La diferencia fundamental entre filosofía
crítica y política es que la primera puede limitarse a exponer y argumentar
mientras que la segunda, si bien igualmente puede también hacer eso, debe
necesariamente aportar además soluciones. Por eso, a veces, es más fácil
ser crítico profundo que buen político.
La crisis de
los refugiados de Siria parte de un error de concepto. No se trata de
una crisis sino de algo ya cotidiano. Efectivamente, la palabra crisis tiene un
trasfondo de excepcionalidad que no recoge bien este fenómeno tan común. Cada
año salen miles de personas de sus países de origen, especialmente en África,
huyendo literalmente de ellos: todos en realidad son refugiados. Y todos lo son
porque la causa de su emigración es política, pues las condiciones que les
llevan a la huida no son sino la situación socioeconómica de sus países de
origen cuya responsabilidad primera, no conviene olvidarlo, recae sobre sus
pésimos gobiernos. Así, el primer punto para hacer un análisis de izquierda es
negarse a distinguir entre refugiados y emigrantes: todos son emigrantes y
todos son refugiados en estos casos concretos –y no necesariamente en todos, lo
que sería otro error-. Los sirios que vienen a Europa son refugiados e
inmigrantes; los subsaharianos que vienen a Europa, también.
Ahora viene el problema ¿Es una solución
política prohibirles la entrada y dejarlos a su suerte? Parece claro que no ¿Es
la solución política entonces que vengan todos a Europa? Tampoco parece buena
solución, al menos desde una perspectiva progresista.
¿Ah, no? ¿No será que soy un malvado sin
corazón? Eso es más que probable, pero ni en la filosofía ni en la política deben
priorizar el corazón sino el cerebro. Y esto nos hace humanos.
Generar una Europa de asilo y refugio
generalizado como solución al problema es un error desde una perspectiva de
izquierdas. Efectivamente el asilo universal y permanente no puede ser una
solución estructural a los problemas de África, o de otras partes del mundo
–por supuesto, otra cosa es la solución momentánea y puntual-. Y no lo puede
ser desde una perspectiva de izquierdas y progresista por, al menos, dos
motivos.
En primer lugar, desde los derechos humanos.
Aunque pueda sorprender los refugiados lo
son porque no quieren abandonar su país sino porque son obligados a
ellos. Por tanto, el hecho de ser refugiado ya es una violación de sus derechos
y eso es algo que la izquierda no debe olvidar. Así, desde los derechos humanos
el trabajo estructural de la izquierda debe ser impedir que haya refugiados, es
decir: que haya la primera violación de los derechos humanos, y una acción
coyuntural, y lógicamente necesaria, será crear medidas para ayudarles cuando
se vean forzados a serlo. Esto implica que
la izquierda no debe centrarse políticamente en la recogida y amparo de
refugiados -nota: recordemos que desde un discurso de izquierdas los
inmigrantes deben ser considerados políticamente como refugiados- sino en
evitar que a las persona se las convierta en refugiados –o en inmigrantes-.
Porque cuando ya son refugiados, o tienen que emigrar, sus derechos humanos ya
han sido violados.
En
segundo lugar, porque la izquierda debe
ser crítica efectivamente con el
colonialismo económico. La izquierda critica, y con razón, el colonialismo económico que ejercen las
grandes corporaciones y países desarrollados sobre los países no desarrollados.
Sin embargo, y no de forma paradójica, inmigración y refugiados refuerzan este
nuevo colonialismo.
Primero, porque los emigrantes/refugiados no
suelen ser las personas menos preparadas de su país sino, al contrario, suelen
pertenecer a los sectores con más preparación e iniciativa Y, por tanto, su
marcha implica una descapitalización intelectual y social del propio país de
origen. Y esto a su vez provoca la imposible aparición de clases sociales
emergentes que puedan competir por el poder con los actuales gobernantes corruptos.
Así, el ciclo refugiados/emigrantes es un círculo vicioso para el país de
origen, pero un auténtico chollo para la oligarquía dominante pues ve como su
posible competencia desaparece.
En segundo lugar, por el tema de las remesas,
el dinero que los refugiados-emigrantes envían a sus países de origen.
Efectivamente, las remesas se han convertido en una fuente
permanente de ingresos para los países de origen que sin necesidad de
invertir ni administrar políticas económicas eficaces reciben dinero de
aquellos ciudadanos a los que previamente han expulsado. La oligarquía así comprende
que la emigración resulta una inversión económica que además no genera riqueza
estructural al país con lo que tampoco genera una clase emergente peligrosa
para sus intereses. Mandar emigrantes/refugiados es una iniciativa emprendedora
de éxito económico y social.
De esta forma, los emigrantes/refugiados
–lógicamente de forma involuntaria y siendo ellos mismo víctimas- mantienen la
situación de sus países de origen al reforzar la oligarquía allí dominante y el
sustento de esta por el colonialismo económico.
Por lo tanto, y desde una perspectiva progresista la inmigración sí es
un problema, pero no tanto para los países receptores como fundamentalmente
para los países de origen, pues les impide cualquier proceso de progreso
social.
¿Y entonces qué debería hacer una política de
izquierdas ante este problema? A la izquierda se le llena la boca con la no
intervención y es un error de base. Y lo es, a su vez, por dos motivos.
En primer lugar, porque si el análisis
anterior es cierto la descapitalización social de los países de origen de
refugiados/emigrantes evita cualquier posible cambio de progreso en los mismos.
Efectivamente, ya lo hemos explicado, la salida de los individuos más capaces
hace que la lucha por el poder sociopolítico solo se establezca entre los
propias facciones ya dominantes socialmente –de forma social, económica,
política o religiosa- pero impide la aparición de nuevos protagonistas que
pudieran traer cambios radicales. El conservadurismo está servido.
Esto, a su vez, provoca la segunda
consecuencia que es que el cambio interno se genera como imposible en estos
países o, al menos, como imposible para el progreso. Por supuesto podrá haber
cambio, pero lo será desde las propias facciones ya reseñadas que controlan en
la actualidad el poder y cuya búsqueda absoluta del mismo desde luego no tiene
una finalidad progresista. Por tanto, los países así establecidos no pueden
cambiar hacia un progreso de libertades por causas internas, pero no por una
incapacidad biológica de sus habitantes, como pensaría un racista, sino por la
destrucción del tejido social que haría falta para ello. Esos países están
configurados, desde el propio colonialismo económico y las oligarquías locales,
para evitar cualquier movimiento propio de cambio y para ello se evita la
creación de cualquier clase social emergente que no esté ya disfrutando –o sea,
robando- del poder.
Así, si la causa endógena queda descartada
solo nos puede quedar una causa externa, es decir: el cambio debe ser impulsado
fundamentalmente desde fuera. Y fuera somos nosotros.
¿Nosotros? Sí, la izquierda debe ser
intervencionista. Pero, ¿qué significa esto?
Una diferencia fundamental entre el
pensamiento de izquierdas y de derechas es la función del estado en la
economía, en particular, y en la sociedad en general. Para la derecha, el estado
es subsidiario y debe ser mínimo mientras que para la izquierda el estado tiene
la obligación de jugar un papel fundamental. De hecho, con esa idea de estado
intervencionista se construyó el actual sistema de bienestar europeo. Así pues,
y esto es importante, la izquierda no puede defender el no intervencionismo ni
en lo nacional ni en lo internacional.
Un factor fundamental de la globalización
actual es la separación de la economía y la política. Esto ha sido sin duda el
triunfo más importante de la derecha política. Así, la acción económica ha
quedado fuera de la esfera política que hasta los años 80 del pasado siglo la
controlaba. Alguien podría aseverar que no es así y que actualmente la economía
sigue gobernada por instituciones políticas como la Troika. Y no le faltaría
razón. Pero estas instituciones escapan radicalmente de cualquier control
democrático directo. Es más, imponen sus decisiones sobre los gobiernos
nacionales elegidos, más o menos, democráticamente. De esta forma el Nuevo
Orden Internacional, no solo político sino también económico, se está
construyendo no tanto desde los intereses del malvado Capitalismo como desde
los intereses de la oligarquía dominante. 0 se interviene, otra vez la palabra,
por tanto en este Nuevo Orden Internacional o nos quedamos para gritar que no nos representan mientras realmente nos
gobiernan.
¿Pero cómo hacerlo? Para intervenir en algo
hay que ser sujeto de la acción. El
proceso de construcción del estado de bienestar europeo se explica por la
intervención de los estados nacionales en la economía. El problema hoy en día
es que dicha economía ya no es nacional sino globalizada y esto conlleva que
meramente un estado nacional no pueda ya intervenir eficazmente pues carece de
suficiente poder. Únicamente aquellos estados transnacionales, como Rusia,
China o EEUU, cuyos intereses se implican estructuralmente más allá de sus
fronteras y tiene el poder suficiente para actuar, dirimen la cuestión. Y esto explica
el ridículo papel que Europa juega en el escenario internacional, no siendo ya
más, como mucho, que la vieja potencia colonial: les robaban, pero ya ni
pinchan ni cortan excepto para defender a la oligarquía local. Por ello, si se
quiere influir en la creación del Nuevo Orden Internacional, y es necesario
hacerlo porque si no se construirá sin una perspectiva progresista, se debe
construir un sujeto fuerte que pueda ejercer presión diplomática, económica y,
no lo olvidemos tampoco, a través de la amenaza de la fuerza militar en
excepcionales casos.
Resumamos.
Primero, hemos visto que el problema de los
refugiados/emigrantes debe ser tratado como un único problema desde una perspectiva progresista, pues ambos
colectivos sufren la imposición del destierro. Y que este problema no debe
convertirse en un tema estructural en los países de acogida sino en su origen,
pues este mismo hecho se trata ya de una violación fundamental de los derechos
humanos.
Segundo, analizamos como la descapitalización
social de estos países, a la que cómodamente se amoldan sus regímenes corruptos
y el colonialismo económico, impiden una solución interna pues las clases
emergentes, que podrían disputar el poder a las establecidas, son las que se
abandonan el país.
Tercero, y como consecuencia de esto, defendemos
que hace falta una actuación lo suficientemente fuerte para influir en el Nuevo
Orden Internacional y que para ello, a su vez, se necesita un sujeto político
capaz de ejercer dicha presión.
Ahora vuelve la pregunta fundamental: ¿quién
y cómo?
Un sujeto fuerte en la escena internacional
implica una economía fuerte. Alguna vez ya hemos hablado aquí de que una
necesidad política de izquierdas para detener el proceso de precarización es la
formación de Europa
como un país. Igualmente, si se quiere influir en el nuevo orden
internacional desde una potencia democrática no parece probable dejarle ese
nuevo papel a China (nooooo, tampoco a Venezuela). Sólo un nuevo estado
construido desde, al menos, una mínima democracia puede ejercerlo. Europa como
país debe ser una prioridad de la izquierda: no solo ya a nivel interno, para
parar el proceso de precarización europeo, sino también a nivel exterior, para
la construcción de un nuevo orden internacional democrático.
Y ahora viene lo triste: la diferencia entre
el ser y el deber ser ¿Cuál es la prioridad de la izquierda? Si uno se fija en
el discurso de la autoproclamada izquierda notará una ausencia absoluta de
política internacional o de análisis económico riguroso. Todo es un discurso lleno de solidaridad, lenguaje
demagógico y ñoñerías semejantes. Incluso, la tendencia de la izquierda que
pretende ser transformadora es la del aldeanismo, convirtiéndose en un
movimiento con fundamentos nacionalistas y defensas de patrias y pueblos
diversos: en fin, unos paletos. Por eso, podrán llegar hasta a colgar pancartas
de bienvenida a los refugiados, además en inglés porque son superpreparados, o autonombrarse incluso ciudadesguiónrefugio,
pero no podrán salir de ese espíritu de huchita del Domund que tan bien
representaron, y en algunas izquierdas muy rebeldes aún representan, las bondadosas
monjitas. Mientras se construye un Nuevo Orden Internacional la izquierda mira
a las tribus autosatisfecha.
Y así, seguirá gritando que ellos no nos
representan.
Y así, nos gobernarán a nosotros. Porque,
déjese de sentimientos tribales y supersticiosos, todos los demás somos
nosotros.
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