El paro hasta ahora había sido un problema prioritario en las economías
nacionales. Esto se debía al cambio del modelo capitalista ocurrido
especialmente a partir de la II guerra mundial. Dicho cambio se había realizado
desde un capitalismo de producción, centrado en el elemento del trabajo y
característico de la Revolución Industrial, a un nuevo capitalismo de
explotación absoluta donde la producción de beneficio ya no se limitaba al
trabajo sino que incluía el consumo: la vida humana como explotación –nota:
perdón por autocitarme, pero en Capitalismo
y explotación se explica esto más detalladamente. Pueden acceder en la
columna de la derecha-
En el primer capitalismo, el
contemporáneo a la Revolución Industrial y anterior a la última guerra mundial,
el paro no resultaba problemático para el desarrollo productivo e incluso podía
resultar beneficioso. Efectivamente, el nivel económico de la población no era
una fuerza productiva y, por tanto, una población sin recursos no afectaba al
desarrollo del capitalismo. Es más, la idea marxista del ejército industrial de
reserva tenía un absoluto sentido. Era cierto que una masa desposeída y sin
trabajo presionaba para que los salarios pudieran ser aún más bajos, al límite
de la miseria, porque siempre habría gente dispuesta a trabajar por menos. Así, en el primer capitalismo no existía el paro
como problema macroeconómico para el desarrollo capitalista sino, si acaso,
como un problema individual que exigía medidas caritativas y, en el mejor de
los casos, sociales. El paro, por tanto, no era un problema político o
económico de magnitud.
Sin embargo, esto cambia con la
llegada del nuevo capitalismo a partir, especialmente, de la II guerra mundial. Efectivamente, este nuevo capitalismo tenía como
elemento clave la demanda interna en el consumo que determinaba
el beneficio de la
producción de los bienes. Así, se añadía el consumo, y no solo el elemento
trabajo, como una de las claves del
desarrollo económico –o sea, de la explotación
capitalista-. En este
contexto nuevo el paro era un extraordinario problema macroeconómico pues eliminaba del circuito
de la explotación –tanto del trabajo como del consumo- a la población parada y
reducía la demanda nacional. Y, por esto, el paro se convirtió en el problema a
evitar en cualquier política económica. El paro fue llevado de la economía
individual, ni siquiera de la microeconomía, a la macroeconomía no tanto por la
lucha social, que sin duda contribuyó a aliviar
la situación personal,
como por las necesidades objetivas del nuevo capitalismo de un mercado
de consumidores permanentes. Los parados no consumen tanto como los activos,
así que, necesidad del sistema, había que hacer que siguieran cobrando, seguro
de desempleo, e incluso cuando hubieran agotado su cotización, subsidio de desempleo,
para beneficio del sistema. La explotación no era más humanitaria sino más total. Pero,
al tiempo, su resultado individual era mejor para cada individuo.
Pero esto hay que entenderlo bien y
para ello hay que explicarlo mejor. El auténtico hecho decisivo por el cual
el paro resultaba un problema macroeconómico no era tanto el esquema del nuevo
capitalismo, la conversión del consumo también en producción, sino el hecho de que la economía fuera básicamente nacional.
Efectivamente, la economía se sustentaba de manera primordial en la demanda interna y por tanto el
índice de paro se convertía en un elemento altamente
preocupante pues implicaba necesariamente una disminución de esa demanda interna y con ella un problema macroeconómico.
Por eso una prioridad de cualquier política
económica en los países desarrollados, anterior al
proceso actual de globalización, era la disminución del paro. Y esto se debía
al carácter básicamente nacional de la economía.
Sin
embargo, esto cambia con la nueva economía mundial. La conversión definitiva
del globo terráqueo en un mercado internacional supera las estrechas
expectativas del tenderete patrio. Y lo supera no solo en cuanto a la
exportación de mercancías sino como algo más, como la idea de una política
económica internacional.
Y
ahora viene un rollo teórico -¡¡otro!!-. Cuando se habla de capitalismo hay que
distinguir entre los intereses de la oligarquía y los intereses del sistema. Es
un grave error identificar oligarquía con sistema capitalista como frecuentemente hace la izquierda. Y este problema es un ejemplo paradigmático -¡toma
sílabas!- de cómo nos podría desenfocar ese error. Efectivamente para entender
lo que sigue hay que diferenciar entre interés de la oligarquía y del sistema.
El sistema tiene un interés de explotación que es lo que se consigue con la
introducción del consumo: la explotación absoluta. La oligarquía, por su parte,
tiene un interés de beneficio privado maximizado: busca conseguir el mayor
beneficio posible en su campo económico concreto. Para la oligarquía esto (casi)
siempre se traduce en la mayor precarización posible y en la reducción del
beneficio de los grupos sociales inferiores.
En
la economía nacional anterior a la globalización, estos dos intereses, el del
sistema y el de la oligarquía, llegaron a ser contradictorios y se acabó
imponiendo el interés del sistema: mayor nivel de vida para mayor explotación,
aunque ello implicara menor ganancia de la oligarquía. Pero el proceso de globalización
ha cambiado esto. Efectivamente, el nuevo mercado mundial implica que el consumidor,
como antaño el proletario o con posterioridad la mercancía, no tenga patria.
Una parte mínima de la población de los países emergentes consumiendo, pongan un
diez o un veinte por ciento, genera mayor demanda que toda la población europea.
Ahora el interés del sistema, la explotación total de la vida humana como
trabajo y consumo, se puede armonizar con el interés de la oligarquía nacional,
la máxima precarización social posible. El paro nacional, merced a ese nuevo
mercado mundial, ya no resulta problemático como demanda interna. Deja de ser
un problema macroeconómico y se transforma, de nuevo, en un drama humano: se
pueden aprovechar de él. Soraya Sáenz de Santamaría puede decir tranquilamente
que cuando acabe la legislatura habrá más parados. Incluso ante ello poner cara de dolorosa pero no dimitir porque
cumple, como dijo Rajoy, con su –de ellos-
deber.
Pero
ademas hay algo más. Estos millones de parados ahora sí pueden volver a
interesar como tales parados a la oligarquía en un sentido doble. Primero
porque, vuelta al ejército industrial de reserva, permiten empeorar las
condiciones de trabajo y precarizar las
condiciones laborales de manera casi automática con el mayor beneficio de la
oligarquía. Así, los parados actúan como una fuerza social para la precarización
al permitir bajar las condiciones laborales con la excusa de su incorporación
al mercado laboral. Se puede decir en una tertulia televisiva: mejor 300 euros
que nada. Es decir, esta chusma cobra demasiado por algo que en la India –¡ah la
India, tanta espiritualidad!- lo hacen por una décima parte. O en Blangadesh,
por menos incluso.
Pero,
el segundo motivo es aún más importante. El paro implica lógicamente el déficit
público. Primero, como contribuyentes directos por la pérdida de una nómina y
con ella la contribución al sistema social de asistencia. Segundo, porque ahora
son beneficiarios de ese mismo sistema de asistencia social y, por lo tanto,
gastadores netos. Con ello, y no por la pirámide de población, el sistema de
protección social entre en crisis pues es inviable. Y con esta crisis del
llamado estado de bienestar se abre una nueva oportuna para la oligarquía: la
privatización de los servicios públicos para su mejor gestión -traducido: para
beneficio de ellos mismos-. Una inmensa clientela cautiva, piensen solo en
sanidad y educación, se presenta ante
las empresas de esa misma oligarquía con el visto bueno de un estado convertido
en gestor de sus intereses. El negocio es doble: primero, los impuestos se convierten
en beneficio económico de esa misma
oligarquía y no en carga impositiva con beneficio social; segundo, el estado como mediador social desaparece
y con él el interés oligarca se hace dominante. El fin del estado social es el
triunfo de la oligarquía y su causa fundamental no es la mala gestión –que la
hay-, el abuso del funcionariado –que lo hay- o el problema demográfico –que no
lo hay-. Su enterrador es el paro. Y por eso la oligarquía, su máxima beneficiada,
grita: viva el paro. Y la menos educada, todavía hay clases, vocifera: ¡que se
jodan!
Resumamos,
que seguro que llevados por la emoción se han saltado párrafos buscando el
final. El interés del Capitalismo como sistema es la presencia masiva de consumidores para una explotación
total de la vida humana. En una economía nacional, esto implica que el paro sea
un problema macroeconómico pues rebaja la demanda interna. Sin embargo, en una
economía mundial los consumidores traspasan las fronteras y la demanda nacional
pierde importancia y por eso, por ejemplo, la alegría de los tertulianos con el
aumento de la exportación española. Los consumidores no tienen patria y la
explotación tampoco. Por eso, el paro nacional, seis millones de parados no es
ni el 0’5% de la población sólo de China, ya no es problema. Por eso, no afecta
a la explotación. Por eso, el interés de la oligarquía de la máxima precarización
posible es ahora compatible, por el momento, con el interés del sistema.
¿Y
cómo solucionarlo? Solo hay una solución real, hay muchas irreales. Pero, eso
otro día que me voy a ver prensa deportiva. ¿Fichará Ancelotti por el Madrid?
¿El Barcelona saca a once jugadores para que le den conversación a Messi? ¿Me
pongo otro pacharán?
Lo
sé, me falta épica.
1 comentario:
Perfectamente explicado, y pinta usted una situación terrible como sin duda existe. Sin embargo, la duda que me queda (y ya me ha ocurrido con otros de sus artículos) es ¿por qué habla del capitalismo como un ente autónomo cuando es un sistema implantado por personas?. Si me lo pudiera explicar seguro que me ayudaba a entender con mayor profundidad.
Y una vez más, le felicito. Ya quisieramos otros escribir la mitad de claro.
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