domingo, abril 15, 2012

APOSTILLAS A EUROPA COMO PAÍS: ¿ES UNA UTOPÍA?

Otra acusación realizada a nuestro proyecto de Europa como país es su carácter utópico. Así, se nos señala que la creación de un solo estado europeo resultaría imposible y por tanto la propuesta políticamente inútil, esto es y dicho con una cortesía que agradecemos: utópica. 

En política algo es utópico cuando no se puede realizar socialmente: es imposible aunque resulte hermoso. Si algo no se pueda realizar socialmente puede ser debido a tres factores: que el objeto sea en sí mismo imposible; segundo, que las fuerzas sociales a favor sean escasas; o, tercero, que el poder de las fuerzas contrarias sea tan poderoso que pueda impedir su desarrollo. Reflexionemos -o sea: va un rollo- si nuestra propuesta -esto es: convertir a Europa en una nación- es en sí misma imposible de cumplir. 

Para ello, lo primero será analizar cuán lejos de la meta -un solo estado europeo- estaría el objeto -la propia multiplicidad de estados-. Y lo interesante aquí es que Europa ya funciona como una nación en aspectos fundamentales. Efectivamente, Europa ya es una nación en moneda única, y con ella en política monetaria y económica. 
Ah, ¿en política económica? Por supuesto, es la respuesta. Los presupuestos de los gobiernos nacionales han dejado de ser soberanos y se han convertido en la cuentas de protectorados de una metrópoli que es Bruselas, quien les marca las coordenadas fundamentales. Si a esto juntamos la unidad de mercado -en cuanto a la libre circulación de mercancías- aparece sorprendentemente que Europa ya es una nación, auqnue curiosamente -¿o no?- solo en lo que se refiere a lo que interesa a la oligarquía. Lo único prácticamente que falta, y no es extraño, es un único cuerpo electoral. Es decir, Europa ya es una nación económicamente y no lo es políticamente. ¿Pero, podría llegar a serlo políticamente? 

Cuando nosotros hablamos de política hablamos de interés. Efectivamente, algo es posible políticamente cuando congrega el suficiente interés como para llevarse adelante. Este interés podrá ser cuantitativo, que una parte importante de la población lo sienta, o cualitativo, que un grupo social con suficiente poder lo haga suyo, o bien, por supuesto, de ambos tipos a la vez. Además este interés, para realizarse, deberá ser manifiesto, esto es: hay que sentirlo como tal. Y es importante señalar esto: no basta conque algo sea lo mejor para un colectivo social, sino que este debe tener conciencia social de que lo es. Así, ¿es utópico Europa como país? Si nuestras premisas son falsas deberemos analizar entonces si hay intereses sociales en ello. 

Empecemos por la oligarquía: los grupos sociales con mayor control y poder social. A la oligarquía económica no le interesa esta medida por los motivos ya expuestos en las anteriores entregas: su interés es la precarización y esta medida la impediría. A la oligarquía política, tampoco le gustaría por lo mismo argumentado al final del artículo que aquí apostillamos: la fragmentación del mercado, incluso hasta el paroxismo regionalista, produce más puestos de trabajo. Y a la oligarquía social, es decir el sector de profesionales con poder o proyección social en los oficios liberales y la industria de la cultura, depende. Por un lado, no le interesa pues genera mayor competencia al aumentar los límites del mercado de consumo -un escritor, por ejemplo, vive mejor en la seguridad del reconocimiento provinciano que en el posible anonimato de la metrópoli-. Pero, también es cierto, el aumento del mercado de consumo implica -para un sector más emprendedor- una oportunidad. Resumiendo, la oligarquía parece estar fuera del proyecto.

 Pero, ¿qué ocurre con la mayoría de la población? En primer lugar, la mayoría de la población usa y necesita los servicios sociales para mantener su nivel de vida. Efectivamente, su eliminación o precarización les conlleva un hándicap importante pues carecen de recursos para pagarlos. En segundo lugar, es la menos interesada en un proceso de precarización porque en su condición de trabajadores o pequeños empresarios serían los que la sufrirían. En el primer caso, parece claro que como asalariados Europa como país interesa porque frenaría la propia precarización en dos aspectos: uno, en cuanto a nivel de vida pues la unidad del mercado de consumo -ver artículo- implicaría la imposibilidad de la depauperación; dos, porque a su vez, debido a la unidad legislativa y socioeconómica, se reduciría la deslocalización de las empresas al menos a nivel intereuropeo. Los pequeños empresarios y autónomos se beneficiarían, además, del fortalecimiento del mercado interior por el mantenimiento del nivel de vida, que ahora está frenado por la propia depauperación. Así, el grueso de la población -asalariados, autónomos y pequeños empresarios- tendría un interés real en el proyecto porque les permitiría mantener su status y prosperar. 
 Pero además, en tercer lugar, todo un sector de población al que denominaremos emprendedores -grupos sociales con alta cualificación y preparación que no pertenecen a la oligarquía y tienen deseo de emerger socialmente- encontrarían un campo abierto para realizar dicha acción, su emergencia social a niveles superiores, más amplio y por ello más posible para ascender socialmente: la unión de Europa multiplicaría su mercado y las posibilidades de éxito. Y, al tiempo, implicaría la ruptura de la estructura caciquil de las instituciones oligarcas nacionales -piensen ustedes por ejemplo en cómo funciona actualmente la universidad española o cómo se repiten los apellidos, generación tras generación, en los consejos de las principales empresas- que no podría mantenerse a un nivel continental. 
 Así, los asalariados, pequeños empresarios y grupos emergentes no solo no serían perjudicados con la unidad europea, sino que recibirían importantes beneficios. Es decir, tendrían interés en ello. 

Pero, alguien estará pensando que falta analizar el problema de la identidad nacional: ¿dónde queda la patria? -bueno, si es usted muy progresista lo llamará nación o pueblo-. En primer lugar esto pretende ser un proyecto de izquierdas y se supone que la izquierda, al menos la de verdad, no cree en patrias, naciones, pueblos y paletadas semejantes. Y se supone algo más. El sentimiento nacionalista ya no es sino la trampa ideológica con que la oligarquía -incluyendo la política como fundamental- acota su territorio de caza. Por tanto, la izquierda, si es que lo es, no debe dejarse llevar por él: no nos representan trapos -llamados también banderas- sino el nivel de vida de nuestros ciudadanos. Y si, como consideramos hemos demostrado, este se defiende mejor con la unidad europea, el nacionalismo -todo el nacionalismo- debe ser atacado como iniciativa política pues esconde detrás el proyecto oligarca de la fragmentación nacional para facilitar la depauperación. Así, el nacionalismo es un apoyo al proceso de depauperación socioeconómicamente hablando, aparte de una chorrada intelectual. Y nosotros pretendemos hacer un proyecto de izquierdas.

¿Es utópico Europa como país? No, al contrario es realista. Lo utópico es pretender enfrentarse desde perspectivas de izquierda política a los nuevos problemas de la globalización con estrategias anquilosadas. La economía del nuevo capitalismo requiere repensar la izquierda en un aspecto político, hacer lo posible por ahora para que la mayoría de la población no sea precarizada de nuevo -nota: por cierto, esta iniciativa incluso sería beneficiosa a nivel internacional-; y en un aspecto filosófico, analizar el capitalismo desde más allá de lecturas dogmáticas de Marx. Lo utópico es pretender que no ha pasado nada y seguir hablando con términos que ya carecen de sentido porque no hablan de la realidad sino que solo son fichas en viejos archivos de bibliotecas olvidadas. Lo utópico, en definitiva, siempre ha sido creer que el pasado cambia el presente.

2 comentarios:

Don Güapo dijo...

Aunque no es como dice, sino al revés, pues son la élites las más interesadas en Europa como país, siendo las personas menos ilustradas sus más firmes oponentes (lo veremos en las reacciones entusiastas a la expropiación de YPF, una forma de nacionalismo por oposición a la globalización), ese país, Eurolandia, sin embargo, no tiene viabilidad si no se adapta a la nueva realidad global, justo al contrario de lo que propone.

En mi opinión, su razonamiento falla desde el momento que no asume en su integridad el proceso de globalización, pese a ser la mayor forma de reparto que posiblemente haya contemplado el mundo.

Interacciones personales sin límite (afectivas, económicas, profesionales); movilidad social global; enfriamiento de conflictos (la economía sustituye a la guerra); nacimiento de nuevos actores regionales con intereses globales que dirigen cambios en países que hubiesen caído por el precipicio; minimización de regímenes políticos esquizoides (incompatibles con el desarrollo); sustitución de intereses nacionales por intereses regionales (entendido esto a nivel continente); finiquitación de nacionalismos minúsculos, por inviables y de doctrinas económicas, por ineficaces; creación de grandes urbes globales; fuerte retro alimentación del avance tecnológico, y muchas otras características de un proceso fabuloso e imparable que, antes o después, abarcará a la mayor parte de la humanidad.

Quizá destinar toda la energía a aprehenderlo sería más ventajoso que destinarla a defender a una de sus víctimas, la socialdemocracia, con el premio añadido de tener un relato unitario y coherente para entender de lo grande a lo pequeño, desde los movimientos geopolíticos de los nuevos actores, los problemas de Europa, los de España, a los de una pyme.

Crates dijo...

No tengo claro si la propuesta inicial era o no utópica, pero esta apostilla sólo añade un cuento de la lechera keynesiano sin referencia a los guijarros del camino.