Como todos ustedes saben, y si no lo saben ya se lo digo yo, la nueva Ley de Educación (LOMLOE) permite obtener el Título de Bachillerato con una asignatura suspensa. Esto es algo absolutamente novedoso pues, en todas las leyes anteriores, era imprescindible aprobar todas las materias.
Los defensores de la ley señalan que en realidad hay que superar la idea de dividir el conocimiento en áreas concretas e ir a una capacitación más global, defendiendo eso que llaman evaluar por competencias, y que, por lo tanto, suspender una asignatura no implicaría la pérdida de esta globalidad. Aparentemente, suena bien e incluso parece una defensa de aquellos alumnos más desfavorecidos al lograr una mayor universalización del título. Por tanto, pero sólo aparentemente, parecería una medida muy progresista: de autoproclamada izquierda, vaya.
Sin embargo, la medida es precisamente todo lo contrario.
En primer lugar, la idea de que el título de Bachillerato se pueda sacar con una suspensa no es una novedad en el mundo de la educación y ni tan siquiera es algo específico de España, sino que se relaciona con todo un proceso supranacional que ya se instaló aquí con la LOGSE, y en otros países con leyes afines a ella, y, en el mundo universitario europeo, con el Plan Bolonia. Efectivamente, la idea clave es que los títulos oficiales y, por lo tanto, concedidos fundamentalmente por la enseñanza pública y gratuita, vayan perdiendo prestigio social. Y como consecuencia, tener dicho título oficial no tendrá ya valor alguno (como ya pasa con la ESO).
Y esto se ve muy bien en la nueva universidad. La transformación de la licenciatura en grado, con el Plan Bolonia, ha supuesto la pérdida de prestigio de la titulación. Además, otra clave, esto afecta al currículo personal donde al anotar dicho grado ya no se aporta nada de gran valor. Y por ello, el estudiante siente la necesidad de completar su formación, reducida por el propio Estado, con la adquisición de un máster en el mercado privado (que incluye ahora a las propias universidades públicas). De esta forma, la única manera de tener currículo, una vez se ha degradado la titulación oficial estatal, es acudir a los títulos complementarios y extraoficiales ofertados en el mercado educativo. La eliminación del valor del título oficial y público es la creación de un nicho de negocio para lo privado, que cubre el hueco dejado, voluntariamente y con políticas concretas, por lo estatal: un nuevo mercado de la educación con pingües ganancias.
Y este modelo llega ahora por fin al Bachillerato. Destrozada ya la ESO, convertida en un aparcamiento de niños sin valor en su titulación, se destruye ahora el Bachillerato. A éste ya se le redujo a dos años con la LOGSE, frente a los cuatro anteriores, y una vez ya consolidado esto y no discutido por fuerza política alguna, se trata ahora de darle el golpe definitivo: negar cualquier valor a su título. Es, en el fondo, eliminar la importancia de la enseñanza pública en favor del mercado educativo.
Pero además, hay otra consecuencia de que los títulos oficiales educativos no tengan ya ningún valor: la conversión de la educación permanente en ideología social y la destrucción de la educación como ideal ilustrado de formación cultural del ciudadano.
Sin duda alguna, la capacitación profesional podrá necesitar cursos de adaptación a su vez profesionales, pero no es eso lo que se esconde tras el eufemismo Educación Permanente o, aún peor, Educación para la Vida. La educación permanente, que oculta en realidad su verdadero nombre que sería “adaptabilidad a la explotación laboral”, va unida a la ideología social de la meritocracia y la degradación de la idea de que la educación tiene como fondo fundamental la extensión cultural y la formación de la ciudadanía. Educar para la vida es, en realidad, educar para el mercado.
En cuanto a la exaltación de la meritocracia, se hace presentando que hay una lucha justa de currículos y que al final el mejor será escogido por la empresa. Sin embargo, todo esto resulta evidentemente falso, pues la distribución meritocrática del mercado es puro mito. La educación permanente esconde así su verdadero objetivo: emplear a los individuos como puros medios ante las nuevas realidades precarizadas laborales, siendo por tanto una enseñanza meramente adaptativa al nuevo orden social de dominación, que sin embargo se presenta ideológicamente como la oportunidad de triunfar.
Pero además, y como ya advertíamos, hay un segundo aspecto: la destrucción del ideal educativo ilustrado. Una vez realizada la idea de que los títulos públicos no tienen ningún valor, pues cualquiera los saca, late la consideración de que esos títulos, cuya finalidad declarada era distribuir la cultura de forma interclasista, carecen de cualquier valor práctico o útil. Así, se alimenta el desprecio absoluto hacia la propia cultura como tal, hacia el acopio de conocimientos y hacia el sujeto que lo realiza. Es decir, en el fondo la idea de que se pueda sacar un título de Bachillerato suspendiendo una asignatura quiere decir que la cultura general no tiene valor alguno, sino que lo que importa es que el alumno esté preparado, que sea competente, para el mercado laboral. O diciéndolo en palabras más contundentes: las competencias marcan el grado de adaptabilidad necesaria para soportar la explotación. Y si el alumno las tiene debe salir al mercado
La LomLoe no habla en realidad de educación, entendida esta como el ideal ilustrado de la formación de un sujeto capaz de comprender y transformar el mundo a través del conocimiento y la razón, sino de adiestramiento: enseñar al sujeto a adaptarse a las necesidades del mercado laboral a través de la adquisición de las competencias. La LomLoe, seguidora y heredera de la LOGSE o la LOMCE, no es más que la construcción de un nuevo sujeto sumiso para la dominación social.
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