1.-
La épica es compleja. Hay una épica ilustrada, en la que lo que cuenta son las
razones.
Esta épica es a posteriori: solo después de conocer y compartir los motivos del
protagonista se puede estar con él. Es una épica, así, que
llama al razonamiento. Su máximo
representante es el género cinematográfico de las películasdel oeste –paradójicamente, tan
denostado por la autoproclamada izquierda-.
Hay
otra épica totalitaria
donde lo que cuenta es la identificación
a priori con sus protagonistas. No se discute la bondad o maldad de la acción
sino que la identificación ya existe meramente por ser quien se es: se niega el
razonamiento. Fue la épica elegida, por
ejemplo, por el fascismo y por la izquierda comunista: tal para cual. En ella,
no importaba tanto el argumento, la racionalización de la épica, como el
protagonista,
la identificación pura: el proletariado, el patriota, el soldado,…. El protagonista era, a priori, el bueno y todo lo que hiciera debía
ser glorioso. Lord Tennyson lo resumió muy bien:
por el valle de la muerte cabalgaron los seiscientos, así que honor y gloria
aunque la acción fuera una estupidez.
2.-
No cabe duda de que los mineros son un icono de la izquierda. En tiempos pasados, trabajaron en un ambiente peligroso,
murieron a mansalva, cobraron miserias… hay un peliculón, otro, del mayor
artista del siglo XX: Qué verde era mi valle. Ahora, en tiempos presentes, cobran muy bien,
están subvencionados y el trabajo pasa de padres a hijos. Son un sector social
privilegiado si se compara su situación con el resto del mercado laboral
español: como nosotros los funcionarios.
Pero los mitos es lo que tienen: perviven por encima de la realidad. La
realidad no afecta al mito. Así que los mineros son clase revolucionaria.
3.-
En la última encuesta de población activa se señalaba en el último trimestre
del año –enero a marzo- habían perdido su puesto de trabajo 374.300 personas. Son algo más, o
muchos más, que los mineros. Y cada día, la autoproclamada izquierda inunda las redes sociales con mensajes de solidaridad
hacia los mineros: yo apoyo a los mineros. Nunca los he visto hacia los empleados de la
construcción o de la hostelería. Quede claro: yo tampoco he apoyado a los
obreros de construcción o a los camareros; pero, tampoco a los mineros. Sin
embargo, para otros, los mineros son, digámoslo, chachi. El resto, digámoslo
también, no tanto por lo visto.
5.- Pero, claro. Nosotros carecemos de ese gen
izquierdista e incluso de ese espíritu solidario: nuestro cristialaicismo está
bajo cero. Y encima, nos planteamos una pregunta: ¿por qué ser minero atrae
este furor revolucionario?
4.-
Tal vez, porque el trabajo de los mineros sea
imprescindible para el progreso social. Pero, pensémoslo más despacio.
El carbón produce CO2 que propicia, a su
vez, el cambio climático. Ningún miembro de la autoproclamada izquierda quiere
energía nuclear –yo sí, pero no soy de esos- y no
dudan en pedir el cierre de las centrales nucleares. Las centrales nucleares no
generan CO2 ni contribuyen al cambio climático. Pero la autoproclamada izquierda cerraría ahora
mismo todas las centrales nucleares. Pero, no las minas. Ya es curioso.
5.-
Repensemos
esto otro. 375.000 personas perdieron
su empleo y las redes sociales no se inundaron de mensajes.
Hay que cerrar las centrales nucleares por ecologismo.
Pero
los mineros,
oh
los mineros,
honor
y gloria a los mineros.
¿Por qué los mineros son tan especiales?
6.-
¿Son realmente especiales los mineros? Cada puesto de trabajo que se pierde es
un drama personal y, por ello, un drama social. Cada puesto de trabajo que se
pierde implica una vida concreta cuya realidad cotidiana queda truncada. Es
indudable que existen puestos de trabajo socialmente más relevante que otros,
pero lo que no existe socialmente, al menos desde una perspectiva de
izquierdas, son vidas humanas a priori más importantes que otras. El puesto de
trabajo,
que no la persona concreta, de un minero de
carbón en España es parecido en su relevancia sociocultural
al de un alfarero, un herrero o un sacerdote: reliquias de un pasado peor. Pero
su vida humana y la pérdida de sus empleos, de cada uno de sus empleos, es un
drama social porque implica una vida
truncada. Pero a todos por igual y no más al minero. Igual, yo no soy de
izquierdas.
7.-
Pero otra vez, las redes sociales y la autoproclamada izquierda clama por los
mineros.
De nuevo, ¿por qué?
8.-
En primer lugar por la propia estructura de la izquierda conferida como mito.
Es fácil sobrevivir como mito, mucho más que hacerlo como racionalidad. El mito
elimina el cansancio de volver a penar. Y además, con ello, la identificación pura hacia dentro
y fuera. Hacia dentro porque genera la idea de identidad grupal: nosotros
apoyamos a los mineros; hacia fuera, porque marca identidad frente a los otros:
ellos están contra los mineros. Lo compacto es puro y lo unitario es idiota:
perfecto para la política. Así, articular la ideología en torno a mitos -la
república, los mineros, ...- es efectivo para la cohesión social. Y la cohesión implica la uniformidad.
En segundo lugar, porque la izquierda sigue
siendo decimonónica en su análisis. Incapaz de adaptarse al nuevo capitalismo,
la izquierda sigue creyendo en una realidad económica que hace tiempo ya solo
se encuentra en los libros de historia. Así, los mineros presentados son en
realidad los mineros del siglo XIX: un colectivo inexistente. Se habla de conciencia
de clase, lucha de clases, rebeldía y otras ñoñerías que sonrojarían a
cualquiera. Pida que se las expliquen y volverán al punto anterior: nosotros
apoyamos a los mineros.
En tercer lugar, nos dicen, los mineros nos
enseñan a luchar. Luchan por lo suyo. El problema aquí es qué es lo suyo. Y
otro problema mayor: ¿lo suyo es justo? Todos los sectores sociales luchan sin
duda por lo suyo: la iglesia, los especuladores financieros, los mineros… Volvamos
a la división de la épica del punto primero: lo importante es tener razón.
En cuarto lugar, y eso sobre todo por parte del
movimiento sindical, se ha generado una división fundamental en la clase
asalariada. Por un lado, están aquellos que han tenido empleos estables, al
menos hasta ahora, con contratos indefinidos y una serie de garantías
laborales. Por otro, todos aquellos que han sido ciudadanos de segunda con
contratos temporales y sin garantías laborales, abandonados por cualquier
organización política o social. Como estos nunca han tenido derechos, un
sistema establecido como los sindicatos no pensaba luchar para dárselos
mientras pudiera mantenerse con los clientes del otro sector básicamente -trabajadores
de grandes empresas industriales y funcionariado-. Así, no ha habido campaña de
solidaridad ante la pérdida de más de cinco millones de puestos de trabajo -¿dónde
estaban los sindicatos, dónde los funcionarios, dónde los mineros?- pero sí ante
los mineros. Se tocó un privilegio –en comparación al resto del mercado laboral-
y surgió la furia del sector: nosotros, antes tan callados, somos la izquierda.
9.- Pero entonces, ¿los mineros, o los
funcionarios, no tienen razón? Esto es lo más difícil: la tienen. Pero en
cierta medida. Tienen razón en un sentido doble: cada puesto de trabajo suyo
perdido es también un drama social como el de un camarero o un albañil. Tienen
razón en otro sentido también: su pérdida laboral no es para redistribuir la
riqueza sino para desarrollar el proceso de precarización europeo ya explicado
aquí. A quienes cierran las minas no les importa el calentamiento global, quienes
acaban con la escuela pública no pretenden mejorar la educación.
10.- Y por eso, en cierto sentido, la lucha de
los mineros es también nuestra lucha. Y la lucha de los funcionarios docentes –yo
lo soy- lo es. Pero de otra manera encarrilada.
y 11.- ¿De qué manera? De manera tal que mi causa
sea su causa. Suena cursi, pero no lo es. Si mi progreso social no implica a su
vez su progreso social, yo no soy de izquierdas. En el fondo, es sencillo.
2 comentarios:
Hostia, don EP; qué circunloquio, para llegar al mismo sitio.
Hace unos 15 días, cogíamos el tren con destino a Oviedo, para empalmar con otro e iniciar un tramo del Camino de Santiago que nos habíamos propuesto y que finalmente hicimos.
En León los mineros cortaron las vías y tras estar parados muchas horas, no pudimos continuar hasta el día siguiente. En nuestro vagón viajaba un asturiano con su señora y se pusieron a discutir sobre el asunto. En voz alta como buenos astures.
La mujer defendía el método de protesta de los mineros, pero su marido no. Argumentaba este, que se estaba errando en el método, que siempre los castigados eran los mismos, los mismos a los que castiga el paro y todas las lacras sociales, y mientras Rajoy estaba —según decía el asturiano— en una reunión internacional, importándole bien poco lo que estaba ocurriendo.
Despues de todo lo que se debatió en el parado vagón, yo, finalmente, llegue a la conclusión de que el sindicalismo debería de adoptar la lengua asturiano-leonesa como idioma de trabajo. Porque cualquier cosa dicha en asturiano-leones suena más rotunda y creible.
Un Oyente de Federico
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