La pregunta ahora es quién debería ser el protagonista de la
izquierda y por qué.
Pero antes de esto, es menester explicitar –nota: qué clasicismo
en mi lenguaje- bajo qué criterio habría que elegir entre clase media y clase
trabajadora. Es decir, qué valores deben ser los predominantes en la izquierda
para escoger entre una u otra.
La izquierda surge con la teoría de Rousseau. Éste, cuando busca
el origen de la desigualdad social, no la achaca a las condiciones personales
de nacimiento, talento o trabajo ni tampoco a algo esencial y necesario sino al
diferente reparto de la propiedad. Esta tesis sitúa entonces la clave social no
en las ideas o teorías de la gente, no en el sexo de las personas o en otras
ñoñerías –nota: obsérvese la crítica encubierta a la par que ingeniosa- sino en
la condición socioeconómica y material, que se relaciona necesariamente con la disposición de mayor o menor de
propiedad.
De esta manera, la posesión de mayor o menor propiedad y el
desigual reparto de esta son la clave del origen del pensamiento de izquierdas.
Pero que algo sea así en su origen no implica necesariamente que
tenga que seguir siéndolo. La pregunta sería ahora, si queremos resolver la
cuestión sobre si apoyar a la clase media o a la clase trabajadora, si el
esquema rousseauniano de la izquierda
tradicional puede seguir siendo defendido. O diciéndolo con otras palabras: si
debemos defender que apoyar a la clase trabajadora es más progresista que
apoyar a la clase media. Y, de nuevo, surge aquí el problema porque la pregunta
ahora sería qué significa ser más progresista. Y yo comprendo que esto es un
aburrimiento y usted, si es que hay alguien ahí, deje de leerlo, pero por eso
esto es un artículo también de Filosofía: nos preguntamos por las cosas
negándonos a darlas por satisfechas.
Por pensamiento progresista entendemos aquel que defiende la
distribución equitativa de la propiedad. Así, una sociedad será más progresista
en cuanto la propiedad, en todas las acepciones de la palabra, sea más
compartida y en un mayor grado cuantitativo. Es decir, haya más riqueza, material
y cultural, y se distribuya de forma más igual. Por ejemplo, una sociedad es
más progresista que otra si sus habitantes, todos, tienen un alto grado de
bienestar económico (igualdad económica), un alto grado cultural (igualdad
educativa) y un alto grado de libertad (igualdad política). Y eso es lo que
debería, grosso modo, defender la
izquierda.
Así las cosas, se trataría ahora de ver qué grupo social, si la
clase media o la clase trabajadora, defiende en sí misma esta mayor igualdad. Y
tenemos que hacer aquí otro inciso muy importante. No se trata de qué puedan
apoyar voluntariamente y de forma individual sus integrantes, sino de una
objetividad social. Se trata de analizar, de acuerdo a la propia constitución y
características del grupo, qué es lo que dicho grupo defiende
independientemente de qué cree que defiende o cómo se presenta ideológicamente.
Es decir, no lo que la clase media o la clase trabajadora cree sobre sí misma
sino lo que realmente son y al ser así generan unos intereses sociales
determinados.
Y en estos intereses sociales determinados está el problema de
si les interesa o no la igualdad social. Y es esta la clave de todo. Si la
izquierda quiere ser progresista debe defender la mayor igualdad social posible.
Y para ello, necesitará apoyarse en el grupo social que objetivamente más interés
tenga en la misma igualdad social como hecho general.
Como hecho fundamental hay uno: la clase media debe, como grupo
social y objetivamente, defender la desigualdad. Efectivamente, la clase media tiene
como elemento unificador de sus integrantes la renta, pero al tiempo si bien ésta
puede mejorar, de forma rara ascendiendo a clase alta, también puede
precarizarse y caer en clase baja. Por esto, la clase media también se define
necesaria y objetivamente por la desigualdad con la clase baja. Pero, además, tiene su interés en mantener dicha desigualdad. Es
decir, la clave social de la existencia de la clase media es el mantenimiento
de la desigualdad pues debe defender dicha desigualdad como elemento
diferenciador frente a la clase baja. Efectivamente, la clase media, para no
ser absorbida por la baja, debe defender ese muro de desigualdad que la rodea.
De esta forma, la clave de la clase media, la razón de su
existencia como tal, es la propia desigualdad no en un sentido negativo para sí
misma, como lo será para la clase trabajadora por el desigual reparto de la
propiedad, sino como hecho positivo que la conforma frente a la clase inferior.
Sin embargo, en la clase trabajadora es al contrario. Su clave
social no es mantener la desigualdad, que la hace seguir necesitando vender su
trabajo diariamente, sino superar dicha desigualdad: que no sean unos pocos los
dueños de los medios de producción y una mayoría explotada la que tenga que
vender su trabajo para sobrevivir. Así, la clave política socioeconómica de la
clase trabajadora, pero no de la clase media, es la eliminación, o al menos la
mitigación, de la desigualdad. Pero, además, su necesidad de unirse viene dada
por mejorar, al menos, las condiciones de su explotación laboral. Es decir, la
clase trabajadora sí necesita intervenir socialmente, al menos en el mercado
laboral pero también en más cosas como veremos, frente a la parálisis de la
clase media.
Así, la necesidad de desarrollar la igualdad social es una
necesidad de la clase trabajadora pero no de la clase media. Y por ello, ya
estamos en una conclusión, la izquierda debe centrarse en la clase trabajadora.
Pero aún nos falta, ya es lo último lo juro, desarrollar
brevemente las características de esta igualdad social y su interés por la
clase trabajadora. Otro día, ya.
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