En nuestro
artículo anterior sobre el Quijote, comparábamos esta novela con dos obras anteriores y clásicas
como eran la Odisea y la Divina Comedia. En este segundo
artículo, pretendemos comparar la obra de Cervantes con la obra de un
contemporáneo suyo como es William Shakespeare. Lo que buscamos es presentar sus parecidos y sus
diferencias y elaborar desde ese punto de vista una idea sobre la importancia
del Quijote en la formación del sujeto moderno.
Cervantes y Shakespeare son
efectivamente coetáneos a finales del siglo XVI y principios del XVII. Además, podemos decir que ambos van a
reflejar en su obra el inicio del sujeto moderno,
conceptualizado poco después por Descartes, y comprendido como alguien que se enfrenta al mundo
para transformarlo de forma radical.
El primer parecido, y fundamental, es
que ambos autores presentan como protagonista de sus obras a alguien que se
enfrenta no solo a la adversidad sino al mundo tal y como está constituido.
D. Quijote y Hamlet -nota: a partir de ahora vamos a ir citando distintos
personajes shakesperianos para que se vea lo leídos que somos- no sólo sufren
peripecias personales sino que tiene un proyecto mayor: construir un mundo
nuevo. Además, este
enfrentamiento con el mundo no es meramente algo que tenga que ver con una
parte del mismo sino que tiene que ver, y solo puede ser solucionado, cambiando radicalmente la realidad. Efectivamente,
Macbeth,
otro ejemplo, sólo puede
sobrevivir a cambio de la destrucción absoluta del reino y Don Quijote solo
puede cumplir su sueño cambiando radicalmente la época en la cual le ha tocado
vivir por otra anterior y que además es ficticia. Así, los protagonistas de ambos
autores se enfrentan a la realidad de una forma absolutamente radical, en la
cual saben que su triunfo o es absoluto o no será.
Se
parecen también en que este enfrentamiento implica el fracaso en el anhelo del
héroe. Ninguno conseguirá su objetivo sino que la realidad se impone siempre al
esfuerzo individual. De hecho, habrá que esperar a Robinson Crusoe, a
principios del XVIII y tras la
revolución inglesa, para que el optimismo
burgués se imponga y pueda iniciar ese triunfo sobre la
realidad y la construcción de un nuevo
mundo. Ningún héroe trágico de Shakespeare triunfa y don Quijote acaba de la peor manera para un
caballero, dejándose morir en su cama.
Igualmente,
tienen parecido en un factor literario: en la conformación del protagonista de
la historia como un personaje. Tanto Cervantes como Shakespeare harán algo
absolutamente novedoso: crear personajes propios que, sin embargo, se
convertirán en prototipos. La diferencia aquí es fundamental con lo anterior.
Los personajes anteriores, desde los mitológicos hasta los religiosos pasando
por los épicos, son personajes previos a su explotación literaria y cuyo
modelo, por tanto, no es una creación literaria sino social. Los personajes fundamentales
son modelos sociales, que realmente existieron o no, a imitar y que se
presentan como ejemplares para la propia socialización. Son modelos de statu quo.
Sin
embargo, la creación tanto de los personajes Quijote y Sancho como de la larga
lista de los personajes shakesperianos son pura creación literaria que se
presentan a su vez como modelo de sujeto. Nos atraen por su lejanía con el
modelo social tradicional: perdedores y malvados –nota: incluso uno se imagina
los escándalos que hoy hubieran despertado ciertas obras de Shakespeare para la
corrección política de tanto mojigato-. Los personajes así huyen del modelo
social previo para crearse a sí mismos como modelos. Es un triunfo, en ambos
autores, de la autonomía literaria sobre la heteronomía social que hasta
entonces había dominado. Ya no será el modelo social el ideal del literario
sino que éste será capaz de crear personajes que, en su bondad o maldad, ideal
o cruda realidad, serán capaces de presentarse a sí mismos como modelo para el
desarrollo social.
Así
la obra de Cervantes y de Shakespeare
expresan la conciencia de un mundo distinto pero todavía no nuevo. Y es
importante este hecho. Ambas obras son conscientes de la crisis del mundo
medieval, frente al modelo Carlos V por ejemplo, pero son incapaces de
presentar una alternativa a ese mundo que se agota. El caballero D. Quijote no
puede dejar de mirar atrás en busca de esa tierra prometida y los personajes
trágicos de Shakespeare fracasan quedándoles solo la muerte. Habrá que esperar
a 1663 para que, en El Paraíso Perdido
de Milton, Lucifer se levante después de su derrota y expulsión para conseguir
convertir del Infierno un Cielo. Habrá que esperar 100 años para que Robinson
Crusoe convierta su isla desierta en la civilización.
Pero,
también hay diferencias entre los dos autores. Y esa diferencia está en la
conciencia de uno y otro.
Shakespeare
es consciente de que su obra es novedosa, no solo en el terreno técnico de la
composición literaria sino, especialmente, en la propia realidad de sus personajes.
Y por eso su campo de acción es el teatro. Sin embargo, Cervantes es todavía
una persona de mentalidad renacentista y no es consciente, como autor, de lo
que significa el propio Quijote: la obra, que él pretende como un juego
literario, le desborda. Expliquemos.
La
utilización de la estructura teatral le permite a Shakespeare el empleo de la
técnica del diálogo y el monólogo. Esto convierte en un proceso más sencillo la expresión de los sentimientos
de los personajes frente a una técnica puramente narrativa, la novela, donde
cabe una mayor intervención del lector al interpretar la acción que se narra.
Pero aquí no se trata de que la elección del aparato literario sea la causa
sino que es la consecuencia.
Efectivamente,
los personajes de Shakespeare son teatrales porque el autor solo puede expresar
la novedad de sus héroes a través de ese género. La complejidad
psicológica de los personajes shakesperianos es imposible todavía de plasmar
con el desarrollo de la novela del siglo XVI. De hecho, cuando Defoe escriba su
Robinson, tendrá que recurrir al
narrador en primera persona para poder cumplir la introspección, algo que a los
grandes novelistas del siglo XIX, por ejemplo, no les hará falta.
Sin
embargo, Cervantes, sin éxito en el teatro, no busca conscientemente la
creación de un personaje sino de un juego literario culto, incluso pedante,
propio de su época pero que se le escapa, especialmente en la segunda parte, de
las manos. D. Quijote no resulta creíble nunca fuera del juego que propone el
autor pues su propio personaje, excesivamente forzado, nos conduce a la
parodia. Efectivamente, incluso en sus discursos, que llegan a cansar y que no
son sino muchas veces la repetición del convencionalismo social de la época a
diferencia de Shakespeare, el Quijote carece de la capacidad de crear una
profundidad psicológica en el personaje, demasiado plano. Son discursos para el
público y no monólogos que surjan de la
conciencia personal como en el autor inglés. D. Quijote carece de psicología
propia más allá de su modelo inicial. E incluso, en el giro radical de su renuncia a la caballería, en unas pocas páginas al final,
se vuelve a ver lo mismo pues no surge de su interior derrotado sino de su duelo
externo perdido con el Bachiller. Pero, y ahí está su grandeza, es la propia
narración de sus aventuras, los hechos acaecidos y cómo son narrados, lo que le
convierten en un personaje fundamental. La evolución del ingenioso hidalgo, que
pasa de hacernos reír a estremecernos, no se refleja en su psicología sino en
la propia narración y sus aventuras. El Quijote se puede considerar por eso
como el primer héroe moderno auténticamente narrativo.
¿Que
queremos decir con esto? Que la importancia del personaje no está en su mundo interior – nota: qué repugnante
expresión- que es excesivamente plano en realidad , sino
en la forma de enfrentarse al mundo, que nos permite pasar de considerarle
ridículo a ser uno de nosotros. Y en esto se parece el hidalgo a Gregorio Samsa, protagonista de la metamorfosis
kafkiana, quien con su psicología pequeñoburguesa es un personaje ridículo pero
como sujeto sin embargo, y merced a la narración, nos hace ver en él al propio
sujeto actual y con esto a nosotros
mismos.
Así,
los heroes Shakespeare son sujetos modernos en sí mismos. D. Quijote, y también
Sancho, se convertirán en ello tras su
propia peripecia. D. Quijote es un héroe narrativo porque lo que cambia no es
él, idiota al principio y al final, sino nuestra visión de él merced al
desarrollo de su novela. D. Quijote es nuestra vida: ridícula.
La
obra de Cervantes resulta así el complemento de la de Shakespeare y viceversa.
Ambos asisten al fin de un mundo que parecía definitivo y ambos conocen que ese
ocaso debe resolverse. Ambos, a su vez, son incapaces de hacerlo en su propia
realidad. Pero si su interés fuera meramente historiográfico, como ha devenido
con el teatro de Calderón o de Lope por
ejemplo, su lectura se reduciría a la tarea erudita. Tiene que haber algo más
que nos impulse hoy a leer el Quijote. Y
eso, en otro rollo.
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