lunes, septiembre 09, 2019

CLASE TRABAJADORA, CLASE MEDIA Y DISCURSO DE IZQUIERDAS/2: CARACTERÍSTICAS SOCIOECONÓMICAS


En la primera parte de esta serie, definíamos los términos de clase trabajadora y clase media. La clase trabajadora era aquella que necesitaba vender su trabajo para poder subsistir y que, por tanto, dependía de las condiciones del mercado laboral. Era así una definición donde el elemento económico era importante, su desposesión de toda riqueza y su necesidad de vender la única suya, y también, y en la misma medida, el elemento social, pues su condición de existencia depende no solo de su renta sino de la condición del mercado laboral que nunca controla.

Sin embargo, la clase media se definía exclusivamente por una situación económica de renta: estar entre el 60% y el 150% de la renta media –más o menos en España entre los 10.000 y los 40.000 euros per cápita-. Se trataba así, por tanto, de una característica puramente económica y evaluable a nivel de renta. Por tanto, en sí misma la clase media no refiere a otro elemento social que su propia riqueza, pero sin embargo esta neutralidad económica tiene consecuencias sociales.

Efectivamente, en esta parte vamos a tratar algo fundamental para ver si la izquierda política debe decantarse por tener como sujeto político a la clase media o tener a la clase trabajadora. Y para ello, lo mejor será comparar a una y otra y ver las consecuencias que salen de esta comparación. Y por supuesto, como ya señalamos en el artículo anterior, sabemos que alguien, yo mismo, puede ser de clase trabajadora, necesito trabajar para vivir, y clase media, pues gano una cantidad anual determinada. Pero aquí no nos importa la anécdota personal sino la objetividad social: los intereses que como grupo constituido objetivamente se tienen.

En primer lugar, a la clase trabajadora como tal le interesa una disminución del nivel de explotación del mercado laboral. Esta mejora para la clase trabajadora se mide, fundamentalmente, en prolongar al máximo posible el tiempo de contratación, hacerse fijo, la reducción de la jornada laboral y la subida del salario. Y esto vale tanto para el trabajador que está en la clase media como el que no. Por ello, necesita un estado determinado de las condiciones económicas y en concreto de la legislación, y situación real, sociolaboral. Efectivamente, la clase trabajadora es la más débil de la cadena productiva, pues existe individualmente en número suficiente para poder ser reemplazada de forma singular. Esto le lleva a tener que defender la existencia de una legislación laboral que defienda sus intereses como contrapartida frente al poder empresarial y su capacidad de dictaminar las normas. Es decir, la clase trabajadora necesita una política económicamente intervencionista.

Sin embargo, a la clase media, puesto que puede ser o no clase trabajadora, el mercado laboral le puede resultar indiferente o, cuando menos, no ser una de sus máximas preocupaciones pues su renta no tiene por qué tener allí su origen. Es más, incluso puede resultarle, a determinados sectores de la misma, interesante una depauperación de los derechos laborales por ser pequeños empresarios de negocios sin necesidad de mano de obra cualificada. Así, lo que nos importa de aquí es como por sus características y como grupo en sí, no como algo circunstancial, mientras que a la clase trabajadora le interesará siempre y necesariamente una política sociolaboral intervencionista, a la clase media necesariamente, como tal clase media, no, pues su constitución no depende necesariamente de la venta de trabajo sino que es más heterogénea.

En segundo lugar, a la clase trabajadora le interesa un estado social fuerte y un sistema público activo en los pilares fundamentales de la protección social como son educación, sanidad, pensiones y coberturas sociales. Esto es así porque su propia situación, que depende de las fluctuaciones azarosas o premeditadas del mercado laboral, es frágil. Y este estado social le protegería frente a esa real fragilidad. Los sistemas públicos son así, objetivamente, una necesidad para la clase trabajadora y también una garantía de que su posible depauperación no significará, sin embargo, la ausencia de un cuidado mínimo para el propio individuo o su familia.

Sin embargo, la clase media, en su carácter aspiracional y buscando distanciarse de la clase baja y presentarse a sí misma como clase alta en su autorrepresentación soñadora, tiende a desarrollar como buena la privatización del servicio público como elemento diferenciador de representación social. Efectivamente, lo que busca la clase media como tal es la diferenciación en la presentación del servicio que consiste, en realidad, en la desaparición de la clase baja de su espacio. Se trata de pasar de usuario, donde todos son iguales, a clientes, donde los hay mejores y peores de acuerdo a su nivel de renta. Así, la clase media en sí misma, por su propia realidad social, será partidaria de la privatización parcial de los servicios públicos que consistirá en que estos si bien sigan existiendo, sean prestados por entidades privadas, lo que posibilitará que a cambio de pagos adicionales discriminen en el propio servicio. Este ejemplo se ve perfectamente representado en la escuela concertada, que resulta gratuita en lo básico pero al añadir cuotas y seleccionar alumnos se representa a sí misma como escuela privada de pago que discrimina a la clase baja.

Y aquí es donde aparece, en tercer lugar, el tema de los impuestos.
La clase trabajadora, como ya hemos explicado, necesita de un estado social fuerte que le dote de los servicios básicos. Por ello, le interesa una política fiscal a su vez poderosa y progresiva, pagar impuestos vaya, que lo mantenga. Así, el interés objetivo de la clase trabajadora va unido necesariamente a los impuestos. Pero además, le interesa que dichos impuestos no solo graven el trabajo, su única mercancía, sino otros aspectos de riqueza: por eso, nunca puede tener como objetivo la eliminación de aquellos tipos impositivos que más se refieran a la cuestión de la riqueza en su relación con la propiedad o el capital. Efectivamente, como la única propiedad que posee la clase trabajadora como tal es su trabajo, no podrá concebir como positivo que se eliminen impuestos que guardan relación con otras propiedades como el impuesto de sucesiones o los impuestos  capitales. Así, la clase trabajadora tendrá objetivamente una necesidad de una política fiscal fuerte y progresiva porque es su seguro social.
Sin embargo, la clase media objetivamente tiene una visión opuesta de la política fiscal. Como su renta puede no tener que ver con el trabajo, podría ser un asqueroso especulador de vivienda por ejemplo –nota:sí, asqueroso especulador-, se presentará como contraria a cualquier subida impositiva progresiva e, incluso, a la existencia de cualquier imposición ajena a la nómina (la venta de trabajo), como pueda ser el impuesto de sucesiones. Y considerará, con ello, beneficiosa las sucesivas bajadas de impuestos directos que los políticos prometen con cada nuevo periodo electoral y su falta de progresividad.

De esta manera, la clase trabajadora y la clase media son dos categorías sociales diferentes en su propia realidad y como tales categorías con intereses distintos.

Y es aquí donde está la clave del problema político pues los intereses de la clase trabajadora son de tradición progresista e izquierdista, en cuanto implican una intervención estatal y una regularización de la economía, la producción y el mercado laboral.
Sin embargo, los intereses de la clase media se acercan al desmantelamiento del estado social y de la política fiscal pues su carácter económico de renta, y no de trabajo necesariamente, implica el cuidado egoísta singular de esa misma renta. Y por eso, la actual política tiende a hablar de clase media y no de clase trabajadora en su afán de desarrollar social e ideológicamente el Nuevo Capitalismo. Y, curiosamente, la izquierda con ellos.

Pero, esto lo desarrollamos ya en otro artículo para darle emoción.

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