Una hipótesis básica de trabajo en este blog es la siguiente: el capitalismo ya no es explotación del trabajo sino explotación de la vida humana convertida en producción. Así, resumiendo mucho, pero pueden ustedes verlo si les interesa desarrollado en el blog, el nuevo capitalismo no explota solo el trabajo como producción, que también, sino la vida completa como producción económica a la que al trabajo se añade el ocio como consumo. Por tanto, y volviendo a resumir, el capitalismo ya no necesita solo proletarios sino también consumidores: ya no solo hay una parte productiva en la vida sino que la vida como tal es económicamente productiva. En esto, fundamentalmente, consiste la globalización.
Pero, la globalización lleva aparejada también una situación nueva en la economía general con la aparición de los llamados países emergentes. Centrémonos en tres solo: Brasil, India y China. Suman un total, aproximado, de 2800 millones de habitantes. Son muchos, pero, tranquilos, la mayoría son pobres -encima, graciosillo-. Ahora bien, imaginen una situación en la cual un 20% de esa población, una oligarquía y una clase media no excesiva en cuanto a población, adquiere un nivel socioeconómico determinado que les permita producir y consumir. La explotación total añadiría unos 600 millones de personas nuevas: buena globalización. Sepan que la Unión Europea tiene 500 millones: si se sustituye toda se ganan 100 millones, si solo en parte, muchos más.
¿Y esto qué tiene que ver con la
reforma laboral del PP? Enseguida vamos, pero para entender algo tenemos que seguir.
Esta nueva aparición de una población para explotar absolutamente, en trabajo y consumo, implica que la economía nacional haya dejado de tener sentido y se sustituya no por una internacional sino por una global -no es lo mismo- como necesidad del nuevo capitalismo. Y de esto aún no se ha enterado la autoproclamada izquierda, pero la derecha y la oligarquía social lo han entendido completamente.
La oligarquía, así, ha diseñado su plan. Ya señalábamos en nuestra serie (
1y
2) sobre el pacto del euro cuál era la nueva planificación europea: dividir entre una Europa próspera, con absoluta explotación de sus habitantes, y otra precarizada y solo explotada en su trabajo, sustituida con creces en el consumo por ese 20 % de los países emergentes. Y este plan no responde a una necesidad del capitalismo como sistema sino a un interés concreto de la propia oligarquía europea. Y ahí se enmarca, como parte de ese mismo plan, la reforma laboral española.
Y hacemos un alto: ¿vamos a hablar cuando citamos a la oligarquía de lucha de clases y explotación de clases? Ya hemos señalado en este blog (
1 y
2) que el capitalismo, a diferencia del resto de los sistemas económicos, no funciona de acuerdo a explotadores y explotados, sino que todos son explotados. Pero, eso no quiere decir que no haya intereses ligados a la posición social que se ocupe y al grupo al que se pertenezca por esa misma posición. Es decir, como sistema el capitalismo ya no se estructura desde una explotación de clase pero eso no implica que desaparezcan los conflictos e intereses de los grupos sociales. Efectivamente, el capitalismo como sistema precisa que la población sea explotada absolutamente y ello, a su vez, implica necesariamente una mejora susceptible de la renta para esa misma explotación. Y es ahí donde el capitalismo choca con el interés de rapiña de la oligarquía: esta concibe a corto plazo que se puede sustituir ahora esa explotación absoluta por una meramente laboral en ciertas zonas europeas y conseguir así más ingresos para su grupo social específico pues hay un nuevo colectivo en los países emergentes, que además tendría una parecida visión social, que asumiría ese consumo. Y sus intereses de rapiña, como es este caso, tienen importantes repercusiones políticas.
Volvemos al tema y la tesis del artículo aparece: la reforma laboral responde a los intereses de rapiña de la oligarquía que implica la precarización y empobrecimiento de una parte de Europa y con ella de España. Pongamos las pruebas.
En primer lugar, la reforma laboral no está pensada ni tiene como prioridad crear empleo sino facilitar el despido. Resulta patético que en un país con más de cinco millones de parados aún se arguya la dificultad de despedir. De hecho, el propio Rajoy y sus ministros han defendido que la reforma no generará puestos de trabajo. Además, ninguna de las medidas buscan incentivar la contratación sino, al contrario, abaratar el despido ya sea individual ya colectivamente, el gran chollo, con los ERE.
En segundo lugar, la preocupación del gobierno no ha sido la explicación a España sino a Europa. El primer anuncio del presidente Rajoy fue en Europa e igual ocurrió con Guindos, ministro de economía. El objetivo era anunciar que la colonia cumplía las condiciones de su nuevo papel marcado en Europa a través del Pacto del Euro: precarizar. Rajoy acusó una vez a Zapatero, con razón, de haber hecho de España un protectorado al permitir que otros dictaran la política nacional. Ahora, Rajoy ni necesita que se la dicten: como buen funcionario de provincias ya cumple él solo.
En tercer lugar, interesa la creación de una mentalidad social determinada. Aquí, en doble vía. Por un lado, la desaparición de la escena social de los sindicatos. Efectivamente, no seré yo quien defienda a los sindicatos actuales pero el tema es distinto: la idea es la desaparición de toda y cualquier organización sindical, es decir, de la defensa organizada de los asalariados. Mientras la oligarquía se organiza nacional e internacionalmente, de forma privada y a través de organismos públicos, los asalariados se desorganizan al atomizarse: ahí es donde se incluye la práctica derogación de los convenios. Y con la atomización surge la segunda realidad: el mantenimiento del status quo a través de la extensión del miedo social. Por primera vez el discurso ya no es el progreso de las condiciones de vida sino su conservación. La gente entra en una fase en la que el miedo vuelve a formar parte de la socialización. El temor a quedar en paro implica aceptar las condiciones de quien puede contratar. La oligarquía manda.
Y en cuarto lugar, destaca algo importante: con la desaparición de la economía nacional aparece la desaparición de facto de la democracia. Y por dos motivos de nuevo. Primero, porque el gobierno prometió en campaña electoral no subir impuestos y no abaratar el despido. Lo primero que ha hecho ha sido subir impuestos y abaratar el despido. Así, las campañas electorales -recordemos a Zapatero explicando que no había crisis- se han convertido en una mentira institucionalizada. Y el segundo, porque la desaparición de la economía nacional implica la pérdida del gobierno y la política nacional -y, por cierto, incluyendo la paleta de la boina nacionalista-. Organismos que nadie ha elegido intervienen y eligen las políticas económicas nacionales independientemente del gobierno elegido y sus promesas electorales. Los ciudadanos no son ya la soberanía.
La reforma laboral española no es más que un nuevo triunfo de la oligarquía para conseguir aún más privilegios. Mientras tanto, la izquierda duerme entre el paleto espíritu nacionalista y el ñoño espíritu de la
moneda social. Y el grabado de Goya, tan mal interpretado, sigue vigente:
El sueño de la razón produce monstruos.