1.-
La finalidad última de la LOMCE es la destrucción de la educación pública como
sistema educativo predominante en España. No se trata de una destrucción
cuantitativa, seguirá siendo la más numerosa, sino cualitativa: se la elimina
de la preeminencia social. Efectivamente, el fin último es remitir la enseñanza pública a un segmento
determinado de la población, la dase baja y la clase media depauperada por el proceso
de precarización socioeconómico imperante. Así, se pretende sacar de la enseñanza
pública al sector social más dinámico para remitir aquella exclusivamente a la realidad última de
la caridad cristiana: para los pobres. Se trata, en definitiva, de eliminar de ella a los colectivos sociales
con un deseo de medrar socialmente. Y
con ello, de influir socialmente.
2.
¿Cómo busca conseguir esto la LOMCE? De una forma sencilla. Generando una
carrera de obstáculos para los alumnos y su titulación. La idea es reducir la
titulación superior y con ello rebajar necesariamente el porcentaje de dichos titulados que lo hacen desde las
clases bajas y, ahora también, desde la clase media ya depauperada. La idea es
que ante la escasez futura de puestos cualificados haya menos competencia,
piensa Wert, para los nuestros. Y esto, se hace desde una triple perspectiva:
Primero,
conociendo que el éxito escolar guarda una extraordinaria
proporción con el ámbito social del alumnado. Es decir, a mejor posición
socioeconómica de la familia mayor éxito escolar. Así, si se sitúa una carrera
de obstáculos proporcionalmente, y de forma necesaria, se eliminará a la
mayoría de las clases sociales más bajas.
Segundo,
sabiendo que igualmente es el origen social la base sobre la cual se fundamenta
la elección entre escuela pública y privada (incluyendo aquí la concertada). Así,
sabemos que los alumnos de mayor nivel social irán a la privada y, por tanto y
de acuerdo al punto anterior, serán aquellos que proporcionalmente consigan
superar la carrera de obstáculos de manera más numerosa. Además al fomentar la
especialización de los centros hará que allí donde la privada, con la empresa
llamada iglesia a la cabeza, no vaya por falta de negocio se sustituya por una
pública selectiva para ese orden social no cubierto.
De
esta forma, cuando la LOMCE habla de esfuerzo y excelencia debería decir,
sencillamente, selección social a priori, aquello que no tiene que ver con el
esfuerzo y la excelencia de los alumnos: sus
hijos llegarán a la universidad. Es decir, en el fondo el esfuerzo y la
excelencia en la selección del alumnado que la LOMCE proclama es solo si el
esfuerzo, y ya depende si la excelencia, se dio en el polvo pobre o en el polvo
rico. Ya se sabe, somos polvo de estrellas o de estrellados.
3.-
Pero, ¿no hemos dicho una triple perspectiva? Y hasta ahora, usted y yo que
somos de clase alta, hay dos. ¿Cuál es la otra? La otra es la pura inanidad de
la escuela pública. La LOMCE se basa en la propia inutilidad de la escuela
pública como factor educativo real.
4.-
¿Pura inanidad de la escuela pública? Efectivamente,
esta es la desgraciada tercera consecuencia. Quien ha hecho la LOMCE conoce
perfectamente la escuela pública y por ello no ha tocado, ni tocará en
profundidad su funcionamiento (excepto, y no es curiosamente, para aquellos
institutos selectivos). La escuela pública es en sí misma inane y no funciona
como un auténtico elemento de mejora del nivel educativo de los alumnos. O
dicho de un modo más crudo: cuando las clases medias y bajas lleven a sus hijos
a la pública en realidad no harán sino llevarles a un sistema que solo permitirá
la reproducción de sus propias condiciones sociales. La escuela pública será la
mera reproductora de la realidad social previa.
5.-
¿Por qué la escuela pública es inane? Que la escuela pública sea inútil quiere
decir que no funciona. Esto, a su vez, significa que su labor social no sirve.
Por supuesto, en la escuela pública, como en la privada, hay profesores
buenísimos, pero lo importante es que como institución la escuela pública no
funciona. Y que no funciona se ve fundamentalmente en que los alumnos sin apoyo
externo, ya sea familiar o profesional, no mejoran porcentualmente sus
resultados. Es decir, la escuela pública repite la realidad social.
Y
ahora todo el mundo esperará una retahíla de quejas sobre Wert, el PP y el
neoliberalismo. Pero, desgraciadamente, esta es sin duda una causa, pero hay
otras.
6.-
¿Por qué no funciona la escuela pública? Toda la ley reaccionaria de Wert está
pensada, precisamente, sobre la base de que lo fundamental de la escuela
pública no funciona en absoluto. Es decir: no funciona el profesorado de la
pública. Y por eso la LOMCE sí funcionará.
Evidentemente,
no es que no funcionen todos y cada uno de los profesores, sino que el
profesorado no funciona como colectivo. Y
la razón de que no funcione se puede dividir en objetivas, propias del sistema,
y subjetivas, inherentes a la condición profesional y sus representantes.
7.-
En las objetivas la fundamental es la organización de los centros. La estructura
propia de los centros docentes provoca que estos sean absolutamente inoperantes.
Existe
una Junta Directiva que no tiene de poder alguno, incapaz así de solucionar los
problemas concretos. La dirección un centro sirve para desarrollar el trabajo
administrativo: desde conciliar horarios para que ningún profesor se enfade
hasta cumplir con unas plantillas insuficientes mandadas por una administración
cuyo deseo es el hundimiento del sistema. Así, ser director de instituto se
convierte necesariamente en un trabajo de malabarista compadreo y no de
dirección: se trata con la administración sabiendo que su única finalidad es
ahorrar el dinero que luego irá a la banca y a las autopistas privadas y se trata
con el compañero profesor conociendo que quiere entrar lo más tarde posible y
salir cuanto antes.
En
segundo lugar, está la estructura en departamentos, dinosaurio decimonónico que
hace que los mejores profesoves deban coordinarse -pero se lee ceder- frente a,
y no solo con, los peores. Así, las programaciones didácticas –nombre rimbombante
a lo que todo el mundo sabe que no es sino un documento administrativo sin sentido- no
son sino el mausoleo de los mejores docentes y el descanso eterno de los
peores.
En
tercer lugar está el desincentivo absoluto del trabajo. En la escuela pública da
igual ser bueno, malo o regular porque en absoluto cuenta para nada. Cualquier
esfuerzo en la profesión no sirve para ella misma ni como incentivo económico
ni como mejora profesional -bueno, excepto saber inglés para poder ir a los nefastos
bilingües-.
8.-
Pero, se cumplen 450 años de Shakespeare: “nuestro destino no está en la estrellas,
sino en nosotros mismos que no somos más que esclavos”. Está en Julio César.
9.-
Las causas subjetivas de la derrota de la Pública está en esos esclavos
satisfechos que nos llamamos profesores. Cada vez que un profesor volvemos,
porque es primera persona del plural, otra vez a entrar tarde; cada vez que un
profesor buscamos, otra vez, aposta al médico que justo está solo por la mañana
para poder faltar; cada vez que un
profesor miramos, de nuevo, a otro lado en el pasillo disimulando; cada vez que
un profesor no usamos las vacaciones –sí,
las vacaciones de tres meses anuales- para mejorar nuestra docencia; cada vez
que un profesor, en definitiva, decimos que la culpa absoluta es de los padres
mientras que nosotros hemos decidido que el instituto es una academia y no un
centro educativo le damos la razón a Wert. Luego el profesor gritará, será
radical en el claustro e incluso votará a favor -porque es un funcionario
rebelde excepto para devolver a la sociedad su condición de funcionario- de la
huelga general indefinida y revolucionaria porque sabe que nunca saldrá.
Nos
presentaremos como Espartaco.
Pero,
somos solo un esclavo más.
10.-
Ser profesor es una profesión triste. Frente al médico, cuyos resultados y recompensa
son actuales, el profesor se proyecta en un futuro difuminado por el olvido: todos
debemos algo a algún profesor al que nunca se lo hemos agradecido. Pero, al
tiempo, ser profesor es una nómina alegre: buen sueldo para la media del país y
muchas vacaciones.
Wert,
como metáfora, confía en que la nómina triunfe.
La
democracia, como realidad, necesita que triunfe la profesión.
11.-
Los Simpsons son una serie
imprescindible. Aparte de servir para explicar en clase un montón de cosas
tiene ese aire de ilustración que ya no es tan común –nota: comparar un día Los Simpsons con esa abyección
autocomplaciente que es Padre de Familia
y similares-. Al final de uno de sus
episodios, Bart y el director de la escuela de Primaria Skinner se abrazan y
entonces aprovechan para poner cada uno en la espalda del otro una nota.
Bart
pone: pégame una patada.
Skinner
escribe: edúcame.
y
11 bis.- Recuérdalo y recuérdamelo: no solo Wert.
1 comentario:
plas, plas, plas.
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