Los
acontecimientos históricos coincidentes se pueden dividir grosso modo en dos:
aquellos que son fruto puramente de la casualidad y aquellos otros que están
enlazados por una relación causa-efecto o, al menos, por una conexión necesaria.
Por ejemplo que yo naciera en tiempos de la guerra fría no es sino una
casualidad pues ello ni influyó en esta ni, a su vez, fue influido por ella –o
eso, al menos, me contaron mis padres-. Por ejemplo, y sin embargo, que la idea
de nación y en concreto el desarrollo del estado nación se originara durante el
despliegue del capitalismo en el siglo XIX es una conexión necesaria.
Efectivamente,
el capitalismo necesitó la creación de una política nacional para poder
desarrollarse y la forma más avanzada de esta era sin duda la creación de las
naciones estado. Así, nación y desarrollo del mercado capitalista van no solo unidos
sino conectados en la historia. Y no sólo lo hacían en un sentido conservador,
con la afirmación del estado nación como refrendo del capitalismo y viceversa, sino también en las políticas de la izquierda:
necesariamente la realidad política debía tener en cuenta fundamentalmente lo
nacional no tanto por un sentido patriótico como por un sentido realista. La izquierda era nacional, aunque no
nacionalista, porque las circunstancias lo exigían. Y por eso, a su vez y como
aquello que se llamaba programa máximo, la izquierda no podía ser esencialmente
nacionalista.
Sin
embargo, todo esto cambia a raíz de la aparición del nuevo capitalismo,
posterior a la segunda guerra mundial. Efectivamente, si el capitalismo
decimonónico y de principios del siglo XX es un capitalismo nacional –y el
imperialismo no es su contradicción sino su apogeo-, a partir del final de la
segunda guerra mundial el capitalismo empieza a formarse de acuerdo a una nueva
realidad internacional que se ve perfectamente reflejado en la preocupación por
la liberación de las transacciones internacionales y en la creación de mercados
internacionales como pueden ser por ejemplo la ya añeja Comunidad Económica
Europea reconvertido ahora en Unión Europea. Este proceso, al principio tímido,
va tomando cada vez mayor fuerza llegando a partir del inicio del siglo XXI a
una realidad absolutamente nueva: la economía es absolutamente internacional. Y
cuando hablamos de economía no estamos hablando sólo de la economía de las
altas finanzas o de las grandes corporaciones industriales sino también de por
ejemplo, la permanencia de cualquiera en su puesto de trabajo compitiendo con
gente de otros países que usted ni tan siquiera conoce -aunque también es justo
reconocer que ellos tampoco le conocen a usted-. Así, la internalización de la
economía es un hecho del nuevo capitalismo.
Sin
embargo, y aquí empieza el problema, está entronización de la economía como
fuerza universal no va en absoluto unida al aumento similar de la política sino
más bien al contrario: se da un
enclaustramiento, cada día y cada año mayor, de la propia política como
nacional o incluso como regional. Efectivamente, parece que la respuesta a la
internalización de la economía no es más que la petición desesperada de mayor
soberanía nacional. Pero resto, debería quedar claro, no es sino una utopía
reaccionaria. Y por eso, de nuevo, hay una sutil diferencia entre la derecha,
que es quién gobierna de facto, y la
izquierda, superguay y poco productiva.
La
política de la derecha se distingue por estar realizando un doble juego. Por un
lado, controla una serie de estructuras internacionales –la troika como
paradigma en Europa- que gestionan la reacción política ante la economía
mientras que, por otro, clama por la nación, sabiendo que ésta última acción
resulta estéril. Lo que la derecha ha logrado es precisamente deslindar toda la
economía de la acción política dejando exclusivamente a esta en el terreno inocuo
de las promesas electorales o bien convirtiendo al mismo gobierno, tal y como
por ejemplo ocurre actualmente en España, en un organismo administrativo
subsidiario de esos mismos órganos internacionales anteriormente citados. Pero
lo que importa destacar aquí de esta acción de la derecha es que desde su
perspectiva ideológica tiene un claro objetivo y es eficaz. La derecha gobierna
actualmente los países de forma independiente al resultado electoral pues ha
logrado deslindar absolutamente la política, basada en lo nacional y por tanto
inútil, de la economía que es producida de forma internacional y, por lo tanto,
absolutamente ajena a los avatares electorales propios de las democracias. La derecha
gana y, como deportistas, deberíamos felicitarla.
El
problema, por tanto, no están la acción de la derecha, que ha sido de una
astucia relevante, sino de la patética actuación de la política de izquierdas. Efectivamente,
lo único que la izquierda ha presentado frente a esta economía globalizada ha
sido la llamada Europa de los pueblos cuando no el nacionalismo más paleto
posible. Frente a una economía mundial, el discurso izquierdista está rondando
permanentemente las conexiones tribales, hablando de una soberanía nacional que
es imposible de reconquistar y situando el ideal en el propio siglo XIX con
eltodavía estado-nación. Y precisamente
ese es su error.
Creer
que la economía puede tener un fundamento internacional y que sin embargo la
política que debe plantarle cara puede ser de corte nacional forma parte del
infantilismo de la izquierda, cada día más extendido. Lejos de eso, la única
solución frente al desarrollo de una economía internacional es la creación de
una política de izquierdas que dé respuesta internacionales. Es una izquierda
internacional y no una izquierda paleta y de los pueblos.
Sin
embargo, alguien ante esta perspectiva podría intentar falsar esta teoría al presentar
la idea de que estos movimientos nacionalistas –o sea: paletos-, especialmente
los independentistas, no parecen estar apoyados por la propias grandes
corporaciones económicas y por lo tanto, concluyendo, que serían elementos
contrarios al propio capitalismo. Y de nuevo, tenemos aquí el pensamiento
infantil de la izquierda que cree que todo lo que es contrario al capitalismo
necesariamente debe ser fuente de progreso: si no, miren la payasada indigenista.
Por
supuesto, las grandes oligarquías económicas son totalmente contrarias a estos
desarrollos nacionales. Pero, esto no quiere decir que estos movimientos sean
contrarios al capitalismo en la condición que nos interesa. Efectivamente, no
todo elemento contrario el capitalismo debe ser necesariamente asumido por un
pensamiento de izquierdas al menos si es que por izquierda entendemos
pensamiento progresista y la emancipación de los sujetos. No cabe duda, por
poner un ejemplo, que el grupo terrorista del Estado Islámico es claramente
anticapitalista, pero ello no debería llevar a alegrarnos de sus
decapitaciones. Exactamente igual, no cabe duda de que el nacionalismo actual
es contrario al desarrollo del nuevo capitalismo pero lo es no en un sentido de
progreso sino en un sentido de reacción. El nacionalismo actual, como los autodenominados
procesos de Cataluña o Escocia, no son sino o elementos que pertenecen al siglo
XIX y por lo tanto elementos claramente reaccionarios en la crítica política..
De
esta forma sólo cabe plantearse un futuro para la izquierda, si quiere seguir
siendo un elemento emancipador. Este futuro es la internalización de la
política, es decir: frente al mercado económico internacional generar un
mercado político internacional. Alguien podría asustarse y echarse las manos a
la cabeza ante la mera expresión mercado
político internacional pero es de lo que se trata. Las elecciones generan
mercado político y la idea es que la respuesta al mercado político
internacional de las mercancías sólo puede ser respondida por un mercado
internacional de los seres humanos. Por ello, la respuesta de la izquierda
debería ser la internalización de la política y no la nacionalización o incluso
o la regionalización de esta. No se trata de una utopía sino de una absoluta
realidad: sí Europa es un mercado de libre circulación de las mercancías, es
decir es una pura internalización económica que gobierna sobre los estados
nacionales, la respuesta política es generar esta estructura económica como un
solo país para poder dominarla por la democracia.
¡Pero
todo esto es utópico!, clama el autoproclamado izquierdista. Sin embargo, lo que
habría que contestarle es que lo utópico resulta querer contestar a una
economía globalizada desde una política nacional. En otro artículo ya hemos
defendido la necesidad de constituir Europa
como un país. Sin embargo, la izquierda actual pretende reconvertir cada
región, provincia o aldea en un estado-nación. La boina y la barretina, cuando
no la toga de la monjita rebelde, ha venido a sustituir a la autentica lucha
por el progreso. Si la izquierda quiere seguir siendo izquierda debe olvidarse
de la tierra que pisaron sus antiguos dominados por la barbarie y pensar en la
que debería pisar cualquier ser humano por el mero hecho de serlo.
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