martes, febrero 26, 2019

EL FEMINISMO COMO (nueva) IDEOLOGÍA


El presente artículo pretende desarrollar cómo el feminismo se ha acabado convirtiendo en una ideología -en el sentido marxista del término: una idea que socialmente sirve para ocultar la explotación socioeconómica-, y cómo puede ser salvado aún de este lamentable final. Para ello, analizaremos, en primer lugar, por qué hoy el feminismo es una ideología para, al final, señalar cómo se podría salvar de ese fin y cumplir su importante función de lucha por los derechos civiles.

La tesis fundamental es que el auge del feminismo, patrocinado además desde los centros de poder, lo que hace socialmente es ocultar los problemas socioeconómicos fundamentales que aquejan a la construcción de la sociedad del Nuevo Capitalismo, suscribiendo dichos problemas, de origen y consecuencia social y económica, exclusivamente a un conflicto entre hombres y mujeres, posible de resolver por ese mismo Capitalismo. La idea básica, que vamos a demostrar, es la sustitución de toda lucha socioeconómica -donde la igualdad tenía un contenido fundamentalmente económico y social y se relacionaba prioritariamente con la desigual distribución de la propiedad de los medios de producción- por otra donde la igualdad se reduce a una relación exclusiva entre hombres y mujeres, y que acabará felizmente cuando haya un 50% de oligarcas y oligarcos en el IBEX.

El Nuevo Capitalismo está desarrollando un cambio fundamental en la forma de explotación dentro de las sociedades desarrolladas. Dentro de este cambio, destaca el que hemos llamado proceso de precarización (explicado también en este blog). Este hecho, que como ya hemos analizado no es una necesidad estructural del sistema pero sí un anhelo de la oligarquía, se inició, antes había habido ya conatos, con la crisis y se desarrolla actualmente con su supuesta superación, que en realidad no es sino el proceso de asentamiento de un nuevo modelo social.

Frente a este hecho, y criticando los primeros recortes, se dio un intento de respuesta social, basado en la idea de igualdad socioeconómica, que pareció germinar en toda Europa y EEUU. Era un conjunto de distintos colectivos y grupos que protestaban contra este proceso de precarización. Incluso, tuvieron un amplio auge y apoyo social. Parecía, pues, que podía haber una respuesta al intento oligarca de reducir los derechos sociales, políticos y económicos en los países desarrollados con el pretexto de la crisis.

Y curiosamente, o no, es entonces cuando surge esa ola imparable de feminismo y perspectiva de género. Efectivamente, el extraordinario auge propagandístico del feminismo coincide con los intentos, ya perdidos, de protesta social, económica y política frente a la precarización. Y, poco a poco pero con paso firme, el feminismo desbancó a esa crítica socioeconómica y apareció como el gran modelo social y político  de problematización y respuesta: de problematización, porque todo análisis social con relevancia pública quedó reducido al problema del género; de respuesta, porque la solución al problema social, también y lógicamente, se arreglaría, pero sólo ideológicamente, con el glorioso advenimiento de la cuota igualitaria, especialmente por supuesto en la oligarquía, algo que ese mismo Capitalismo sí podía desarrollar. Así, se acallaban las voces que pretendían hablar de economía o sociedad. El feminismo lo tiñó todo y su discurso pasó del campo parcial, pero fundamental para la democracia auténtica, de la lucha por los derechos civiles a una especie de ideología que impregnaba la totalidad y sustituía a cualquier otro discurso. El patriarcado -también ampliamente desenmascarado aquí en uno, dos y tres-  se convirtió en la causa social que explicaba la historia, desplazando a la posesión desigual de la propiedad de los medios productivos que había sido la clave de los movimientos de izquierdas. Y, sorprendentemente o no, la palabra igualdad vino a significar ya no un motivo social y económico, sino solo una función de género y cuotas de poder en la oligarquía (el famoso techo de cristal).

De esta forma, el feminismo ha acabado ocupando el espacio que antes se reservaba a la lucha socioeconómica en los movimientos autodenominados progresistas. Y precisamente esta ocupación del espacio público, permanente y reiterada, es lo que ha acabado convirtiendo al feminismo en una pura ideología que se desarrolla desde los propios poderes fácticos, como demuestra que los grandes poderes sociales, como los gobiernos o las organizaciones políticas, o los grandes poderes económicos, como por ejemplo Ana Botín, no tengan ningún reparo en declararse feministas. Y por supuesto, lo falso no es que Ana Botín sea feminista, que puede serlo perfectamente si está de acuerdo con la igualdad efectiva de hombres y mujeres desde una perspectiva absolutamente democrática como lo estoy yo –nota: desterremos esa fea costumbre de la superioridad moral-,  sino que lo interesante es cómo ya solo se habla de feminismo.

Además, y como buena ideología, el feminismo ofrece más a las élites, femeninas en este caso, que al resto de la población, incluyendo lógicamente a las mujeres de clase trabajadora. Efectivamente, basta ver cómo un mantra básico y fundamental de la ola feminista es romper el techo de cristal para darse cuenta de su carácter preferentemente elitista: ni usted -que es un pobre individuo, ya sea hombre o mujer, reducido a mercancía- ni yo -que aún siendo muy viril soy eso mismo también, pero en plan intelectual salao- ni tan siquiera soñamos con el techo sino, como mucho, con tener un suelo firme en la época de la precarización. Sin embargo, las élites pretenden alcanzar el techo, al menos un chalé o un ático una vez renunciado el asalto a los cielos, para ser consejeras del IBEX35, rectoras de universidad, directoras de institutos de género o presidentas de grandes corporaciones: oligarcos y oligarcas para todas y todos. Una buena ideología tiene que parecer crítica, pero menos. Una ideología perfecta tiene que dar esperanza a los desheredados, pero al tiempo no resultar peligrosa para los dominantes. El cristianismo prometía el cielo en la vida eterna…, tras el valle de lágrimas sólo para unos en el único mundo que existe: perfecto sistema para la dominación. El feminismo promete su lenguaje inclusivo y una igualdad entre hombres y mujeres, pero sólo en las reuniones de la alta sociedad mientras camareros y camareras, la plebe con esa -e final tan querida por los más autoproclamados progresistas, sirven el cóctel. Por eso, el discurso no se centra en temas fundamentales, el derecho de las mujeres a poder ejercer su vida personal, incluyendo la maternidad o el cuidado de personas queridas, sin perjuicio laboral y económico, lo que iría contra los intereses de la clase dominante, sino a cosas como techos de cristal, curiosamente asunto de una oligarquía mínima, y a la visibilización de la propia oligarquía femenina en la historia. El feminismo se ha convertido en una teoría al servicio de las mujeres de la clase dominante.

Resumamos, el feminismo ha hegemonizado el discurso político, llevando a que todo sea aparentemente una lucha por la igualdad de hombres y mujeres, sin tener en cuenta ningún elemento económico. El feminismo ha devenido así en ideología porque oculta y expulsa del discurso cualquier cuestión económica sobre la propiedad de los medios de producción y la desigualdad económica y social. La presencia del feminismo, y sus por otra parte justas reivindicaciones ahora traicionadas, se ha convertido en una ideología porque lo que hace es ocultar que detrás del problema de la desigualdad social no está la cuestión de género, sino la distribución y dominio de los medios productivos. Y así, cuando toda la acción política queda reducida a una parcialidad del problema, la política de emancipación queda amputada de su carácter de totalidad. Y esto, se demuestra filosóficamente al negar la idea de verdad objetiva y situarla en la perspectiva de género. Ya no se trata de construir un discurso verdadero, tal y como lo pretendía la emancipación ilustrada, sino un discurso parcial asumible como cualquier otra mercancía en el mercado cultural. Un discurso que presente la perspectiva de género para ocultar su auténtica perspectiva de clase y clasa social dominante y dominanta. Un discurso para todas y todos pero que oculta su carácter de sólo para pocas  y pocos.

El feminismo ha devenido en ideología y ese es su drama. Y el mayor drama de esto es que a quién más daño hace esta conversión en ideología es precisamente a los derechos de las mujeres. Resulta evidente, y negarlo es estúpido, que las mujeres cuentan con menos derechos efectivos y cotidianos que los hombres tanto en sentido laboral, con la maternidad, el cuidado y la brecha laboral fundamentalmente, como en la vida cotidiana. Así, el feminismo entendido como la igualdad real de hombres y mujeres en derechos formales y efectivos está lejos de cumplirse y, por ello, es un movimiento de derechos civiles fundamental. Y, también por ello, son justas sus reivindicaciones. Pero, precisamente el abandono de su esfera como movimiento de derechos civiles para pasar a ser movimiento político global es lo que le convierte en ideología.

El otro día volví dando un largo paseo del madrileño distrito de Usera, una zona obrera de Madrid y donde fui encantado a dar una charla y volví aún mejor, a mi casa, otra zona obrera de Madrid: en total, unos diez kilómetros. Comencé sobre las 19’30 y llegué hacia las 21’30. El googlemaps me decía por dónde debía ir. Y crucé lugares mientras pensaba que si fuera mujer no me hubiera atrevido. Esa es parte también, junto a las ya expuestas y varias más, de la terrible discriminación contra las mujeres. Pero, nunca olviden que lo hice, y lo tendría que hacer igual una mujer pero con mucho más miedo, porque hablo, trabajo y vivo en esos barrios.

Algo más, mucho más, que ser mujer u hombre nos define: nuestra condición social.
Y nuestra condición social es un producto socioeconómico y no de género o de sexo.
Recuérdalo tú y recuérdaselo a otros.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He leído varias veces su texto y me parece impecable y ajustado a la realidad. Quizá es que no lo he comprendido bien. Soy consciente de mis limitaciones y pudiera ser.

Desde mi perspectiva me parece evidente que lo que era una lucha social lo han transformado en una ideología que se ha instalado en el poder y se ha convertido en incuestinable, porque, además, es punitiva.

Se castiga a quien cuestione esa ideología incluso a quien no quiera comulgar con ruedas de molino y se niegue a digerir las aberraciones de la realidad que conlleva.

Hace unos días la vicepresidenta del gobierno Doña Carmen Calvo, autodenominada doctora en derecho constitucional decía:
“la Constitución Española, en el artículo 14, sólo dice que está prohibida la discriminación por sexo, pero nuestra Constitución no tiene planteado todavía el principio fundamental de la igualdad entre hombres y mujeres como la tienen otras constituciones europeas”

El artículo 14 de la Constitución Española es uno de los más claros, de los que no se necesita ser jurista o tener estudios superiores para comprenderlo. Está redactado de tal manera que no deja resquicio a ambiguedades:
“Artículo 14. Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social”

Quizá el que el artículo no utilizara el lenguaje inclusivo y pusiera “Los españoles y las españolas” lo hace incomprensible para el pensamiento feng shui de la vice.

Es obvio que no se cumplió la profecía marxista de que, en el capitalismo, los obreros vivirían cada vez peor y supondría el fin de este, dando paso a la revolución socialista. Ocurrió justo lo contrario, el crecimiento económico desde los 50 del siglo pasado, mejoró notablemente imposibilitando esa revolución socioeconómica.

Quizá no lo han dado todo por perdido y pudiera ser que atacando a la “superestructura” con esta ristra de paraciencias ideológicas que criminalizan, cultura, lengua, religión, trabajo, familia, costumbres, sexualidad, relaciones... y con mayor énfasis en la educación; todo con lo que se consiga debilitar (de hecho así lo va pareciendo) la sociedad hasta que la precarización afecte en lo socioeconómico, de tal modo que retrocedamos siglos, haciendo posible la añorada revolución.

¿Y despues que?
Pues a ver los videos de Juego de Tronos en el chalet de Galapagar

Un Oyente de Federico