jueves, abril 30, 2015

EL IDIOTA Y EL FILÓSOFO

Advertía Hume de que la simple sucesión de fenómenos no debía llevarnos a establecer nexos causales entre ellos. Pero a veces, en muy escasas ocasiones, hay que dejarse llevar por una especie de justicia poética.

Que un autor no esté de acuerdo contigo no quiere decir que sea un mal filósofo o un personaje prescindible.  Para mí, Heidegger o Wittgenstein son unos peligrosos reaccionarios filosóficos pero, sin duda, son los dos filósofos más relevantes del siglo XX.

Los filósofos frecuentemente son gente pedante. Confunden la profundidad con la ininteligibilidad. Si un filósofo es claro en sus explicaciones correrá el riesgo entonces de ser acusado de superficial.

Decía Ortega: “La claridad es la cortesía de los filósofos”

Yo nunca situaría a Ortega entre los filósofos más importantes de la historia. Sí lo haría, a mi pesar, con Heidegger, Wittgenstein . O con, sujeto de una enorme injusticia, el genial Comte. Pero sin duda Ortega es el filósofo español más relevante: de aquí a Lima. Y compararlo con la cursi de Zambrano, como hacen algunos, no cabe. Quizás Unamuno, si hubiera querido, le habría hecho sombra.

El pasado sábado fui a la Universidad Complutense de Madrid para participar, bueno participaba mi alumno, en la Olimpiadas Filosóficas de España -es de justicia: ejemplar el trabajo de la gente que lo organiza-. Y al pasar por la estatua de Ortega observé que un imbécil había puesto debajo “charlatán”. 

Y al llegar a la puerta de entrada había este cartel: se  aprueba  por unanimidad  ser felices.


 Pese a la advertencia racional de Hume, la justicia poética exige que el mismo imbécil que puso charlatán pegara el cartel. Y así Ortega queda eximido de culpa: un imbécil no daña la reputación de una persona. Ni tan siquiera, la de un filósofo.

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