Como ustedes saben, y si no lo saben ya se lo cuento yo, he sufrido una intervención urgente y ahora mismo estoy de baja. A principios de octubre, y tras hacerme una biopsia en septiembre que me mandaron a finales de agosto, se me descubrió un cáncer de próstata y tan solo en tres semanas me han operado del mismo. No cuento yo esto para ahora soltarles a ustedes un rollo de pensamiento positivo diciendo que mi vida ha cambiado y que veo el mundo de otra forma desde entonces y todas esas chorradas cursis que pretenden enmascarar la realidad: sigo pensando lo mismo, pero encima con más molestias físicas. Lejos de eso, lo hago para hablar de un tema mucho más importante, pues afecta a esa misma realidad que pretende ser escondida: el hecho de que los derechos de los trabajadores se están presentando y convirtiendo realmente en privilegios mediante la precarización social generalizada.
Cómo ustedes saben, y si no yo se lo cuento aquí, soy funcionario del Estado y por lo tanto tengo derecho a una mutualidad que se denomina MUFACE. Allí, el mutualista elige su sociedad médica concreta, no tiene que ser la Seguridad Social. En estos tiempos de coronavirus, como también ustedes saben, todas las pruebas médicas en la Sanidad Pública que no estén relacionadas con el covid-19 o se han suspendido o se han retrasado vergonzosamente y, por lo tanto, si yo estuviera en la Seguridad Social probablemente todavía estaría esperando la biopsia por mucho tiempo. Es decir, que el hecho de pertenecer a MUFACE y escoger una entidad privada me ha permitido la detección del cáncer.
Y aquí viene el quid de la cuestión. Al contar esta historia muchos de ustedes -nota: está bien, mi madre que es la única que me lee- pensarán que por lo tanto soy un privilegiado y habría que quitarme dicho privilegio. Y es así como socialmente se presentaría mi caso: un privilegio. Y esto es el enmascaramiento de la realidad del que vamos a hablar. Pues en realidad yo no soy un privilegiado, sino que todos los pacientes de la Seguridad Social están sufriendo un proceso de precarización políticamente dirigido y, con ello, una eliminación de sus derechos. Expliquemos.
Un privilegio es algo que sobrepasa un derecho. Por ejemplo, todos los trabajadores deben tener el derecho a vacaciones y un privilegio sería que además se pasara en las islas Seychelles. El Estado, por lo tanto, no tiene la obligación de mantener privilegios ni una sociedad democrática tampoco, pero ambos tienen la obligación de defender y ampliar los derechos del ciudadano. Lo que interesa aquí es como cuando yo les he contado mi historia, muchos de ustedes habrán pensado que yo soy un privilegiado. Pero, y esto es fundamental, me he convertido en ello porque el derecho básico a la salud a mí se me ha garantizado frente a todas aquellas personas a las cuales se les está negando permanentemente. Es decir, cuando se defiende que yo como funcionario soy un privilegiado, por ejemplo por mi empleo fijo, en realidad lo que se defiende es que los derechos son privilegios. Y detrás de generalizar esta idea hay, sin duda, una intencionalidad política.
Y esta es la clave de la cuestión y no tanto discurso estúpido sobre el pensamiento positivo. Estamos ante una precarización absoluta de los derechos políticos, económicos y sociales de la clase trabajadora y forma parte del discurso la idea de que aquellos colectivos que todavía mantienen, por cualquier circunstancia, estos derechos ya no son colectivos de trabajadores sino colectivos de privilegiados. Y por lo tanto, se defiende desde esta posición, la solución no es la extensión de ese derecho de nuevo a todos los trabajadores sino la precarización absoluta incluyendo en ella a los colectivos que todavía mantienen los derechos de una auténtica democracia. Y así se construye un discurso social en el cual el derecho precarizado intencionalmente se acaba convirtiendo en el único derecho a defender y todo lo demás son “privilegios”.
De esta manera, el derecho desaparece del discurso político y se presenta socialmente como o bien una forma de privilegio de ciertos sectores, y por lo cual hay que acabar con ello, o bien la petición de una utopía irrealizable, aunque hasta la fecha haya sido perfectamente realizada. Se trata así de situar a los individuos en contra de sus propios derechos. Y esto es una política consciente e intencionada que llevan adelante la inmensa mayoría de los gobiernos de acuerdo a una corriente neoliberal. Los derechos pierden así su contenido como tales derechos y pasan a ser o bien gracias conferidas por esos mismos gobiernos, y por lo tanto factible su retirada en cualquier momento, o bien privilegios escandalosos que hay que retirar. En definitiva, lo que se viene a decir es que el Estado, que sí debe estar para rescatar a las grandes corporaciones o para defender el sistema financiero y sus beneficios para la oligarquía, no debe estar para garantizar los derechos de los trabajadores, convertidos ahora en un conjunto inaceptable de privilegios y condiciones sociales imposibles de mantener.
Empezábamos este artículo explicando que yo no lo escribía para escuchar las típicas imbecilidades positivas sobre que la enfermedad cambió mi forma de ver el mundo o sobre que la enfermedad me hizo más fuerte. Lo único que ha hecho la enfermedad es fastidiarme durante un tiempo y espero que no me fastidie durante el resto. Pero lo interesante de todo ese discurso positivo es que esconde a su vez la propia precarización social: al individuo idiotizado ya sólo le queda la adaptación a un mundo que se le impone. Así se unifica el avance de la sociedad neoliberal y su proceso de precarización con el desarrollo de una nueva conciencia individual que cree poderlo todo en un mundo en que ha sido abandonada.
No quiero un discurso positivo sobre los fabuloso que es estar enfermo y las oportunidades que esconde para ver realmente las cosas importantes y demás chorradas, sino un sistema de Sanidad Pública que me permita estar sano y cuando enferme recuperar la salud. Lo sé, soy un maldito materialista y apenas tengo vida espiritual -y usted tampoco, abandone la superstición- pero es que esa vida material es lo único que tengo y espero vivirla con la máxima dignidad posible. Y ello implica necesariamente una sociedad que defienda los derechos de todos y cada uno de los individuos con una estructura socioeconómica determinada que permita esa defensa.
O sea, quiero derechos sociales, políticos y laborales efectivos.
5 comentarios:
No se puede decir más clarito
Muchas gracias por hacernos pensar
Enrique, me quedo con la parte final del texto (aunque siga rehusando emplear conceptos marxistas en ciertos tramos de sus escritos en favor de eufemismos varios y sus análisis se limiten a elogiar el supuesto papel que el Estado puede ejercer como Salvador de las clases desposeídas y casi de la humanidad) principalmente porque por primera vez le veo hablar -en abstracto, eso sí- de una "estructura socioeconómica" que garantice el sustento y la adecuada asistencia sanitaria a todos sus miembros. Usted sabe cuál es esa estructura socioeconómica (socialismo) y la que debería ser su evolución casi inmediata (comunismo) así que, como buen marxista que se dice, no reniegue de ellas.
Le deseo una pronta recuperación de su enfermedad.
Un saludo.
No sabría decirle si es la suerte, el destino o la casualidad lo que a sus alumnos y a quienes visitamos su blog nos ha convertido en privilegiados por disponer de sus conocimientos, reflexiones y nos hace partícipes de sus esfuerzos en mejorar la sociedad.
A quienes nos hemos enterado de su enfermedad por este comentario en su blog nos ha ahorrado la incertidumbre, sabemos que la historia tiene final feliz.
Hay muy pocas cosas que me reconcilian con los que creo, formal, material y objetivamente, privilegiados, los funcionarios. Una es usted y otra la mujer que me hizo mi primera cistometría en el Clínico. Me vio la cara de novato en estas lides prostáticas y desplegó toda su habilidad profesional y humana de tal manera que lo que es una prueba muy desagradable, como comprobé en las siguientes veces que ya no me tocó con ella, transcurrió en una charla sobre la dificultad de nuestras hijas en sus desarrollos profesionales, mientras veíamos en un monitor como se llenaba y vaciaba mi vejiga, de tal manera que casi me dio pena tener que irme cuando termino la prueba.
Lo mío, por suerte, no era un cancer era más benigno. Me dijeron que había que operarme y luego me dijeron que no era necesario. Ellos sabrán. Yo me fio, que no tengo Muface.
No baje la guardia, ni la mascarilla.
Cuídese, Don Enrique, le necesitamos.
Un Oyente de Federico
Discrepo sobre el ejemplo que propuso. El funcionario y el trabajador , ambos trabajadores e iguales en derechos y obligaciones, deberían serlo realmente , y usted a dejado claro que no lo son . En cuanto usted como funcionario tiene seguro privado , pagado con los impuestos que generan aquellos que no lo tienen. Por lo tanto no están ambos en igualdad de derechos. Un placer leerle .
Discrepo sobre el ejemplo que propuso. El funcionario y el trabajador , ambos trabajadores e iguales en derechos y obligaciones, deberían serlo realmente , y usted a dejado claro que no lo son . En cuanto usted como funcionario tiene seguro privado , pagado con los impuestos que generan aquellos que no lo tienen. Por lo tanto no están ambos en igualdad de derechos. Un placer leerle .
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