Las recientes medidas tomadas por la UE Y EEUU para España y anunciadas el pasado miércoles por Zapatero son, sin duda, el mayor recorte de derechos sociales de la historia de la democracia. Sin embargo, no por ello debería llevar necesariamente a protestar, pues si, por ejemplo, fuera necesaria no cabría sino el lamento pero no la queja. Por ello, fuera de maniqueísmos fáciles, es importante analizar no solo las medidas en sí sino también las causas de ellas y sus consecuencias para analizar su necesidad. Y para ello, lo mejor es ir desde el pasado al presente y, de este, al porvenir –si es que lo hay en lo que significa tal palabra de positivo-. Y lo es porque analizar algo implica también no dejar de lado su rastro.
En el año 2008, y justo antes de las elecciones, el presidente Zapatero negaba persistentemente la crisis. Fue sólo hace dos años. Al tiempo, prometía y concedía
400 euros lineales en el IRPF o cheques bebés de 2.500 euros mientras, eso sí, mantenía el gasto social del estado por debajo de la media de la UE. Eran tiempos donde la demagogía debía permitir ganar elecciones. Una vez ganadas con el aplauso de la autodenominada izquierda, incluyendo hechos esperpénticos como ver a Llamazares proponerse de ministro o cancioncitas relativas a la alegría, la cosa siguió por derroteros parecidos con promesas de que nunca, pero nunca, se tocarían los derechos sociales representados por pensionistas y trabajadores. Mientras tanto, el paro ascendía hasta el actual 20% y se vivía, curiosamente, un idilio entre gobierno y sindicatos, que no protestaban por nada. Así, España se presentaba como un lugar donde los derechos sociales se presentaban como la esencia de lo social cuando en realidad no era más que peronismo encubierto: lejos de hacer reformas realmente progresistas, consolidar una estructura social más allá de la familia y la caridad pública,
el presidente Zapatero, con la complicidad de la autoproclamada izquierda que le reía incansables las gracias pero también de una derecha autonómica que no dejaba deuda sin superar, mantenía una política que solo vaciaba las arcas públicas.
El sueño se rompió cuando la UE, y la economía mundial, comprendió algo: se podía rescatar a Grecia pero no a España porque su volumen económico era demasiado grande. Y la quiebra de España implicaba la quiebra del euro y la quiebra del euro era la de la economía mundial. Es decir, el castillo de naipes amenazaba con caer. Y España se intervino. El segundo fin de semana de mayo la UE decidió explicarle a nuestro presidente qué debía hacer y luego Obama llamó para recordárselo –es un eufemismo-.
Sin embargo, el problema de crediblidad de España no era tanto su economía como su dirigente. Al fin y al cabo, la economía española parecía remontar el vuelo, poco a poco, y su principal problema era algo que nunca ha preocupado ni a Europa ni a los mercados financieros: el
paro. Es decir, el sector financiero español es sólido, de lo mejor en el aspecto internacional, y no parece que fuera a caer. Además, España tiene actualmente una
deuda que no es de las peores de Europa, y en eso tiene razón Zapatero. Pero, ahí está la clave del ajuste: ¿por qué entonces, si los datos actuales no lo avalan, la UE actúa con tanta contundencia en la economía española? Porque no se teme el presente sino el porvenir. Es decir, nadie se fía de quien puede dirigir, por llamarlo de alguna manera, esto. Es la desconfianza hacia Zapatero, mejor sería decir el terror a lo que pudiera hacer por sí mismo, lo que ha movido el ajuste. La UE y EEUU no han actuado ante la economía española tanto como ante la posibilidad de que se continuara con el criterio típico de ZP. Y seamos sinceros, este terror es coherente.
Así, la causa fundamental del ajuste económico draconiano en España es precisamente no solo la inutilidad manifiesta de nuestro presidente sino su irresponsabilidad. Empeñado, como siempre, en que esto se arreglaría solo –solo y entre todos en lenguaje político es lo mismo- se dedicó a realizar una serie de medidas que iban envueltas en hacer del gasto público un reguero de votos. La UE, pues, no actuaba por la crisis especialmente grave de España, ya hemos señalado que a la UE y a la propia economía nunca le ha interesado el paro, sino porque la confianza, hecho fundamental en el mercado, era nula. No se actuaba en España, se actuaba, así de claro, contra Zapatero: las medidas prpouestas el miércoles pasados son para parar al presidente. Y él las dijo.
Pero ser un incompetente y un miserable puede ir
unido a ser un gran poítico y, no creo que quepa duda, Zapatero lo es. Porque lejos de generar una inconsecuencia alejada del realismo, cada uno de sus pasos fue dirigido hacia la idea de que todos fueran coresponsables extendiendo la crisis en red. Efectivamente, Zapatero consiguió una realidad en la cual cada sector político o social –incluyendo el PP, la banca, los empresarios o los sindicatos- se manchaban con el despilfarro y la deuda: le debían algo. Así, permitió la sobrecarga de defícit autonómico incluso jaleando los cambios de estatutos que, a imitación del de la oligarquía catalana, pretendían recibir más dando menos. Evitó subir impuestos a la oligarquía financiera e incluso tranquilizó al mercado cuando con una voz unívoca, algo sin precedentes en este gobierno, se negó a volver a instaurar el impuesto sobre el patrimonio o tocar a las SICAV. Y agració a los sindicatos UGT y CCOO con un
dinero extra que nunca viene mal en estos tiempos. Y a todo ello hay que sumar las múltiples subvenciones dadas que, hasta la fecha, no han sido recortadas a todo tipo de organizaciones y asociaciones –que van desde autodenominados artistas hasta la mantenida Iglesia Católica-.
El patrón confeccionado por el inútil sastre cuadraba sorprendentemente bien en los cuerpos deformados de una oligarquía política y financiera que vivía la crisis entre reproches mutuos pero al tiempo como si realmente no existiera para ellos. Tal era así, que los sindicatos con un 20% de parados callaban complacidos y que el auténtico problema de la autodenominada izquierda era algo de plena actualidad como la memoria histórica y la república de 1931. Tal era así, que todos estaban en contra del presidente, un incompetente sin duda, pero al tiempo todos cogían contentos lo que este les daba. Tal era así, en definitiva, que la crisis era, como para el emprendedor de la vieja utopía liberal, oportunidad.
Y llegó el miércoles. Y vino, por fin, el presente para desterrar al pasado. ¿Por qué esas medidas y no otras? Algo tendrá que ver con lo que acabamos de describir.