NOTA: hoy hace 40 años del 23F. Por ello recuperamos esta entrada hablando de Adolfo Suárez. un político admirable.
Valga este artículo que escribí en su muerte.
Recuerdo a quien nos enseñó que no siempre los políticos son la gentuza que tenemos hoy en día.
Nota: si se desea un análisis más concreto de nuestra opinión sobre la transición, aquí
Valga este artículo que escribí en su muerte.
Recuerdo a quien nos enseñó que no siempre los políticos son la gentuza que tenemos hoy en día.
Nota: si se desea un análisis más concreto de nuestra opinión sobre la transición, aquí
La
película es inolvidable: El hombre que
mató a Liberty Valance. Seguramente, la mejor película política y, seguramente,
la mejor película de la historia y la mayor obra de arte del siglo XX. En ella,
se cuenta la historia de Ransom Stoddard, un abogado, que viene al oeste
buscando un nuevo horizonte. Y allí, en una ciudad llamada Shinbone, se
encuentra con Liberty Valance, matón de los oligarquía ganadera, que pretende
mantener el orden prestablecido para siempre. Es la vieja lucha entre la
civilización, la democracia, y la barbarie, la dictadura.
D.
Adolfo Suárez ha muerto. Sería ingenio sin duda creer que Suárez era un
idealista como el personaje ficticio de Ransom Stoddard, Pero es que yo tampoco
lo soy. Suárez era, solo, uno de los nuestros.
¿Y
quiénes son los nuestros aquí? Aquellos que creen que la política es la
actividad no de los ideales inalcanzables sino de lo posible en el contexto histórico.
Y aquellos que creen que lo posible ahora es un mundo mejor y más justo y la preparación
para superar el capitalismo.
Hay,
al menos, dos formas posibles de entender la política.
La
primera, de influencia platónica, es la defensa idealista del político como un
personaje puro y de una extraordinaria envergadura moral que desde su sabiduría
teórica conduce al pueblo a un mundo mejor –y acaba estampado en una rebelde
camiseta-. Pero, todo esto lo hace desde la creencia en una aristocracia del
espíritu donde se considera que esa tarea debe ser dirigida para un pueblo al
que se le ama, o no, pero al que siempre se le dirige. Así la política
platónica está reservada a unos pocos: no se puede llevar en la camiseta la
foto de todos los ciudadanos -por muy grande que se tenga, algo ordinario sin
duda, el pecho- sino solo la del bondadoso líder o, tal vez, la del Gran
Hermano.
La
segunda, más aristotélica si se quiere decir, señala al político como alguien
práctico, un oportunista que interactúa con la realidad buscando resquicios
para transformarla. En la política aristotélica, así actualizada, no hay lugar
para la aristocracia del espíritu. El político es aquel legislador capaz de
llevar adelante los mejores fines posibles. Y es, así, un oficinista de la
libertad: no brilla como un sol único sino si acaso luce como un faro que solo
pretende que el barco no se estrelle.
Suárez
era un político aristotélico. Es ingenuo pretender que era un idealista. Comprendió
que el franquismo carecía de futuro y que, de intentar perdurarlo, la izquierda
ganaría el poder. De ahí, su apuesta por la democracia: seguramente, más práctica
que por convicción. Pero, también Suárez tenía algo más de aristotélico: su
creencia de que la verdad pertenecía a este mundo y no al puro y superior pero
lejano de las ideas platónicas. La mayoría del régimen, como se ve en la
votación de la reforma política, pretendía una salida democrática para España
pero de una manera pintorescamente democrática; una democracia ideal, adaptada
a la “circunstancia española”, una democracia, por ejemplo, sin partido comunista.
El ideal era así una democracia guerracivilista de los vencedores. Se trataba de
edificar un nuevo modelo político excepcional para España: un ideal
antidemocrático. Suárez sin embargo, en modesta proposición aristotélica, debía
pensar que no existía en la tierra una auténtica democracia sin legalización
del partido comunista: se fijó en un mero hecho empírico desdeñando las
enseñanzas de la academia y los libros. Abril de 1977, con la legalización del
PCE, fue una respuesta a eso.
Pero,
demasiado de este mundo, Suárez también debía pensar, otro golpe para la
derecha que ahora le quiere hacer uno de los suyos, que una democracia no era
solo votar sino también un sistema social. Así, bajo su gobierno, se inició una
reforma fiscal inédita en España y comenzó la creación de un, siempre
incompleto, estado de bienestar. Era una democracia muy vulgar, demasiado mundana
para los platónicos. Era una democracia vulgarmente existente.
Carrillo había transigido con la democracia -por cierto,
nunca se agradecerá suficientemente la generosidad de aquel partido comunista-
por su mentalidad de estratega pensándola como paso necesario al comunismo. Fraga había transigido por su egolatría convencido de ser
él el Churchill español, aunque no acabara siendo ni Berenguer. Suárez, diferente
a ambos, lo había hecho con el espíritu del oficinista: eso es lo que tocaba. Ni un ápice
de grandeza heroica aunque, como todo oficinista, con la ilusión de ser un héroe, con el sueño
de la grandeza.
Suárez
efectivamente tenía, como usted y como yo, sueños de grandeza. Pero, al tiempo,
su realidad era prosaica, poco poética y excesivamente mundana: evitar otra
guerra civil. Algo muy vulgar para la actual izquierda antisistema, ¿antisistema?,
que piensa que si ella hubiera estado allí la transición hubiera sido muy
distinta,
y
Franco no hubiera muerto en la cama,
y
la guerra civil se hubiera ganado,
y
Fernando VII no hubiera gobernado
y
no hubiera habido inquisición,
y
el Imperio Romano hubiera sido un lugar sin esclavitud
y,
seguro, la evolución no se hubiera dado por la selección natural sino por la
solidaridad entre los individuos.
Suárez,
y usted y yo, resulta así vulgar. Porque solo logró, entre otras minudencias,
que el pasado sábado usted y yo estuviéramos en una manifestación por la
dignidad que se celebró de forma libre. Porque solo logró que yo pueda escribir
en mi blog o usted en el suyo o él en el otro. En fin, poca cosa.
El
resto de la historia es conocido. Los crímenes de ETA y los GRAPO, que curiosamente, ¿o no?, atentaron
más contra democracia que lo habían hecho en el franquismo; la amenaza golpista
de un sector militar; el ansia de poder de sus propios barones; la irresponsable
oposición del PSOE, AP y el PNV; la creciente desconfianza del rey; y, otra
serie de circunstancias, unidas a sus propios errores, como en su vida y en la
mía, fueron poco a poco eclipsando su figura. En enero de 1981, Suárez dimitía
-otro hecho extraño en este país- y al hacerlo explicaba que no quería que la
democracia fuera un paréntesis en nuestra historia.
Suárez
es sin duda un mediocre frente a una derecha que pensaba y piensa que el país es
suyo. Suárez es sin duda un mediocre ante una autoproclamada izquierda -excepción
hecha de aquel PCE, y no curiosamente- que se siente moralmente superior a todo
bicho viviente que no mire, impasible el ademán, hacia el infinito -pero no más
acá-.
Efectivamente,
Suárez es sin duda un mediocre como lo somos usted y como yo. Un mediocre que
forjó la democracia en España. Un mediocre que sentó las bases de un estado de
bienestar hoy en peligro. Un mediocre, en fin, que definió a España como un
estado social y democrático de derecho.
Por
todo ello, Suárez puede ser calificado sin duda de mediocre. Por todo ello era
como usted y como yo. Por todo ello, la memoria de Suárez como el hombre que
hizo eso debe permanecer viva frente a los esfuerzos de la miserable derecha
que hoy quiere destruir ese legado. Por todo ello, Suárez era uno de los
nuestros.
El hombre que mató a Liberty Valance
tiene uno de los finales más hermosos. Tras enterrar al personaje interpretado
por John Wayne, Ransom Stoddard y su mujer vuelven en tren a Washington donde
él es senador. Él habla de volver a Shinbone e instalarse allí para pasar sus
últimos años como un modesto abogado. Su esposa se muestra entusiasmada y le
explica cuánto lo desea. Y entonces ella le cuenta todo lo que él ha hecho por
aquella ciudad y por aquel país para por fin preguntarle: ¿no estás orgulloso?
Pero, mientras el tren atraviesa el desierto, él no contesta.
6 comentarios:
En general, me parece un buen post. Sin embargo, haría tres matices:
1.- No entiendo su manía de insultar a la izquierda en todos y cada uno de sus escritos.
2.- Decir que ETA y Grapo le han hecho más daño a la democracia que el franquismo es una payasada. El franquismo causo 1.000.000 de muertos, una guerra civil y un cruel y férra dictadura que duró 39 años.
3.- en el paralelismo que hace usted con la película, yo no homologaría a Síarez con el jóven abogado interpretado por James Stewart, sino con el viejo matón de los caciques interpretado por John Waine, un hombre que sabe que su mundo ha pasado, y que decide sacrificarse ayudando a nacer al nuevo mundo.
D. Ricardo, sobre su punto 2 yo revisaría el artículo porque no digo eso. Digo que ETA y GRAPO atentaron más contra la democracia que contra el franquismo.
Ah, perdón: le he entendido mal. ¿Y el tercer punto? No le parece más acertado el paralelismo con el personaje de John Wayne que con el de James Stewart, personaje, po rotra parte, mucho más interesante, por contradictorio.
Resulta difícil un análisis objetivo de su figura pues se tiende a reflejar en él los prejuicios políticos, hoy todavía en rescoldo, aunque más intensos en el tiempo que le tocó gobernar, nacidos de la Guerra Civil y en el franquismo posterior.
Fue ambicioso en lo político, valiente ante la toma de decisiones transcendentales y con tendencia al socialconservadurismo en lo económico. Le tocó vivir una época convulsa debido principalmente al terrorismo ideológico y territorial, hoy vencido por la globalización capitalista. Tuvo su respaldo entre una mayoría que se veía en él, como ante un espejo, para no pronunciarse políticamente. El centrismo era eso, una tendencia hacia posiciones a la derecha de gentes de izquierda pero que habían prosperado moderadamente en el franquismo y que no deseaban equipararse a los primeros, generalmente por cuestiones relacionadas con asuntos familiares y de origen. Por eso Suarez tuvo en la derecha a sus principales enemigos.
Ahora bien, como político, una vez modificadas las estructuras franquistas (de la Ley a la Ley por la Ley, gracias a él y a otros) demostró poca valía. No supo consensuar un poder entorno suyo, abandonó por insistencia de otros, cuando tenía que haberlo hecho por sí mismo. El paso posterior por el CDS resultó de un populismo penoso y no midió bien la altura política de su oponente entonces, FG, que realizó las reformas (OTAN, MC, reconocimiento de Israel, mercado de trabajo, arrendamientos, etc.) que él nunca hubiese hecho.
En mi criterio, Suarez es político importante pero ahora sobrevalorado. La moderación de Carrillo, gracias a su exilio, la de Fraga (embajador en Londres), la entonces potente figura del Rey, Torcuato Fernández Miranda, verdadero hacedor en la sombra de los cambios legales, otros más como Gutierréz Mellado o Tarancón y la imprescindible tutoría vigilante, discreta, de americanos y alemanes, contribuyeron a lo que, de otra forma, hubiese acabado mal por los enconos entre una derecha cerril, hoy afortunadamente desaparecida y una izquierda que, como en la actualidad, seguía con sus ensoñaciones y sus eternos problemas con las matemáticas de la economía.
“Nam proprius actus propriam potentiam requirit” para los que no sabemos latín es “Toda forma sustancial requiere en su materia una disposición orgánica apropiada”. Algo así como esto que decía Santo Tomas para explicar cuando le llegaba el alma al feto humano, entiendo que es lo que explicaba UD. en su comentario sobre “¿Por qué se debería ser de izquierdas?”.
Las cosas ocurren cuando se dan las circunstancias para que ocurran. Desconozco la obra de Suarez no he leido nada, unicamente lo que encuentro contextualizado en otras lecturas. Pero sabiendo como somos y como hemos sido, el que no nos hubieramos matado al morir Franco no creo que sea labor ni consecuencia de un proyecto, por muy bueno que sea este.
La transición, pacífica o no, estaba en manos del Partido Comunista. Si el PCE hubiera querido España hubiera vuelto al 36. El sueño de Carrillo de verse como el primer presidente comunista de una nación europea democrática (no popular). estaba respaldado por un informa USA que aseguraba que el PCE, sólo tardaría dos elecciones en llegar al poder. Sólo eso explica su ejemplar comportamiento, excepcional mejor dicho, tras el asesinato de los abogados laboralistas de Atocha.
Todo estaba dispuesto, incluso los planetas alineados, y enbaselinado para que Suárez nos metiera la democracia suavemente.
USA, cuando libro a Europa de nazismo también la libró del comunismo. Estoy seguro de que también fué el “angel de la guarda” responsable de que Carrillo creyera que iba a ser y no fuera presidente.
“Cuando se va al galope hacia la victoria nadie le dice al jinete que sus espuelas están gastadas” (Gregorio Morán)
Un Oyente de Federico
Pues el final de su texto me ha parecido muy hermoso. Felicidades.
Pues yo tuve la suerte de conocer una vez a Suárez de niño y me quedó de ello un recuerdo imborrable
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