lunes, abril 06, 2020

EPIDEMIA Y CAPITALISMO/2: LAS CONSECUENCIAS DE LA EPIDEMIA

Como todos los grandes filósofos de nuestra época están opinando del coronavirus y diciendo bobadas, no podía yo faltar a esta cita para hacer lo mismo que las mayores cabezas pensantes. Así pues, heme aquí por segunda vez.

En el artículo anterior veíamos como la epidemia actual no iba a generar ninguna crisis del Capitalismo, sino que podría ser asumida perfectamente por el sistema. En este artículo, vamos a analizar los posibles cambios que generará esta crisis en el modelo social. Y para comenzar este problema –nota: obsérvese mi afán pedagógico- resulta necesario entender primero la relación que existe dentro del Nuevo Capitalismo entre el sistema económico y productivo y el modelo social.


Los sistemas productivos anteriores al Nuevo Capitalismo necesitaban un modelo social determinado. Era así porque se basaban fundamentalmente en la fuerza de trabajo humana. Por ello, necesitaban obligar a trabajar en determinadas condiciones de explotación y para esto la dominación social de unos individuos sobre otros. El resultado era una sociedad con una subyugación política y social y una desigualdad absoluta.

Sin embargo, en el Capitalismo actual, como ya analizamos en el artículo anterior, todo cambia. La figura clave es la producción incesante de mercancías, que surge tanto en el proceso productivo como en el proceso de consumo: la vida en su totalidad es producción de mercancías. Así, en cada momento de nuestra vida generamos mercancías y, con ello, beneficio capitalista. De esta forma, el Capitalismo se libera de la necesidad de un modelo social represivo pues la gente en su vida no reprimida también produce beneficio. Y una mercancía, ya sea en una sociedad represiva o en una sociedad no represiva  o ya la haga él, ella o elle, tendrá el mismo valor como tal mercancía. Como consecuencia, el Nuevo Capitalismo admite desde sociedades dictatoriales y represivas puras, como China, hasta sociedades democráticas y con mucha diversidad. El modelo social se desmarca del sistema productivo, siendo posible distintos modelos sociales, pues lo que importa es la producción incesante de mercancías en toda la vida humana, y no la dominación de la fuerza de trabajo como productor único. El totalitarismo capitalista, paradoja, puede convivir con la política democrática o la sociedad de la diversidad.

Pero por supuesto, esto tampoco nos debe llevar al engaño de que el Capitalismo necesite de una sociedad democrática. De hecho, en Europa desde comienzos del siglo XXI se ha reforzado, con eso que se llamó crisis económica y que acabó en un reajuste de la oligarquía en la distribución de la riqueza, un proceso de precarización.  Y es importante volver a él para analizar las posibles consecuencias de la epidemia.
Como ya hemos hablado aquí repetidas veces, el proceso de precarización consiste en la pérdida acaecida de derechos políticos, sociales y económicos de la clase trabajadora en beneficio del mayor dominio político y social de la oligarquía: es eso que se llama neoliberalismo. Este proceso es posible por el propio desarrollo del Capitalismo pero, y esto es muy importante, no es una necesidad del mismo. Es decir, en el Capitalismo actual podría haber una sociedad con mayores derechos sociales, políticos y económicos sin que esto perturbara al sistema. Diciéndolo claro: el Nuevo Capitalismo como sistema totalitario no necesita ni del control social represivo ni de la desigualdad.

¿Por qué se ha desarrollado entonces el proceso de precarización?
Como ya sabemos, el Capitalismo actual es producción de mercancías, ya no solo en el trabajo sino también, y fundamentalmente, en el consumo. Hasta finales del siglo XX, el problema residía en que si bien la producción laboral capitalista se podría distribuir por distintas partes del globo, sin embargo, debido al escaso desarrollo económico y la situación de sobreexplotación de la clase trabajadora de los países no occidentales, el consumo, la gran generación de mercancías y con ellas de beneficio económico,  solo se podía producir en el mundo occidental por el nivel económico de sus habitantes. Así, el Capitalismo necesitaba ese nivel de vida de la inmensa mayoría de la población occidental, y con ella de su clase trabajadora, para su desarrollo.

Sin embargo, esto se rompe a partir de la globalización, con los países emergentes y los BRIC (Brasil, Rusia, India y, especialmente, China), donde empieza a surgir una clase social trabajadora con posibilidad creciente de consumo. Esto expande el desarrollo capitalista, pues con la globalización se consiguen dos objetivos: primero, expandirse geográficamente a nivel universal como producción y mercado (un clásico, por cierto, del Capitalismo); y segundo, ampliar la producción de mercancías en el consumo, convertir toda la vida humana en producción capitalista, con la incorporación de nueva población.  De esta forma, aparecen millones de nuevos consumidores, millones de nuevas vidas explotadas en su totalidad, que, por baja que sea su capacidad de consumir, pueden suplir el resultado global de consumo de la clase trabajadora occidental.

Y aquí aparece el proceso de precarización. La oligarquía económica y sociopolítica comprende que ya no necesita mantener la capacidad de consumo de la clase trabajadora, pues es sustituible por los consumidores de los países emergentes, y se la puede precarizar. Y para ello, a su vez, es necesario una precarización social y política, quitándole armas de defensa. Pero se trata, y esto es muy importante señalar, no de un proceso necesario del Capitalismo sino de una acción deliberada y ocasional elaborada por la propia oligarquía, que se ha aprovechado de la globalización capitalista para sus intereses. Es un impulso de rapiña, y no una realidad estructural del Capitalismo, lo que lleva a cabo este proceso.

Y aquí es donde por fin entra la epidemia. La epidemia y el gasto que ella conlleve, en cuanto a recursos públicos, va a ser sin duda utilizada como motivo por esta oligarquía para aumentar este proceso de precarización y consolidarlo definitivamente. La excusa del gasto público, durante y después de la epidemia, se va a presentar como la causa perfecta para volver a reducir los derechos económicos, y para hacerlo mejor también los políticos y sociales, de la clase trabajadora en beneficio de la oligarquía. Se hará bajo el discurso de la necesidad social, económica e incluso patriótica.

¿Y cómo se hará? Aumentando el poder, como ya se hizo también durante la crisis, de aquellas instituciones internacionales que, sin ser elegidas por nadie y por tanto no representativas, sin embargo dirigen ya de facto la política económica mundial. Y ese será el triunfo definitivo de este proceso de precarización y la consecuencia final de la epidemia. El problema más grave no es solo lo concreto, perder tal o cual derecho, sino la traslación del poder de decisión político hacia estructuras cada vez más alejadas de todo ámbito representativo. Será el final, en definitiva, de la democracia, ya solo limitada a un festival electoral, y el surgimiento no de una tecnocracia de los expertos, como se pretende presentar, sino de una servidumbre de la oligarquía. Y esto ocurrirá también, como ya ocurrió en la crisis, en Europa.

Lo principal, por tanto, no es ni el confinamiento ni el presunto estado policial y de control social, que no hará falta en ningún momento como no lo ha hecho falta durante la crisis, sino el definitivo empoderamiento –nota: obsérvese la fina ironía- de las instituciones políticas sin representatividad democrática.

Así pues, toda la importancia radical de la epidemia no va a estar durante la epidemia, sino en el periodo posterior de la epidemia. De aquí no va a salir una sociedad más solidaria y más justa, cómo piensa la filosofía cursi, y tampoco va a salir un estado policial de control sociopolítico y represivo de los cuerpos, cómo piensa la trasnochada descendencia de Foucault. Lo que va a salir es lo de siempre: un aprovechamiento por parte de la oligarquía de todo este proceso para aumentar su poder de rapiña.

¿Y es posible combatir esto? Sí, sin duda ¿Y cómo combatirlo? Eso ya otro día.

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