1.- La voz de mando suena: ¡tomar la calle ante la derecha! -¿antes no gobernaba la derecha?-. Esta voz debe diferenciarse de la mera manifestación. Quien se manifiesta expresa una protesta personal con otras personas, quien toma la calle pretende algo más. La voz de mando pretende asumir la conciencia social y hacerla suya independientemente de las personas que la hayan votado o se manifiesten: por eso se manifiestan los estudiantes -no estos estudiantes-, los trabajadores, el pueblo o la calle. Tomar la calle pretende ser, utilizando el concepto de Rousseau, llevar adelante la voluntad general.
2.- Rousseau, a pesar de todo, es importante. Y lo es por, al menos, tres conceptos: contrato social, soberanía popular y, el más conflictivo de todos, voluntad general.
3.- El concepto de voluntad general es muy difuso. Podría traducirse como la expresión de la voluntad social entendiendo esta no como el sumatorio de todos y cada uno, como preconizó el liberalismo, sino como la voluntad de la sociedad en cuanto sujeto único. Es decir, Rousseau indica que la unidad social no es la suma de voluntades sino algo independiente a estas y propio: la voluntad general es lo que la sociedad como unidad desea. Para la sociología como ciencia fue un paso adelante sin duda.
4.- Pero también es un concepto peligroso. Efectivamente, ¿fácticamente quién decide la voluntad general de forma explícita? Es decir, admitiendo que la idea sea correcta y haya una voluntad general, ¿cómo saber qué opina la sociedad como sujeto general? La pregunta era importante pues si la izquierda pretendía representar a la sociedad era porque admitía el concepto de voluntad general y se sentía su representante. Y este problema era político y de primera magnitud.
5.- Rousseau lo solucionó uniéndolo a la soberanía popular: el pueblo como soberano se expresaba en la voluntad general a través de las leyes. Marx lo hizo señalando la objetividad pura del sistema: el capitalismo en su realidad económica había convertido al proletariado en una contradicción al sistema y un sujeto colectivo de lucha para la emancipación. Pero Lenin, quien más influyó curiosamente en la izquierda, lo resolvió con un concepto pragmático y elitista: decidía el partido, la vanguardia del proletariado.
6.- Lenin. Esa es la clave. Efectivamente, para Rousseau y Marx la voluntad general procede del universal sin mediación posible entre este y la acción: imposible para la acción política concreta -¿o no?-. Eso busca solucionar Lenin planteando algo novedoso: la existencia de una élite que conoce la voluntad general y actúa desde ella. Y esta categoría no es solo táctica sino estratégica y filosófica porque implica la conversión del sujeto revolucionario y, con él, del sujeto político principal.
7.- Efectivamente, el sujeto político leninista deja de ser el pueblo o el proletariado, independientemente de si realmente lo fue alguna vez, y pasa a ser la organización y su élite: el partido comunista, en realidad sus dirigentes. Y ello tiene al menos tres consecuencias. La primera, que la toma del poder no implica ya a la mayoría sino a la minoría selecta. La segunda, que la conciencia de esa mayoría pasa a un segundo plano, pues ya no importa ni como elemento de lucha ni como debate intelectual: de hecho, se puede hacer después de la revolución. Y, la tercera, la incompatibilidad con la democracia como ideal social y que solo se admitirá como táctica en la toma de poder.
8.- La revolución es ahora, como se ve en los bolcheviques, un golpe de estado.
9.- Hace tres meses hubo elecciones generales en España. Ganó, como todos saben, el PP. Y perdió, se mire como se mire, la izquierda. Por supuesto, todas las promesas electorales del PP están siendo sistemáticamente incumplidas. Es cierto, y es muy cierto, que los programas electorales carecen ya de valor, y eso es un terrible déficit democrático, pero también lo es que la gente conoce al partido de la derecha porque en varios lugares lleva ya tiempo gobernando y haciendo cosas aún peores que las de Rajoy. La voluntad general parece clara, aunque no nos guste.
10.- ¿Y entonces? ¿Qué se quiere decir cuando se anuncia que los estudiantes, los trabajadores o en general la calle están protestando? ¿Qué se pretende al grito de tomar la calle? ¿Qué voluntad general está en la calle?
11.- Volvamos a Lenin: la voluntad general es la conciencia de la vanguardia: de la élite. Así, es posible la defensa de una organización que, a pesar de no contar con apoyo tangible -es decir: electoral- puede creer sin embargo que representa hasta la verdadera voluntad social de los que votan a la derecha. Así, el grito de tomar la calle no pretende ser una táctica de concienciación, mostrarnos para que otros nos pregunten y nos sigan, sino de epifanía religiosa -esto quedo bien, ¿eh?-: la voluntad general se hizo carne porque la voluntad general somos nosotros.
12.- De esta forma, la clave de todo el movimiento de masas de izquierdas desde Lenin es esta: epifanía religiosa. Desde la uniformización de la presencia personal, cada día más acentuada, hasta la simpleza de la consigna, la protesta no pretende convencer sino solo representar la conciencia satisfecha de sus integrantes: la identificación pura con ellos mismos. La idea totalitaria permanece así porque la protesta no se hace para expresar la queja individual y consciente ante algo sino para mostrarse como representantes de la voluntad general: quienes estamos aquí somos la auténtica sociedad. La democracia sobra como proceso de elecciones y lógicamente debe ser desacreditada como formalidad sin sentido: no nos representan. Pero al tiempo, y curiosamente, el movimiento de masas -¿de masas?- se ampara desde las organizaciones del status quo, partidos políticos y sindicatos, porque en ellas se legitiman como rebeldes.
13.- Legitimación, esa es la clave del movimiento actual. Perdidas las elecciones de forma vergonzosa, debiendo responder la mayoría de la autoproclamada izquierda social de su beneplácito en las dos últimas legislaturas de desastre total, con dos sindicatos mayoritarios desaparecidos entre las jugosas subvenciones mientras el número de parados subía sin fin, las movilizaciones a la carrera son para estas organizaciones una operación de marketing rebelde. No hay nada detrás de ella, ni nada pervivirá, más que el mantenimiento de unas estructuras curiosamente inmovilistas que sin embargo se presentan como espontáneas. Un flash mob rebelde.
14.- Y al tiempo que cada asalariado de la política o del sindicato, pues resultaría insultante llamarles políticos o sindicalistas, salva su puesto, la presentación de un discurso social atrayente para la mayoría de la población va perdiendo peso. Los autodenominados radicales ganan terreno -en realidad son los que se andan por las ramas- mientras que la inmensa mayoría de la población vota al PP. Pero, piensan satisfechos, la inmensa mayoría de la población no son la sociedad: la sociedad somos nosotros.
15.- Al final todo esto no hará sino alejar aún más a la mayoría social -que sí, que eso no es la voluntad general, la voluntad general es usted y su grupito de progres- de la opción política favorable a los derechos sociales. Porque la clave aquí no es hacer una organización de gente vanguardista y encantada de ser muy, pero que muy, rebeldes sino reconstruir un discurso de izquierdas en que la mayoría de la población se reconozca para constituirse en opción clara de gobierno. Y curiosamente, eso es lo que nos enseña la historia. El estado del bienestar no se consiguió con anarquistas poniendo bombas y matando reyezuelos sino cuando la mayoría social comprendió que su interés personal, no la solidaridad y esas zarandajas, estaba en el discurso de izquierdas. Pero eso implicaría reconstruir el discurso. Y tal vez irse a casa.
Y 16.- Marx sigue presente. Una frase suya conocida es que la historia se repite dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa. En España, la idiosincrasia nacionalista a veces prima, sería una vez como sainete y otra como esperpento. Fraga dijo: la calle es mía. D. Alberto Ordoñez recientemente, en los incidentes de Valencia, explicó que había que tomar la calle a sangre y fuego. Todo cursi, todo ridículo. Y mientras, el PP con mayoría absoluta. Pero, por supuesto, usted tranquilo.
La sociedad es de izquierdas.
Y usted, la voluntad general.
2.- Rousseau, a pesar de todo, es importante. Y lo es por, al menos, tres conceptos: contrato social, soberanía popular y, el más conflictivo de todos, voluntad general.
3.- El concepto de voluntad general es muy difuso. Podría traducirse como la expresión de la voluntad social entendiendo esta no como el sumatorio de todos y cada uno, como preconizó el liberalismo, sino como la voluntad de la sociedad en cuanto sujeto único. Es decir, Rousseau indica que la unidad social no es la suma de voluntades sino algo independiente a estas y propio: la voluntad general es lo que la sociedad como unidad desea. Para la sociología como ciencia fue un paso adelante sin duda.
4.- Pero también es un concepto peligroso. Efectivamente, ¿fácticamente quién decide la voluntad general de forma explícita? Es decir, admitiendo que la idea sea correcta y haya una voluntad general, ¿cómo saber qué opina la sociedad como sujeto general? La pregunta era importante pues si la izquierda pretendía representar a la sociedad era porque admitía el concepto de voluntad general y se sentía su representante. Y este problema era político y de primera magnitud.
5.- Rousseau lo solucionó uniéndolo a la soberanía popular: el pueblo como soberano se expresaba en la voluntad general a través de las leyes. Marx lo hizo señalando la objetividad pura del sistema: el capitalismo en su realidad económica había convertido al proletariado en una contradicción al sistema y un sujeto colectivo de lucha para la emancipación. Pero Lenin, quien más influyó curiosamente en la izquierda, lo resolvió con un concepto pragmático y elitista: decidía el partido, la vanguardia del proletariado.
6.- Lenin. Esa es la clave. Efectivamente, para Rousseau y Marx la voluntad general procede del universal sin mediación posible entre este y la acción: imposible para la acción política concreta -¿o no?-. Eso busca solucionar Lenin planteando algo novedoso: la existencia de una élite que conoce la voluntad general y actúa desde ella. Y esta categoría no es solo táctica sino estratégica y filosófica porque implica la conversión del sujeto revolucionario y, con él, del sujeto político principal.
7.- Efectivamente, el sujeto político leninista deja de ser el pueblo o el proletariado, independientemente de si realmente lo fue alguna vez, y pasa a ser la organización y su élite: el partido comunista, en realidad sus dirigentes. Y ello tiene al menos tres consecuencias. La primera, que la toma del poder no implica ya a la mayoría sino a la minoría selecta. La segunda, que la conciencia de esa mayoría pasa a un segundo plano, pues ya no importa ni como elemento de lucha ni como debate intelectual: de hecho, se puede hacer después de la revolución. Y, la tercera, la incompatibilidad con la democracia como ideal social y que solo se admitirá como táctica en la toma de poder.
8.- La revolución es ahora, como se ve en los bolcheviques, un golpe de estado.
9.- Hace tres meses hubo elecciones generales en España. Ganó, como todos saben, el PP. Y perdió, se mire como se mire, la izquierda. Por supuesto, todas las promesas electorales del PP están siendo sistemáticamente incumplidas. Es cierto, y es muy cierto, que los programas electorales carecen ya de valor, y eso es un terrible déficit democrático, pero también lo es que la gente conoce al partido de la derecha porque en varios lugares lleva ya tiempo gobernando y haciendo cosas aún peores que las de Rajoy. La voluntad general parece clara, aunque no nos guste.
10.- ¿Y entonces? ¿Qué se quiere decir cuando se anuncia que los estudiantes, los trabajadores o en general la calle están protestando? ¿Qué se pretende al grito de tomar la calle? ¿Qué voluntad general está en la calle?
11.- Volvamos a Lenin: la voluntad general es la conciencia de la vanguardia: de la élite. Así, es posible la defensa de una organización que, a pesar de no contar con apoyo tangible -es decir: electoral- puede creer sin embargo que representa hasta la verdadera voluntad social de los que votan a la derecha. Así, el grito de tomar la calle no pretende ser una táctica de concienciación, mostrarnos para que otros nos pregunten y nos sigan, sino de epifanía religiosa -esto quedo bien, ¿eh?-: la voluntad general se hizo carne porque la voluntad general somos nosotros.
12.- De esta forma, la clave de todo el movimiento de masas de izquierdas desde Lenin es esta: epifanía religiosa. Desde la uniformización de la presencia personal, cada día más acentuada, hasta la simpleza de la consigna, la protesta no pretende convencer sino solo representar la conciencia satisfecha de sus integrantes: la identificación pura con ellos mismos. La idea totalitaria permanece así porque la protesta no se hace para expresar la queja individual y consciente ante algo sino para mostrarse como representantes de la voluntad general: quienes estamos aquí somos la auténtica sociedad. La democracia sobra como proceso de elecciones y lógicamente debe ser desacreditada como formalidad sin sentido: no nos representan. Pero al tiempo, y curiosamente, el movimiento de masas -¿de masas?- se ampara desde las organizaciones del status quo, partidos políticos y sindicatos, porque en ellas se legitiman como rebeldes.
13.- Legitimación, esa es la clave del movimiento actual. Perdidas las elecciones de forma vergonzosa, debiendo responder la mayoría de la autoproclamada izquierda social de su beneplácito en las dos últimas legislaturas de desastre total, con dos sindicatos mayoritarios desaparecidos entre las jugosas subvenciones mientras el número de parados subía sin fin, las movilizaciones a la carrera son para estas organizaciones una operación de marketing rebelde. No hay nada detrás de ella, ni nada pervivirá, más que el mantenimiento de unas estructuras curiosamente inmovilistas que sin embargo se presentan como espontáneas. Un flash mob rebelde.
14.- Y al tiempo que cada asalariado de la política o del sindicato, pues resultaría insultante llamarles políticos o sindicalistas, salva su puesto, la presentación de un discurso social atrayente para la mayoría de la población va perdiendo peso. Los autodenominados radicales ganan terreno -en realidad son los que se andan por las ramas- mientras que la inmensa mayoría de la población vota al PP. Pero, piensan satisfechos, la inmensa mayoría de la población no son la sociedad: la sociedad somos nosotros.
15.- Al final todo esto no hará sino alejar aún más a la mayoría social -que sí, que eso no es la voluntad general, la voluntad general es usted y su grupito de progres- de la opción política favorable a los derechos sociales. Porque la clave aquí no es hacer una organización de gente vanguardista y encantada de ser muy, pero que muy, rebeldes sino reconstruir un discurso de izquierdas en que la mayoría de la población se reconozca para constituirse en opción clara de gobierno. Y curiosamente, eso es lo que nos enseña la historia. El estado del bienestar no se consiguió con anarquistas poniendo bombas y matando reyezuelos sino cuando la mayoría social comprendió que su interés personal, no la solidaridad y esas zarandajas, estaba en el discurso de izquierdas. Pero eso implicaría reconstruir el discurso. Y tal vez irse a casa.
Y 16.- Marx sigue presente. Una frase suya conocida es que la historia se repite dos veces: una vez como tragedia y la otra como farsa. En España, la idiosincrasia nacionalista a veces prima, sería una vez como sainete y otra como esperpento. Fraga dijo: la calle es mía. D. Alberto Ordoñez recientemente, en los incidentes de Valencia, explicó que había que tomar la calle a sangre y fuego. Todo cursi, todo ridículo. Y mientras, el PP con mayoría absoluta. Pero, por supuesto, usted tranquilo.
La sociedad es de izquierdas.
Y usted, la voluntad general.
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