En
el artículo
anterior
veíamos como la epidemia actual no iba a generar ninguna crisis del Capitalismo,
sino que podría ser asumida perfectamente por el sistema. En este artículo,
vamos a analizar los posibles cambios que generará esta crisis en el modelo
social. Y para comenzar este problema –nota: obsérvese mi afán pedagógico- resulta
necesario entender primero la relación que existe dentro del Nuevo Capitalismo
entre el sistema económico y productivo y el modelo social.
Los
sistemas productivos anteriores al Nuevo Capitalismo necesitaban un modelo
social determinado. Era así porque se basaban fundamentalmente en la fuerza de
trabajo humana. Por ello, necesitaban obligar a trabajar en determinadas
condiciones de explotación y para esto la dominación social de unos individuos
sobre otros. El resultado era una sociedad con una subyugación política y
social y una desigualdad absoluta.
Sin
embargo, en el Capitalismo actual, como ya analizamos en el artículo anterior,
todo cambia. La figura clave es la producción incesante de mercancías, que
surge tanto en el proceso productivo como en el proceso de consumo: la vida en
su totalidad es producción de mercancías. Así, en cada momento de nuestra vida generamos
mercancías y, con ello, beneficio capitalista. De esta forma, el Capitalismo se
libera de la necesidad de un modelo social represivo pues la gente en su vida no reprimida también produce
beneficio. Y una mercancía, ya sea en una sociedad represiva o en una sociedad
no represiva o ya la haga él, ella o
elle, tendrá el mismo valor como tal mercancía. Como consecuencia, el Nuevo Capitalismo
admite desde sociedades dictatoriales y represivas puras, como China, hasta
sociedades democráticas y con mucha diversidad. El modelo social se desmarca del
sistema productivo, siendo posible distintos modelos sociales, pues lo que
importa es la producción incesante de mercancías en toda la vida humana, y no
la dominación de la fuerza de trabajo como productor único. El totalitarismo
capitalista, paradoja, puede convivir con la política democrática o la sociedad
de la diversidad.
Pero
por supuesto, esto tampoco nos debe llevar al engaño de que el Capitalismo
necesite de una sociedad democrática. De hecho, en Europa desde comienzos del
siglo XXI se ha reforzado, con eso que se llamó crisis económica y que acabó en
un reajuste de la oligarquía en la distribución de la riqueza, un proceso de
precarización. Y es importante volver a
él para analizar las posibles consecuencias de la epidemia.
Como
ya hemos hablado aquí repetidas veces, el proceso de
precarización consiste en la pérdida acaecida de derechos políticos, sociales y
económicos de la clase trabajadora en beneficio del mayor dominio político y
social de la oligarquía: es eso que se llama neoliberalismo. Este proceso es
posible por el propio desarrollo del Capitalismo pero, y esto es muy
importante, no es una necesidad del mismo. Es decir, en el Capitalismo actual
podría haber una sociedad con mayores derechos sociales, políticos y económicos
sin que esto perturbara al sistema. Diciéndolo claro: el Nuevo Capitalismo como
sistema totalitario no necesita ni del control social represivo ni de la
desigualdad.
¿Por
qué se ha desarrollado entonces el proceso de precarización?
Como
ya sabemos, el Capitalismo actual es producción de mercancías, ya no solo en el
trabajo sino también, y fundamentalmente, en el consumo. Hasta finales del
siglo XX, el problema residía en que si bien la producción laboral capitalista
se podría distribuir por distintas partes del globo, sin embargo, debido al
escaso desarrollo económico y la situación de sobreexplotación de la clase
trabajadora de los países no occidentales, el consumo, la gran generación de
mercancías y con ellas de beneficio económico, solo se podía producir en el mundo occidental por
el nivel económico de sus habitantes. Así, el Capitalismo necesitaba ese nivel
de vida de la inmensa mayoría de la población occidental, y con ella de su clase
trabajadora, para su desarrollo.
Sin
embargo, esto se rompe a partir de la globalización, con los países emergentes
y los BRIC (Brasil, Rusia, India y, especialmente, China), donde empieza a
surgir una clase social trabajadora con posibilidad creciente de consumo. Esto
expande el desarrollo capitalista, pues con la globalización se consiguen dos
objetivos: primero, expandirse geográficamente a nivel universal como
producción y mercado (un clásico, por cierto, del Capitalismo); y segundo,
ampliar la producción de mercancías en el consumo, convertir toda la vida
humana en producción capitalista, con la incorporación de nueva población. De esta forma, aparecen millones de nuevos
consumidores, millones de nuevas vidas explotadas en su totalidad, que, por baja
que sea su capacidad de consumir, pueden suplir el resultado global de consumo de
la clase trabajadora occidental.
Y
aquí aparece el proceso de precarización. La oligarquía económica y
sociopolítica comprende que ya no necesita mantener la capacidad de consumo de
la clase trabajadora, pues es sustituible por los consumidores de los países
emergentes, y se la puede precarizar. Y para ello, a su vez, es necesario una
precarización social y política, quitándole armas de defensa. Pero se trata, y
esto es muy importante señalar, no de un proceso necesario del Capitalismo sino
de una acción deliberada y ocasional elaborada por la propia oligarquía, que se
ha aprovechado de la globalización capitalista para sus intereses. Es un
impulso de rapiña, y no una realidad estructural del Capitalismo, lo que lleva
a cabo este proceso.
Y
aquí es donde por fin entra la epidemia. La epidemia y el gasto que ella
conlleve, en cuanto a recursos públicos, va a ser sin duda utilizada como motivo
por esta oligarquía para aumentar este proceso de precarización y consolidarlo
definitivamente. La excusa del gasto público, durante y después de la epidemia,
se va a presentar como la causa perfecta para volver a reducir los derechos económicos,
y para hacerlo mejor también los políticos y sociales, de la clase trabajadora en
beneficio de la oligarquía. Se hará bajo el discurso de la necesidad social,
económica e incluso patriótica.
¿Y
cómo se hará? Aumentando el poder, como ya se hizo también durante la crisis,
de aquellas instituciones internacionales que, sin ser elegidas por nadie y por
tanto no representativas, sin embargo dirigen ya de facto la política económica
mundial. Y ese será el triunfo definitivo de este proceso de precarización y la
consecuencia final de la epidemia. El problema más grave no es solo lo
concreto, perder tal o cual derecho, sino la traslación del poder de decisión
político hacia estructuras cada vez más alejadas de todo ámbito representativo.
Será el final, en definitiva, de la democracia, ya solo limitada a un festival
electoral, y el surgimiento no de una tecnocracia de los expertos, como se
pretende presentar, sino de una servidumbre de la oligarquía. Y esto ocurrirá
también, como ya ocurrió en la crisis, en Europa.
Lo
principal, por tanto, no es ni el confinamiento ni el presunto estado policial
y de control social, que no hará falta en ningún momento como no lo ha hecho
falta durante la crisis, sino el definitivo empoderamiento –nota: obsérvese la fina
ironía- de las instituciones políticas sin representatividad democrática.
Así
pues, toda la importancia radical de la epidemia no va a estar durante la
epidemia, sino en el periodo posterior de la epidemia. De aquí no va a salir
una sociedad más solidaria y más justa, cómo piensa la filosofía cursi, y
tampoco va a salir un estado policial de control sociopolítico y represivo de
los cuerpos, cómo piensa la trasnochada descendencia de Foucault. Lo que va a
salir es lo de siempre: un aprovechamiento por parte de la oligarquía de todo
este proceso para aumentar su poder de rapiña.
¿Y
es posible combatir esto? Sí, sin duda ¿Y cómo combatirlo? Eso ya otro día.
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