En el artículo anterior de esta serie defendíamos que el
arte no podía plantearse meramente desde el contenido concreto de la obra.
Ahora veremos qué es esa cosa llamada arte, para luego aplicarlo a las obras
concretas. Se trata, pues, de un juicio que va de lo universal a lo particular:
defendemos que no hay arte porque haya obras de arte, sino que porque previamente
surgió una concepción de arte entonces puede haber obras de arte. Y, por,
tanto, primero es ver por qué hay arte, cómo surgió y qué es.
En primer
lugar, el arte nos habla exclusivamente del mundo humano. Por ello, cuando se
juzga una obra de arte cuyo contenido concreto se refiere al mundo religioso,
al mundo natural o a la sociedad, en realidad no se está hablando de religión,
naturaleza o política. Nadie juzgaría, espero, este cuadro de acuerdo a su fidelidad con los glaciares. Nadie, espero, vería
fe en esta otra obra de arte. Así pues las obras de arte solo nos hablan
del ámbito humano, de nosotros mismos.
Pero
decir esto tampoco es mucho, pues el ámbito humano es bastante amplio y, por
ejemplo, la economía también nos habla de él. O la historia. O la psicología. O
el cotilleo y Sálvame, por ejemplo. Por
supuesto alguien podría decir con razón que la diferencia ahí estaría en la
forma de hablarnos. Y estaría también en lo cierto. Pero ahora, solo nos centramos
en qué contienen las obras de artes y no en su forma.
Efectivamente, el arte nos habla de lo humano. Pero, cuando aquí hablamos de algo
intrínsecamente humano no lo decimos en un esencialismo, sino en un sentido
histórico concreto, una realización histórica determinada. El arte es, como la
filosofía o la ciencia, un producto histórico determinado, surgido y
desarrollado en una época y lugar concreto. Y por eso, es necesario analizarlo como tal.
El origen
del arte está en la División del Trabajo y la explotación del hombre por el
hombre. La condición necesaria del arte, históricamente, es que la sociedad
tenga la capacidad de apartar a unos individuos, que luego serán los artistas,
para realizar tareas no ligadas a la subsistencia al tiempo que genera otra
clase/élite que pueda disfrutar de sus obras como espectadores/mecenas/almas
sensibles. Y, aquí está el problema,
esto ha implicado necesariamente la existencia de la explotación de una
clase sobre otra. Así, la primera condición del arte no es la sensibilidad del
artista y su espíritu superior o el espectador en busca de la belleza, sino la
División del Trabajo y la explotación. Sólo ha podido haber arte porque la
mayoría social se ha dedicado a la producción de la riqueza material imprescindible,
y con ello ha sido explotada, para que dichos artistas puedan producir sus
bellas obras. De esta forma, el arte nace con un pecado original.
Sin
embargo, esto se ha dado en muchas sociedades y no todas han generado el
concepto de arte. Por lo tanto, ¿qué más tiene el arte?
El arte
surge de la División del Trabajo y la explotación, y esto es condición
necesaria para que exista, pero no es condición suficiente porque para que haya
arte se necesita además una determinada concepción del ser humano y la realidad:
una determinada cosmovisión. En realidad, el arte es una construcción histórica
que comienza en el Renacimiento y se desarrolla con la Modernidad y que se basa en dos ideas que ya están
empezando a pergeñarse filosóficamente en esa época y que se desarrollarán durante
toda la Modernidad: por un lado, la idea de sujeto; por otro, la idea de la
escisión entre pensamiento (Deber Ser) y Realidad (Ser). Y estas dos ideas, la
de Sujeto y la diferencia entre el Ser y Deber Ser, serán fundamentales en la
creación del arte.
En cuanto
a la idea de sujeto, el arte la desarrolla en la figura del artista. El sujeto
moderno, en la Filosofía de la época, era el hombre transformador del mundo de
acuerdo a la razón: creador de una nueva realidad. El artista, igualmente, se presenta como
creador absoluto, ya no un mero artesano, de la propia obra de arte. Así, el
artista sería el cumplimiento del sujeto moderno capaz de transformar la
realidad. El artista es la posibilidad de la realización del sujeto moderno. O
dicho al revés: el ideal del artista es en realidad el ideal del sujeto moderno
realizado. Pero…
Pero hay
un segundo punto: toda obra de arte representa la diferencia entre el Ser (lo
que hay) y el Deber Ser (lo que debería haber). Es esta una escisión entre la realidad
y el pensamiento que provoca la Modernidad y que se relaciona con el arte.
Efectivamente, la diferencia característica de la Modernidad entre Ser (la
realidad tal y como es) y Deber Ser (la realidad que debería existir a través
de la racionalidad y que tiene como tarea pendiente el sujeto moderno) resulta fundamental
a la hora de la existencia del arte. La Modernidad marcó una distinción entre
lo que las cosas realmente eran y lo que desde la racionalidad deberían ser:
señaló la pobreza del mundo. Y esto es algo que el propio arte recogió.
¿Pero
cómo recogen esto las obras de arte? Lo recogen como culpa y como gloria, y de
esa contradicción surge su fuerza.
Como
culpa, porque el arte, como hemos señalado, solo es posible por la explotación
de la humanidad y, con ello, la negación todavía de la humanidad como sujetos.
Así, en cada obra de arte como tal está la culpa de su origen. Pero, como
gloria porque cada una de las obras de arte nos dice, y ese es su contenido
fundamental, que la realidad (el mundo o el ser) podría y debería ser de otra
forma (debería llegar al deber ser). Nos está mostrando que la propia
existencia de una obra de arte, culmen máximo de la belleza, niega la triste y
empobrecida realidad -nota: al hablar aquí de belleza no queremos decir, evidentemente, de que las obras de arte deban ser bonitas- . O dicho en positivo: que la existencia de obras de arte
demuestra que el mundo podría y debería ser mejor y convertirse él mismo en una
obra de arte. Y nos lo dice en un sentido histórico objetivo y en el propio
sentido particular de cada una de las obras. El arte así, cada obra de arte,
nos conmociona porque nos habla de nosotros mismos, no en el tonto sentido de
una espiritualidad o de la interioridad, sino precisamente porque nos señala
nuestra propia identidad escindida. Nos dice que, para explicarnos, nuestra
vida es una basura falsa, y que da igual nuestra individualidad, pero que no
tenía que ser así. El arte nos habla entonces de la diferencia entre cómo
podría y debería ser la vida, y con ella la realidad, y cómo es. Nos señala esa
escisión entre el anhelo racional del mundo justo y la realidad.
De esta
forma, la constatación en la propia obra de que la belleza debería ser posible,
porque en la propia obra lo es, nos
presenta la conmoción de la obra. Cada obra de arte se enfrenta al mundo
mostrándo la pobreza de este frente a lo que debería ser en la belleza de
aquella. Así cada obra de arte presenta la escisión entre ella misma, como
aquello que debería ser, frente al mundo que la ha hecho posible con toda su
pobreza y miseria. Y por eso, las auténticas obras de arte no provocan ningún
sentimiento de reconciliación o catarsis con el mundo, como sí ocurría en el
mundo griego, sino antes al contrario
nos provocan una conmoción ante el horror del propio mundo enfrentado a la
belleza de la propia obra. Toda obra de arte nos recuerda la pobreza del mundo
y de nuestra propia existencia.
Comenzábamos
el anterior artículo recogiendo la pregunta de Marx: ¿por qué nos sigue
gustando el arte griego? La respuesta aparece clara. Porque todavía descubrimos
en su forma bella un mundo que no se ha realizado como tal belleza. Lo que nos habla no es su espíritu griego,
sino precisamente nuestra propia desesperanza ante la promesa que se dio en la
Modernidad y la realización del Capitalismo como la negación de esa promesa de
una realidad bella. Y por eso, mientras siga existiendo esa escisión, nos
seguirá conmoviendo toda obra de arte porque en ella misma veremos nuestra tristeza,
nuestra existencia diaria como pobredumbre.
¿Y cómo
se plasma todo esto en lo concreto de cada obra? Ya se lo cuento, que me estoy
emocionando y llega además la hora de la cervecita (o dos): la vida es pobredumbre,
como hemos dicho, pero con cerveza es un poco más habitable.
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