lunes, febrero 18, 2013

DERECHOS Y SOPA BOBA: SOBRE LA RENTA BÁSICA.


Entendemos por renta básica ciudadana el hecho de que todo ciudadano cobre un sueldo por este motivo, ser ciudadano, como un -presunto- derecho social. Por ello, cuando aquí hablemos de esto nuestro último objetivo será analizar exclusivamente este significado y no otros tipos de subsidios o pagas que tienen necesariamente un análisis distinto. Así, nuestra crítica, en su doble sentido de análisis y desacuerdo, a esta idea de la renta básica tiene una triple dirección: pragmática social, política y de índole moral.

El primer motivo es el pragmático. Aquí hay tres elementos a analizar.

El primero de ellos, y el más anecdótico, sería el criterio a seguir para  conceder la renta. Efectivamente, se podría dar por motivos de ciudadanía restringida, ciudadanos con derecho a voto, o con ideal extenso, incluyendo además a aquellos que tienen la residencia, e incluso con ideal guay: también a los inmigrantes ilegales. En cualquiera de los tres casos sería problemático pues al aceptar el primero o incluso el segundo se realizaría una discriminación que no parecería muy social, si la sanidad o la educación deben ser universales como creemos, pero en el caso de aceptar el tercero la cosa tendría evidentes consecuencias que no vamos a relatar aquí.

Pero esto es anecdótico en comparación con el segundo problema: ¿de dónde saldría el dinero? Lo gratis no existe: generar una renta mínima implicaría una inversión millonaria y un gasto real. Pero, alguien podría decir que siguiendo la regla de tres -nota: ¿por qué los profesores de matemáticas odian la regla de tres?-: se debería entonces quitar la educación o la sanidad pública. Y aquí viene otro punto interesante. La educación o la sanidad gratis implican, económica y socialmente hablando, una inversión respecto al futuro y no un gasto: no se vive de ella sino que te prepara para vivir en unas condiciones en las que el sujeto va a devolver esta inversión a la sociedad. Sin embargo, la renta básica no funciona así sino al contrario.

Efectivamente, aquí viene el tercer punto básico del pragmatismo. Generar una renta básica ciudadana implica dar dinero mensual por el hecho de ser alguien, un ciudadano, aunque no se haga nada. Así, un sujeto puede vivir de ella exclusivamente sin hacer nada más. En el concepto roussionano, malentendido con respecto a la teoría del autor –nota: que tampoco es santo de nuestra devoción-, la bondad natural hará que todos busquen cooperar. En el hecho social real, no. Y además serán las clases bajas las que en mayor proporción actuarán así pretendiendo vivir de la sopa boba. Efectivamente, con menos expectativas sociales que otros grupos, y menos ambición, un amplio sector de las clases bajas convertirá la renta básica en una forma de vida: vivir de las rentas del estado. La ciudadanía no será su ejercicio sino su derecho a la pereza.

Y aquí, y por esto y más importante, entra el factor político: ¿qué función debe tener un derecho desde una perspectiva de izquierdas? Un derecho debe servir para desarrollar una vida pero nunca debe transformase en una forma de vida. La sociedad debe generar las condiciones previas para permitir a los individuos desarrollar la vida autónoma y por eso defendemos los derechos políticos y también los sociales. Sin embargo, el problema de la renta básica es que se trata de un derecho que puede convertirse en una forma de vida: la generación de un grupo social que viva de la caridad pública.

Y esto conlleva, a su vez, dos problemas políticos.

En primer lugar está el problema de la integración absoluta y perfecta. Efectivamente, la existencia de un colectivo social que vive de ser meramente social, de la sopa boba, implica la integración perfecta de dicho colectivo como fuerza conservadora de la sociedad que le mantiene. Es decir, el colectivo implicado estará contra cualquier cambio social excepto aumentar su limosna y defender a las almas caritativas que se las ofrecen: la señora marquesa, la señora duquesa,…

En segundo lugar, es el sueño perfecto de la dominación totalitaria. Un derecho social cuya existencia no implica la autonomía personal sino la dependencia absoluta es el sueño de toda sociedad autoritaria. Y la renta básica ciudadana, como ya sabía la Roma imperial, va por tal camino.

Y así, enlazando con lo anterior entramos de lleno en el problema moral que aquí es el más importante. La moral no debe confundirse  necesariamente con la política en todas y cada una de sus manifestaciones pero no nos cabe duda de que el ideal político debe tener contenido moral. El ideal político de la izquierda debe ser la autonomía de los individuos. Obsérvese que no hemos puesto ni la igualdad ni la libertad. No debe ser la igualdad porque esta se puede conseguir, como lo hicieron los regímenes comunistas, sin necesidad de la autonomía personal: la pura heteronomía del estado dictador. Tampoco debe ser la libertad porque esta solo implica una capacidad formal. La libertad no implica necesariamente una situación social que permita al sujeto llevar una vida autónoma: los pobres pueden ser perfectamente libre.

De esta manera, la autonomía implica algo más que la libertad al ser no solo formal sino también práctica: la idea de autonomía -como demuestra el hecho de su sentido moral- implica obrar. La autonomía es la libertad de obrar. Así, pedir autonomía es pedir la existencia de unas condiciones sociales para ese obrar. Y por eso la izquierda debe defender los derechos sociales que no son por ello un fin sino un medio. Pero, ¿no sería la renta básica la creación definitiva de esas  condiciones para obrar? Al revés, es su traición.

La renta básica es la pura heteronomía en un sentido doble. En primer lugar, porque la condición de posibilidad del desarrollo de la propia vida es ahí la dependencia social. En segundo lugar, porque el derecho ya no se concibe como una condición para la vida propia  sino como una forma de vida ya escrita. La renta básica permite vivir de la renta básica y nada más: la vida ya escrita en la sopa de letras pero boba.

La izquierda debe defender los derechos sociales no como un fin en sí mismos, tal y como se defiende la caridad, sino como un medio para lograr el auténtico fin: la autonomía de los sujetos. Los derechos sociales deben cumplir este objetivo y por eso se defiende, entre otros, la educación o la sanidad. Sin embargo, la renta básica no es sino la conversión de la sopa boba al ñoño laicismo. Un derecho sirve para desarrollar la vida, una cadena la ata.  

3 comentarios:

Adrián Ávila dijo...

Me ha parecido interesante todo lo que has escrito. Pienso que llevas mucha razón en la mayoría de los aspectos.
Un saludo

Elmiguelitoaby dijo...

No puedo estar de acuerdo cuando una estructura político-social como la que padecemos condena a millones de personas en todo el mundo a no tener trabajo digno y remunerado. Además, como estamos viendo, el sistema funciona mejor con menos gente trabajando. El caso de Alemania es paradigmático. No es necesario mantener a toda la población trabajando dignamente. Basta con tan solo unos cuantos. Al resto se le dan minijobs por dar la impresión que se ocupan de la gente. La verdad es que seria irrelevante que trabajaran o no. Y en ese caso me parece mas digno y mas humano dar una renta básica que condenarles a un trabajo absurdo y por tanto embrutecedor, que al final también es caridad.

Anónimo dijo...

Si nos pusiéramos a echar cuentas, estoy seguro que descubriríamos que “la misería” y “la cultura” son más rentables que la cocaina o las armas.
Y estoy seguro que la foto de un niño famélico es más rentable, económicamente que la del mayor putón verbenero.

La renta básica, es indispensable en situaciones de emergencia. Es como tener un extintor a mano cuando se inicia un incendio.
Pero al igual que el extintor es inútil cuando se ha dejado propagar las llamas y sólo ya es posible sobrevivir si nos salvan los bomberos.

La renta básica puede ser una medida keinesiana que creará un puente de transición en los valles de la economía. Pero sobre un puente improvisado no se puede edificar el progreso de una sociedad.

El ejemplo claro y evidente es Andalucía y Extremadura. Años de PER han conducido a lo que son hoy, El sur del sur.
Lo que fué una medida de transición en tanto se gestionaba la, imprescindible a mi juicio, reforma agraria, se convirtio en el más puro ejemplo de “clientelismo electoral”
Los ciudadanos se convirtieron en esclavos electorales, sin más oficio que el de votar izquierda. Y la sociedad que se ha generado el la que se ve reflejada en los datos: Los mayores consumidores de cocaina del mundo o el indice de fracaso escolar mas alto de la CEE.

Pero esa misería social que genera la permanencia de la “sopa boba” no cae en saco roto.

Como ya hemos dicho al inicio (uso el plural mayestático en homenaje a Don Enrique), “la miseria es muy rentable”. Pero no para el que la padece, si no para los espabilados que la saben rentabilizar.

Cuando en casos de corrupción como FILESA, los bancos daban dinero al PSOE o cuando condonan deudas a IU ¿lo hacen por altruismo o ideología? No.
Los bancos tienen accionistas y participaciones en empresas en las que una determinada ley, una concesión de licencia o la subida del precio de la electricidad les puede aportar enormes beneficios. Los bancos “engrasan” los engranajes parlamentarios adecuados.
A los bancos no les queda otra que pagar a los dueños de los esclavos electorales si quieren obtener beneficios, si no pagaran podrían generar el efecto contrario y del parlamento podrían salir leyes que les perjudicara.

Cualquier progreso, real de esas sociedades, cración de industria, mejora de la sanidad o la edicación, podría dar libertad de voto a los ciudadanos, al dejar de ser dependientes del dios del mana y ser capaces de alimentarse por ellos mismos. A día de hoy ese dios, como todo progreso lo único que les propone es golpear a las cajeras de Mercadona.

Un Oyente de Federico