Es interesante que el primer
animal domesticado por el ser humano haya sido el perro. Efectivamente, si
hemos de hacer caso a las investigaciones y debemos hacerlo porque saben más
que nosotros, el perro convive con los seres humanos desde hace más de 15.000
años. Y decimos que es interesante porque puede comprenderse desde el ámbito
puramente utilitario que hubiera animales que fueran domesticados con la finalidad
de la ganadería y para conseguir productos alimenticios. Pero no es la utilidad,
o al menos no es la única razón, por la cual ser humano y perro conviven desde
hace tanto tiempo y siguen haciéndolo.
¿Por qué tener perro? Es absurdo pensar que
la gente que tuvo perro durante siglos no
tuvo también una razón utilitaria. Sin embargo, resulta a su vez interesante que
una vez ha pasado esa necesidad, en la inmensa mayoría de los casos, la gente
siga teniendo perro. Por tanto, la pregunta mantiene su sentido.
Evidentemente, y en primer lugar, el perro
significa compañía. Día a día, en los parques o en las calles se puede ver a
ancianos cuyo único compañero es su mascota y cuya única obligación para
levantarse y salir a la calle sin quedarse para siempre en su piso es tener que
bajar a un cuadrúpedo a hacer sus necesidades y pasear juntos. El perro así no es
ya sólo un complemento de la vida, como podría ser el coche o un bolso, sino un
compañero en la misma.
Pero hasta aquí parecería que aún perdura el
interés para tener perro: me acompaña. Y, sin embargo, hay algo más. Efectivamente, deberíamos preguntarnos, y
preguntarme, por qué nos da más lástima un perro abandonado que un vagabundo. Tal
vez sea porque consideremos, equivocadamente o no, que un ser humano podría
ampararse por sí mismo mientras que un perro es un animal que nos necesita. Y tal
vez en la idea de que el perro nos necesita, en ese pensamiento de que hacemos
falta al animal, radique la clave de toda la relación de convivencia entre los
perros y los humanos. Mientras que el gato se nos presenta como un animal
independiente, el perro se nos figura como un animal dependiente, como un niño
que nunca va a crecer y que por eso mismo necesita nuestro cuidado. El perro
nos pide ayudarle en su desamparo.
Sí nos pusiéramos filosóficos podríamos
señalar que en el perro vemos la propia limitación de la realidad, vemos la
naturaleza como algo inconcluso y que sólo puede ser terminado por nuestra
propia racionalidad dotándole de un sentido. En la mirada del perro al inclinar
la cabeza hacia un lado demostrando no haber entendido nada de lo que ha pasado
no podemos sino ver la idea de que sólo la racionalidad puede darle sentido a la
realidad y que por esa idea de desamparo en lo natural nos sentimos llamados a
ir al auxilio del ser que está desamparado. Superar lo que para la naturaleza sólo
es selección natural para ayudar al desamparado está también en tener perro.
Tenemos perro para ir más allá de la naturaleza. Tenemos perro para, también,
humanizar el mundo.
Pero, a veces, filosóficamente debemos no ser
filosóficos. Tener perro es también sentarte, que alguien venga hasta ti y se
tumbe a tu lado. Porque sí. Porque el mundo es así un lugar mejor: más humano.
Y volvimos a filosofar.
Hay gente que dice que los perros son mejores
que las personas. Se trata sin duda alguna de un error doble. Por un lado, es
un error en la esencia de la propia relación pues los dos elementos de la misma
son incomparables. Efectivamente, es equivocado intentar comparar la bondad de
un ser humano, que viene dada por el empleo de su propia libertad al menos en
una gran parte, con la fidelidad del perro, que viene dada por su propio
instinto. El segundo error es pretender dotar al perro de sentimientos humanos
situándolo así en el fenómeno que se llama antropomorfización. Ciertamente, los
perros no son seres humanos sino sólo perros. Pero son, nada más y nada menos,
que perros. Y les queremos porque no son humanos sino perros.
Nuestro perro se llamaba Ethan Edwards. No es
difícil averiguar que era un homenaje a esa obra de arte que es Centauros del desierto, de John Ford.
Sinceramente diré que no era el más listo y en varias ocasiones nos ocurrió que él pasaba por un lado
de una farola, yo por el otro y la correa se quedaba enganchada en el medio impidiéndole continuar y quedándose sin saber qué hacer. Orgulloso, reconozco que yo tardaba menos en solucionar
el problema.
Ethan tenía diecisiete años y dos meses y
quince días. El pasado 30 de julio, a las 4’20 de la madrugada lo sacrificamos para evitar su sufrimiento por una enfermedad repentina. Incluso en eso
cuidamos su desamparo y fuimos contra la naturaleza, maestra de la indiferencia.
Incluso en eso el perro, nuestro perro, nos hizo humanos.
Hay gente que cree que la muerte es un
tránsito: la superstición es libre. Ethan Edwards ha dejado de existir. Han
pasado 13.700 millones de años desde el
inicio de nuestro universo. Diecisiete años no son, desde luego, muchos en
comparación. Pero, qué duda cabe, al caminar por la calle y pasar junto a una
farola se echa de menos ayudarle a resolver por qué lado salir de ella.
Adiós, Ethan Edwards.
3 comentarios:
En la segunda entrega de “Cosmos” el segundo capítulo dedicado a la Selección Natural, lo arrancan explicando como y cuando el perro se incorporo a la cultura humana (tranquilos, no se hace referencia a la gastronomía china).
El 1 de agosto de 2013 moría mi perra.
Era una guapa inclusera que le predominaban los genes de perro lobo albino, “de los que echaban los del ku-kus-klan contra los negros” como nos dijo el veterinario del refugio donde la adoptamos de cachorro recién destetado.
Tampoco era de esos perros que sólo les falta hablar, pero tenía un conocimiento absoluto de todo lo que le rodeaba. reconocía los sonidos de los motores de los coches de familiares y amigos. controlaba el tiempo a la perfección (nunca me quedo claro si también los cambios de horario), incluso reconocía los sábados y domingos.
Hembra dominante, no soportaba que otra llevara el rabo más erguido que el suyo. Cariñosa y buena con todos los humanos, y protectora de cachorros incluidos los humanos. Jamás persiguió a ningún gato ni pájaro, al contrario nos enterábamos de que algún gorrioncillo, la tortuga del vecino, incluso una cría de cernícalo, había caído en nuestro patio porque veíamos que ella estaba lamiéndolos.
Castrada desde su primera regla, nunca tuvo interés por el sexo y por tanto sin descendencia.
Nos evitó tener que tomar la decisión de eutanasiarla.
Murió con 14 años. Hospitalizada, una noche antes de que la hicieran la punción para confirmar el diagnóstico de cancer.
Me entristezco cada vez que recuerdo que murió sóla. Seguro que no nos guarda rencor. Nunca lo hizo, por muy grande que hubiera sido la bronca.
La incineramos y sus cenizas las repartimos entre La Pedriza y su rincón favorito del patio. Un pirograbado, realizado por un artista amigo, con su cara adorna una pared del salón de casa.
Continúa cuidando de nosotros, ahora como ángel de la guarda. Es mucho más eficaz que el que teníamos anteriormente que era de oficio.
Aunque esto parezca un “y yo más”, Don Enrique, es un “y yo también” para asegurarle de que le compadezco, que se que le duele y le entristece, que se que le encoge el corazón saber que ha salido de su vida un miembro más de su familia con el que ha compartido el día a día sin discusiones sobre futbol o política.
Quizá sea bueno volver a tener otro perro.
Yo no he sido capaz.
Un Oyente de Federico
quiza mi molly me ayude a ser mas humano, reconoce mis dias de mal carácter, de mi indiferencia; lo sabe y me mira, al mirarme me miro yo.
un saludo D. Enrique
https://www.facebook.com/faeminoycansadooficial/photos/a.606980202728553.1073741828.606965562730017/869282829831621/?type=1&theater
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