Cuando despertó, Cataluña todavía estaba ahí.
"Ilustración es la salida del hombre de su culpable minoría de edad."
lunes, septiembre 28, 2015
domingo, septiembre 27, 2015
jueves, septiembre 24, 2015
LA MORALEJA, osssssssea, ES UNA NACIÓN (O Catalunya és una nació explicado a los niños)
Me han
contado que La Moraleja, una lujosa urbanización de Madrid, se quiere independizar. Los
pijos no están de acuerdo con que su dinero se distribuya a la chusma de los
alrededores.
Ahora
se están inventado una historia milenaria.
Y una
cultura propia.
Que son
un pueblo, vaya.
Una
nación o algo así.
Lo
votan el domingo, creo.
Y como
son tan singulares la papeleta no pone sí.
Pone
Osssssssea.
O igual
pone Junt pel si.
O tal
vez CUP.
No me he enterado bien.
Pero si pones Osssssssea creo que vale.
En fin,
cosas de pijos.
No de
izquierdas.
domingo, septiembre 20, 2015
PROCESO, CATALUÑA Y CLASE SOCIAL (o El dieciocho brumario de Artur Mas)
Dice
Marx en alguna parte que dice Hegel en alguna otra que los grandes hechos y
personajes de la historia universal se repiten como si dijéramos dos veces.
Pero, puntualiza Marx que Hegel se olvidó de añadir que lo hacían una vez como
tragedia y, la otra, como farsa. Marx olvidó la tercera: como butifarra.
Resulta
curioso observar cómo de forma casi unánime la autoproclamado izquierda ha
gestionado el debate sobre el tema de
Cataluña desde la perspectiva del pueblo catalán como una entidad
esencial. Así, según esta ridícula y reaccionaria visión, existe un sujeto tal
que es el pueblo de Cataluña cuya existencia implica que posee derechos como es
la autodeterminación. Nosotros no somos
de esa autodenominada izquierda, somos sin duda menos rebeldes, y por
ello nuestro análisis no puede ir en esa dirección. Pero como pretendemos hacer
un análisis de izquierda, vamos a ver que tal nos sale realizándolo desde la
perspectiva de la clase social: por probar que no quede. Es decir, vamos a
intentar explicar, como ya hicimos aquí
en cierta medida, eso que se llama rimbombante el proceso catalán desde una
explicación de interés de clase.
Al
hablar de clase social nos referimos básicamente a una forma de estratificación social en diversos grupos que implica a su
vez el reparto desigual del poder, el prestigio y la riqueza. Por tanto ahora habrá que buscar dentro de
los distintos grupos sociales de esa región –o país, o nación o universo todo,
no enfademos a la gente- quiénes ganarían, o creen que ganarían,
fundamentalmente con todo el proceso. Es decir, aquello que se denominaba
interés de clase.
Lo primero será entonces preguntarse a quién beneficiaría el proceso. Analicemos.
Primero,
la clase política catalana, al ejercer como tal, tiene un techo de cristal en su aspiración de
poder: no puede conquistar un poder más allá del meramente regional por su propio discurso.
Efectivamente, la élite política de Cataluña no puede asumir el asalto a un
poder estatal español y, como consecuencia, tampoco europeo. De esta forma
existe una limitación en su ascenso social. Y esta imposibilidad solo puede superarse cambiando
no el contenido, entendiendo como tal el discurso esencialista y paleto pues
eso implicaría la posible perdida de incluso el poder regional y perder su
propia especificidad como catalana,
sino que se debe cambiar el continente pasando de región a nación: de clase
dirigente de provincias a clase nacional e incluso, en sus sueños más húmedos,
continental. Para ello, lógicamente, Cataluña debe ser una nación: su puesto,
su interés de clase, lo exige.
Segundo,
la pequeña burguesía catalana –que incluye a los trabajadores de la
administración pública, profesiones liberales y pequeños empresarios- .
Secularmente la burguesía catalana ha sido proteccionista. Esta teoría
comercial consiste en la defensa de aranceles comerciales que graven los
productos de fuera protegiendo así a la oligarquía local. Pero el problema ahora
surge con la globalización. Efectivamente, en un mundo globalizado resulta
ingenuo hacer una política proteccionista a la
antigua usanza, con excesivos aranceles fronterizos, así que hay que generar una novedosa estrategia
para preservar como oligarquía. Y para ello nada mejor que copiar el
proteccionismo hacia la competencia nacional que la propia administración
pública catalana ha estado utilizando en los últimos treinta años.
¿Cual
ha sido este? En un proyecto a largo plazo, la administración catalana decidió
hacer una política de pureza de sangre. Como queda feo pedir análisis genéticos
para ser funcionario, la solución estuvo cargada de ingenio: pedir para incluso
poder opositar, y no luego, la otra pieza propia de la doctrina de la sangre y
la tierra: la lengua. Efectivamente, para poder opositar en Cataluña se exigirá
el catalán, no una vez sea usted funcionario y dándole un plazo razonable de
tiempo para aprenderlo, sino a priori. Como lógicamente nadie de fuera va a aprender un idioma
irrelevante internacionalmente, a pesar de que descubramos ahora que un
catalán escribiera el Quijote y más cosas, el proteccionismo en la administración esta
servido: la administración catalana será exclusivamente para los auténticos
arios, …perdón, catalanes –a veces, me lío-.
Se
trata así de un modelo exitoso que había que exportar a la producción
económica. El español lo hablan unos quinientos millones de personas, el
catalán unos seis. Si se genera un país con un idioma pequeño, se genera una
economía pequeña pues el idioma es un
producto económico que va desde el etiquetado hasta la consecución de un
puesto socialmente relevante de trabajo. Así, el mercado se achica y con el la
burguesía provinciana gana en un doble
sentido. Primero, porque el comercio se reduce pues el negocio en catalán –el
etiquetado o la acción física- habría que estudiarlo muy bien para ver si
resulta rentable para una instalación foránea en un mercado tan reducido. Segundo,
en el mercado laboral, pues la competencia se reduce al igual que ya se hizo con
éxito en la administración: los obreros podrán ser sudamericanos, pero los
capataces serán catalanes. Por ello, del
mismo modo que el tendero de la esquina sueña con cerrar El Corte Inglés no en
aras de la lucha contra el capitalismo explotador sino por su negocio, la
pequeña burguesía catalana sueña con un país que limite en los cuatro puntos
cardinales con su propio interés de provincia. Porque ellos ya poseen las
provincias.
¿Y
la clase trabajadora? Del mismo modo que la pequeña burguesía, la clase
trabajadora se hace nacionalista por considerar que esto limitará la
competencia y, con ello, estará en condiciones de conseguir una mejora.
Efectivamente, el discurso implica que una vez librados de los vagos españoles que
les roban -y aunque esto no se diga todos piensan que además así se librarán de
la inmigración hispanoamericana que no vendrá pudiendo quedarse en España cuyo
idioma ya hablan-, Cataluña solo recibirá a suizos, luxemburgueses y
estadounidenses, concretamente de Silicon Valley, en busca de una vida mejor. Así, los
trabajadores independentistas creen en el paraíso catalán en la tierra porque
les permitirá medrar hasta el grupo de la pequeña burguesía de forma más
sencilla que en un mercado más competitivo.
De
esta forma, la triple alianza entre los administradores regionales -los
políticos-; la pequeña burguesía -funcionarial , profesionales y pequeña y
mediana empresa-; y, los trabajadores, explican
el auge del independentismo desde una situación de clase. Cada uno de estos
colectivos cree ganar algo con la gloriosa nación independiente en su medro
social. Y esto también explica, conforme la ensoñación es más difícil de creer,
que el apoyo sea mayor en la clase política y pequeña burguesía
que entre la clase trabajadora, más determinada por su origen.
¿Y
por qué la gran empresa no es independentista? Porque, dejándose llevar igual
por sus intereses propios, sin embargo sabe más de economía. Y el mercado es
el mercado y al mercado ellos le llaman España. No es que tengan otros
intereses más nobles sino que son incompatibles, en este caso, con lo paleto.
La
idea de la gloriosa Cataluña independiente podría ser seria si estuviéramos
doscientos años atrás, pero ahora es sólo ridícula. Y lo es porque la
globalización y no la nación es la clave
de la nueva economía. Del mismo modo que una de las razones fundamentales del
surgimiento del estado-nación fue la creación capitalista de un mercado único
frente a las diferencias regionales de todo tipo habidas hasta entonces -desde
los pesos y medidas hasta los tributos- una de las consecuencias del Nuevo Capitalismo
es la creación de un mercado mundial. Así, y como sabe cualquiera que sepa
leer, la expulsión inmediata de Cataluña de la Unión Europea implicaría su salida
como sujeto de la globalización. Y esta salida implicaría a su vez el
hundimiento de la economía -salvo que se
transformara en paraíso fiscal, que ahí alguno de sus históricos dirigentes podría
dirigir sin duda semejante proces-.
Y
si todo esto es tan claro, ¿por qué insistir en la independencia? ¿Son tan
tontos?
No,
la oligarquía nunca es tonta porque si no, no sería oligarquía. En realidad, la
oligarquía provinciana de Cataluña –políticos y pequeña burguesía- no busca esa
independencia sino el concierto vasco y navarro. En España hay dos regiones que
no realizan ningún tipo de distribución de la riqueza con el resto: País Vasco
y Navarra. Y ese es en realidad el sueño de todo pequeño burgués catalán, y
todo independentista catalán no es más que un pequeño burgués gritando alto.
Efectivamente,
la clase política catalana ganaría así gobernar la región sin competencia real, pues nadie se atreverá, como
pasa ahora en Navarra o el País Vasco, a cuestionar el privilegio.
A
su vez, la pequeña burguesía vivirá un proteccionismo fiscal que les permitirá
vivir mejor que el resto y que se representará, ideológicamente y como falsa
conciencia, como merecido.
Y
la gloriosa clase trabajadora podrá ver al Barça en la liga española. Y pensar
que Messi habla catalán en la intimidad.
Como
los malcriados adolescentes que quieren vivir en casa de los padres para tener
plato puesto y servicio de lavandería pero se rebelan ante la hora de volver a
casa, los independentistas catalanes, y los defensores del concierto vasco y
navarro, quieren un hotel España que defienda su privilegiada situación
económica, generada bajo la sombra de la oligarquía y el caciquismo como formas del gobierno de España.
No quieren, en definitiva, que la democracia dé los mismos derechos a las
regiones pobres que esas formas de gobierno nacional, a las que deben su situación
de riqueza, formaron.
Y
en su ensoñación romántica dicen que los pobres son españoles y ellos son ricos
y catalanes.
Pero,
en realidad, solo dicen que son pobres.
Primero
se independizó EEUU dando paso a la Época Contemporánea.
Luego,
en la farsa, África fue entregada en un pacto entre las potencias coloniales y
la oligarquía local.
Y
la tercera vez que la historia se repite, ahí se olvidó Marx, es como
butifarra.
martes, septiembre 15, 2015
EL TORO DE LA VEGA Y LA BARBARIE
Hay, al menos, dos formas de enfrentarse a la barbarie. Una es insultarla sin más, otra es argumentar en su contra. Sin duda, hay un sentimiento noble cuando se la insulta pero, a su vez, entramos en su dinámica. Por eso, la verdadera respuesta ante la barbarie es la argumentación. Lo que ella nunca podría hacer.
Cada 15 de septiembre, un montón de bestias persiguen a un pobre toro para matarlo en una, por lo visto primitiva localidad, llamada Tordesillas. Yo también tengo una vida vacía pero me distingo de semejantes seres por dos motivos: por un lado, no disfruto con el sufrimiento ajeno; por otro, alguna vez leí y acabé un libro.
Pero mostrar la repulsa ante lo que ocurre entre seres elementales, a los que tal vez no quepa exigirles mayor responsabilidad moral que al mismo toro asesinado en aras de esa basura popular llamada tradición, no debe llevarnos como antes hemos señalado al insulto. Por eso, antes de topar con él, paramos aquí esta objetiva descripción antropológica de los hechos.
Y por eso, pasamos a la argumentación.
Este artículo lo publicamos hace tiempo, sin embargo consideramos, tal vez por vagancia para no escribir otro, que conserva vigencia. El original está aquí, pero ahora, para mayor comodidad, se lo reproducimos.
- - - - - - - -
Un proceso clave del desarrollo de la civilización y la cultura debería ser la eliminación de todo sufrimiento, pero especialmente del innecesario. Por tal, se entiende aquel que o bien puede ser eliminado de forma absoluta pues su cometido carece de sentido -por ejemplo los sacrificios rituales con la muerte de seres vivos- o bien aquellos cuyo fin puede ser útil pero pueden ser paliados, por ejemplo empleando la anestesia en las operaciones quirúrgicas o en el parto -nota: eliminar el dolor del parto es clave en la emancipación humana sin duda alguna-. Así, al juzgar algo donde existe el dolor y, con él, sufrimiento deberemos pensar, básicamente, el para qué se genera ese dolor y, luego, si es que resulta inevitable pues con él se consigue algo provechoso, si puede ser reducido o eliminado. Y por tanto, al pretender criticar algo e incluso exigir su prohibición, deberemos plantearnos si ese objeto que criticamos es o no un sufrimiento innecesario posible de eliminar. Y no solo posible, sino civilizatorio el hacerlo.
Las corridas de toros son sin duda un espectáculo cruel. En él se da el sufrimiento de un animal para el regocijo de otros. La cosa a primera vista parece clara: la exhibición pública de un ser vivo para causarle dolor cuya finalidad es la mera diversión no debería sino producir repugnancia y tristeza moral. Sin embargo, hay gente, lo cual nos despierta cierta sorpresa, que defienden dicho acto amparándose en cuatro argumentos fundamentales: primero, que se trata de un acto cultural -incluso que responde a problemas existenciales profundos, según la ministra-; segundo, que es una tradición a respetar; tercero, que aquellos que comemos carne, bien rica que está por cierto, no podríamos criticar esto pues se trataría de lo mismo; y cuarto, que su prohibición implicaría ir contra la libertad personal de las personas en poder elegir este espectáculo u otro.
¿Son los toros cultura? Para contestar a esa pregunta habría primero que responder a otra y es qué entendemos por cultura. Existen al menos dos definiciones generales de cultura que, creemos, pueden resumir cualquier otra. En la primera, de raíz antropológica, cultura es el conjunto de usos y costumbres de una sociedad determinada. En esta primera definición, sin duda alguna los toros forman parte de la cultura del mismo modo que el sacrificio humano para los aztecas o el campo de exterminio para los nazis, pues son usos y costumbres propios. Sin embargo, creemos que cuando los partidarios de matar toros hablan de esto se refieren al otro significado de cultura: algo que escapa al uso social y que se relaciona con un elemento superior de humanidad. Así, podríamos decir que en estos términos la cultura sería un elemento de distinción y enriquecimiento para los individuos, pues la idea sería que es mejor ser culto que no serlo ya que nos hace más humanos. Ahora bien, ¿enriquecen humanamente los toros? Si asistimos a su espectáculo veremos que la clave del toreo estriba en la violencia real, no ficticia, el sufrimiento también real y la humillación, otra vez real, de un animal. Así, la tortura sistemática producida hacia el toro, que comienza con la situación de estrés de verse encerrado para acabar en la muerte tras una tortura física de unos veinte minutos, solo añade más sufrimiento real al mundo y no parece enriquecerlo ni hacerlo mejor. Antes bien, la fiesta de los toros, o mejor: contra los toros que son los que fundamentalmente no disfrutan de la fiesta, no es sino la reproducción de aquello que ha sido la norma propia de la historia hasta ahora: la crueldad del fuerte sobre el débil. Es decir, si la cultura nos hiciera más humanos no parece que su camino fuera la repetición sistemática y programada de aquello que hasta ahora nos ha impedido serlo y contra lo que la misma cultura lucharía: la crueldad innecesaria. Y no vale aquí señalar que hay otros espectáculos crueles en el teatro o en las figuraciones –a través de asesinatos o violencia extrema- pues en ellos prima un hecho clave que está fuera de la llamada fiesta: la representación y fingimiento de dicha violencia. Efectivamente, en Hamlet mueren muchos personajes pero ninguna persona; en los toros mueren, y de verdad tras ser torturados, seres vivos. Por eso los toros no representan como las obras de arte sino que son el mundo: un lugar cruel y espantoso del que solo la cultura debería sacarnos. Y por eso, la cultura es ajena, por principio, al mundo de los toros –como lo es a este mundo-.
Pero, ¿no son los toros una tradición? Sí lo son. Y esto es sin duda, pero ahora la pregunta ¿y qué? Lo único que señala una tradición es que algo se ha mantenido en el tiempo con el permiso social de la clase dominante. Por ejemplo, ha sido tradición que los pobres pasaran hambre pero no se convirtió en ella seccionar limpiamente la cabeza de la aristocracia. Así, que algo sea una tradición no indica nada sobre su bondad o maldad. De hecho, el burka puede ser una tradición o la ablación y no parece, salvo distorsiones multiculturales, que representen elementos de cultura. Así, que algo cruel sea una tradición solo puede hablar mal del desarrollo histórico. Precisamente los toros son un ritual porque presentan la historia de la humanidad hasta ahora: crueldad. Además, seamos sinceros, que algo sea una tradición no quiere decir sino que ha sido una barbarie perpetuada.
¿Pero no comemos nosotros la carne? -ha quedado bíblico sin duda-. Pues evidentemente sí. Y la tomamos primero porque está muy rica. Y la tomamos también porque es sano e imprescindible. Efectivamente, no solo resultó clave en el proceso evolutivo del cerebro humano sino que además la ingesta de proteína animal resulta buena para el organismo. Es decir, la razón de que hagamos sacrificios animales para alimentarnos es que es necesario. No los matamos por placer. Y aquí surge, en relación con lo anterior, algo importante como es la distinción entre este dolor necesario y el ritual o el sacrificio de los toros o de cualquier otra fiesta de maltrato animal. En el sacrificio se consagra la forma de ser de las cosas y por eso tiene la idea de lo tradicional y acaba siendo un ritual y una tradición, sin embargo al asumir un mal necesario perpetuamente se busca la disminución del dolor y por eso hay progreso. Así, nosotros abogamos porque el animal sacrificado en el matadero lo sea de la forma menos cruel y dolorosa posible. Incluso opinamos que deberían prohibirse aquellas prácticas alimenticias, como el paté de ganso por ejemplo, que generan una relación entre el dolor del animal y la necesidad del producto desproporcionada. Sin embargo, el taurino festeja el dolor. Así no solo hay diferencia en la necesidad del hecho, entre los toros innecesarios y el matadero nutritivamente necesario, sino también en la forma. Al comer carne se lleva a cabo una necesidad donde la muerte del animal no se festeja; al hacer una corrida se celebra el dolor de la bestia –ahora nos referimos en la plaza solo al bovino-. Es la diferencia entre un anhelo de civilización y un deseo de permanencia en la barbarie.
Pero, muy bien, clama el partidario de la fiesta de -contra los- toros: ¿no tengo derecho a ejercer mi libertad? ¿No puedo ver lo que me plazca? Por supuesto, la libertad individual es fundamental en democracia y el estado no debe ser, como aquí ya hemos defendido, un padre moral. Y precisamente por ello no puede prohibir, aunque pueda determinarse como inmoral por cualquier persona, cualquier práctica admitida entre todos sus integrantes. Así, la condición para realizar libremente una acción es, precisamente, primero que sus integrantes, todos aquellos que de un modo u otro intervienen, tengan capacidad de dar su consentimiento; y, segundo, que efectivamente lo den. Por eso, por ejemplo, el estado puede y debe prohibir la tortura pero no las prácticas sadomasoquistas. Sin embargo en el mundo del toreo hay un ser al que nadie le pide opinión: al toro. Efectivamente la libertad de asistir a los toros implica, de hecho, matar a un ser que no ha hecho nada con el único motivo de divertirse. El toro es una víctima inocente que sirve para la humillación, de hecho se llama engaño, y la crueldad.
Cuando uno va, especialmente antes, a un pueblo le llama la atención el desprecio con que los lugareños tratan a los perros: el mío va a mi lado. Tal vez sea hora de volver a señalar que la verdadera humanidad no está en contacto con lo sencillo, con la naturaleza y demás porquerías sino en la sofisticación del pensamiento. Precisamente, lo humano está en ver ese documental donde por fin el león capturó a la cebra y sentir lástima de ella mientras el resto del rebaño vuelve a comer sin remordimiento alguno: solamente existe el del espectador. La cultura es sofisticación y aquella, a su vez, exige desear el fin del siempre presente sufrimiento. Es ingenuo pensar que prohibir los toros sea un gran paso pero debemos considerar también que al menos ya no habrá seis animales torturados, seis, cada domingo en cualquier lugar de España si esto se consigue. Ni más sangre ni más moscas.
Un proceso clave del desarrollo de la civilización y la cultura debería ser la eliminación de todo sufrimiento, pero especialmente del innecesario. Por tal, se entiende aquel que o bien puede ser eliminado de forma absoluta pues su cometido carece de sentido -por ejemplo los sacrificios rituales con la muerte de seres vivos- o bien aquellos cuyo fin puede ser útil pero pueden ser paliados, por ejemplo empleando la anestesia en las operaciones quirúrgicas o en el parto -nota: eliminar el dolor del parto es clave en la emancipación humana sin duda alguna-. Así, al juzgar algo donde existe el dolor y, con él, sufrimiento deberemos pensar, básicamente, el para qué se genera ese dolor y, luego, si es que resulta inevitable pues con él se consigue algo provechoso, si puede ser reducido o eliminado. Y por tanto, al pretender criticar algo e incluso exigir su prohibición, deberemos plantearnos si ese objeto que criticamos es o no un sufrimiento innecesario posible de eliminar. Y no solo posible, sino civilizatorio el hacerlo.
Las corridas de toros son sin duda un espectáculo cruel. En él se da el sufrimiento de un animal para el regocijo de otros. La cosa a primera vista parece clara: la exhibición pública de un ser vivo para causarle dolor cuya finalidad es la mera diversión no debería sino producir repugnancia y tristeza moral. Sin embargo, hay gente, lo cual nos despierta cierta sorpresa, que defienden dicho acto amparándose en cuatro argumentos fundamentales: primero, que se trata de un acto cultural -incluso que responde a problemas existenciales profundos, según la ministra-; segundo, que es una tradición a respetar; tercero, que aquellos que comemos carne, bien rica que está por cierto, no podríamos criticar esto pues se trataría de lo mismo; y cuarto, que su prohibición implicaría ir contra la libertad personal de las personas en poder elegir este espectáculo u otro.
¿Son los toros cultura? Para contestar a esa pregunta habría primero que responder a otra y es qué entendemos por cultura. Existen al menos dos definiciones generales de cultura que, creemos, pueden resumir cualquier otra. En la primera, de raíz antropológica, cultura es el conjunto de usos y costumbres de una sociedad determinada. En esta primera definición, sin duda alguna los toros forman parte de la cultura del mismo modo que el sacrificio humano para los aztecas o el campo de exterminio para los nazis, pues son usos y costumbres propios. Sin embargo, creemos que cuando los partidarios de matar toros hablan de esto se refieren al otro significado de cultura: algo que escapa al uso social y que se relaciona con un elemento superior de humanidad. Así, podríamos decir que en estos términos la cultura sería un elemento de distinción y enriquecimiento para los individuos, pues la idea sería que es mejor ser culto que no serlo ya que nos hace más humanos. Ahora bien, ¿enriquecen humanamente los toros? Si asistimos a su espectáculo veremos que la clave del toreo estriba en la violencia real, no ficticia, el sufrimiento también real y la humillación, otra vez real, de un animal. Así, la tortura sistemática producida hacia el toro, que comienza con la situación de estrés de verse encerrado para acabar en la muerte tras una tortura física de unos veinte minutos, solo añade más sufrimiento real al mundo y no parece enriquecerlo ni hacerlo mejor. Antes bien, la fiesta de los toros, o mejor: contra los toros que son los que fundamentalmente no disfrutan de la fiesta, no es sino la reproducción de aquello que ha sido la norma propia de la historia hasta ahora: la crueldad del fuerte sobre el débil. Es decir, si la cultura nos hiciera más humanos no parece que su camino fuera la repetición sistemática y programada de aquello que hasta ahora nos ha impedido serlo y contra lo que la misma cultura lucharía: la crueldad innecesaria. Y no vale aquí señalar que hay otros espectáculos crueles en el teatro o en las figuraciones –a través de asesinatos o violencia extrema- pues en ellos prima un hecho clave que está fuera de la llamada fiesta: la representación y fingimiento de dicha violencia. Efectivamente, en Hamlet mueren muchos personajes pero ninguna persona; en los toros mueren, y de verdad tras ser torturados, seres vivos. Por eso los toros no representan como las obras de arte sino que son el mundo: un lugar cruel y espantoso del que solo la cultura debería sacarnos. Y por eso, la cultura es ajena, por principio, al mundo de los toros –como lo es a este mundo-.
Pero, ¿no son los toros una tradición? Sí lo son. Y esto es sin duda, pero ahora la pregunta ¿y qué? Lo único que señala una tradición es que algo se ha mantenido en el tiempo con el permiso social de la clase dominante. Por ejemplo, ha sido tradición que los pobres pasaran hambre pero no se convirtió en ella seccionar limpiamente la cabeza de la aristocracia. Así, que algo sea una tradición no indica nada sobre su bondad o maldad. De hecho, el burka puede ser una tradición o la ablación y no parece, salvo distorsiones multiculturales, que representen elementos de cultura. Así, que algo cruel sea una tradición solo puede hablar mal del desarrollo histórico. Precisamente los toros son un ritual porque presentan la historia de la humanidad hasta ahora: crueldad. Además, seamos sinceros, que algo sea una tradición no quiere decir sino que ha sido una barbarie perpetuada.
¿Pero no comemos nosotros la carne? -ha quedado bíblico sin duda-. Pues evidentemente sí. Y la tomamos primero porque está muy rica. Y la tomamos también porque es sano e imprescindible. Efectivamente, no solo resultó clave en el proceso evolutivo del cerebro humano sino que además la ingesta de proteína animal resulta buena para el organismo. Es decir, la razón de que hagamos sacrificios animales para alimentarnos es que es necesario. No los matamos por placer. Y aquí surge, en relación con lo anterior, algo importante como es la distinción entre este dolor necesario y el ritual o el sacrificio de los toros o de cualquier otra fiesta de maltrato animal. En el sacrificio se consagra la forma de ser de las cosas y por eso tiene la idea de lo tradicional y acaba siendo un ritual y una tradición, sin embargo al asumir un mal necesario perpetuamente se busca la disminución del dolor y por eso hay progreso. Así, nosotros abogamos porque el animal sacrificado en el matadero lo sea de la forma menos cruel y dolorosa posible. Incluso opinamos que deberían prohibirse aquellas prácticas alimenticias, como el paté de ganso por ejemplo, que generan una relación entre el dolor del animal y la necesidad del producto desproporcionada. Sin embargo, el taurino festeja el dolor. Así no solo hay diferencia en la necesidad del hecho, entre los toros innecesarios y el matadero nutritivamente necesario, sino también en la forma. Al comer carne se lleva a cabo una necesidad donde la muerte del animal no se festeja; al hacer una corrida se celebra el dolor de la bestia –ahora nos referimos en la plaza solo al bovino-. Es la diferencia entre un anhelo de civilización y un deseo de permanencia en la barbarie.
Pero, muy bien, clama el partidario de la fiesta de -contra los- toros: ¿no tengo derecho a ejercer mi libertad? ¿No puedo ver lo que me plazca? Por supuesto, la libertad individual es fundamental en democracia y el estado no debe ser, como aquí ya hemos defendido, un padre moral. Y precisamente por ello no puede prohibir, aunque pueda determinarse como inmoral por cualquier persona, cualquier práctica admitida entre todos sus integrantes. Así, la condición para realizar libremente una acción es, precisamente, primero que sus integrantes, todos aquellos que de un modo u otro intervienen, tengan capacidad de dar su consentimiento; y, segundo, que efectivamente lo den. Por eso, por ejemplo, el estado puede y debe prohibir la tortura pero no las prácticas sadomasoquistas. Sin embargo en el mundo del toreo hay un ser al que nadie le pide opinión: al toro. Efectivamente la libertad de asistir a los toros implica, de hecho, matar a un ser que no ha hecho nada con el único motivo de divertirse. El toro es una víctima inocente que sirve para la humillación, de hecho se llama engaño, y la crueldad.
Cuando uno va, especialmente antes, a un pueblo le llama la atención el desprecio con que los lugareños tratan a los perros: el mío va a mi lado. Tal vez sea hora de volver a señalar que la verdadera humanidad no está en contacto con lo sencillo, con la naturaleza y demás porquerías sino en la sofisticación del pensamiento. Precisamente, lo humano está en ver ese documental donde por fin el león capturó a la cebra y sentir lástima de ella mientras el resto del rebaño vuelve a comer sin remordimiento alguno: solamente existe el del espectador. La cultura es sofisticación y aquella, a su vez, exige desear el fin del siempre presente sufrimiento. Es ingenuo pensar que prohibir los toros sea un gran paso pero debemos considerar también que al menos ya no habrá seis animales torturados, seis, cada domingo en cualquier lugar de España si esto se consigue. Ni más sangre ni más moscas.
domingo, septiembre 13, 2015
REFUGIADOS (desde una perspectiva de izquierdas)
La diferencia fundamental entre filosofía
crítica y política es que la primera puede limitarse a exponer y argumentar
mientras que la segunda, si bien igualmente puede también hacer eso, debe
necesariamente aportar además soluciones. Por eso, a veces, es más fácil
ser crítico profundo que buen político.
La crisis de
los refugiados de Siria parte de un error de concepto. No se trata de
una crisis sino de algo ya cotidiano. Efectivamente, la palabra crisis tiene un
trasfondo de excepcionalidad que no recoge bien este fenómeno tan común. Cada
año salen miles de personas de sus países de origen, especialmente en África,
huyendo literalmente de ellos: todos en realidad son refugiados. Y todos lo son
porque la causa de su emigración es política, pues las condiciones que les
llevan a la huida no son sino la situación socioeconómica de sus países de
origen cuya responsabilidad primera, no conviene olvidarlo, recae sobre sus
pésimos gobiernos. Así, el primer punto para hacer un análisis de izquierda es
negarse a distinguir entre refugiados y emigrantes: todos son emigrantes y
todos son refugiados en estos casos concretos –y no necesariamente en todos, lo
que sería otro error-. Los sirios que vienen a Europa son refugiados e
inmigrantes; los subsaharianos que vienen a Europa, también.
Ahora viene el problema ¿Es una solución
política prohibirles la entrada y dejarlos a su suerte? Parece claro que no ¿Es
la solución política entonces que vengan todos a Europa? Tampoco parece buena
solución, al menos desde una perspectiva progresista.
¿Ah, no? ¿No será que soy un malvado sin
corazón? Eso es más que probable, pero ni en la filosofía ni en la política deben
priorizar el corazón sino el cerebro. Y esto nos hace humanos.
Generar una Europa de asilo y refugio
generalizado como solución al problema es un error desde una perspectiva de
izquierdas. Efectivamente el asilo universal y permanente no puede ser una
solución estructural a los problemas de África, o de otras partes del mundo
–por supuesto, otra cosa es la solución momentánea y puntual-. Y no lo puede
ser desde una perspectiva de izquierdas y progresista por, al menos, dos
motivos.
En primer lugar, desde los derechos humanos.
Aunque pueda sorprender los refugiados lo
son porque no quieren abandonar su país sino porque son obligados a
ellos. Por tanto, el hecho de ser refugiado ya es una violación de sus derechos
y eso es algo que la izquierda no debe olvidar. Así, desde los derechos humanos
el trabajo estructural de la izquierda debe ser impedir que haya refugiados, es
decir: que haya la primera violación de los derechos humanos, y una acción
coyuntural, y lógicamente necesaria, será crear medidas para ayudarles cuando
se vean forzados a serlo. Esto implica que
la izquierda no debe centrarse políticamente en la recogida y amparo de
refugiados -nota: recordemos que desde un discurso de izquierdas los
inmigrantes deben ser considerados políticamente como refugiados- sino en
evitar que a las persona se las convierta en refugiados –o en inmigrantes-.
Porque cuando ya son refugiados, o tienen que emigrar, sus derechos humanos ya
han sido violados.
En
segundo lugar, porque la izquierda debe
ser crítica efectivamente con el
colonialismo económico. La izquierda critica, y con razón, el colonialismo económico que ejercen las
grandes corporaciones y países desarrollados sobre los países no desarrollados.
Sin embargo, y no de forma paradójica, inmigración y refugiados refuerzan este
nuevo colonialismo.
Primero, porque los emigrantes/refugiados no
suelen ser las personas menos preparadas de su país sino, al contrario, suelen
pertenecer a los sectores con más preparación e iniciativa Y, por tanto, su
marcha implica una descapitalización intelectual y social del propio país de
origen. Y esto a su vez provoca la imposible aparición de clases sociales
emergentes que puedan competir por el poder con los actuales gobernantes corruptos.
Así, el ciclo refugiados/emigrantes es un círculo vicioso para el país de
origen, pero un auténtico chollo para la oligarquía dominante pues ve como su
posible competencia desaparece.
En segundo lugar, por el tema de las remesas,
el dinero que los refugiados-emigrantes envían a sus países de origen.
Efectivamente, las remesas se han convertido en una fuente
permanente de ingresos para los países de origen que sin necesidad de
invertir ni administrar políticas económicas eficaces reciben dinero de
aquellos ciudadanos a los que previamente han expulsado. La oligarquía así comprende
que la emigración resulta una inversión económica que además no genera riqueza
estructural al país con lo que tampoco genera una clase emergente peligrosa
para sus intereses. Mandar emigrantes/refugiados es una iniciativa emprendedora
de éxito económico y social.
De esta forma, los emigrantes/refugiados
–lógicamente de forma involuntaria y siendo ellos mismo víctimas- mantienen la
situación de sus países de origen al reforzar la oligarquía allí dominante y el
sustento de esta por el colonialismo económico.
Por lo tanto, y desde una perspectiva progresista la inmigración sí es
un problema, pero no tanto para los países receptores como fundamentalmente
para los países de origen, pues les impide cualquier proceso de progreso
social.
¿Y entonces qué debería hacer una política de
izquierdas ante este problema? A la izquierda se le llena la boca con la no
intervención y es un error de base. Y lo es, a su vez, por dos motivos.
En primer lugar, porque si el análisis
anterior es cierto la descapitalización social de los países de origen de
refugiados/emigrantes evita cualquier posible cambio de progreso en los mismos.
Efectivamente, ya lo hemos explicado, la salida de los individuos más capaces
hace que la lucha por el poder sociopolítico solo se establezca entre los
propias facciones ya dominantes socialmente –de forma social, económica,
política o religiosa- pero impide la aparición de nuevos protagonistas que
pudieran traer cambios radicales. El conservadurismo está servido.
Esto, a su vez, provoca la segunda
consecuencia que es que el cambio interno se genera como imposible en estos
países o, al menos, como imposible para el progreso. Por supuesto podrá haber
cambio, pero lo será desde las propias facciones ya reseñadas que controlan en
la actualidad el poder y cuya búsqueda absoluta del mismo desde luego no tiene
una finalidad progresista. Por tanto, los países así establecidos no pueden
cambiar hacia un progreso de libertades por causas internas, pero no por una
incapacidad biológica de sus habitantes, como pensaría un racista, sino por la
destrucción del tejido social que haría falta para ello. Esos países están
configurados, desde el propio colonialismo económico y las oligarquías locales,
para evitar cualquier movimiento propio de cambio y para ello se evita la
creación de cualquier clase social emergente que no esté ya disfrutando –o sea,
robando- del poder.
Así, si la causa endógena queda descartada
solo nos puede quedar una causa externa, es decir: el cambio debe ser impulsado
fundamentalmente desde fuera. Y fuera somos nosotros.
¿Nosotros? Sí, la izquierda debe ser
intervencionista. Pero, ¿qué significa esto?
Una diferencia fundamental entre el
pensamiento de izquierdas y de derechas es la función del estado en la
economía, en particular, y en la sociedad en general. Para la derecha, el estado
es subsidiario y debe ser mínimo mientras que para la izquierda el estado tiene
la obligación de jugar un papel fundamental. De hecho, con esa idea de estado
intervencionista se construyó el actual sistema de bienestar europeo. Así pues,
y esto es importante, la izquierda no puede defender el no intervencionismo ni
en lo nacional ni en lo internacional.
Un factor fundamental de la globalización
actual es la separación de la economía y la política. Esto ha sido sin duda el
triunfo más importante de la derecha política. Así, la acción económica ha
quedado fuera de la esfera política que hasta los años 80 del pasado siglo la
controlaba. Alguien podría aseverar que no es así y que actualmente la economía
sigue gobernada por instituciones políticas como la Troika. Y no le faltaría
razón. Pero estas instituciones escapan radicalmente de cualquier control
democrático directo. Es más, imponen sus decisiones sobre los gobiernos
nacionales elegidos, más o menos, democráticamente. De esta forma el Nuevo
Orden Internacional, no solo político sino también económico, se está
construyendo no tanto desde los intereses del malvado Capitalismo como desde
los intereses de la oligarquía dominante. 0 se interviene, otra vez la palabra,
por tanto en este Nuevo Orden Internacional o nos quedamos para gritar que no nos representan mientras realmente nos
gobiernan.
¿Pero cómo hacerlo? Para intervenir en algo
hay que ser sujeto de la acción. El
proceso de construcción del estado de bienestar europeo se explica por la
intervención de los estados nacionales en la economía. El problema hoy en día
es que dicha economía ya no es nacional sino globalizada y esto conlleva que
meramente un estado nacional no pueda ya intervenir eficazmente pues carece de
suficiente poder. Únicamente aquellos estados transnacionales, como Rusia,
China o EEUU, cuyos intereses se implican estructuralmente más allá de sus
fronteras y tiene el poder suficiente para actuar, dirimen la cuestión. Y esto explica
el ridículo papel que Europa juega en el escenario internacional, no siendo ya
más, como mucho, que la vieja potencia colonial: les robaban, pero ya ni
pinchan ni cortan excepto para defender a la oligarquía local. Por ello, si se
quiere influir en la creación del Nuevo Orden Internacional, y es necesario
hacerlo porque si no se construirá sin una perspectiva progresista, se debe
construir un sujeto fuerte que pueda ejercer presión diplomática, económica y,
no lo olvidemos tampoco, a través de la amenaza de la fuerza militar en
excepcionales casos.
Resumamos.
Primero, hemos visto que el problema de los
refugiados/emigrantes debe ser tratado como un único problema desde una perspectiva progresista, pues ambos
colectivos sufren la imposición del destierro. Y que este problema no debe
convertirse en un tema estructural en los países de acogida sino en su origen,
pues este mismo hecho se trata ya de una violación fundamental de los derechos
humanos.
Segundo, analizamos como la descapitalización
social de estos países, a la que cómodamente se amoldan sus regímenes corruptos
y el colonialismo económico, impiden una solución interna pues las clases
emergentes, que podrían disputar el poder a las establecidas, son las que se
abandonan el país.
Tercero, y como consecuencia de esto, defendemos
que hace falta una actuación lo suficientemente fuerte para influir en el Nuevo
Orden Internacional y que para ello, a su vez, se necesita un sujeto político
capaz de ejercer dicha presión.
Ahora vuelve la pregunta fundamental: ¿quién
y cómo?
Un sujeto fuerte en la escena internacional
implica una economía fuerte. Alguna vez ya hemos hablado aquí de que una
necesidad política de izquierdas para detener el proceso de precarización es la
formación de Europa
como un país. Igualmente, si se quiere influir en el nuevo orden
internacional desde una potencia democrática no parece probable dejarle ese
nuevo papel a China (nooooo, tampoco a Venezuela). Sólo un nuevo estado
construido desde, al menos, una mínima democracia puede ejercerlo. Europa como
país debe ser una prioridad de la izquierda: no solo ya a nivel interno, para
parar el proceso de precarización europeo, sino también a nivel exterior, para
la construcción de un nuevo orden internacional democrático.
Y ahora viene lo triste: la diferencia entre
el ser y el deber ser ¿Cuál es la prioridad de la izquierda? Si uno se fija en
el discurso de la autoproclamada izquierda notará una ausencia absoluta de
política internacional o de análisis económico riguroso. Todo es un discurso lleno de solidaridad, lenguaje
demagógico y ñoñerías semejantes. Incluso, la tendencia de la izquierda que
pretende ser transformadora es la del aldeanismo, convirtiéndose en un
movimiento con fundamentos nacionalistas y defensas de patrias y pueblos
diversos: en fin, unos paletos. Por eso, podrán llegar hasta a colgar pancartas
de bienvenida a los refugiados, además en inglés porque son superpreparados, o autonombrarse incluso ciudadesguiónrefugio,
pero no podrán salir de ese espíritu de huchita del Domund que tan bien
representaron, y en algunas izquierdas muy rebeldes aún representan, las bondadosas
monjitas. Mientras se construye un Nuevo Orden Internacional la izquierda mira
a las tribus autosatisfecha.
Y así, seguirá gritando que ellos no nos
representan.
Y así, nos gobernarán a nosotros. Porque,
déjese de sentimientos tribales y supersticiosos, todos los demás somos
nosotros.
sábado, septiembre 12, 2015
LA FRAGILIDAD DE LOS SÍMBOLOS/3
viernes, septiembre 11, 2015
miércoles, septiembre 09, 2015
DARWIN, SIEMPRE DARWIN
Si tuviéramos que escoger un científico nos quedaríamos con Darwin. Su grandeza es haberse atrevido a descubrir algo que cualquiera debería haber descubierto antes. Sin necesidad de conocimientos matemáticos previos cualquiera hubiera podido descubrir la Evolución. Pero sólo él lo hizo.
Ahora, se subasta, como si se pudiera comprar con dinero, una carta suya.
Dice así:
Lamento tener que informarle de que no creo en la Biblia como revelación divina y por lo tanto tampoco en Jesucristo como el hijo de Dios.
Atentamente.
Ch. Darwin
Nosotros tampoco creemos en Darwin porque eso sería insultarle.
Nosotros buscamos pensar con Darwin, buscamos sus argumentos, nos convencen.
Es la diferencia entre la superstición y la Ilustración.
Nosotros buscamos pensar con Darwin, buscamos sus argumentos, nos convencen.
Es la diferencia entre la superstición y la Ilustración.
Darwin, siempre Darwin.
lunes, septiembre 07, 2015
CAPITALISMO E IDEOLOGÍA: ARTE SUBVERSIVO/1
Utilizar la
palabra subversivo es cuando menos emplear un término críticamente poderoso: ¡uf, qué subversivo! Y
luego poner cara de que, primero, lo hemos entendido y, segundo, estamos de
acuerdo. Efectivamente, decir que algo
resulta subversivo quiere decir que ahonda y va en contra no sólo de una idea
concreta del discurso dominante sino que, además y principalmente, ataca sus pilares: o sea, sin enrollarse, que
resulta extraordinariamente crítico y rebelde.
Últimamente, este
término se ha utilizado para referirse a la nueva obra de Banksy, artista que siempre ha
pretendido ejercer una acción presuntamente contraria al sistema y que esta vez
ha sorprendido con un Disneylandia pero en plan crítica feroz. Lo que nosotros
pretendemos -de pretensiones está el mundo lleno aunque no sabemos si acabará
siendo subversivo o no e incluso no sabemos por cuánto nos lo comprarán en el
mercado subversivo del arte subversivo- es analizar si realmente cabe la
posibilidad en el Nuevo Capitalismo de realizar obras de arte subversivas o,
cuando menos, productos estéticos qué tal índole. Así pues, todo este artículo
pretende analizar no si el arte de Banksy en concreto es subversivo o no, sino
algo más: si el arte, e incluso cualquier actividad intelectual como la
Filosofía o el discurso político por ejemplo, pueden resultar subversivos en el
Nuevo Capitalismo.
Lo primero de
todo es volver a la definición para definir con exactitud. Por subversivo
entendemos aquello que va contra, socava, los cimientos del orden establecido,
no solo alguna idea en particular, y provoca, o al menos busca provocar, una
reacción entre los espectadores de rechazo, primero, y luego de reacción
crítica frente a ese mismo orden. Así, un arte es subversivo, y esto es
importante, porque se enfrenta en lo fundamental al discurso dominante,
ridiculizándola o mostrando su falsedad. Por tanto, para ser subversivo no
basta con uno sino con dos. Para que haya subversión no basta con un artista o
filósofo revolucionario sino que también es necesaria una serie de ideas
sociales dominantes y concretas contra las que actuar.
Pongamos un
ejemplo: en la España de Franco, un arte subversivo era una película que
pusiera en solfa la ideología propia del Régimen como pudiera ser, por ejemplo,
El pisito –obra maestra sublime-, Calle Mayor –obra maestra sublime- o la serie de películas de Berlanga, por
ejemplo. Y lo era no solamente por el contenido de las obras en sí mismo sino
también porque el régimen franquista tenía sin duda una ideología claramente
perfilada.
Así, hay tres
condiciones para el arte subversivo: primero, que lo presentado sea lógicamente
una obra de arte; segundo, que exista una ideología concreta en el sistema de dominación; tercero, que dicha
obra vaya contra esa misma ideología.
Hasta la
irrupción del Nuevo Capitalismo todos los sistemas sociales de dominación
tenían una faceta de explotación y otra de dominación subalterna a la primera.
Los sistemas económicos anteriores al Nuevo Capitalismo tenían su base
económica en la explotación del trabajo humano,
que realizaba la mayoría de la población, por parte de una minoría que
mantenía una actividad básicamente ociosa y que vivía de dicho trabajo. Por
ello, era necesario el control de la sociedad para evitar la rebelión. Así,
como se trataba de sustraer el producto de trabajo por parte de una minoría a
una mayoría inmensa solo había dos salidas: o la pura coacción violenta o el
engaño del convencimiento. Atraco o timo, y las dos se utilizaban. La forma
violenta no exigía más que el uso de la fuerza bruta pero el timo exigía algo
más: que esa inmensa parte de la población a la que se le robaba el producto de
su trabajo no reaccionara ante el hurto y estuviera convencida, al menos
asumiera, que esto era la situación normal. Y ahí, grosso modo, es donde estaba
la función de la ideología que servía para conseguir que esa misma gente robada
no presentara una reacción hacia la dominación.
Por todo ello, y
de acuerdo a la simplificación del esquema que estamos haciendo pero que
contiene en esencia la verdad, el sistema de dominación tenía unos contenidos culturales determinados que tenían
como finalidad la aceptación por parte de esa mayoría expoliada pero ahora
convencida de su condición sumisa. Ideas como la religión o la patria –eso que
hoy es tan de izquierdas en Cataluña- no eran, y no son, sino elementos
utilizados para esa dominación. Y por ello, atacar esas creencias convertía al
discurso en subversivo pues buscaba socavar los cimientos de la dominación
ideológica. La subversión era posible, por tanto, no solo porque hubiera
artistas rebeldes, o en cualquier otro integrante del segmento cultural en la
división social del trabajo, sino porque había un discurso explícito y concreto
por parte del sistema de dominación en el que mostraba sus ideas: defiendo esto
y aquello. Burlarse de la patria era subversivo, burlarse de la religión era
subversivo –por poner los dos ejemplos anteriores- porque el propio sistema
defendía la patria y la religión para mantener la explotación de la mayoría
social.
Pero, ¿quiere
esto decir que todo sistema de explotación debe tener a su vez y necesariamente
dominación? Contestemos a esto, pues ya lo hemos tratado; aquí y acá de manera desarrollada,
brevemente: no. La dominación no es un fin en sí mismo sino solo un medio para
conseguir otra cosa. En este caso concreto un medio para lograr la explotación que realmente es el
auténtico fin. Del mismo modo que la violencia o el engaño no es el fin del
ladrón sino el botín, si se puede explotar sin necesidad de dominar resulta un
ahorro de energía.
Y ahora, vengamos
a la actualidad para intentar contestar a nuestra pregunta ¿Puede ser el arte de Banksy, o cualquier otra obra, arte
subversivo? La forma más sencilla de contestar a esta cuestión es no yendo a la
obra en sí misma, pues las obras con pretensiones de subversión son como los
libros de pensamiento positivo: muchos, sino a su enemigo: ¿existe ideología
concreta en el Nuevo Capitalismo?
Algo que llama
mucho la atención es cómo en el Nuevo Capitalismo existe libertad y derechos
civiles. Los sujetos pueden expresar libremente sus ideas y formar partidos
políticos o asociaciones para defenderlas, hacer arte subversivo y venderlo o
incluso tener este rebelde blog... Parece así que la dominación no resultaría
muy efectiva ateniéndonos a este campo. Efectivamente, y siendo sincero,
¿tenemos usted o yo problemas para expresar nuestra opinión porque el sistema
capitalista la coarte? Parece que no, encima, nos lo facilita.
Pero, además, no
se puede identificar un pensamiento determinado y concreto como la ideología
del sistema del Nuevo Capitalismo. O diciéndolo de otra manera: el sistema ya
no tiene ideología en cuanto a pensamiento concreto que defienda sus intereses.
Alguien podría aseverar que el pensamiento neoliberal podría ser el discurso
ideológico dominante pero eso demostraría que no ha entendido el concepto de
ideología y que lo confunde con los intereses intelectuales de la oligarquía.
Pues podrá ser que ahora por su interés de clase sea ese el discurso - tal y
como se ve en el proceso de precarización- pero no
hay que confundir el interés de la
oligarquía con el interés del sistema.
Los sistemas
anteriores necesitaban engañar a la gente para que esta accediera a dar el fruto de su trabajo a una minoría
social. Sin embargo, el Nuevo Capitalismo no funciona así porque, como ya hemos
analizado otras veces, en el Nuevo Capitalismo la
producción económica no se reduce sólo a la producción propiamente dicha de
elementos materiales en el trabajo sino que en ella entra también el consumo:
consumir es producir beneficio económico capitalista. Al ocurrir esto, cualquier
actividad que guarde relación con dicho consumo es una actividad que produce
beneficio y por lo tanto es una actividad productiva en la explotación del
sistema. Ahora, como ya hemos dicho en otras ocasiones, imagine su vida diaria
y piensen si existe algún momento en el cual está usted, o yo, realizando
alguna actividad sin consumir absolutamente nada ya sea activamente o de forma
pasiva ¿A que no?
Pongamos otro
ejemplo. Imaginen que yo estoy escribiendo este subversivo artículo para
publicarlo desde mi extraordinaria y autosatisfecha conciencia marxista. El
mero hecho de escribir este texto implica que estoy consumiendo desde los
aparatos necesarios para hacerlo, como mi ordenador, hasta la luz y cualquier
otro elemento que ya sea de forma directa o indirecta está rodeándome en estos
momentos. Así, al consumir estoy produciendo beneficio capitalista y estoy
generándome como mercancía y como explotación económica independientemente del
contenido concreto –y mire usted que lo que yo escribo es muy rebelde- de dicha
mercancía. Efectivamente, como tal mercancía
sería lo mismo si lo que estuviera escribiendo fuera un artículo
defendiendo la privatización de los servicios públicos que clamando contra el
(inexistente) patriarcado capitalista. Mi vida es, independiente de su contenido,
es auténtica, auténtica mercancía.
Así, por primera
vez en la historia de la humanidad un sistema económico de explotación ya no
necesita una faceta propia de dominación pues resulta imposible escapar a la
explotación totalitaria que realiza dicho sistema. La explotación capitalista
es la propia vida humana. Y de esta manera, el sistema puede escapar a tener
una ideología determinada y los sujetos pueden expresar libremente cualquier
opinión, incluso las más subversivas y antisistema, porque de lo que no pueden
escapar es de su propia vida como consumo que es la clave de toda la
explotación: sus propios obras críticas, y las demás, son mercancías.
Es maravilloso
observar como jamás probablemente en toda la historia de la humanidad ha habido tanto artista
autodenominado subversivo, tanto discurso anticapitalista frente al sistema, o
incluso tuits cargados de espíritu revolucionario en tan solo 140 caracteres.
Pero todos ello lo es por el mero hecho de que su realización ha generado un
beneficio económico y ya se ha convertido en mercancía de forma independiente a
su contenido, que puede ser absolutamente cierto o absolutamente falso. La
mercancía es la forma social y vital de relación.
Y volvamos otra
vez a Banksy ¿Puede el arte de Banksy ser subversivo? Creemos que la respuesta
ya está clara. Ya hemos señalado que el arte sólo puede ser subversivo contra
un discurso dominante. Sin embargo, hoy en día el nuevo sistema capitalista
carece de dicho discurso dominante y carece de una ideología concreta. Por todo
ello, las presuntas composiciones subversivas de cualquier autor no están respondiendo en realidad al propio
sistema sino sólo a ciertas teorías que, por cierto, carecen absolutamente de
hegemonía social. El discurso subversivo ya no existe porque no existe el
discurso oficial por innecesario.
¿Pero Banksy
entonces no es crítico? Que un sistema de explotación no tenga ideología
concreta, un discurso ideológico determinado, no quiere decir que no tenga un
proceso ideología. Por supuesto, se puede aún ser crítico pero el problema es
que la inmensa mayoría de eso que se presenta como subversivo en realidad es
complaciente. Pero eso ya otro día.
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