martes, abril 01, 2014

VINO CON CASERA: CAPITALISMO E IDEOLOGÍA

La gastronomía es, no cabe duda, un hecho cultural relevante. En ella se puede ver no solo los gustos culinarios de una sociedad determinada sino, buceando un poco, algo más sobre esa misma sociedad. Efectivamente, la gastronomía de una sociedad nos habla de su economía y nivel de riqueza a través de los productos usados; su grado de igualdad o no, a través de los platos exclusivos de ciertas élites o compartidos; sus relaciones internacionales, con sus comidas exclusivamente regionales o asumiendo lo extraño; … y  así una serie de elementos. Por eso, tratar sobre gastronomía no es desdeñable para comprender a un colectivo humano.

Pero, y esto no conviene olvidarlo, también la basura nos habla de todo eso. O los excrementos, como los cropolitos fosilizados, nos pueden ayudar a comprender el pasado. O la esclavitud, el arte, el infanticidio, la filosofía, los sacrificios humanos,… Es decir, que algo forme parte de la cultura como civilización no la hace un fenómeno sublime necesariamente.

Sin embargo, no cabe duda de que hoy en día la gastronomía está de moda: se ha convertido en gran cultura. Cualquiera conoce a alguien, incluso yo, que sabe de vinos o de comida japonesa o de las diferentes maneras de servir un gin tonic. Incluso, alguno argumenta sobre cocina deconstruida y vaporizada. Y aquí empieza lo interesante. Porque, sin duda, los gustos culinarios parecen ser libres y absolutamente subjetivos -hay un refrán tradicional que dice sobre gustos no hay nada escrito- pero resulta que todo este hecho gastronómico va en contra de dicho refrán. Y esto es curioso en una sociedad que presenta un discurso de la libertad individual tan potente: parecería que todo es subjetivo menos, curiosamente, cómo servir una ginebra con tónica. O que nadie puede gobernar mi vida excepto un cocinero de moda que me dice qué voy a cenar para luego pagar un precio desorbitado por ello. Así, lo que resulta hoy interesante del estudio de la gastronomía no es tanto ella misma como recetario sino algo distinto: ¿por qué la gastronomía en sí misma está de moda?

Nosotros vamos a intentar desentrañar esto. Y lo vamos a hacer siguiendo aquel esquema que creemos más correcto. Este esquema es, como nosotros mismos, simple. Para entender el tema del éxito arrollador de la gastronomía hoy no hay que tener un paladar exquisito o notar los suaves aromas de roble caramelizado en nuestro vino –siempre con casera- sino analizar el proceso económico. En definitiva, y ya al grano, vamos a defender que la importancia desmedida de la gastronomía es un ejemplo de la ideología en el nuevo capitalismo. Más exactamente aún es un ejemplo de la nueva ideología: la alienación negativa.

Pero, para entender esto primero deberemos resumir las características de este sistema capitalista. Brevemente -para más información ver columna de la derecha con los artículos donde pone capitalismo- señalaremos estas características que ahora, luego veremos otra fundamental, nos interesan.

Primero, el nuevo capitalismo ya no se basa exclusivamente en la explotación del trabajo sino de la vida humana como producción. Esto quiere decir, o sea lo de ahora es lo mismo que lo de antes pero menos pedante, que el consumo ha entrado a formar parte de la producción económica. Así, un ser humano produce mercancía cuando trabaja y cuando consume: todo el tiempo de su vida. La vida humana, y ya no solo el producto de su trabajo, es producción de mercancías y ella misma es mercancía.

Segundo, esta introducción del consumo en la producción implica la necesidad de una población que gane lo suficiente para consumir de forma habitual, es decir: que vaya más allá del nivel de ingresos de supervivencia –y antes de gritarme, por favor mire esto sobre el actual proceso de depauperación-.

Así las cosas, ya tenemos las piezas que nos van a permitir explicar la condición de posibilidad del auge de la gastronomía y, después, la causa de su éxito. Porque son dos cosas distintas. Desarrollemos.

La condición de posibilidad se refiere a que la gastronomía como industria solo es posible cuando la población con recursos es tan amplia que permite comer más allá de la mera supervivencia y gastar dinero en escoger el alcohol que nos emborrachará. Así, la industria de la gastronomía, aunque no la artesanía a la que bastaba una clase ociosa, solo ha sido posible con el nuevo capitalismo porque solo con ella ha adquirido una clientela suficiente. De esta forma, la condición de posibilidad de la gastronomía es el propio capitalismo donde el consumo se ha generalizado. O dicho de otra manera: la industria gastronómica es, como el mercado del arte o la industria de las armas, producción capitalista.

Sin embargo, esto no explica su auge. Porque al igual que ha surgido la gastronomía podía haber surgido cualquier otra industria: por ello, hay que explicar algo más. Hay que explicar la causa de que haya sido la gastronomía y no, por ejemplo, la paleografía medieval o la filosofía kantiana lo que se haya puesto de moda aparentemente perdurable. ¿Por qué la gastronomía y no otra cosa?

En algunos artículos hemos hablado ya de un concepto al que hemos bautizado como alienación negativa. Con él, nos referimos a un hecho absolutamente novedoso en la ideología del nuevo capitalismo. Todas las ideologías anteriores, incluyendo la alienación en el trabajo clásica del marxismo, consistían en la integración del individuo en la dinámica social perdiendo su subjetividad. Sin embargo, la alienación negativa se presenta, y aquí esta palabra es importante, como lo contrario. Efectivamente, la alienación negativa consiste ya no en la integración social sino en la sublimación, falsa, del yo frente a la sociedad. La alienación negativa –como decíamos en el artículo citado- implica que el individuo se siente absolutamente desligado de la sociedad -que en realidad le da la forma como lo que realmente es, pura mercancía- y presenta su yo ante los otros y ante su conciencia como algo absolutamente alejado de la esfera social: algo prístino. El yo vive, presuntamente, independiente a la estructura social y se percibe a sí mismo por encima de ella. Surge así la nueva alienación negativa: el sujeto gana su individualidad quitándole a la objetividad la verdad de su componente. Es una ensoñación que hace a cada individuo creerse irrepetible cuando en realidad está colocado como mera mercancía en la estantería del supermercado real. Es negativa porque lo que resalta es la individualidad, frente a la anterior que perseguía la totalidad, pero es alienación porque el individuo realmente no supera la heteronomía de su existencia ganando autonomía: su única razón suficiente, jugando con el lenguaje filosófico y significando con ello la condición que le hace ser lo que es, es ser mercancía.

Pero, ¿y todo este rollo para qué? Porque ahora corresponde -¡por fin!- explicar el auge de la gastronomía como ideología del nuevo capitalismo. Efectivamente, la gastronomía cumple a la perfección ese modelo de alienación negativa que acabamos de presentar.

En primer lugar, la gastronomía, ese sumiller aficionado, es una exaltación del yo como aventura elitista. Efectivamente, la gastronomía consiste en convertir un acto cotidiano, alimentarse, en un presunto arte. Así, el gastrónomo entra idealmente en una élite de quien come de otra manera frente al común de los mortales que tragamos sin saborear las excelencias de un producto. De esta forma, la pertenencia a una élite garantiza el elemento de la distinción necesario para sentir la supremacía del yo.

En segundo lugar, esto se realiza de forma frecuente. El gastrónomo puede alimentar su ego cada día y en lo cotidiano. Tanto tratándose de la comida en sí como de la conversación informal frecuente sobre la misma, aquel puede destacar con frecuencia y de forma social. Su distinción es, así, habitual.

En tercer lugar, este yo del individuo cree alejarse del entramado social productivo, de eso que se llama infantilmente consumismo, que se identifica con la comida rápida. Efectivamente, la comida rápida,  rápidamente demonizada, ocupa en la mentalídad ideológica de los individuos la esfera del sistema social de producción capitalista enfrentada a los artistas de los fogones como concepto artesanal y, con ello, angelical. Así, toda la industría capitalista de la gran cocina no se percibe como tal sino como un grupo aficionado y altruista de resistencia a una pérdida de valores tradicionales y bondadosos. Con ello, la influencia de este lobbie de intereses económicos se presenta como un asunto de interés público llegando a hechos patético como, por ejemplo, prohibir las aceiteras rellenables en los restaurantes en aras de una presunta autenticidad porque el lobby del olivo, hipersubvencionado, así lo decide para su beneficio. De esta forma, el sumiller aficionado piensa que su accion escapa del ámbito mercantil, que él identifica erróneamente solo con la industria de la comida rápida, y se aleja de la esfera productiva para formar parte de la espiritualidad -este concepto tan repugnante-.

Así, y por todos estos puntos, el individuo ya ha cumplido con la alienación negativa. Por un lado, su gusto presuntamente excelso y altamente cultural no es más que consumo y con ello producción capitalista. Pero, al tiempo, y por otro, se le presenta subjetivamente como una sublimación suprema de su propio yo sobre la realidad que le rodea. Efectivamente, el sumiller aficionado  exalta su yo frente a todos esos que comen en las cadenas de comida rápidas, se alimentan de congelados o incluso i Dios mío! le echan casera al vino.

Ya acabamos, pero hay una última cuestión ¿Por qué la gastronomía y no el pensamiento de Kant?  
Hay tres respuestas. La primera, es por su sencillez. Para ser un sibarita no hace falta una preparación cultural previa que sin embargo sí se necesitan para Kant -que por eso se reserva para las élites-: es una conformación ideológica de masas. Además, segunda ventaja, la gastronomía implica exaltar lo cotidiano del yo, cada día se come, frente a la cultura que resulta temporalmente extraordinaria.  Por último, y tercera ventaja, la gastronomía en sí misma, y como contenido, nada puede aportar como conciencia de la propia situación social. Así, la gastronomía será siempre más fácil para la alienación negativa que la propia cultura, pero eso nunca implicará que el consumo cultural no sea, a su vez, alienación negativa -ser listo mola- sino que en ese contenido objetivo de la cultura aún puede haber algo diferente.

La exaltación de la gastronomía es un ejemplo perfecto de la alienación negativa. Por supuesto, no se trata de que cada individuo haga conscientemente esto, no se duda de su sinceridad, sino de que la función social objetiva es esta. La alienación negativa en sí misma es independiente del objeto de consumo concreto en que se realiza. Es decir, la alienación negativa es formal y significa el consumo mismo. Así, hay un cambio fundamental con la idea de ideología clásica. En la marxista pura la ideología se define por su contenido concreto; en la ideología actual, la alienación negativa, la ideología no es un contenido sino la forma en que se presenta socialmente todo. Consumir vino o leer a Kant o llevar un blog extremadamente crítico son ideología porque su función social objetiva es generar esa misma alienación descrita. La vida es ideología.

Y ahora sí acabamos.
Me voy a tomar vino con casera para sentirme yo frente a la sociedad.

2 comentarios:

Don Güapo dijo...

Quizá la imagen publicitaria, sobredimensionada, parezca desmentirlo pero no parece que la gran mayoría "utilice" el hecho gastronómico como elemento de consumo posicional (así de denomina en economía) aunque éste sea ahora mayor que antes, debido a la mayor ganancia de bienestar producto de la globalización capitalista. Ello no resta un ápice al impacto sublime que algunas creaciones de algunos artistas genera en los sentidos, nada distintas de las pictóricas, musicales u otras.

PD: Hecho de menos alguna reflexión sobre las externalidades que el capitalismo produce sobre los conflictos armados. Aprovechando lo de Crimea sería buen momento.

Miguel Prieto dijo...

Ummm... estaba esperando un artículo sobre la condena a dos años de prisión de Pablo Hazel... sería interesante... Tengo curiosidad, porque no consigo avanzar qué posición tendría usted... supongo que por eso le leo, por la sorpresa, la intriga y la emoción... el señor Mesa como una gran novela de misterio, como un acertijo... ¿Demasiado cercano al Zaratustra? Mire que un buen frankfurtiano debería ser más predecible en sus juicios... aunque, piénselo bien, realmente es todo un cumplido...