El
gobierno de derechas del PP parece dispuesto a sacar una nueva Ley de Seguridad Ciudadana. Este hecho, lejos de ser
anecdótico, es una prueba más del proceso de precarización que la oligarquía
social, y su gobierno títere, esta planificando para nosotros. Y lo es por tres
motivos concretos.
En
primer lugar, conviene distinguir entre una Ley de Seguridad Ciudadana y una
Ley de Orden Público.
Efectivamente,
la idea de Seguridad Ciudadana tiene en su apellido un término ineludiblemente
democrático: ciudadana. Este apellido implica que lo fundamental en dicha
legislación es la ciudadanía y sus derechos. Por eso, los estados democráticos deben
hacer leyes que protejan estos derechos y su ejercicio y entonces los aparatos
coercitivos del propio Estado –el judicial y especialmente la policía- son
vistos por la población como defensa de esos derechos.
Sin
embargo, la defensa del llamado Orden Público es la defensa del orden y con
ello del statu quo vigente. La idea
principal aquí no es la defensa de la ciudadanía sino de las condiciones sociales
vigentes, afecten como afecten a esta misma ciudadanía. Y esta defensa de la
situación social -justa o injusta, democrática o no- se convierte en la prioridad de esa misma ley
de orden público: de los intereses que hay para que ese orden persevere. Así,
en una situación de pérdida de derechos sociales y políticos –imagine un país
imaginario donde un imaginario partido miente en su programa electoral y
recorta derechos, ahora sí imaginarios- una ley de Orden Público lo que
buscaría sería consolidar esta pérdida a través también de los medios
coercitivos que antes citábamos del Estado: el sistema judicial y, otra vez especialmente,
la policía. De esta forma, estos estamentos, que en una Ley de Seguridad Ciudadana
sirven por proteger derechos, en una Ley de Orden público sirven para
garantizar la pérdida de estos derechos y la represión.
¿Cómo
es la reforma del gobierno títere de derechas? Si nosotros defendemos que el
proyecto legislativo del gobierno del PP es una ley de Orden Público debemos
demostrarlo en lo concreto y que el proyecto defiende el statu quo actual. Es
decir, que busca la defensa de la pérdida de la democracia y la represión.
Empecemos.
En
primer lugar lo principal de la nueva ley es a quién defiende. Si observamos
esto veremos que el fin último de esta ley es la defensa de la oligarquía
política. Efectivamente, la penalización extrema que busca la ley de la
protesta ciudadana es para la protección absoluta de una oligarquía política
concebida como aristocracia. Así, la ley acrecienta el privilegio de esta, que
se convierte de facto en intocable, en detrimento del derecho a la protesta ciudadana
a la que a priori se la determina como ilegal. Los ciudadanos así son
sospechosos habituales y la clase política es inocente.
En
segundo lugar, para conseguir este privilegio no ha habido dudas en pretender
convertir a la policía en una guardia pretoriana, y no en un servicio público,
y con ello un cuerpo al servicio de los ciudadanos. Efectivamente, hay dos
cosas que llaman poderosamente la atención en el proyecto de ley. La primera,
convertir en falta administrativa lo que era delito a condenar por un juez –y, con
una pena mayor-. La segunda, dejar ciertos aspectos al albur de la misma
policía, como la zona de seguridad a
limitar para las manifestaciones.
De
esta forma, la policía se convierte en un grupo que ya no solo trabaja para un
poder superior que la controla, la judicatura, sino que sanciona directamente
convirtiéndose así en aparato gubernamental directo. Efectivamente, convertir
estas acciones en falta administrativa, eliminando lo judicial, lleva a la sanción
directa de la policía que se convierte así, por su propia constitución
disciplinaria, en aparato del gobierno. Y ello provocará, sin duda, que
aquellos miembros que más sancionen sean mejor recibidos por los poderes de esa
misma oligarquía a proteger que esos otros que consideren que los derechos
civiles priman sobre los privilegios oligarcas. E igualmente, ocurrirá con aquellos
factores dejados al propio arbitrio de la policía donde el mayor celo, es
decir: el más pelota, recibirá su recompensa.
Pero,
¿entonces no hay que proteger a la policía? Por supuesto, a la policía hay que
protegerla como a los bomberos, los médicos, los militares o los profesores: forman
parte indispensable, como ya hemos señalado, de un estado democrático –nota:
sí, la policía es parte indispensable de la auténtica democracia-. Pero esta ley no lo hace así. Porque lo que
verdaderamente hace es privatizar al cuerpo
buscando priorizar la defensa de unos ciudadanos, la oligarquía política, sobre
otros, la ciudadanía en su derecho de protesta. Y esto lo ha señalado muy bien
el dirigente del Sindicato Unificado de Policía cuando ha declarado que la nueva ley solo busca
beneficiar a un sector. Y no es a la policía precisamente.
Y
queda la tercera pata, y la más astuta: la eliminación de la clase media de las
protestas y el auge de los elementos violentos. Efectivamente, la idea final de
todo este proceso es radicalizar, en el término más vulgar de la palabra, las
protestas contando con tres aspectos.
Primero,
una amenaza policial y represiva permanente, una vez se ha privatizado la
policía en guardia pretoriana, que produce como efecto lógico la creación de un
clima de violencia.
Segundo,
se busca que los imbéciles de siempre, poco pensamiento y mucha quema de
contenedor, entiendan esto en su sentido más primate y asistan corriendo a
quemar más contenedores, romper más escaparates, destrozar más coches y, con
ello, dar pie a una mayor represión.
Y,
como consecuencia, aparece lo tercero. La desaparición de la clase media de la
protesta social, su abstención política o, en el peor de los casos, su vuelco electoral
para la oligarquía que habiendo provocado esto ahora, sin embargo, se presenta
como la salvadora de su coche o su escaparate destrozado por los descerebrados
de turno.
Este
país, España, tuvo a partir de la afortunada muerte del dictador –cuya única
desgracia nacional fue no haber muerto antes- el sueño de construir algo inédito
en su historia: un estado social y democrático de derecho estable en el tiempo.
Un proceso de precarización a escala mundial está buscando arrebatárselo con la
inestimable colaboración de un gobierno títere. La Ley de
Orden Público propuesta por el gobierno indígena a instancia de la fuerza
colonial es otro paso más en esa dirección. Pero, aún está en nuestras manos
pararlo para construir y profundizar esa democracia. Y esto no es cursilería, es
necesidad del momento.
2 comentarios:
¿Donde queda su cosmopolitismo? Va y se cala la boina hasta las cejas y acusa al gobierno del PP de gobierno "indigena". Que hermosa demostración de provincianismo paleto...
Por otro lado, no ha ligado todo esto con la "autoproclamada izquierda". ¿Cual será su responsabilidad en este proceso? Porqué obviamente, toda la culpa de todo este lio, incluso de la muerte de bambi, es de la izquierda.
Esperamos ansiosos una nueva entrega.
Parodia de Un oyente de Federico.
:)
Ud. pasa por encima de esto: “...los imbéciles de siempre, poco pensamiento y mucha quema de contenedor, entiendan esto en su sentido más primate y asistan corriendo a quemar más contenedores, romper más escaparates, destrozar más coches...”, sin darle importancia, como si fuera una chiquillada que no tiene importancia.
La “kale borroka” no es cosa de imbéciles, al menos no lo son los que diseñan las estrategias con los manuales de Carlos Marghela o Stuart Christie, ni los que los financian. El terrorismo —la “kale borroka” lo es”— no es cosa de imbéciles es de delincuentes organizados.
Una acción terrorista —la “kale borroka” lo es. Insisto— tiene como objetivo aterrorizarme para forzar mis decisiones y mi conducta de modo que beneficie a sus intereses, porque libremente no lo haría.
Por tanto, si para que yo actúe contrariamente a mis intereses y mis decisiones me tienen que aterrorizar y siendo yo y los mios lo que ellos llaman “el pueblo”, logicamente, no es procedente el argumento de que están defendiendo la democracia. Al menos, no la democracia de mi país.
La única defensa de la democracia que yo y los míos tenemos, como poder constituyente, es la Constitución, el Parlamento que legisla y jueces que aplican leyes y policía que hace que se cumplan.
Un grupo de encapuchados, que quiere asaltar el Parlamento, que representa a los míos y a mi, no están cumpliendo la ley.
El exministro cenetista Garcia Oliver, llamaba a la “kale borroka” gimnasia revolucionaria. Mantenía activos a la joven carne de cañón que iban a utilizar según sus intereses. Y repartia caramelos —la impunidad de quemar un contenedor o mearle a un policía lo es para un quinceañero actual— para atraer a adolescentes.
No quiero que nadie tenga derecho legal para aterrorizarme y hacerme actuar y decidir contra mis derechos legales. Por eso quiero que el parlamento legisle para impedir que eso ocurra.
Impedir el terrorismo —la “kale borroka” lo es”—, no es impedir la libertad de expresión de los ciudadanos, es defenderla.
Un Oyente de Federico
Sr. Parodiante, debo de estar cansado del trabajo semanal y no se me ocurre nada ingenioso o gracioso, para comentar su ocurrencia. No me lo tome Ud a mal.
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