Entendemos por renta
básica ciudadana el hecho de que todo ciudadano cobre un sueldo por este
motivo, ser ciudadano, como un -presunto- derecho social. Por ello, cuando aquí
hablemos de esto nuestro último objetivo será analizar exclusivamente este
significado y no otros tipos de subsidios o pagas que tienen necesariamente un
análisis distinto. Así, nuestra crítica, en su doble sentido de análisis y
desacuerdo, a esta idea de la renta básica tiene una triple dirección:
pragmática social, política y de índole moral.
El primer motivo es el
pragmático. Aquí hay tres elementos a analizar.
El primero de ellos, y el
más anecdótico, sería el criterio a seguir para
conceder la renta. Efectivamente, se podría dar por motivos de
ciudadanía restringida, ciudadanos con derecho a voto, o con ideal extenso,
incluyendo además a aquellos que tienen la residencia, e incluso con ideal
guay: también a los inmigrantes ilegales. En cualquiera de los tres casos sería
problemático pues al aceptar el primero o incluso el segundo se realizaría una
discriminación que no parecería muy social, si la sanidad o la educación deben
ser universales como creemos, pero en el caso de aceptar el tercero la cosa
tendría evidentes consecuencias que no vamos a relatar aquí.
Pero esto es anecdótico en
comparación con el segundo problema: ¿de dónde saldría el dinero? Lo gratis no
existe: generar una renta mínima implicaría una inversión millonaria y un gasto
real. Pero, alguien podría decir que siguiendo la regla de tres -nota: ¿por qué
los profesores de matemáticas odian la regla de tres?-: se debería entonces
quitar la educación o la sanidad pública. Y aquí viene otro punto interesante.
La educación o la sanidad gratis implican, económica y socialmente hablando,
una inversión respecto al futuro y no un gasto: no se vive de ella sino que te
prepara para vivir en unas condiciones en las que el sujeto va a devolver esta
inversión a la sociedad. Sin embargo, la renta básica no funciona así sino al
contrario.
Efectivamente, aquí viene
el tercer punto básico del pragmatismo. Generar una renta básica ciudadana
implica dar dinero mensual por el hecho de ser alguien, un ciudadano, aunque no
se haga nada. Así, un sujeto puede vivir de ella exclusivamente sin hacer nada
más. En el concepto roussionano, malentendido con respecto a la teoría del
autor –nota: que tampoco es santo de nuestra devoción-, la bondad natural hará
que todos busquen cooperar. En el hecho social real, no. Y además serán las
clases bajas las que en mayor proporción actuarán así pretendiendo vivir de la
sopa boba. Efectivamente, con menos expectativas sociales que otros grupos, y
menos ambición, un amplio sector de las clases bajas convertirá la renta básica
en una forma de vida: vivir de las rentas del estado. La ciudadanía no será su
ejercicio sino su derecho a la pereza.
Y aquí, y por esto y más importante,
entra el factor político: ¿qué función debe tener un derecho desde una
perspectiva de izquierdas? Un derecho debe servir para desarrollar una vida
pero nunca debe transformase en una forma de vida. La sociedad debe generar las
condiciones previas para permitir a los individuos desarrollar la vida autónoma
y por eso defendemos los derechos políticos y también los sociales. Sin
embargo, el problema de la renta básica es que se trata de un derecho que puede
convertirse en una forma de vida: la generación de un grupo social que viva de
la caridad pública.
Y esto conlleva, a su vez,
dos problemas políticos.
En primer lugar está el
problema de la integración absoluta y perfecta. Efectivamente, la existencia de
un colectivo social que vive de ser meramente social, de la sopa boba, implica
la integración perfecta de dicho colectivo como fuerza conservadora de la
sociedad que le mantiene. Es decir, el colectivo implicado estará contra
cualquier cambio social excepto aumentar su limosna y defender a las almas caritativas
que se las ofrecen: la señora marquesa, la señora duquesa,…
En segundo lugar, es el
sueño perfecto de la dominación totalitaria. Un derecho social cuya existencia
no implica la autonomía personal sino la dependencia absoluta es el sueño de
toda sociedad autoritaria. Y la renta básica ciudadana, como ya sabía la Roma
imperial, va por tal camino.
Y así, enlazando con lo
anterior entramos de lleno en el problema moral que aquí es el más importante.
La moral no debe confundirse
necesariamente con la política en todas y cada una de sus
manifestaciones pero no nos cabe duda de que el ideal político debe tener
contenido moral. El ideal político de la izquierda debe ser la autonomía de los
individuos. Obsérvese que no hemos puesto ni la igualdad ni la libertad. No
debe ser la igualdad porque esta se puede conseguir, como lo hicieron los
regímenes comunistas, sin necesidad de la autonomía personal: la pura
heteronomía del estado dictador. Tampoco debe ser la libertad porque esta solo
implica una capacidad formal. La libertad no implica necesariamente una
situación social que permita al sujeto llevar una vida autónoma: los pobres
pueden ser perfectamente libre.
De esta manera, la
autonomía implica algo más que la libertad al ser no solo formal sino también
práctica: la idea de autonomía -como demuestra el hecho de su sentido moral-
implica obrar. La autonomía es la libertad de obrar. Así, pedir autonomía es
pedir la existencia de unas condiciones sociales para ese obrar. Y por eso la
izquierda debe defender los derechos sociales que no son por ello un fin sino
un medio. Pero, ¿no sería la renta básica la creación definitiva de esas condiciones para obrar? Al revés, es su
traición.
La renta básica es la pura
heteronomía en un sentido doble. En primer lugar, porque la condición de
posibilidad del desarrollo de la propia vida es ahí la dependencia social. En
segundo lugar, porque el derecho ya no se concibe como una condición para la
vida propia sino como una forma de vida
ya escrita. La renta básica permite vivir de la renta básica y nada más: la
vida ya escrita en la sopa de letras pero boba.
La izquierda debe defender
los derechos sociales no como un fin en sí mismos, tal y como se defiende la
caridad, sino como un medio para lograr el auténtico fin: la autonomía de los
sujetos. Los derechos sociales deben cumplir este objetivo y por eso se
defiende, entre otros, la educación o la sanidad. Sin embargo, la renta básica
no es sino la conversión de la sopa boba al ñoño laicismo. Un derecho sirve
para desarrollar la vida, una cadena la ata.
3 comentarios:
Me ha parecido interesante todo lo que has escrito. Pienso que llevas mucha razón en la mayoría de los aspectos.
Un saludo
No puedo estar de acuerdo cuando una estructura político-social como la que padecemos condena a millones de personas en todo el mundo a no tener trabajo digno y remunerado. Además, como estamos viendo, el sistema funciona mejor con menos gente trabajando. El caso de Alemania es paradigmático. No es necesario mantener a toda la población trabajando dignamente. Basta con tan solo unos cuantos. Al resto se le dan minijobs por dar la impresión que se ocupan de la gente. La verdad es que seria irrelevante que trabajaran o no. Y en ese caso me parece mas digno y mas humano dar una renta básica que condenarles a un trabajo absurdo y por tanto embrutecedor, que al final también es caridad.
Si nos pusiéramos a echar cuentas, estoy seguro que descubriríamos que “la misería” y “la cultura” son más rentables que la cocaina o las armas.
Y estoy seguro que la foto de un niño famélico es más rentable, económicamente que la del mayor putón verbenero.
La renta básica, es indispensable en situaciones de emergencia. Es como tener un extintor a mano cuando se inicia un incendio.
Pero al igual que el extintor es inútil cuando se ha dejado propagar las llamas y sólo ya es posible sobrevivir si nos salvan los bomberos.
La renta básica puede ser una medida keinesiana que creará un puente de transición en los valles de la economía. Pero sobre un puente improvisado no se puede edificar el progreso de una sociedad.
El ejemplo claro y evidente es Andalucía y Extremadura. Años de PER han conducido a lo que son hoy, El sur del sur.
Lo que fué una medida de transición en tanto se gestionaba la, imprescindible a mi juicio, reforma agraria, se convirtio en el más puro ejemplo de “clientelismo electoral”
Los ciudadanos se convirtieron en esclavos electorales, sin más oficio que el de votar izquierda. Y la sociedad que se ha generado el la que se ve reflejada en los datos: Los mayores consumidores de cocaina del mundo o el indice de fracaso escolar mas alto de la CEE.
Pero esa misería social que genera la permanencia de la “sopa boba” no cae en saco roto.
Como ya hemos dicho al inicio (uso el plural mayestático en homenaje a Don Enrique), “la miseria es muy rentable”. Pero no para el que la padece, si no para los espabilados que la saben rentabilizar.
Cuando en casos de corrupción como FILESA, los bancos daban dinero al PSOE o cuando condonan deudas a IU ¿lo hacen por altruismo o ideología? No.
Los bancos tienen accionistas y participaciones en empresas en las que una determinada ley, una concesión de licencia o la subida del precio de la electricidad les puede aportar enormes beneficios. Los bancos “engrasan” los engranajes parlamentarios adecuados.
A los bancos no les queda otra que pagar a los dueños de los esclavos electorales si quieren obtener beneficios, si no pagaran podrían generar el efecto contrario y del parlamento podrían salir leyes que les perjudicara.
Cualquier progreso, real de esas sociedades, cración de industria, mejora de la sanidad o la edicación, podría dar libertad de voto a los ciudadanos, al dejar de ser dependientes del dios del mana y ser capaces de alimentarse por ellos mismos. A día de hoy ese dios, como todo progreso lo único que les propone es golpear a las cajeras de Mercadona.
Un Oyente de Federico
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