miércoles, agosto 18, 2021

AFGANISTÁN Y LA HIPOCRESÍA

Lo primero a destacar en el problema de Afganistán es el desastre que ha producido la invasión de Estados Unidos y sus aliados. Durante veinte años han sido absolutamente incapaces de crear una estructura mínima estatal y social que transformara esta región en un lugar próspero y medianamente civilizado. Ya no es solo que apoyaran a los fanáticos musulmanes durante la invasión soviética anterior, sino que cuando ellos mismos han conquistado el país no han sabido generar una estructura objetiva, estatal y social, que pudiera enfrentarse a este fanatismo. Incluso, en el colmo de la inutilidad, fueron incapaces de constituir al menos un ejército que pudiera enfrentarse a los talibanes.

Por supuesto, pecaríamos de ingenuos, o de ser derechas, si creyéramos que los países occidentales invadieron Afganistán pensando en el beneficio de los afganos, pero al menos se podía haber creado algún tipo de estructura estatal o social que les permitiera afrontar el futuro de una manera más prometedora. Y si no por altruismo, por el interés de eliminar un futuro amparo de terrorismo o de tráfico de drogas. Sin embargo, lo que han hecho las potencias occidentales en Afganistán ha sido llegar, destruir y devolverlo a los antiguos oligarcas del lugar, la inculta ralea musulmana de los talibanes.

Por ello, la hipocresía actual de la derecha consiste, como se está viendo en las redes sociales, en achacar el problema afgano a la resistencia que hubo a la guerra de Irak, que por cierto implicó la destrucción de este país y su construcción como remedo del propio Afganistán. La derecha quiere presentar que el lícito No a la guerra es el que ha creado esta situación cuando, en realidad, ha sido precisamente el desastre de la guerra y la gestión de la conquista. Así, lo que ha ocurrido estos días en Afganistán, y va a ocurrir en su futuro, es un producto de la invasión de los Estados Unidos y sus aliados, apoyada ideológicamente por esa misma derecha hipócrita, y de su incapacidad de organización para que dicha conquista dejara al menos algo útil al propio pueblo afgano.

Pero también hay aquí para repartir a la izquierda y no es precisamente su apoyo anterior al No a la guerra. Resulta contradictorio que la autoproclamada izquierda, conquistada ya por el pensamiento posmoderno y anclada actualmente en un relativismo cultural y social, desde las tonterías de los estudios postcoloniales al ridículo indigenismo de América o el feminismo islámico, llene ahora las redes sociales de mensajes exigiendo el respeto a los derechos humanos y a los derechos de las mujeres, es decir, defendiendo todo el proyecto ilustrado de la razón occidental: la universalidad. Incluso, exigiendo, sin atreverse a decirlo explícitamente eso sí, que ya no cabe el diálogo de civilizaciones sino la intervención militar europea sobre Afganistán para expulsar a los talibanes como acción moralmente justa.

Así, la izquierda está pagando su deriva antiilustrada, descubriendo de pronto, aunque ya sabemos que será una serpiente de verano, que sin la Ilustración los valores de emancipación y libertad no pueden defenderse. Pero que nadie se preocupe, en breve la autoproclamada izquierda sacará a una feminista con velo y defensora del Corán para explicarnos que aquello que le dictó el arcángel Gabriel al profeta es, sin duda, mucho más elevado y profundo intelectualmente que el resultado de todo el proceso de la filosofía occidental que derivó en la Ilustración y a la que juzgarán de privilegio de hombres blancos heterosexuales. Y entonces, olvidando en un par de semanas a los afganos -nota: y como diría un cursi inclusivo, a las afganas- la izquierda llenará las redes sociales clamando a favor de la espiritualidad y las emociones frente al pensamiento racional.

Y, por último y seguramente lo más importante, es el hecho de lo que demuestra Afganistán en relación al Nuevo Capitalismo. Cuando Marx analizó la conquista británica de la India, en un artículo genial por cierto, señaló que si bien los británicos iban en realidad a expoliar a los habitantes del subcontinente indio, también llevaban con el Capitalismo el germen de la futura revolución. La idea que estaba ahí es que el Capitalismo llevaba en sí mismo una negatividad que este no podía esconder y que permitiría, o al menos ahí estaría la esperanza objetiva, la consecución de un mundo mejor. Sin embargo, la invasión de Afganistán lo que ha demostrado ya es que el Nuevo Capitalismo carece absolutamente de la potencialidad emancipadora del antiguo, que ya fue alabada incluso en el Manifiesto Comunista, y que por lo tanto nos enfrentamos a un nuevo sistema económico que es en realidad, y como ya hemos definido aquí, una realidad ontológica cerrada sobre sí y que carece prácticamente de cualquier factor de negatividad, excepto uno: la idea de sujeto moderno, que pueda llevar adelante un cambio real del sistema. 

El drama de Afganistán no es una tragedia. No pertenece ni a un hecho excepcional ni a la acción de fuerzas trascendentes. Es el drama cotidiano de la nueva realidad: una derecha crecida; una autoproclamada izquierda idiota y un Nuevo Capitalismo triunfante. Frente a ello, si la izquierda quiere seguir siendo emancipatoria y no una forma de medrar en el mercado político y ser guai en redes sociales, debe volver a una visión crítica desde la Ilustración y desde la idea de sujeto moderno, para poder enfrentarse con esa nueva y terrible realidad.


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