¿Sigue teniendo sentido la
religión? Cuando uno hace una pregunta puede estar tendiendo una trampa.
Efectivamente, y esto se ve en las encuestas, cualquier pregunta sobre algo
nunca es inocente. Por eso, conviene siempre desarrollar un poco qué queremos
decir con la cuestión planteada sobre la religión y su sentido.
Al preguntarnos por ello
no queremos entablar un debate sobre las causas de la existencia de la
religión, aunque necesariamente responderemos implícitamente a esto, sino qué
planteamos cuál puede ser su futuro como hecho histórico y social. Es decir, intentaremos
jugar a futurólogo, cual profeta iluminado por la deidad pero esperemos que con
más éxito, y predecir si la religión seguirá siendo importante socialmente. Nos
cuestionamos, para que vean que yo también a veces leo, por el porvenir de una ilusión.
Hagamos primero una
distinción entre religión y fe o creencia. Por la primera, religión, entendemos
el corpus teórico y hecho social de creencias religiosas establecidas con influencia
social actual, no histórica que es otro asunto, por esas mismas ideas o las
instituciones que las representan. Por fe entendemos el hecho subjetivo de
creer en seres y actos sobrenaturales. En ambos casos, y esto es importante de
señalar, nos es indiferente si estas creencias se corresponden con una realidad
o no. Cuando aquí hablemos de religión
nos referiremos al primer significado, es decir: el conjunto de creencias
sobrenaturales en cuanto que influyen socialmente.
Los marxistas como nosotros
somos gente sencilla. No creemos en la espiritualidad, los gnomos o los
comandantes, por poner tres ejemplos, y consideramos que todo fenómeno social
debe poder explicarse atendiendo a las circunstancias de la producción
histórica concreta. Con esta declaración de principios, creemos ingenuo
analizar hechos sociales sin contexto. Es erróneo creer que todo lo que haga un
hombre no sea un hecho social. Así, al analizar la religión hay que hacerlo tal
y como se analizaría el desarrollo de cualquier otro hecho social y
relacionarlo con la realidad. Por eso, cuando se quiere estudiar la religión
desde perspectivas subjetivistas y existenciales, como hace la fenomenología,
se podrá intentar explicar, si acaso, la creencia subjetiva pero no la religión
como hecho social y la importancia de esta. Y hay algo evidente: la religión ha
sido un hecho fundamental en la historia. Y nuestra pregunta es si, como tal
hecho social, lo seguirá siendo.
Observemos algo: toda
religión es una forma de consolación. Esto llama la atención poderosamente.
Efectivamente, independientemente de sus creencias concretas y particulares sobre
si existe o no un dios o la inmortalidad, es cierto que en toda religión subyace
un consuelo ante la realidad. Así, tanto en el hinduismo, budismo, judaísmo,
islam, cristianismo o cualquier otra creencia en lo sobrenatural, la religión
no solo da respuesta fácil a preguntas complejas –voluntad de los dioses y ya
está- sino que implica un consuelo frente a un mundo sin él. El creyente se
reconforta en su creencia porque ese es el papel social predominante de la
religión. Así, para el budista que medita para anular su yo –y al que alimenta
el campesinado-, el místico que anhela entrar en contacto con lo absoluto –y al
que alimenta el campesinado- o el propio campesinado que espera una vida mejor
–donde alguien les alimente a ellos-, toda religión es consuelo.
Con ello se infiere que lo que importa para explicar el
éxito religioso es la recompensa que presenta. Y esta recompensa no debe
entenderse solo como inmortalidad en el paraíso, pues ya implica una
determinada mentalidad previa, sino otra cosa. La religión reconforta la
desdicha inmanente con una explicación trascendente. Es decir, la capacidad de
abstracción humana permite que la recompensa a lo actual se fije en un futuro y
no en el presente inmediato, cosa imposible en el resto de los animales: mi
perro no tiene fe. La religión, así, funciona socialmente como mero
conductismo, pero con ínfulas de profundidad. La recompensa, que no es sino la
dotación de sentido del propio sufrimiento y no tanto el futuro paraíso, consuela
la vida humana.
Por todo ello, la
religión, como
queda históricamente demostrado, ha adquirido éxito y poder en las
sociedades anteriores al nuevo capitalismo. En estas sociedades, y por su tipo
de producción económica determinada, la satisfacción vital no existe socialmente o está muy limitada. Efectivamente, en economías
anteriores al nuevo capitalismo -el desarrollado a partir de la II Guerra Mundial-
la producción económica no se basa en el consumo sino en el trabajo y por ello la
satisfacción de las necesidades, excepto las básicas, no es un elemento
productivo fundamental. Las necesidades no son satisfechas y la
religión cumple esa función de satisfacción.
La religión es la
recompensa abstracta a la vida sin recompensa concreta y determinada. Por supuesto, no es que
la religión surja promovida por
malvados para engañar sino que la propia condición social de ausencia de
recompensa hace que esta se presente como resuelta en la trascendencia. Da
igual que sea cierto o no que Dios exista, el nirvana o el paraíso con huríes serviciales -aunque
queda claro qué preferiríamos y para qué ahorramos-. Lo importante es que la
existencia de la religión como recompensa implica su éxito social. Pero sólo
hasta ahora.
Teoría pobre, pensará
alguien más profundo: no tener en cuenta el anhelo de trascendencia. Bueno,
recordemos dos cosas. La primera, que aquí hablamos de religión como hecho
social -ya hablaremos de ese anhelo de trascendencia en otro momento-; la
segunda, es que una teoría no es pobre o profunda sino verdadera o falsa. Y una
prueba para decidir esto es su conexión con la realidad. Una teoría debe ser
coherente, también las propias. Esto implica que si la religión se explica de
acuerdo a la variable social -la sociedad y en concreto el proceso productivo-,
el cambio de esta variable implicará necesariamente un cambio en la influencia
religiosa en la sociedad. Y resulta que la religión se abandona, hecho
fácilmente constatable, en las sociedades del nuevo capitalismo. ¿Por qué?
La clave productiva del nuevo
capitalismo es la introducción del consumo –en la columna de la derecha de este
blog hay varios artículos donde se explica este nuevo modelo productivo-.
Gracias a este consumo, la vida humana se transforma en absoluta producción ya
no limitada al tiempo de trabajo. Así, los sujetos al consumir producen
beneficio económico: la producción es trabajar y consumir. Por ello, igual que
el trabajo en las sociedades anteriores, la garantía de una producción
incesante de mercancías es el consumo a su vez incesante. Y este aspecto se
consigue convirtiendo a este proceso productivo en recompensa personal. El consumo
recompensa a los individuos no ya en la trascendencia sino en la inmanencia
absoluta del día a día: en la vida. Y lo hace tan bien para sus intereses que
no les recompensa con un objeto concreto sino con la propia actividad de vivir:
la vida convertida en producción. Así, la religión, con su burdo discurso de
recompensa trascendente, nada puede hacer ante la tarjeta de crédito y la venta
a plazos. La clave que hizo a la religión fuerza social, la necesidad de
trasladar la recompensa a lo trascendente, es ahora su verdugo. La recompensa
inmanente es el fundamento individual de todo el proceso productivo actual y la
religión sobra.
El nuevo capitalismo ha
hecho inútil la religión y la religión desaparecerá de la realidad social, ya
lo está haciendo y si no vayan ustedes a una iglesia por estas fechas y luego a
un local de ocio, por su propia inutilidad. No seremos nosotros desde luego
quienes lamentemos que un pensamiento irracional, cuya clave es la levedad de
la propia vida humana y la indiferencia ante su sufrimiento real, desaparezca
en el basurero de la historia. Pero al tiempo tampoco seremos quienes consideremos
esto un triunfo de la racionalidad y el progreso humano. La religión desaparece
por lo mismo por lo que apareció: la ausencia de un mundo humano.
2 comentarios:
Inicia muy bien su comentario: “¿Sigue teniendo sentido la religión?”.
Creo que eso es justamente lo que se debería de dilucidar.
La religión, cualquier religión, no sólo es un grupo de ritos y creencias, es sobre todo un sistema moral.
Podría dar lo mismo que el dios fuera Alá, Ra, Osiris, Baal o el Gran Arquitecto. Lo fundamental es el sistema moral que conlleva y no la entidad sobrenatural que estimula o impone el cumplimiento de esas normas.
Tan sobrenatural como Dios, puede ser la Patria, la Bandera, la Humanidad, el Proletariado, la Razón (la diosa de Robespierre y Marat como mesias, y la otra), o cualquier otra entelequia que se presente como necesaria para impedir que mate a mi amigo para quitarle su camiseta de Los Ramones.
El exito de las normas morales de una religión se mide en la prosperidad de la sociedad que las ha utilizado.
¿Cree Ud. que es una casualidad que sólo en el ámbito del cristianismo se haya desarrollado la democracia?
Con el apoyo mutuo, conseguimos sobrevivir como especie, pero sólo sobrevivir. Las religiones (sus normas morales) nos hicieron prosperar.
Ahora en el Siglo XXI, es procedente que Zerolo, Barden o Willy Toledo, como intelectuales autoproclamados responsables de la cultura, debatan si podemos ya soltarnos de la mano de Dios y empezar a andar sólos.
Mientras lo deciden me voy a poner, otra vez, la peli “Idiocracia”.
Un Oyente de Federico
Entiendo que en países como España no cabe esperar un retroceso de la religión; cabe esperar que haya menos recompensas en la vida de las personas de Spain, al menos si se cumple lo que se dice en este artículo: http://epmesa.blogspot.com.es/2012/07/recortes-y-precarizacion-europea.html
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