En
la primera parte de esta serie, definíamos los términos de clase trabajadora y
clase media. La clase trabajadora era aquella que necesitaba vender su trabajo
para poder subsistir y que, por tanto, dependía de las condiciones del mercado laboral.
Era así una definición donde el elemento económico era importante, su
desposesión de toda riqueza y su necesidad de vender la única suya, y también,
y en la misma medida, el elemento social, pues su condición de existencia
depende no solo de su renta sino de la condición del mercado laboral que nunca
controla.
Sin
embargo, la clase media se definía exclusivamente por una situación económica
de renta: estar entre el 60% y el 150% de la renta media –más o menos en España
entre los 10.000 y los 40.000 euros per cápita-. Se trataba así, por tanto, de
una característica puramente económica y evaluable a nivel de renta. Por tanto,
en sí misma la clase media no refiere a otro elemento social que su propia
riqueza, pero sin embargo esta neutralidad económica tiene consecuencias
sociales.
Efectivamente,
en esta parte vamos a tratar algo fundamental para ver si la izquierda política
debe decantarse por tener como sujeto político a la clase media o tener a la
clase trabajadora. Y para ello, lo mejor será comparar a una y otra y ver las
consecuencias que salen de esta comparación. Y por supuesto, como ya señalamos
en el artículo anterior, sabemos que alguien, yo mismo, puede ser de clase trabajadora,
necesito trabajar para vivir, y clase media, pues gano una cantidad anual
determinada. Pero aquí no nos importa la anécdota personal sino la objetividad
social: los intereses que como grupo constituido objetivamente se tienen.
En
primer lugar, a la clase trabajadora como tal le interesa una disminución del
nivel de explotación del mercado laboral. Esta mejora para la clase trabajadora
se mide, fundamentalmente, en prolongar al máximo posible el tiempo de
contratación, hacerse fijo, la reducción de la jornada laboral y la subida del
salario. Y esto vale tanto para el trabajador que está en la clase media como
el que no. Por ello, necesita un estado determinado de las condiciones
económicas y en concreto de la legislación, y situación real, sociolaboral.
Efectivamente, la clase trabajadora es la más débil de la cadena productiva,
pues existe individualmente en número suficiente para poder ser reemplazada de
forma singular. Esto le lleva a tener que defender la existencia de una
legislación laboral que defienda sus intereses como contrapartida frente al
poder empresarial y su capacidad de dictaminar las normas. Es decir, la clase
trabajadora necesita una política económicamente intervencionista.
Sin
embargo, a la clase media, puesto que puede ser o no clase trabajadora, el
mercado laboral le puede resultar indiferente o, cuando menos, no ser una de
sus máximas preocupaciones pues su renta no tiene por qué tener allí su origen.
Es más, incluso puede resultarle, a determinados sectores de la misma,
interesante una depauperación de los derechos laborales por ser pequeños
empresarios de negocios sin necesidad de mano de obra cualificada. Así, lo que
nos importa de aquí es como por sus características y como grupo en sí, no como
algo circunstancial, mientras que a la clase trabajadora le interesará siempre
y necesariamente una política sociolaboral intervencionista, a la clase media
necesariamente, como tal clase media, no, pues su constitución no depende
necesariamente de la venta de trabajo sino que es más heterogénea.
En
segundo lugar, a la clase trabajadora le interesa un estado social fuerte y un
sistema público activo en los pilares fundamentales de la protección social
como son educación, sanidad, pensiones y coberturas sociales. Esto es así porque
su propia situación, que depende de las fluctuaciones azarosas o premeditadas
del mercado laboral, es frágil. Y este estado social le protegería frente a esa
real fragilidad. Los sistemas públicos son así, objetivamente, una necesidad
para la clase trabajadora y también una garantía de que su posible depauperación
no significará, sin embargo, la ausencia de un cuidado mínimo para el propio
individuo o su familia.
Sin
embargo, la clase media, en su carácter aspiracional y buscando distanciarse de
la clase baja y presentarse a sí misma como clase alta en su
autorrepresentación soñadora, tiende a desarrollar como buena la privatización
del servicio público como elemento diferenciador de representación social.
Efectivamente, lo que busca la clase media como tal es la diferenciación en la
presentación del servicio que consiste, en realidad, en la desaparición de la
clase baja de su espacio. Se trata de pasar de usuario, donde todos son
iguales, a clientes, donde los hay mejores y peores de acuerdo a su nivel de
renta. Así, la clase media en sí misma, por su propia realidad social, será
partidaria de la privatización parcial de los servicios públicos que consistirá
en que estos si bien sigan existiendo, sean prestados por entidades privadas,
lo que posibilitará que a cambio de pagos adicionales discriminen en el propio
servicio. Este ejemplo se ve perfectamente representado en la escuela
concertada, que resulta gratuita en lo básico pero al añadir cuotas y
seleccionar alumnos se representa a sí misma como escuela privada de pago que
discrimina a la clase baja.
Y
aquí es donde aparece, en tercer lugar, el tema de los impuestos.
La
clase trabajadora, como ya hemos explicado, necesita de un estado social fuerte
que le dote de los servicios básicos. Por ello, le interesa una política fiscal
a su vez poderosa y progresiva, pagar impuestos vaya, que lo mantenga. Así, el
interés objetivo de la clase trabajadora va unido necesariamente a los
impuestos. Pero además, le interesa que dichos impuestos no solo graven el
trabajo, su única mercancía, sino otros aspectos de riqueza: por eso, nunca puede
tener como objetivo la eliminación de aquellos tipos impositivos que más se
refieran a la cuestión de la riqueza en su relación con la propiedad o el
capital. Efectivamente, como la única propiedad que posee la clase trabajadora
como tal es su trabajo, no podrá concebir como positivo que se eliminen
impuestos que guardan relación con otras propiedades como el impuesto de
sucesiones o los impuestos capitales.
Así, la clase trabajadora tendrá objetivamente una necesidad de una política
fiscal fuerte y progresiva porque es su seguro social.
Sin
embargo, la clase media objetivamente tiene una visión opuesta de la política
fiscal. Como su renta puede no tener que ver con el trabajo, podría ser un
asqueroso especulador de vivienda por ejemplo –nota:sí, asqueroso especulador-,
se presentará como contraria a cualquier subida impositiva progresiva e,
incluso, a la existencia de cualquier imposición ajena a la nómina (la venta de
trabajo), como pueda ser el impuesto de sucesiones. Y considerará, con ello,
beneficiosa las sucesivas bajadas de impuestos directos que los políticos
prometen con cada nuevo periodo electoral y su falta de progresividad.
De
esta manera, la clase trabajadora y la clase media son dos categorías sociales
diferentes en su propia realidad y como tales categorías con intereses
distintos.
Y
es aquí donde está la clave del problema político pues los intereses de la
clase trabajadora son de tradición progresista e izquierdista, en cuanto
implican una intervención estatal y una regularización de la economía, la
producción y el mercado laboral.
Sin
embargo, los intereses de la clase media se acercan al desmantelamiento del
estado social y de la política fiscal pues su carácter económico de renta, y no
de trabajo necesariamente, implica el cuidado egoísta singular de esa misma
renta. Y por eso, la actual política tiende a hablar de clase media y no de
clase trabajadora en su afán de desarrollar social e ideológicamente el Nuevo
Capitalismo. Y, curiosamente, la izquierda con ellos.
Pero,
esto lo desarrollamos ya en otro artículo para darle emoción.
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