La
gastronomía es, no cabe duda, un hecho cultural relevante. En ella se puede ver
no solo los gustos culinarios de una sociedad determinada sino, buceando un
poco, algo más sobre esa misma sociedad. Efectivamente, la gastronomía de una
sociedad nos habla de su economía y nivel de riqueza a través de los productos
usados; su grado de igualdad o no, a través de los platos exclusivos de ciertas
élites o compartidos; sus relaciones internacionales, con sus comidas
exclusivamente regionales o asumiendo lo extraño; … y así una serie de elementos. Por eso, tratar
sobre gastronomía no es desdeñable para comprender a un colectivo humano.
Pero,
y esto no conviene olvidarlo, también la basura nos habla de todo eso. O los
excrementos, como los cropolitos fosilizados, nos pueden ayudar a comprender el
pasado. O la esclavitud, el arte, el infanticidio, la filosofía, los
sacrificios humanos,… Es decir, que algo forme parte de la cultura como
civilización no la hace un fenómeno sublime necesariamente.
Sin
embargo, no cabe duda de que hoy en día la gastronomía está de moda: se ha
convertido en gran cultura. Cualquiera conoce a alguien, incluso yo, que sabe
de vinos o de comida japonesa o de las diferentes maneras de servir un gin tonic.
Incluso, alguno argumenta sobre cocina deconstruida y vaporizada. Y aquí
empieza lo interesante. Porque, sin duda, los gustos culinarios parecen ser
libres y absolutamente subjetivos -hay un refrán tradicional que dice sobre gustos no hay nada escrito- pero
resulta que todo este hecho gastronómico va en contra de dicho refrán. Y esto
es curioso en una sociedad que presenta un discurso de la libertad individual
tan potente: parecería que todo es subjetivo menos, curiosamente, cómo servir
una ginebra con tónica. O que nadie puede gobernar mi vida excepto un cocinero
de moda que me dice qué voy a cenar para luego pagar un precio desorbitado por
ello. Así, lo que resulta hoy interesante del estudio de la gastronomía no es
tanto ella misma como recetario sino algo distinto: ¿por qué la gastronomía en
sí misma está de moda?
Nosotros
vamos a intentar desentrañar esto. Y lo vamos a hacer siguiendo aquel esquema
que creemos más correcto. Este esquema es, como nosotros mismos, simple. Para
entender el tema del éxito arrollador de la gastronomía hoy no hay que tener un
paladar exquisito o notar los suaves aromas de roble caramelizado en nuestro
vino –siempre con casera- sino analizar el proceso económico. En definitiva, y
ya al grano, vamos a defender que la importancia desmedida de la gastronomía es
un ejemplo de la ideología en el nuevo capitalismo. Más exactamente aún es un
ejemplo de la nueva ideología: la alienación negativa.
Pero,
para entender esto primero deberemos resumir las características de este
sistema capitalista. Brevemente -para más información ver columna de la derecha
con los artículos donde pone capitalismo- señalaremos estas características que
ahora, luego veremos otra fundamental, nos interesan.
Primero,
el nuevo capitalismo ya no se basa exclusivamente en la explotación del trabajo
sino de la vida humana como producción. Esto quiere decir, o sea lo de ahora es
lo mismo que lo de antes pero menos pedante, que el consumo ha entrado a formar
parte de la producción económica. Así, un ser humano produce mercancía cuando
trabaja y cuando consume: todo el tiempo de su vida. La vida humana, y ya no
solo el producto de su trabajo, es producción de mercancías y ella misma es
mercancía.
Segundo,
esta introducción del consumo en la producción implica la necesidad de una población
que gane lo suficiente para consumir de forma habitual, es decir: que vaya más
allá del nivel de ingresos de supervivencia –y antes de gritarme, por favor
mire esto sobre el actual proceso de depauperación-.
Así
las cosas, ya tenemos las piezas que nos van a permitir explicar la condición
de posibilidad del auge de la gastronomía y, después, la causa de su éxito.
Porque son dos cosas distintas. Desarrollemos.
La
condición de posibilidad se refiere a que la gastronomía como industria solo es
posible cuando la población con recursos es tan amplia que permite comer más
allá de la mera supervivencia y gastar dinero en escoger el alcohol que nos
emborrachará. Así, la industria de la gastronomía, aunque no la artesanía a la
que bastaba una clase ociosa, solo ha sido posible con el nuevo capitalismo
porque solo con ella ha adquirido una clientela suficiente. De esta forma, la
condición de posibilidad de la gastronomía es el propio capitalismo donde el
consumo se ha generalizado. O dicho de otra manera: la industria gastronómica
es, como el mercado del arte o la industria de las armas, producción
capitalista.
Sin
embargo, esto no explica su auge. Porque al igual que ha surgido la gastronomía
podía haber surgido cualquier otra industria: por ello, hay que explicar algo
más. Hay que explicar la causa de que haya sido la gastronomía y no, por
ejemplo, la paleografía medieval o la filosofía kantiana lo que se haya puesto
de moda aparentemente perdurable. ¿Por qué la gastronomía y no otra cosa?
En
algunos artículos hemos hablado ya de un concepto al que
hemos bautizado como alienación negativa.
Con él, nos referimos a un hecho absolutamente novedoso en la ideología del
nuevo capitalismo. Todas las ideologías anteriores, incluyendo la alienación en
el trabajo clásica del marxismo, consistían en la integración del individuo en
la dinámica social perdiendo su subjetividad. Sin embargo, la alienación
negativa se presenta, y aquí esta palabra es importante, como lo contrario.
Efectivamente, la alienación negativa consiste ya no en la integración social
sino en la sublimación, falsa, del yo frente a la sociedad. La alienación negativa –como decíamos
en el artículo citado-
implica que el individuo se siente absolutamente desligado de la sociedad -que en realidad le da la forma como
lo que realmente es, pura mercancía- y presenta su yo ante los otros y ante su conciencia como algo
absolutamente alejado de
la esfera social: algo prístino. El yo vive, presuntamente, independiente a la estructura social y se
percibe a sí
mismo por
encima de ella. Surge así la nueva alienación negativa: el sujeto gana su
individualidad quitándole a la objetividad la verdad de su componente. Es una
ensoñación que hace a cada individuo creerse irrepetible cuando en realidad
está colocado como mera mercancía en la estantería del supermercado
real. Es negativa porque lo que resalta es la individualidad, frente a la
anterior que perseguía la totalidad, pero es alienación porque el
individuo realmente no supera la heteronomía de su existencia ganando autonomía:
su única razón suficiente, jugando con el lenguaje filosófico y significando
con ello la condición que le hace ser lo que es, es ser mercancía.
Pero,
¿y todo este rollo para qué? Porque ahora corresponde -¡por fin!- explicar el
auge de la gastronomía como ideología del nuevo capitalismo. Efectivamente, la
gastronomía cumple a la perfección ese modelo de alienación negativa que
acabamos de presentar.
En
primer lugar, la gastronomía, ese sumiller aficionado, es una exaltación del yo
como aventura elitista. Efectivamente, la gastronomía consiste en convertir un
acto cotidiano, alimentarse, en un presunto arte. Así, el gastrónomo entra idealmente
en una élite de quien come de otra manera frente al común de los mortales que tragamos
sin saborear las excelencias de un producto. De esta forma, la pertenencia a
una élite garantiza el elemento de la distinción necesario para sentir la
supremacía del yo.
En
segundo lugar, esto se realiza de forma frecuente. El gastrónomo puede
alimentar su ego cada día y en lo cotidiano. Tanto tratándose de la comida en
sí como de la conversación informal frecuente sobre la misma, aquel puede
destacar con frecuencia y de forma social. Su distinción es, así, habitual.
En
tercer lugar, este yo del individuo cree alejarse del entramado social
productivo, de eso que se llama infantilmente consumismo, que se identifica con la comida rápida. Efectivamente,
la comida rápida, rápidamente
demonizada, ocupa en la mentalídad ideológica de los individuos la esfera del
sistema social de producción capitalista enfrentada a los artistas de los
fogones como concepto artesanal y, con ello, angelical. Así, toda la industría
capitalista de la gran cocina no se percibe como tal sino como un grupo
aficionado y altruista de resistencia a una pérdida de valores tradicionales y
bondadosos. Con ello, la influencia de este lobbie de intereses económicos se
presenta como un asunto de interés público llegando a hechos patético como, por
ejemplo, prohibir las aceiteras rellenables en los restaurantes en aras de una
presunta autenticidad porque el lobby del olivo, hipersubvencionado, así lo
decide para su beneficio. De esta forma, el sumiller aficionado piensa que su
accion escapa del ámbito mercantil, que él identifica erróneamente solo con la
industria de la comida rápida, y se aleja de la esfera productiva para formar
parte de la espiritualidad -este concepto tan repugnante-.
Así,
y por todos estos puntos, el individuo ya ha cumplido con la alienación
negativa. Por un lado, su gusto presuntamente excelso y altamente cultural no
es más que consumo y con ello producción capitalista. Pero, al tiempo, y por
otro, se le presenta subjetivamente como una sublimación suprema de su propio
yo sobre la realidad que le rodea. Efectivamente, el sumiller aficionado exalta su yo frente a todos esos que comen en
las cadenas de comida rápidas, se alimentan de congelados o incluso i Dios mío!
le echan casera al vino.
Ya
acabamos, pero hay una última cuestión ¿Por qué la gastronomía y no el
pensamiento de Kant?
Hay tres respuestas. La primera, es por su sencillez. Para ser un sibarita no hace falta una preparación cultural previa que sin embargo sí se necesitan para Kant -que por eso se reserva para las élites-: es una conformación ideológica de masas. Además, segunda ventaja, la gastronomía implica exaltar lo cotidiano del yo, cada día se come, frente a la cultura que resulta temporalmente extraordinaria. Por último, y tercera ventaja, la gastronomía en sí misma, y como contenido, nada puede aportar como conciencia de la propia situación social. Así, la gastronomía será siempre más fácil para la alienación negativa que la propia cultura, pero eso nunca implicará que el consumo cultural no sea, a su vez, alienación negativa -ser listo mola- sino que en ese contenido objetivo de la cultura aún puede haber algo diferente.
Hay tres respuestas. La primera, es por su sencillez. Para ser un sibarita no hace falta una preparación cultural previa que sin embargo sí se necesitan para Kant -que por eso se reserva para las élites-: es una conformación ideológica de masas. Además, segunda ventaja, la gastronomía implica exaltar lo cotidiano del yo, cada día se come, frente a la cultura que resulta temporalmente extraordinaria. Por último, y tercera ventaja, la gastronomía en sí misma, y como contenido, nada puede aportar como conciencia de la propia situación social. Así, la gastronomía será siempre más fácil para la alienación negativa que la propia cultura, pero eso nunca implicará que el consumo cultural no sea, a su vez, alienación negativa -ser listo mola- sino que en ese contenido objetivo de la cultura aún puede haber algo diferente.
La
exaltación de la gastronomía es un ejemplo perfecto de la alienación negativa.
Por supuesto, no se trata de que cada individuo haga conscientemente esto, no
se duda de su sinceridad, sino de que la función social objetiva es esta. La
alienación negativa en sí misma es independiente del objeto de consumo concreto
en que se realiza. Es decir, la alienación negativa es formal y significa el
consumo mismo. Así, hay un cambio fundamental con la idea de ideología clásica.
En la marxista pura la ideología se define por su contenido concreto; en la
ideología actual, la alienación negativa, la ideología no es un contenido sino
la forma en que se presenta socialmente todo. Consumir vino o leer a Kant o
llevar un blog extremadamente crítico son ideología porque su función social
objetiva es generar esa misma alienación descrita. La vida es ideología.
Y
ahora sí acabamos.
Me
voy a tomar vino con casera para sentirme yo frente a la sociedad.
2 comentarios:
Quizá la imagen publicitaria, sobredimensionada, parezca desmentirlo pero no parece que la gran mayoría "utilice" el hecho gastronómico como elemento de consumo posicional (así de denomina en economía) aunque éste sea ahora mayor que antes, debido a la mayor ganancia de bienestar producto de la globalización capitalista. Ello no resta un ápice al impacto sublime que algunas creaciones de algunos artistas genera en los sentidos, nada distintas de las pictóricas, musicales u otras.
PD: Hecho de menos alguna reflexión sobre las externalidades que el capitalismo produce sobre los conflictos armados. Aprovechando lo de Crimea sería buen momento.
Ummm... estaba esperando un artículo sobre la condena a dos años de prisión de Pablo Hazel... sería interesante... Tengo curiosidad, porque no consigo avanzar qué posición tendría usted... supongo que por eso le leo, por la sorpresa, la intriga y la emoción... el señor Mesa como una gran novela de misterio, como un acertijo... ¿Demasiado cercano al Zaratustra? Mire que un buen frankfurtiano debería ser más predecible en sus juicios... aunque, piénselo bien, realmente es todo un cumplido...
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