Dice
Marx en alguna parte que dice Hegel en alguna otra que los grandes hechos y
personajes de la historia universal se repiten como si dijéramos dos veces.
Pero, puntualiza Marx que Hegel se olvidó de añadir que lo hacían una vez como
tragedia y, la otra, como farsa. Marx olvidó la tercera: como butifarra.
Resulta
curioso observar cómo de forma casi unánime la autoproclamado izquierda ha
gestionado el debate sobre el tema de
Cataluña desde la perspectiva del pueblo catalán como una entidad
esencial. Así, según esta ridícula y reaccionaria visión, existe un sujeto tal
que es el pueblo de Cataluña cuya existencia implica que posee derechos como es
la autodeterminación. Nosotros no somos
de esa autodenominada izquierda, somos sin duda menos rebeldes, y por
ello nuestro análisis no puede ir en esa dirección. Pero como pretendemos hacer
un análisis de izquierda, vamos a ver que tal nos sale realizándolo desde la
perspectiva de la clase social: por probar que no quede. Es decir, vamos a
intentar explicar, como ya hicimos aquí
en cierta medida, eso que se llama rimbombante el proceso catalán desde una
explicación de interés de clase.
Al
hablar de clase social nos referimos básicamente a una forma de estratificación social en diversos grupos que implica a su
vez el reparto desigual del poder, el prestigio y la riqueza. Por tanto ahora habrá que buscar dentro de
los distintos grupos sociales de esa región –o país, o nación o universo todo,
no enfademos a la gente- quiénes ganarían, o creen que ganarían,
fundamentalmente con todo el proceso. Es decir, aquello que se denominaba
interés de clase.
Lo primero será entonces preguntarse a quién beneficiaría el proceso. Analicemos.
Primero,
la clase política catalana, al ejercer como tal, tiene un techo de cristal en su aspiración de
poder: no puede conquistar un poder más allá del meramente regional por su propio discurso.
Efectivamente, la élite política de Cataluña no puede asumir el asalto a un
poder estatal español y, como consecuencia, tampoco europeo. De esta forma
existe una limitación en su ascenso social. Y esta imposibilidad solo puede superarse cambiando
no el contenido, entendiendo como tal el discurso esencialista y paleto pues
eso implicaría la posible perdida de incluso el poder regional y perder su
propia especificidad como catalana,
sino que se debe cambiar el continente pasando de región a nación: de clase
dirigente de provincias a clase nacional e incluso, en sus sueños más húmedos,
continental. Para ello, lógicamente, Cataluña debe ser una nación: su puesto,
su interés de clase, lo exige.
Segundo,
la pequeña burguesía catalana –que incluye a los trabajadores de la
administración pública, profesiones liberales y pequeños empresarios- .
Secularmente la burguesía catalana ha sido proteccionista. Esta teoría
comercial consiste en la defensa de aranceles comerciales que graven los
productos de fuera protegiendo así a la oligarquía local. Pero el problema ahora
surge con la globalización. Efectivamente, en un mundo globalizado resulta
ingenuo hacer una política proteccionista a la
antigua usanza, con excesivos aranceles fronterizos, así que hay que generar una novedosa estrategia
para preservar como oligarquía. Y para ello nada mejor que copiar el
proteccionismo hacia la competencia nacional que la propia administración
pública catalana ha estado utilizando en los últimos treinta años.
¿Cual
ha sido este? En un proyecto a largo plazo, la administración catalana decidió
hacer una política de pureza de sangre. Como queda feo pedir análisis genéticos
para ser funcionario, la solución estuvo cargada de ingenio: pedir para incluso
poder opositar, y no luego, la otra pieza propia de la doctrina de la sangre y
la tierra: la lengua. Efectivamente, para poder opositar en Cataluña se exigirá
el catalán, no una vez sea usted funcionario y dándole un plazo razonable de
tiempo para aprenderlo, sino a priori. Como lógicamente nadie de fuera va a aprender un idioma
irrelevante internacionalmente, a pesar de que descubramos ahora que un
catalán escribiera el Quijote y más cosas, el proteccionismo en la administración esta
servido: la administración catalana será exclusivamente para los auténticos
arios, …perdón, catalanes –a veces, me lío-.
Se
trata así de un modelo exitoso que había que exportar a la producción
económica. El español lo hablan unos quinientos millones de personas, el
catalán unos seis. Si se genera un país con un idioma pequeño, se genera una
economía pequeña pues el idioma es un
producto económico que va desde el etiquetado hasta la consecución de un
puesto socialmente relevante de trabajo. Así, el mercado se achica y con el la
burguesía provinciana gana en un doble
sentido. Primero, porque el comercio se reduce pues el negocio en catalán –el
etiquetado o la acción física- habría que estudiarlo muy bien para ver si
resulta rentable para una instalación foránea en un mercado tan reducido. Segundo,
en el mercado laboral, pues la competencia se reduce al igual que ya se hizo con
éxito en la administración: los obreros podrán ser sudamericanos, pero los
capataces serán catalanes. Por ello, del
mismo modo que el tendero de la esquina sueña con cerrar El Corte Inglés no en
aras de la lucha contra el capitalismo explotador sino por su negocio, la
pequeña burguesía catalana sueña con un país que limite en los cuatro puntos
cardinales con su propio interés de provincia. Porque ellos ya poseen las
provincias.
¿Y
la clase trabajadora? Del mismo modo que la pequeña burguesía, la clase
trabajadora se hace nacionalista por considerar que esto limitará la
competencia y, con ello, estará en condiciones de conseguir una mejora.
Efectivamente, el discurso implica que una vez librados de los vagos españoles que
les roban -y aunque esto no se diga todos piensan que además así se librarán de
la inmigración hispanoamericana que no vendrá pudiendo quedarse en España cuyo
idioma ya hablan-, Cataluña solo recibirá a suizos, luxemburgueses y
estadounidenses, concretamente de Silicon Valley, en busca de una vida mejor. Así, los
trabajadores independentistas creen en el paraíso catalán en la tierra porque
les permitirá medrar hasta el grupo de la pequeña burguesía de forma más
sencilla que en un mercado más competitivo.
De
esta forma, la triple alianza entre los administradores regionales -los
políticos-; la pequeña burguesía -funcionarial , profesionales y pequeña y
mediana empresa-; y, los trabajadores, explican
el auge del independentismo desde una situación de clase. Cada uno de estos
colectivos cree ganar algo con la gloriosa nación independiente en su medro
social. Y esto también explica, conforme la ensoñación es más difícil de creer,
que el apoyo sea mayor en la clase política y pequeña burguesía
que entre la clase trabajadora, más determinada por su origen.
¿Y
por qué la gran empresa no es independentista? Porque, dejándose llevar igual
por sus intereses propios, sin embargo sabe más de economía. Y el mercado es
el mercado y al mercado ellos le llaman España. No es que tengan otros
intereses más nobles sino que son incompatibles, en este caso, con lo paleto.
La
idea de la gloriosa Cataluña independiente podría ser seria si estuviéramos
doscientos años atrás, pero ahora es sólo ridícula. Y lo es porque la
globalización y no la nación es la clave
de la nueva economía. Del mismo modo que una de las razones fundamentales del
surgimiento del estado-nación fue la creación capitalista de un mercado único
frente a las diferencias regionales de todo tipo habidas hasta entonces -desde
los pesos y medidas hasta los tributos- una de las consecuencias del Nuevo Capitalismo
es la creación de un mercado mundial. Así, y como sabe cualquiera que sepa
leer, la expulsión inmediata de Cataluña de la Unión Europea implicaría su salida
como sujeto de la globalización. Y esta salida implicaría a su vez el
hundimiento de la economía -salvo que se
transformara en paraíso fiscal, que ahí alguno de sus históricos dirigentes podría
dirigir sin duda semejante proces-.
Y
si todo esto es tan claro, ¿por qué insistir en la independencia? ¿Son tan
tontos?
No,
la oligarquía nunca es tonta porque si no, no sería oligarquía. En realidad, la
oligarquía provinciana de Cataluña –políticos y pequeña burguesía- no busca esa
independencia sino el concierto vasco y navarro. En España hay dos regiones que
no realizan ningún tipo de distribución de la riqueza con el resto: País Vasco
y Navarra. Y ese es en realidad el sueño de todo pequeño burgués catalán, y
todo independentista catalán no es más que un pequeño burgués gritando alto.
Efectivamente,
la clase política catalana ganaría así gobernar la región sin competencia real, pues nadie se atreverá, como
pasa ahora en Navarra o el País Vasco, a cuestionar el privilegio.
A
su vez, la pequeña burguesía vivirá un proteccionismo fiscal que les permitirá
vivir mejor que el resto y que se representará, ideológicamente y como falsa
conciencia, como merecido.
Y
la gloriosa clase trabajadora podrá ver al Barça en la liga española. Y pensar
que Messi habla catalán en la intimidad.
Como
los malcriados adolescentes que quieren vivir en casa de los padres para tener
plato puesto y servicio de lavandería pero se rebelan ante la hora de volver a
casa, los independentistas catalanes, y los defensores del concierto vasco y
navarro, quieren un hotel España que defienda su privilegiada situación
económica, generada bajo la sombra de la oligarquía y el caciquismo como formas del gobierno de España.
No quieren, en definitiva, que la democracia dé los mismos derechos a las
regiones pobres que esas formas de gobierno nacional, a las que deben su situación
de riqueza, formaron.
Y
en su ensoñación romántica dicen que los pobres son españoles y ellos son ricos
y catalanes.
Pero,
en realidad, solo dicen que son pobres.
Primero
se independizó EEUU dando paso a la Época Contemporánea.
Luego,
en la farsa, África fue entregada en un pacto entre las potencias coloniales y
la oligarquía local.
Y
la tercera vez que la historia se repite, ahí se olvidó Marx, es como
butifarra.
2 comentarios:
El proceso independentista catalán arrancó basado en la raza.
Desprestigiado el racialismo tras la derrota al nazismo, prescindieron de este argumento.
Despues han sido la lengua y las falacias históricas.
La falta de peso argumental de una y la demostración científica de las falsedades historicas, dejó inutilizables esos argumentos.
Luego, a falta ya de razonamientos potentes, tuvieron que echar mano del “porque nos da la gana” que, hasta ahora, es la más sólida de todas sus premisas.
Recientemente, a alguna lumbrera del PP se le ocurrió que teniendo en cuenta el tópico catalán de “la pela es la pela”, donde se podía hacer más daño al guión independentista es en lo económico.
En el PP no cayeron en lo que Ud. explica. ni en lo que la sabiduría popular dice de estos casos: “A río revuelto ganancia de pescadores”.
A la clase política le interesa la ruptura, ellos salen beneficiados económicamente en cualquier escenario, ya sea español o independiente, y judicialmente la independencia borraría sus cuentas con la justicia.
Los ciudadanos, obviamente, saldrían muy perjudicados por el proceso independentista, pero se lo han vendido envuelto en romanticismo y eso no obliga a nada y se justifica todo. También aquí la sabiduría popular tiene algo que decir: “Sarna con gusto no pica”
Un Oyente de Federico
Muy buen artículo y fina ironía. Añádele que este "sentimiento" se ha exacerbado para ocultar las miserias de la política catalana y ya está todo cocinado. Y la autoproclamada izquierda haciéndoles el juego. Manda güevos
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