Llevamos tres artículos
indudablemente fascinantes y por los que me paran por la calle
para pedirme más, pero ha llegado el momento de concluir. Y ahora sí viene, por
fin, saber si apoyar a la clase trabajadora o a la media concluye en una
política más o menos progresista. Y para esto, tal vez lo mejor sea analizarlo
de acuerdo a esos principios mismos que hemos señalado como los elementos
fundamentales del ideal de progreso: igualdad socioeconómica; igualdad
cultural; y, por último, igualdad política.
Comencemos por la igualdad socioeconómica. Esta, se puede
dividir en tres objetivos: el primero, una igualdad lo mayor posible con el
grupo social antagónico que controla el sistema de contratación; la segunda, es
una garantía de que si se sale de dicho sistema de contratación, te quedas en
paro y por tanto fuera del mercado laboral, se podrá seguir existiendo en unas
condiciones dignas gracias a un sistema de protección; y, la tercera, y
derivada de la anterior, un sistema impositivo que permita la existencia de ese
sistema de protección.
Efectivamente, como ya hemos señalado, la clase trabajadora
necesita, además de mejorar permanentemente a su favor las condiciones del
mercado laboral, generar un modelo social de prestaciones sociales, pues su
destino siempre puede ser la precarización. Por ello, como decíamos, el interés
de la clase trabajadora es buscar paliar esa desigualdad socioeconómica de todas
las maneras posibles pues comprende que con el trabajo no podrá llegar muy
allá. Y así, socioeconómicamente, la clase trabajadora tendrá un interés en
generar unas relaciones laborales beneficiosas y generar, a su vez, una red de
servicios públicos que busque reducir la desigualdad. Y para esto necesitará
una política fiscal progresiva que garantizará dos cosas: la primera, que quién
más tiene más pague, lo que servirá para disminuir la brecha de desigualdad; la
segunda, que dichos impuestos financien unos servicios públicos sociales que
permitan acceder a las prestaciones independientemente del nivel de renta.
Así pues, el interés de la clase trabajadora es aumentar la
igualdad socioeconómica mientras que el de la clase media, como tal, sería el
contrario: mantenerla para no verse alcanzado por la clase baja y mantener así
su supuesto privilegio. Es decir, el interés es antagónico pues la clase media
se define por estar por encima de la clase baja y no puede tener como interés
una igualación social, mientras que la clase trabajadora, que también puede ser
por su renta media, se define por necesitar un sistema de garantías en su
relación social que impliquen siempre y necesariamente disminuir la desigualdad.
Pero, ¿qué pasa con la igualdad cultural y política?
La igualdad cultural implica la capacidad de llegar a la más
alta titulación académica que sería la universidad. Frente a este ideal, surge
la real desigualdad cultural, que no es resultado del azar sino algo que tiene un
origen socioeconómico. Así, la formación de los progenitores y su situación
socioeconómica marcan la situación cultural y académica de los hijos. Esta, a
su vez, marca, y es marcada, por la propia situación del nivel de estudios,
pues un amplio marco cultural facilita obtener mejores resultados académicos y
al tiempo estos garantizan una mejora del marco cultural. Y, como consecuencia
de lo anterior, esta mejora del nivel de instrucción educativa permite a su vez
una mejora en la posición social y un acceso a mejores puestos de trabajo. Y
aquí entra la cuestión.
La clase trabajadora tiene, en sí misma, un extraordinario
interés en poder mejorar su condición socioeconómica, pero sólo lo podrá hacer,
al menos en el terreno individual y a corto plazo, si mejora su relación
laboral y para ello lo más fácil es subir de puesto de trabajo. Y ahí es donde
entra la importancia de la igualdad cultural.
La clase media entiende la cultura como ocio y diferenciación
social. Como ocio, pues su renta puede provenir de cualquier otra condición que
no precisa de determinado nivel de estudios y por tanto no ve en ella
necesariamente y como tal grupo social una posibilidad de ascenso. Pero además,
la clase media concebirá la cultura como no solo un elemento de ocio sino
también, de nuevo, discriminador. Como hemos visto, la clase media,
objetivamente y para mantener su posición diferenciadora frente a la clase baja,
que es una de sus necesidades sociopolíticas, buscará siempre diferenciarse y
entenderá por tanto la cultura y la educación, tal y como también hace la clase
alta, como otro elemento que sirva a su propósito. Y de ahí, en el ámbito
educativo, el éxito de la concertada y el bilingüismo, que triunfan por su
carácter discriminatorio hacia la clase baja, y en lo cultural el éxito de una
determinada culturilla presuntamente profunda (por ejemplo, el dominio de
idiomas como panacea cultural, el cine de autor o las películas con mensaje
filosófico). La idea siempre será, tanto en el campo educativo como cultural, la
de generar y mantener un principio diferenciador de clase: la clase media no se
mezcla.
Frente a eso, la clase trabajadora será partidaria de la mayor
igualdad cultural y educativa posible. Educativa para que sus hijos puedan
competir por los puestos ejecutivos más altos al tener, a su vez, un alto nivel
de estudios. Y cultural, porque eso le permitirá acceder a aquellos elementos,
eso es la cultura, que le permitan descifrar mejor su mundo. Es decir, de nuevo
sus intereses son opuestos.
Y por fin, ya acabamos, la igualdad política. La idea de
igualdad política implica que todos los ciudadanos tengan los mismos derechos y
deberes y que a su vez la libertad política sea la máxima tanto en el pensamiento
como en la obra. Para ello, es necesario que las decisiones de gobierno se
tomen desde órganos democráticos, elegidos por todos y no por órganos que o
bien presionen como lobby a los distintos gobiernos, por ejemplo la banca o los
empresarios, o bien resultan ser gobiernos de los propios gobiernos desde
instituciones internacionales no elegidas, como la ya conocida Troika compuesta
por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión
Europea. Así, estas instituciones de presión, ejercen el control del poder
desde posiciones no democráticas, pervirtiendo el sistema representativo. Y
aquí la clase media y la clase trabajadora sí coinciden en sus intereses porque
por su capacidad numérica estarían ambas interesadas en un gobierno
representativo.
Sin embargo, la clase media no lo estaría tanto en el ámbito de
las defensas de las libertades, pues su interés primordial no es sociopolítico
tanto como meramente económico. Por eso, las dictaduras en Occidente, otra cosa
son las comunistas que se amparan en una clase conformada por los cuadros del partido,
han tenido generalmente a la clase media como aliada. Pues esta teme una
situación tal que dañe su status, miserable por cierto, económico y las haga
depauperar hasta la clase baja. Sin embargo, la clase trabajadora necesita esa
libertad política como condición de posibilidad de su lucha por las mejoras
socioecómicas anteriormente descritas, y por ello su interés político objetivo
es la máxima libertad política posible.
Resumamos. Los intereses divergentes, cuando no antagónicos, de
la clase media y la clase trabajadora, en cuanto tales estructuras de grupos sociales,
son imposibles de conciliar en una política común. Por ello, toda opción debe
tomar partido sobre qué grupo social será aquél al que defienda. Por su
condición que exige más igualdad socioeconómica y más libertad política, la
izquierda debe tener como sujeto prioritario a la clase trabajadora. Y esto
implica, por supuesto, excluir de este protagonismo esencial a la clase media.
Una organización de izquierdas, por tanto, deberá centrar su política en la
defensa de esa clase trabajadora, y no en cualquier otro aspecto de la clase
media o la llamada diversidad. Por supuesto, en este punto, la organización
podrá defender causas variadas, pero
nunca deberá olvidar, como ya ocurre, que la clave fundamental de una política
de izquierdas es la clase trabajadora. Y que esto no se debe a una política
voluntarista sino a las propias condiciones del Capitalismo.
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