tú a tú
con la oligarquía internacional. En el fondo, por supuesto, no es más que una
ensoñación económica pero para la oligarquía regional, que al fin al cabo ha
forjado su ideario mirando por el escaparate de su pequeña factoría o de su
tienda hacia como mucho el horizonte de la calle de enfrente o de la plaza de
su pueblo, es la única respuesta política que se le ocurre ante la
globalización sin, y esto es fundamental, perder sus privilegios.
La segunda oligarquía es la política.
La oligarquía política catalana siempre ha tenido el problema de su traslación
como oligarquía nacional en el resto de España y este problema se ha visto
acrecentado últimamente con el proceso generalizado en el cual se ha
descubierto que la ejemplar Cataluña, como oligarquía política, no era más que
una ciénaga inmensa de corrupción conocida por todos y denunciada por ninguno.
De esta forma se ha unido a la ambición de la oligarquía política regional por
llegar a ser nacional, en un modelo similar al que comentábamos antes, la huida
hacia delante con el tema de la corrupción, que temen acabe con todo el
chiringuito montado. Así, la oligarquía política catalana lo que pretende es
superar su mero factor regional y su carácter, en todo caso y a lo máximo de
bisagra en la política nacional, llegando a convertir su propia región en un
país y por lo tanto pasar automáticamente de presidente de comunidad autónoma a
presidente de estado.
Por último, estaría la oligarquía
sociocultural. En el fondo, el mecanismo es similar a los dos anteriores pues
se trataría del salto de una oligarquía sociocultural de carácter estrictamente
regional a una que si bien seguiría teniendo el mismo público, pues no nos
imaginamos a las masas europeas lanzándose a aprender el catalán, contaría aún
más con subvenciones y apoyos a nivel estatal. La oligarquía sociocultural
catalana sueña con su carácter de embajadora de un nuevo estado con todos los
beneficios que ello se impondría. Con esto, un mercado cultural abierto como el
actual, que implica una competencia feroz por las mercancías propias de la
cultura, sería reducido a un mercado nacional donde se subvencionará
exclusivamente el producto de la tierra, es decir: paleto, frente a la
intromisión extranjera que se consideraría cualquier otra forma cultural no
expresada en la lengua de la tradición. Claro está que seguirá habiendo oferta
cultural foránea, y será la principal, pero la castiza, qué paradoja, será la
subvencionada.
Tenemos así un proceso oligarca donde
lo que interesa es el tránsito de lo regional a lo nacional y al tiempo
expulsar a la oligarquía nacional que teniendo que escoger entre un lugar y
otro escogería sin duda el frente españolista, no por un patriotismo y un amor
a la bandera rojigualda sino por mero interés crematístico.
Pero lo más triste de todo este
proceso es sin duda que nadie en la oligarquía catalana cree en él y saben que
nunca va a llegar a buen puerto tal y como se está planteando. En el fondo,
toda la deriva nacionalista lo que buscaba era conseguir el insolidario cupo
vasco o navarro aplicado a Cataluña. Pero, el problema ha venido cuando el
método empleado, exaltación nacional y populista, ha generado algo que a los
propios dirigentes de oligarquía les resulta imposible ya de parar. Y aquí
entra la CUP como actor.
Efectivamente, la CUP, y junto a ella la
movilización populista, es la cuarta pata de la mesa catalana y una de las más
importantes a la hora de analizar cómo el proceso nacionalista dirigido por la
oligarquía se ha desbocado hacia una independencia imposible. La CUP, de
acuerdo al manual leninista de toma de poder, está actuando como si fuera
también una oligarquía, pues defiende sus intereses, pero esta vez no una
oligarquía ya instalada sino que lo que busca es instalarse en el poder y
perpetuarse en él. Pero la CUP , y a pesar de sus tácticas leninistas,
pertenece a esa nueva izquierda populista carente de ideología y por ello es capaz
de aliarse con cualquiera y traicionarlo en cualquier momento. La CUP está con el proces mientras dure para luego lograr el reproces que solo concluirá con su llegada al poder. Y el problema es que esta
nueva oligarquía es incompatible, de primeras al menos con la política, esto
siempre, y la económica, ya veremos. De esta forma, resulta que las fuerzas políticas
catalanas que marchan unidas en pos de la ansiada libertad nacional y la
república de Ikea, o de Catalunya que uno al final no sabe ya cómo se va a
llamar, estarán dispuestos a pegarse navajazos el día 2 o 3 de octubre sin
ningún rubor, pues sus intereses son contrarios unos con otros pues son todos
intereses oligarcas pero excluyentes en cuanto al modelo de oligarquía.
Y precisamente, la cuenta de esto es
lo que ha hecho que los últimos días los representantes de la oligarquía
clásica catalana, antigua CiU y hoy PeDeCat, ya estén diciendo que no van a
admitir una declaración unilateral de independencia negando su propia ley hecha
hace apenas tres semanas. Pues la oligarquía catalana política ha descubierto
que la independencia puede hacerle no ganar nada nacional, pues saben la
imposibilidad real de conseguirla, pero además hacerles perder la porción
regional de poder. De esta forma, la crisis catalana probablemente se resuelva
porque la propia oligarquía tradicional catalana comprenda que ha llegado a un
punto crucial: lo que ya está en juego no es más poder nacional sino
precisamente mantener su poder en las provincias frente al populismo de la CUP
y sus secuaces.
Cataluña ya tiene urnas, decía el
otro día orgullosamente un alto personaje de la oligarquía política. Y las presentaba. Ha sido sin duda la mejor
escena de una pésima astracanada: una fiambrera de China resumiendo todo el espíritu de la patria.