En toda religión se pueden distinguir dos elementos. Uno,
es lo que podríamos llamar dogmática que consistiría en el conjunto de
creencias, más o menos increíbles pero generalmente bastante, y de ritos
relacionados con ellas. El segundo elemento sería lo vivencial, que contiene
las acciones y forma de vida que implicaría seguir dicha religión y que incluye su
repercusión social.
En cuanto a su dogmática, toda religión es contraria a la
democracia de principio. Efectivamente, toda religión implica heteronomía
mientras que la democracia sería autonomía. En las religiones, lo importante es
entregarse ante un poder transcendente. Que sea como en las religiones
primitivas, por temor a unos dioses que podrían castigarnos, o que sea como en
las modernas, donde el individuo busca la unión con la trascendencia, da lo mismo. Lo que importa aquí, para
decirlo con bella metáfora gramatical, es que la trascendencia es el sujeto y
los seres humanos un complemento del predicado.
Frente a esta heteronomía esencial de la religión, la
democracia es autonomía. Efectivamente, la petición de principio del modelo
democrático es que el individuo sea capaz de gobernarse a sí mismo de hecho y
como ideal. De hecho, porque la expresión un hombre un voto es el principio de
toda democracia y del que se parte como derecho inalienable. Como ideal, porque
la democracia no busca nada más allá de ella misma: la autonomía del individuo
se agota lógicamente en sí mismo. Así, la democracia busca una sociedad que en
sí misma permita desarrollar esa autonomía mientras que la religión, toda
religión, busca la heteronomía del absoluto. En democracia, otra vez la
metáfora, el sujeto es el ser
humano.
De esta forma, la dogmática de toda religión es contraria
a la democracia por motivos esenciales y sin distingo entre unas y otras. Da lo mismo, por ejemplo, budismo,
cristianismo o religión musulmana: todas son heterónomas pues sitúan la
finalidad de la vida en algo ajeno al propio sujeto racional como es la
trascendencia.
Sin embargo, no ocurre lo mismo en su aspecto vivencial y
ahí no toda religión es igual. Por aspecto vivencial de la religión, como señalábamos
más arriba, entendemos cómo esta influye en la vida cotidiana de los individuos
y, por ende, en las relaciones sociales.
Y aquí sí puede haber, y de hecho las hay, diferencias fundamentales. Para
entenderlo comparemos las llamadas religiones de libro: judaísmo, cristianismo e islam.
El judaísmo
es una religión nacional. Se trata de una creencia que presenta un modelo de
sociedad concreto, con unas rígidas leyes de obligado cumplimiento en la vida
diaria, pensada para un colectivo determinado y cuya finalidad es preservar ese
colectivo a través de
la dominación. Así, ser judío es más, mucho más, que
profesar una religión y se transforma en una forma de vida determinada por una reglamentación. De esta forma, y desde sus orígenes,
el judaísmo es algo más que una creencia religiosa y llega a ser una forma de
dominación cuya finalidad
última es la homogeneización social.
¿Es lo mismo el cristianismo? No, y por dos motivos: en cuanto su origen y por su derrota
ideológica y social
en la época moderna.
En cuanto a sus orígenes, hay un doble motivo. En primer
lugar el cristianismo nace en pleno Imperio Romano y, por tanto, en una sociedad
ya estructurada social y políticamente. Además el cristiano ve en su génesis la
destrucción del templo de
Jerusalén por parte de las tropas romanas al intentar sublevarse, lo que es un aviso sobre competir con el poder imperial. Así, el
cristianismo se ve impelido a adaptarse
al mundo circundante, o sea al mundo romano, si quiere sobrevivir. Pero, además, si quiere expandirse una
vez expulsados de la sinagoga judía, debe hacerlo entre los gentiles. Y para conseguirlo, el
nexo de unión es la cosmovisión grecorromana que incluía un modelo ya
establecido de sociedad y
no las costumbres judías.
A esto, hay que añadir dos elementos teológicos en su genesis. El
primero, de ascendencia judía y por propia necesidad doctrinal, fue la idea de la interpretación, y no la literalidad, de los textos
canónicos pues había que hacer auténticos malabares para relacionar las profecías con Jesús como mesías. La
segunda, la idea apocalíptica de los primeros cristianos para quienes el fin
del mundo estaba próximo y, por tanto, resultaba ocioso ponerse a discutir
sobre teoría política. Incluso cuando se vio que el fin no llegaba, la idea de
que los textos sagrados estaban inspirados por Dios, pero no dictados, sirvió para dar una explicación más o menos plausible, menos
menos, de esta pifia.
En segundo lugar, el cristianismo es derrotado ideológica y socialmente a
partir de la Modernidad Efectivamente, es ingenua históricamente la creencia de
que el cristianismo apoyó el proceso de modernización europeo cuando lo único que hizo, con la persecución sistemática a las nuevas
ideas y la alianza política con poderes reaccionarios, fue perseguir a la Modernidad y, con ello, a
la Ilustración. Lo que ocurrió en occidente es que la
religión fue derrotada intelectual y socialmente y no tuvo más remedio que buscar
refugio en la vida privada como un objeto más de consumo. Y es por esto, por la
claudicación de la propia religión, a lo que sin duda contribuyó la especificidad
del propio cristianismo ya descrita, por lo que la religión no cuenta
socialmente en occidente, aunque
se pueda seguir ejerciendo de forma individual.
Así, el
cristianismo
está hoy afortunadamente en
el basurero de la historia. Sería interesante saber cuánta gente, cuánta poca gente
afortunadamente, sigue de alguna manera la moral cristiana en aquellos elementos en que se
diferencia de la común como, por ejemplo, la sexual:
ni los curas. Igualmente,
toda la cosmovisión
cristiana del universo, que es el creaciónismo, y
del ser humano, el dualismo
alma-cuerpo, hace tiempo que dejó de tener sentido. En occidente, lo cristiano es un souvenir de bodas, bautizos y comuniones, o, en su vertiente protestante, cánticos
dominicales y actos de fe en
los billetes de dólar.
Pero, ¿ocurre lo mismo con el islam?
En cuanto a su carácter social y político, el islam nace en una sociedad de estructura
tribal. Lejos de haber un poder fuerte centralizado, como en el Imperio Romano,
la religión de Mahoma surge en un ambiente social desmembrado lo que le permite, al igual que antes al
judaísmo, concebirse como modelo social hegemónico. La reglamentación social, de la que carecen
los escritos sagrados o canónicos
estrictamente cristianos pero que resalta en los musulmanes, tiene así la función
de homogenizar típica del judaísmo
y que
para los cristianos ya estaba
previamente establecida por Roma. De esta forma, el islam implica una forma social
determinada que es intrínseca a su propia
fe
frente al cristianismo cuyo modelo social es adyacente. No se trata, por supuesto, de
que la religión musulmana
pretenda homogeneizar y el cristianismo no, sino que el modelo de dominio es diferente. En el islam
la propia religión se identifica con el hecho político y social mientras que en
el cristianismo el modelo político es extraño y debe ser objeto de alianza.
Y de hecho, por eso
el islam suní mayoritario no tiene casta sacerdotal, frente al cristianismo, y
sí la tiene la minoría chií. Cuando una religión no necesita casta sacerdotal
es porque se identifica plenamente con el poder político y social y la hegemonía
ya esta así garantizada. Sin embargo, las religiones donde este hecho no se da,
necesitan una casta dirigente que garantice el control de la fe y social de los
creyentes que no hará la autoridad estatal: eso es, por ejemplo, la santa madre
iglesia.
Además, hay otro
factor estrictamente teológico de la religión musulmana que la hace menos
permeable a lo social que la cristiana. Frente
al carácter interpretable de los textos cristianos, solo inspirados por
Dios, el Coran está dictado directamente por Alá. Así, incluso cualquier
traducción a otro idioma distinto del árabe es infiel, en el doble sentido de la
palabra y demostrando que Alá no es políglota y ni tan siquiera bilingüe, y
cualquier interpretación de los mismos sólo cabe como mínima.
El cristianismo inventó la hermeneútica, que
luego y no curiosamente tan querida le es a la posmodernidad, para poder
adaptar la biblia a cualquier circunstancia novedosa. Pero como el texto coránico
está dictado por Alá, y aún sin saber si luego hubo control de faltas
ortográficas, no es el escrito el que deba adaptarse sino nosotros al siglo VII
y a las tribus del desierto.
Recientemente hubo
cierta polémica y gente que se autoconsidera de izquierdas nos explicó que no
debíamos burlarnos del islam. Resulta difícil no hacerlo cuando en occidente
nos hemos burlado, y nos seguimos burlando con razón, del cristianismo. Al fin
y al cabo, no nos parece más racional que el arcángel Gabriel se ponga a dictarle
a Mahoma aquello que Alá le ha contado.
Igualmente, hace
poco el papa nos amenazó con pegarnos si criticábamos su fe. Precisamente eso demuestra
su derrota porque en otro tiempo nos hubiera quemado vivo y ahora solo puede
esperamos a la salida: tan vulgar.
Pero, fuera bromas,
en el mundo musulmán, y no solo por los terroristas, todavía puedes morir o ser
encarcelado por decir algo contra el islam.
Occidente llegó a
la democracia, entre otros factores, derrotando a su religión. Los países
musulmanes tienen como condición necesaria, aunque no única, derrotar a la suya.
No se trata de que ya no haya creyentes musulmanes, en occidente sigue habiendo
cristianos, sino de que la religion como fenómeno de dominación social deje de
existir. Se trata, en definitiva, de la vieja lucha ilustrada entre cultura y
barbarie. Y, por supuesto, está claro de qué parte está el islam.