lunes, junio 22, 2009

CRISTIANO Y EL ESPÍRITU DEL CAPITALISMO

El reciente fichaje por parte del Real Madrid de Cristiano Ronaldo ha desatado la demagogia. Un político profesional de la autoproclamada izquierda se ha indignado mucho. Un jerarca, profesional a su vez, de la autoproclamada religión del amor, también. Muchos periodistas profesionales han bramado en su tertulia diaria para luego opinar sobre el cierre de Garoña, la crisis económica, Irán o la actualidad de Darwin sin problemas -como si fueran yo mismo-. Incluso nuestro profesional presidente de gobierno o el profesional presidente del gobierno regional de Cataluña han dicho algo sobre su inmoralidad. Y así más gente profesional. Todos tan profesionales, todos cobrando por hacerlo: venden su trabajo, como usted o como yo, por un sueldo. Pura demagogia. Pura ideología como falsificación de la realidad.

En su comienzo se lee: el capitalismo es un inmenso arsenal de mercancías. El Capital, de Carlos Marx, es un libro extraño. Uno esperaría, y sobre todo por la época en que se escribió, un texto cargado de infantes sufrientes e historias tremebundas: acusaciones así al malvado capitalismo de injusticia. En lugar de eso, uno se encuentra con algo que comienza analizando la mercancía y al que parece que poco le importan los seres humanos. Pero en realidad le importan tanto, como a la propia filosofía, que se convierte en digna al no nombrarlos: es un texto radical y no demagógico. Y por ello es un texto avergonzado.

Inmenso arsenal de mercancías. Efectivamente, la clave del capitalismo es la producción de mercancías. Y estas mercancías no tienen valor por sí mismas -por su valor de uso, para qué sirven- pues no importa lo que realmente son, su concreción. El valor de la mercancía, su precio, no estriba en su utilidad inmediata o en ser algo imprescindible para la supervivencia sino en algo extraño a ello: nadie pagaría por pan noventa y cuatro millones de euros, pero tampoco nadie ofrecería una barra, ahora creo que se dice baguette, por ese precio. El sistema capitalista, así, no es ñoñamente pragmático en el sentido de que el criterio máximo sea la utilidda inmediata de lo concreto, sino que es un proceso de máxima abstracción intelectual: algo superior intelectualmente a cualquier sistema que antes haya sido. Si una mercancía tiene valor, y lo tiene al ser mercancía, es por algo ajeno a su propio objeto en cuanto tal: a su individualidad. El valor de una mercancía es una abstracción pues si estuviera en la propia utilidad deberían costar más aquellos objetos imprescindibles, como la comida, que paradójicamente cuestan menos. No es por tanto este su secreto. ¿Cuál entonces?

Según Marx la clave estaría en el trabajo humano explotado en ella. La mercancía era en realidad para Marx el resultado final de la explotación capitalista y su secreto estaba en que cuando deberíamos ver en ella un ejemplo de explotación sin embargo, y debido al propio sistema, solo veíamos un valor económico: era un fetiche al que se adoraba. De esta forma, el trabajo humano que debería servir para liberar a la humanidad, sólo era usado como producción capitalista de beneficio. Y daba lo mismo la mercancía concreta: desde un producto industrial hasta un cuadro todo producía beneficio. La modernidad había prometido un mundo emancipado y sólo habiía logrado un inmenso arsenal de mercancías donde la gente transformaba la naturaleza no para humanizarla sino como fórmula de un beneficio económico. El trabajo humano estaba alienado y lejos de pertenecer a la humanidad era utilizado por un sistema productivo que había transformado a aquella en aparato productivo: tanto a los proletarios como a los empresarios. Todos, y todos es todos, eran siervos del sistema económico.

Sin embargo, ya Marx no tiene toda la verdad -y aquí tienen razón sus adversarios-. Y no la tiene porque Marx no pudo prever algo –a pesar de los esfuerzos hermenéuticos de Cayo Lara-: la irrupción del mercado. El capitalismo avanzado, el que se da en los países industrializados y con alto nivel de gasto económico, es explotación total de la vida y no solo del proceso de trabajo como creía el propio filósofo. Y esa es su esencia. Precisamente la novedad del nuevo capitalismo frente al anterior, del XIX y primera mitad del XX, es su carácter de explotación absoluta. Y en él estriba la conversión de todo en mercancía y por tanto de todo en producción. Cada momento de la vida, privado o público, realiza un hecho económico de beneficio capitalista. Pongamos un ejemplo sencillo: analice usted cuántas de sus actividades diarias no producen beneficio económico directamente -otro día iremos a las indirectas- y sorpréndase. Su vida, y la mía, es explotación y usted es ya mercancía porque toda su existencia -y cuando decimos toda queremos decir toda porque somos gente simple- es produccción de beneficio económico. La vida de cada individuo en el capitalismo desarrollado es la producción incesante de mercancía –llevada a su máxima abstracción en el dinero- que ha superado ya el estrecho campo del trabajo. Lo que se explota en el capitalismo avanzado ya no es solo el trabajo sino la vida misma. Y por eso, como ya hemos dicho en otro sitio, la pobreza no es por causa de la explotación capitalista sino, precisamente y al contrario, por ausencia de ella. Nuestra vida vale, y es, nuestra explotación. Por eso seguimos vivos frente a los países tercermundistas.

¿Pero sirve esto para explicar a Cristiano Ronaldo? ¿Tiene algo que ver? Incluso en las propias mercancías hay diferencias de precio. Y las diferencias de precio de las mismas vienen marcadas solo por su valor de producción: por su explotación exitosa en forma de beneficio económico. Cristiano Ronaldo vale su precio, yo valgo mi precio, usted vale el suyo y las personas que han muerto de hambre, más de quince mil según las últimas estadísticas mientras escribo este texto, no valen nada: bienvenidos a la lógica del capitalismo. Cristiano Ronaldo va a producir mayor beneficio económico que los millones que ha costado en un proceso económico que todos admiten sin discutir. Es decir: como mercancía es más rentable que usted o yo y por tanto, en la coherencia, debe cobrar más –como, por ejemplo, yo cobro más que un policía que se juega cada día la vida por mí-. Si se quiere criticar el gasto del fichaje se debe hacer desde la raíz y no desde la superficie. Suena a broma que la directiva del Barcelona lo critique: tan preocupados socialmente ellos. Por eso, todo ese aire de indignación por parte de gente que cobra por indignarse, y suculentos dividendos por cierto, suena a aquella espléndida escena de Casablanca en que el comisario francés, mientras recibía sus ganancias en la ruleta del café de Rick, exclamaba indignado: ¡qué escándalo!, he descubierto que aquí se juega.

Suena el despertador a las seis de la mañana y me levanto a las seis y media. Soy lento en casi todo. Entonces me prepara para prostituirme alegre y decidido. Unas personas venden genitales, otras vendemos teorías filosóficas, otras venden patadas a un balón. Cada día preparo a mis alumnos para ser mercancías -salieron hoy las notas de selectividad con muy buenos resultados en mi materia y dentro de poco irán a la universidad- mientras debería pensar, orgulloso, que mi trabajo humaniza el mundo. Es falso, aunque, sin embargo, es también, como aún en toda acción humana, verdadero en su posibilidad. Porque tampoco conviene olvidar que aún hoy hay rescoldos de aquello -y en el propio legado de la educación están presentes y esa es una de las causas de que ahora se vaya contra el contenido- que una vez se prometió como emancipación. Y en esa sutil diferencia entre ser una prostituta y, a la vez, algo más está la esperanza y, al tiempo, la responsabilidad frente a la demagogia: porque las plantas se explican desde su raíz. Y la mala hierba se extirpa, a su vez, desde ella.

No hay comentarios: